El presidente Javier Milei rindió homenaje al expresidente Carlos Menem. Lo hizo a propósito de la instalación del busto del riojano en el salón correspondiente de la casa de gobierno.
El actual presidente se identifica a viva voz con el autor de la gigantesca ola de privatizaciones, prebendas para las grandes empresas locales y extranjeras, desregulación, flexibilización laboral y reforma regresiva del Estado que jalonaron la década de 1990. Hay coincidencia entre ambos sobre todos esos ejes. También Milei comparte y aplaude la obsesión por atar el valor de la moneda argentina al dólar. La convertibilidad es para él objeto de culto.
En el acto al que hacemos referencia lo proclamó el “mejor presidente de la historia”. Lo colocó así incluso por encima de Julio Argentino Roca, a quien ha rendido pleitesía en reiteradas ocasiones.
Sobran las razones para que el jefe de Estado considere a Menem su maestro y predecesor. El enfoque de la economía, la política e incluso la cultura en dirección a incrementar el patrimonio, las ganancias y el poder sobre los trabajadores del gran capital es común a los dos dirigentes. Las “relaciones carnales” con Estados Unidos y el apoyo activo e irrestricto a las políticas israelíes, son asimismo compartidas.
Algunas diferencias
Más allá de las múltiples similitudes entre las políticas que llevara adelante el fallecido expresidente y las que ha iniciado y procura profundizar Milei, hay diferencias que resultan insoslayables. Una de ellas es que el actual presidente está más radicalizado que Menem en su hoja de ruta.
Todo le parece poco a la hora de mutilar al aparato estatal, basado en atribuirle un carácter criminal. Las jactancias sobre “el mayor ajuste de la historia de la humanidad” superan incluso las apreciaciones desmesuradas del riojano al respecto. El afán del líder de La Libertad Avanza a la hora de la mercantilización de todas las relaciones sociales supera al de Menem, algo más prudente en este aspecto. Al punto de reconocer, así fuera a regañadientes, la importancia de la educación pública, por ejemplo.
Además, Menem era un pragmático y se enorgullecía de ello. Se amparaba en el “fin de las ideologías” tan pregonado a escala mundial en esos años. Quien se halla en ejercicio de la presidencia es en cambio un doctrinario, apegado a una corriente marginal del pensamiento económico de la que es probable que su antecesor ignorara hasta su existencia.
En cuanto a la fortaleza institucional de que dispuso cada uno la debilidad de Milei es evidente. No cuenta con mayoría legislativa, ni con el aparato de un gran partido como el justicialista, ni una gran proporción de los gobernadores que le responda.
Además, el riojano pudo disciplinar a gran parte del movimiento sindical con relativa facilidad. El “libertario” se enfrenta a ellos al punto de que tiembla la consuetudinaria tendencia a la negociación de la dirigencia gremial.
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Se podría seguir con esta tabla de diferencias. Lo innegable es que el predicador del anarcocapitalismo acierta en lo sustancial en arroparse en las políticas en boga en la década de 1990. Y un siglo más atrás en la línea de acción del otro predecesor al que reivindica, el “conquistador del desierto”.
El empeño imperturbable en favorecer al gran capital los hermana a los tres. La búsqueda del “éxito”, pensado en forma de consolidación de los poderes permanentes, es el gran objetivo compartido pese a la distancia temporal entre ellos.
Asistimos a una nueva andadura del modelo de país al servicio de una pequeña minoría privilegiada. En los 90 se alcanzaron grandes avances en esa dirección. Está por verse cuánto logrará en ese sentido Milei. Lo que ya está demostrado es su característica de ser la expresión rampante de quienes lo apoyan en aras de conseguir una sociedad acorde con sus deseos. Los mismos que pretenden que esa configuración sea irreversible.
Quienes se le oponen desde abajo tienen la palabra.
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