La historia de México ha sido un referente fundamental en América Latina porque sus procesos representan rasgos centrales de la evolución que tuvieron los países hispanoamericanos. Sin desconocer la historia aborigen, el mundo Azteca, la conquista y el coloniaje español, partiré de la época independentista.
La independencia de México, iniciada en 1810, fue popular, a diferencia de las Juntas soberanas instaladas en diversas ciudades entre 1809-1812 (en Quito, en 1809); pero ese proceso fue frustrado, de modo que, bajo la dirección de las élites criollas, el país se independizó, en forma definitiva, en 1821. Aunque se soñaba en una república democrática, ese camino se interrumpió con el imperio de Agustín de Iturbide (1822-1823) primero, y después con el de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867), a consecuencia de la invasión francesa. Benito Juárez (1858-1872) logró la derrota del emperador y la consolidación de la república, con una Reforma Liberal ejemplar en el continente. También la Constitución Argentina de 1853, tras la caída del tirano Rosas, abrió una época de progreso liberal. Pero en Ecuador los principios liberales solo se implantaron con la Revolución de 1895, acaudillada por Eloy Alfaro.
La idílica Revolución Mexicana de 1910 igualmente tuvo un impacto significativo en todo el continente. La Constitución de 1917 fue pionera en conquistar principios y derechos laborales de enorme trascendencia en todos los países latinoamericanos. En Ecuador fue gracias a los gobiernos de la Revolución Juliana (1925-1931) que se avanzó en los derechos sociales y laborales, a inspiración de lo ocurrido en México. En los dos países, esos procesos significaron la ruptura del régimen oligárquico, con la posibilidad de avanzar en la construcción de Estados con bienestar social. Pero en los dos países este ideal fue cortado con la recuperación de los intereses oligárquicos y de las nuevas burguesías, aunque en México el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) retomó los postulados del progreso, con soberanía nacional y reformas sociales, nuevamente frenado en las siguientes décadas.
En los años 60 y 70 del siglo XX el desarrollismo provocó un avance de las fuerzas productivas tanto en México como en Ecuador, aunque con amplias diferencias, porque México era, para entonces, un país industrializado, mientras que Ecuador apenas comenzaba a superar el viejo régimen de las haciendas y la ruralidad hegemónica en el país. México no tuvo las dictaduras que proliferaron en casi todos los países latinoamericanos a consecuencia de la Guerra Fría. De todos modos, con la década de 1980 se inició en Latinoamérica la vía del aperturismo “neoliberal”, a raíz de la crisis de la deuda externa que estalló primero en México y siguió de inmediato en los distintos países de la región. Sucesivas décadas de políticas sujetas al Fondo Monetario Internacional (FM) ocasionaron avances empresariales, promoción de élites económicas, reforzamiento de las relaciones con los capitales extranjeros e indudable desarrollo comercial, pero sin lograr bienestar social, ya que se agravaron las condiciones de vida, trabajo y seguridad social de las poblaciones latinoamericanas, al haberse privilegiado los intereses de los grandes y poderosos grupos económicos.
Romper con esa situación no ha sido fácil. En parte lo lograron los gobiernos progresistas del primer ciclo, como fue el de Rafael Correa en Ecuador (2007-2017) que logró restaurar la vía hacia un Estado de bienestar, reconocido por informes académicos e institucionales como los de CEPAL y hasta el mismo FMI. En México esa vía solo fue recuperada en forma tardía por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), quien ha realizado transformaciones de enorme importancia, que dejaron atrás al dominio oligárquico-empresarial mantenido por décadas y ha promovido el Estado de bienestar. El proceso de la Cuarta Transformación ha logrado continuidad con la elección de Claudia Sheinbaum, quien asumirá la presidencia de la República de México el próximo 1 de octubre de 2024.
A diferencia de lo que ocurre en México, en Colombia existe un claro proceso hacia un intento de golpe de Estado contra el presidente Gustavo Petro, pues no representa los intereses de las tradicionales oligarquías, cuya hegemonía política se había mantenido largamente. En Brasil ha logrado afianzarse la vía progresista del gobierno de Inácio Lula da Silva. Pero en Argentina y Ecuador las condiciones históricas son distintas y muy comparables. En Argentina se impone la ideología libertaria anarco-capitalista sin miramiento a los desastres humanos que ocasiona semejante concepción del mundo, que privilegia a las élites empresariales y arruina la vida, la jubilación y el trabajo de la mayoritaria población.
En Ecuador, la sucesión de tres gobiernos empresariales desde 2017 ha conducido a que se restauren poderes oligárquicos semejantes a los que el país tuvo a inicios del siglo XX y antes de la Revolución Juliana. La magnitud de ese poder no logra ser dimensionado por todos los sectores medios y populares. Ecuador vive condiciones de subdesarrollo que se consideraban superadas durante la época del desarrollismo. El control de las funciones y aparatos centrales del Estado por parte de los sectores oligárquicos ha provocado una desinstitucionalización inédita en la historia contemporánea del país, a tal punto que ya no importan lo que dispone la Constitución ni los principios y normas que supuestamente deberían orientar las relaciones jurídicas del país. Se suma la imparable inseguridad ciudadana debida al avance de la narcodelincuencia, un fenómeno que estalló desde 2021 a consecuencia de las políticas de desmantelamiento de los logros del “correísmo” y el debilitamiento del Estado, iniciadas por el gobierno de Lenín Moreno, profundizadas por el de Guillermo Lasso y mantenidas por el de Daniel Noboa.
Hace 200 años, el 17 de marzo de 1824, Simón Bolívar fue declarado ciudadano de México por el Congreso Constituyente. El Libertador era reconocido por sus ideales de unión de las repúblicas independizadas y por haber constituido la gran República de Colombia. Pero en sus últimos años de vida, Bolívar se desencantaba de las realidades de la región. En un texto que poco suele ser mencionado y que fue escrito a mediados de 1829 como “Una mirada sobre la América española” (https://t.ly/u1oue), Bolívar repasa la situación de Argentina, México, Colombia y Perú como ejemplo de lo que estaba ocurriendo en la región y una de sus conclusiones se aplica plenamente a lo que vive Ecuador en la actualidad: “No hay buena fe en América, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las constituciones libros; las elecciones combates; la libertad anarquía, y la vida un tormento”. Razones tuvo el Libertador para también sostener: “He mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: primero, la América es ingobernable para nosotros; segundo, el que sirve a una revolución ara en el mar; tercero, la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; cuarto, este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos colores y razas; quinto, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; sexto, si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América. Todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia” (carta el general Juan José Flores, 1830).
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