Hace unos años, la forma en que se medía la pobreza cambió y trajo consigo una serie de debates que enfatizaron en el fondo un hecho muy claro, las frías cifras de los indicadores no son la realidad exacta de lo que se vive en el día a día por millones de mexicanos, y más todavía por millones de seres humanos en el mundo.
¿Qué se entiende por pobreza?, sería un cuestionamiento válido ante la reciente publicación del Informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) relativo al tema, ya que en el documento se argumenta una disminución porcentual de dicho padecimiento social, pero, sin buscarle peras al olmo, ni queriendo opacar las serpentinas de los poderosos, en el andar cotidiano sigo observando el incremento de personas en situación de calle, cuya realidad está marcada por una pobreza extrema y la falta de perspectiva de cómo salir del abismo sistémico del capitalismo deshumanizado. Y esto no es una diatriba, pues se constata caminando las calles de las urbes (blancas y grises) sin temor a mirar la dura realidad a los ojos.
La inflación ha bajado según los indicadores, pero los precios se mantienen y el aumento al salario mínimo se esfuma como estela de humo en una madrugada cargada de neblina, la aritmética doméstica sigue vaciando los bolsillos para llevar un poco de pan a la mesa familiar. Las historias de vida que se escuchan en los puntos concurridos de las ciudades, como son las paradas de autobús, el propio interior del transporte público, los centros laborales de la clase trabajadora y los sectores populares, dan testimonio de cómo se van volando las monedas ante una carestía que se siente en la salud pública y seguridad social, pero parece ya no encontrar lugar en los informes publicitados como trofeos.
No soy pesimista, muy al contrario creo en un mejor porvenir para quienes hoy sufren la explotación y son marginados en sus propias tierras, pero el optimismo no puede vendarnos los ojos ante la intangible discursiva que con datos duros deja de lado lo más importante, que no es otra cosa que la humanidad misma. Hoy, los indicadores de pobreza pueden marcar aumentos y disminuciones, sin embargo, mientras en las calles duerman seres humanos sin un futuro al cual soñarle, no encuentro los motivos para adornar los pisos de alfombras cuando el pan no llega por igual a las mesas de los hogares hambrientos.
El informe del Coneval no oculta que nuestro país está dividido, ya que las estadísticas dejan ver la abismal diferencia entre los estados del norte y los del sur, un puente derribado que no encuentra líneas para resarcirse, pues la concentración del capital gira en mayor grado en la órbita del interés industrial, y aunque el sureste es ahora foco de atención por los megaproyectos (tren maya, etc.), esto en unos años se reflejará como una división más en el país, sólo que ahora entre los pobladores del sureste, donde la marginación crece y la concentración de riqueza empequeñece la cantidad de manos que la disfruta. México es desigual, no por naturaleza, pero sí por sistema. Y mientras todo esto pasa para seguir igual, y los otros datos me asaltan en las calles, en el andar diario miro la angustia que abraza, tanto a infantes como a adultos mayores, sin dejar un poco de espacio para el retorno de la esperanza, al menos no por ahora, cuando las campanas suenan, pero no para rezar la misa de los desposeídos.
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