Falta un rato para que empiece la marcha para reclamar verdad y justicia por Santiago Maldonado. ¿Irá gente a la Plaza esta vez? Por alguna extraña razón esa pregunta brota en diversos rincones, grupos y oficinas en la tarde. Se reproduce. No había surgido los meses previos con esa fuerza. Pasaron tres meses ya de […]
Falta un rato para que empiece la marcha para reclamar verdad y justicia por Santiago Maldonado. ¿Irá gente a la Plaza esta vez? Por alguna extraña razón esa pregunta brota en diversos rincones, grupos y oficinas en la tarde. Se reproduce. No había surgido los meses previos con esa fuerza. Pasaron tres meses ya de la desaparición, Santiago fue hallado finalmente sin vida pero aún no se sabe exactamente cómo murió. Hay, sin embargo, una certeza notoria: desapareció en medio de una persecución desquiciada de la Gendarmería, a los tiros. Nadie se arroja a un río helado porque sí, y menos si no sabe nadar y le tiene temor al agua. El cuerpo del joven apareció porque su familia y miles de ciudadanos mantuvieron la pelea y exigieron investigación. Pero, otra vez, ¿por qué ahora aparece esta duda en torno a la movilización en la que muchos desean estar? Más allá del paso del tiempo, se ha puesto en acción la maquinaria del miedo. La fábrica del terror tiene muchas formas de alimentarse y hacer crecer al monstruo.
-Si no tenés con quién ir a la Plaza, mejor no vayas- le dice una mamá a su hija de 16 años en el autoservicio del barrio. -Me da miedo-, le plantea.
La semana pasada un juez federal, Marcelo Martínez de Giorgi procesó a 22 de las 31 personas detenidas en la primera marcha por Maldonado y les trabó embargos de 1 millón a 3 millones de pesos. Laburantes muchos de ellos, estudiantes, gente del común, que fue agarrada al azar cuando puñados de violentos con la cara tapada agitaban vallas y prendían fuego en los tachos de basura. Uno de ellos salía de trabajar y pasaba por casualidad por Plaza de Mayo. Una chica llevaba una bandera negra. Las actas de su arresto los acusaban a todos de lo mismo y decían un lugar de detención que no era aquel en el que realmente se encontraban. Estuvieron presos un fin de semana y ahora fueron procesados con medidas de prueba que se encomendaron a la propia policía denunciada. Miedo. Impotencia. El mensaje: mirá lo que te puede pasar si protestás.
Un chico de 20 años de José León Suárez que se llama Nicolás Lucero fue detenido la semana pasada por un tuit que emitió un año atrás con una canción de cancha que se expresaba contra el presidente Mauricio Macri. Justo estaba por conseguir un empleo, algo vital porque su padre fue despedido de Covelia, la empresa de recolección de residuos. Pero cayó preso. ¿Saben cuántos «likes» tuvo su tuit? Dos ¿Y retuits? Uno. Ahora tiene que volver a buscar trabajo.
En la ciudad de Buenos Aires y en la provincia también, la policía se mete adentro de las escuelas. ¿Qué tiene que hacer personal policial en las aulas? En abril, la rectora del colegio Mariano Acosta, Raquel Papalardo, lo denunció: los uniformados irrumpieron un día que había una clase pública. «Nos enviaron porque acá se va a hacer una marcha», le dijo uno de los agentes. A Papalardo la echaron antes de que llegara el momento de su jubilación. A un chico del Colegio Carlos Pellegrini, por esos días, la policía le pidió documentos y quiso revisarle su mochila porque tenían un pin del Partido Comunista.
A Milagro Sala un juez la devolvió porque sí a la cárcel donde corre riesgo su vida, como ya advirtió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Sala sigue presa sin juicio, mientras le multiplican causas con armados pos detención. Salvando las diferencias de los personajes, Julio De Vido también cayó preso sin juicio, algo que va contra mínimas garantías del Estado de Derecho. Lo mismo su ex colaborador Roberto Baratta. Cantidad de ex funcionarios, empezando por la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, son acusados por delitos que no son delitos sino políticas de Gobierno, gracias a la inventiva de jueces funcionales a los deseos del Gobierno nacional.
Y a la vez, un juez que resguarda derechos de los sectores vulnerables, como Luis Arias que podría tener un jury hoy mismo, o los jueces de la Cámara Laboral que fallaron en favor de una paritaria inconveniente para el gobierno o contra despidos todavía están bajo amenaza de destitución porque los investiga hace meses el Consejo de la Magistratura. Si a ciertas figuras públicas o poderosas o hasta a quienes imparten «justicia», les pueden pasar cosas semejantes, ¿qué le espera a cualquier ciudadano de a pie? Lo que pasó en las marchas, lo que pasa en los colegios, o también… y por qué no, que les caiga una ola de inseguridad. En las semanas previas a las elecciones parecía que no había robos, secuestros, extorsiones, asesinatos. ¿No había? ¿O no se mostraban? De pronto pasados los comicios legislativos explotaron otra vez en la televisión y los medios en general, expertos en administrar el miedo que hunde sus raíces en la cocina del poder político.
Las palabras medios y miedos son increíblemente parecidas. Recrudecen en una sociedad que venía altamente movilizada, contra el 2×1, con el NiUnaMenos, por Santiago Maldonado, entre tantas heridas, que a la vez mezclan la política, la justicia y las fuerzas de seguridad. Ojalá no se apoderen nunca de la Plaza.