El presidente prosigue su ofensiva verbal contra quienes le han formulado reparos o críticas y amonesta a los políticos que flaquean en su adhesión a “las ideas de la libertad”.
En un nuevo hito de su vocación por las injurias a menudo deshumanizadoras, Javier Milei asimiló el Congreso Nacional a un “nido de ratas”. Lo hizo durante su alocución para un encuentro de partidarios de las ideas del liberalismo, en la provincia de Corrientes.
Hubo lugar para la reacción escandalizada: Uno de los poderes de la nación descripto como un reducto de animales repulsivos y transmisores de enfermedades. El escándalo no equivale sin embargo a ruptura. Por ahora, desde los ámbitos del establishment se le advierte al presidente lo inconveniente de sus dichos, mientras se rescatan los propósitos que rigen su accionar.
El insulto y el cálculo.
No todo es desborde emocional o vocación intolerante por parte del primer mandatario. Sin desdeñar la existencia de esos factores, cabe reconocer en este tipo de discurso un componente de cálculo. El líder de La Libertad Avanza (LLA) sabe que su acceso al gobierno fue en parte el producto del pozo de descrédito en que cayó toda la dirigencia política. Y con ella las instituciones cuya dirección ejerce, entre ellas el Parlamento.
Milei no para de reforzar la mirada peyorativa hacia los políticos. Como dijo el jueves “yo parto del supuesto de que son una mierda y que la gente los desprecia”.
Sabe que ese desprecio popular existe y se encuentra arraigado en las acciones y omisiones de la dirigencia: El desinterés frente al empeoramiento continuado de las condiciones de vida, el sustento de privilegios manteniéndose impermeables a las necesidades sociales, el travestismo ideológico al servicio de mantener y acrecentar las propias cuotas de poder, incluida la acumulación de riquezas.
Fueron las actitudes de los gobernantes las que le proporcionaron verosimilitud a su encasillamiento como “casta”, sujeto colectivo repudiable que el líder de La Libertad Avanza vendría a desplazar de modo definitivo, en nombre de la “gente de bien”.
Hoy el gobierno festeja el logro de superávit fiscal a costa de una fenomenal pérdida de poder adquisitivo de jubilaciones y prestaciones sociales y del “cierre del grifo” a erogaciones indispensables. Sabe que semejante agresión contra los ingresos y el nivel de vida de un amplísimo sector de la población le jugará en contra más temprano que tarde.
Una apuesta para preservarse al menos en parte de la ola de descontento sobreviniente es mantener a la dirigencia política tradicional, en todas sus vertientes, como blanco de la ira popular. Lo que se complementa con la denostación del Estado, ente al que el Presidente acaba de asimilar a una “organización criminal violenta que se financia con una fuente coactiva de ingresos llamada impuestos”.
Podría interpretarse que se ha puesto al frente de una organización delictiva con la finalidad de convertirla en una entidad benéfica o bien de destruirla por completo. Mientras tanto utiliza la fuerza del aparato estatal para hacerla chocar de frente contra las condiciones de vida de la población. Y enfilarla hacia la destrucción de las más diversas formas de acción colectiva y de organización popular.
Un propósito de quienes gobiernan es que los que lo votaron continúen esperanzados en que les quiten de la cabeza “la pata del Estado” por la que se sienten oprimidos.
Los mansos roedores.
Pese a todos los maltratos que se le prodigan, no es previsible que buena parte de la dirigencia vaya a darle la espalda a Milei de un modo drástico. No son indiferentes a que parte sustantiva del gran capital local y mundial le brinda respaldo, incluso entusiasta, a su brutal programa de reformas. Ellos mismos no tienen otra perspectiva, caminan dentro de las coordenadas del neoliberalismo, del capitalismo concentrador y excluyente. ¿En nombre de qué y con qué objetivos se convertirían en una oposición firme al gobierno actual?
Muchos de ellos sueñan, a semejanza de quienes ocupan los baluartes del pensamiento reaccionario, con una sociedad argentina disciplinada, mucho menos propensa a la protesta, descreída de las construcciones colectivas, recluida en la apuesta a la salvación individual o del pequeño grupo.
Durante el tratamiento de la llamada “ley ómnibus” desplegaron todo tipo de tácticas amigables para continuar en el apoyo a la iniciativa, si bien introduciéndole reformas. Fue LLA la que cortó el nudo gordiano mediante el retiro del proyecto. Sin duda estarán dispuestos a volver a tratar “lo mucho de bueno” que percibían entre los interminables contenidos del proyecto frustrado.
Tanto parlamentarios como gobernadores volverán a negociar en búsqueda de entendimientos, mediante intercambios puntuales, aún con márgenes pequeños. Comparten en lo sustancial la orientación de las reformas que quiere llevar adelante el gobierno. Y tienen cierto horror al vacío, al ancho campo de incertidumbre que se abriría de darse un fracaso rápido, abrupto, del actual gobierno.
La calle frente al palacio en ruinas.
Argentina ha sufrido y sufre una acentuada degradación de sus instituciones políticas. Que Milei haya llegado a presidente y hoy ejerza ese cargo colocándose por fuera y en contra del Estado como tal, y mediante el insulto cotidiano, es un síntoma capital de ese declive imparable. Sólo accede a salvar a quienes crucen hacia la ladera de las “ideas de la libertad”. Para el resto la ruina, el hundimiento, no merecedores de ningún rescate.
El actual gobierno aspira a poner bandera de remate en el régimen constitucional que lleva cuatro décadas de vigencia. Considera que no ha dado respuestas, no sirve. Ahora, “todo el poder al capital”, sin más mediaciones. Al Estado le cabe el aporte fundamental de las fuerzas represivas, reforzadas y liberadas de restricciones. Que den sustento violento a las regresiones en curso ante cualquier manifestación de rebeldía.
El conjunto del sistema institucional no posee hoy voluntad ni capacidades para imprimir un rumbo sustancialmente diferente al que propugna Milei. Argentina necesita con urgencia una respuesta a la crisis, que no puede salir de quienes se benefician con ella.
Las impugnaciones dotadas de un horizonte novedoso tendrán que venir del riquísimo entramado de organización y movilización que habita a la sociedad argentina, en trance de articulación y politización creciente. Serán las únicas que puedan desplazar a la “casta” que tiene como núcleo al poder económico, a cuyo servicio está puesto el discurso antipolítica del presidente y sus seguidores.
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