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Movimientos sociales en México: Ideas para un nuevo ciclo de lucha

Fuentes: Rebelión

 La etapa actual de los movimientos sociales en México muestra los rezagos de las etapas de organización y movilización comprendidas principalmente durante el sexenio pasado, y evidencía la necesidad de iniciar un nuevo ciclo de protesta – movilización – organización para hacer frente a los embates neoliberales, algunos de los cuales definen los conflictos actuales. Tras […]

 
La etapa actual de los movimientos sociales en México muestra los rezagos de las etapas de organización y movilización comprendidas principalmente durante el sexenio pasado, y evidencía la necesidad de iniciar un nuevo ciclo de protesta – movilización – organización para hacer frente a los embates neoliberales, algunos de los cuales definen los conflictos actuales.
 
Tras los intensos periodos de lucha determinados por la acción unitaria de referentes como la Promotora de Unidad Nacional Contra el Neoliberalismo, el Dialogo Nacional, la APPO o La Otra Campaña, y tras las masivas movilizaciones post electorales,  los movimientos parecen encontrarse en un momento de dispersión y reflexión  cuya mejor perspectiva sería derivar en un nuevo periodo de lucha que continúe la disputa de la nación a los grupos políticos y empresariales que están en el poder representados por Felipe Calderón.
 
La evidencia de la crisis ética y moral del PRD y la consecuente posibilidad de su caída electoral en el 2009, confirma que los movimientos sociales tendrán que ser, como han sido hasta ahora, la principal plataforma de movilización y organización popular, lo que convoca a pensar profunda y colectivamente cuales y como se construirán las mejores condiciones para iniciar una nueva etapa que intensifique la lucha.
 
La diversidad de tipos de movimientos en México impide pensar en que todos habrán de aglutinarse en un solo espacio de coordinación. Mientras algunos tienden a conformar frentes de masas a partir de la convergencia de organizaciones sindicales, populares, campesinas y políticas, otros tipos de organizaciones prefieren actuar en redes conformadas por pequeños colectivos autónomos. También forman parte del espectro movimientista nacional las organizaciones armadas, los grupos vecinales y comunitarios y las organizaciones civiles y No Gubernamentales. En muchos casos, las diferencias corresponden a las perspectivas transformadoras entre quienes, por ejemplo, aspiran al derrocamiento del gobierno actual y la
consecuente toma del poder por parte de las clases subalternas, y quienes, por su lado,  se plantean la transformación social a partir del trabajo de base.
 
Más que pretender diluir la identidad de uno y otros, el reto para coincidir en un mismo periodo de lucha consiste en que las  corrientes de los movimientos eviten deslegitimar las acciones de los otros referentes, que  disminuyan al máximo las tensiones entre corrientes disímbolas, que permanezcan  abiertos posibles canales de comunicación, y se mantenga  la disposición a activar redes de solidaridad en casos de urgencia.
 
Por otro lado. La legitimación de las causas movimientístas podría ser uno de los elementos relevantes del nuevo ciclo de lucha.
 
La  militarización  del territorio nacional, las ambigüedades de la recién aprobada reforma judicial y la complicidad entre el gobierno de Calderón y los medios de comunicación hegemónicos para utilizar  al narcotráfico como elemento criminalizador de los movimientos sociales, coloca a los movimientos ante la necesidad de echar a andar estrategias legitimadoras capaces de posicionarse en importantes segmentos de la opinión publica e incrementar los costos políticos, como ha hecho  el EZLN,  de cualquier intento represivo por parte del Gobierno Federal.
 
En tiempos recientes, los movimientos han generado importantes planteamientos que, aunque se ha convertido en eje de acción de muchos tipos de actores, difícilmente han trascendido la esfera movimientista y no han logrado posicionarse en el imaginario de la población. Es el caso, por ejemplo, del Programa Mínimo No Negociable, aprobado en el 2do Dialogo Nacional, en febrero de 2005 tras un intenso proceso de acuerdo entre las distintas fuerzas convergentes en dicho espacio y, más recientemente, del Pacto Político por la Soberanía Energética  y Alimentaria que las organizaciones participantes en la gran marcha del 31 de enero pasado, por la renegociación del TLC, en especial de su capitulo agrario, presentaron recientemente al Gobierno Federal.
 
Si bien es cierto que la legitimidad de las causas depende sobre todo de la justeza de sus demandas  no resulta ocioso implementar medidas orientadas al mejor y mayor conocimiento de las razones de la lucha y, en la medida de la posible, a facilitar la incorporación de nuevos sectores e individuos a su consecución. Esto puede ser valido tanto para fortalecer las demandas de acciones gubernamentales concretas como para los planteamientos que proponen medidas transformadoras del orden social actual por un orden  anticapitalista.
 
Así pues, no debiera dejar de considerarse la pertinencia de implementar mecanismos comunicativos para que los movimientos aclaren a la población en general los agravios que dan razón a la lucha, las demandas para superar dichos agravios, las propuestas alternativas para mejorar las situaciones actuales y, entre otros, las distintas opciones de respaldo a dichas demandas y propuestas.
 
En ese sentido, y tomando en cuenta la creciente complejidad de la sociedad civil y de la conformación de los movimientos, podría ser conveniente pensar en el diseño de un Sistema de Estrategias, conformado por las distintas estrategias sectoriales que pueden influir para la obtención de determinada demanda. Hoy, por ejemplo, habría que pensar como es que pueden potenciarse la propuesta de Ley de Amnistía diseñada por el Frente Nacional Contra la Represión en tanto que para su impulso pueden intervenir y coordinarse sectores diversos con distintas capacidades y posibilidades, como: organizaciones de familiares de presos políticos, organizaciones de Derechos Humanos, organizaciones y partidos políticos,  sindicatos solidarios, intelectuales y personalidades con peso en la opinión pública, periodistas con espacios en medios masivos de comunicación, medios de comunicación alternativos, autónomos y comunitarios, así como  legisladores. No está de más mencionarlo: la liberación de todos los presos políticos, entre los que se encuentran Ignacio del Valle, Héctor Galindo, los Hermanos Cerezo, Jacobo Silva y Gloria Arenas, y la presentación de los desaparecidos, es uno de los temas prioritarios para el presente y los próximos periodos de acción movimientista.
 
Otro aspecto importante para la intensificación de la acción de los movimientos sociales es el que tiene que ver con la relación con Andrés Manuel López Obrador.
 
El ex candidato presidencial ha sido, del 2006 a la fecha, el principal factor de convocatoria popular,  sin embargo sus códigos y métodos de acción no resultan inclusivos de los distintos tipos de estrategia de los movimientos. La disyuntiva permanente desde que se creó la Convención Nacional Democrática es si sumarse o no a las decisiones de AMLO en tanto que nunca se ha abierto la posibilidad de acordar una estrategia común. Hasta ahora López Obrador ha funcionado a partir de construir redes de incondicionalidad que participan en la operación de sus propuestas pero que no intervienen en la toma de decisiones tácticas, estratégicas y programáticas del posible movimiento.
 
Así mismo, ha soslayado la construcción programática. Si bien resultan loables sus posicionamientos y sus convocatorias para impedir la privatización de PEMEX, o mejor dicho, la privatización de actividades de la industria petrolera hasta ahora reservadas constitucionalmente al estado, lo cierto es que su decisión de no proponer una política alternativa para revertir el atraso y la descomposición que los gobiernos neoliberales le han provocado a PEMEX y a la industria energética en general, representa hoy una grave carencia de las acciones en defensa del patrimonio nacional, pues acota la posibilidad de la acción legislativa y limita los horizontes de las movilizaciones populares.
 
Resulta preocupante, además, que AMLO insista en que no importa que la lucha en defensa del petróleo provoque el desgaste político de la movilización. Muchas son las batallas que están por venir y se trata de enfrentarlas con uno o varios movimientos sociales dinámicos y vigorozos, no desgastados en su capacidad de acción y frente a la opinión pública. No hay porque asumir, mucho menos si lo que preocupa es el futuro del país y de fuerzas progresistas y no la reivindicación de trayectorias personalistas,  que la firmeza de la lucha y la radicalidad son aspectos excluyentes de la búsqueda de legitimidad, viabilidad y crecimiento de los movimientos. Además, la radicalidad no solo debiera estar definida por acciones espectaculares posiblemente útiles, como las tomas de las tribunas que, quizás, evitaron el llamado «fast track», si no también por la formulación de propuestas alternativas, por la clarificación de los horizontes y por la implantación nacional de la lucha.
 
En tanto que los planteamientos  de AMLO responden a una estrategia individual aun no clarificada,  un buen tema para la discusión es si su centralidad promueve la movilización y organización popular o, en realidad la contiene.
 
Por todo lo anterior corresponde a los movimientos, independientemente de AMLO, al tiempo de movilizarse contra los avances de la derecha, generar una dinámica propia, inclusiva, con objetivos tácticos y estratégicos claros y con planteamientos programáticos alternativos en cuyo diseño se incorpore al mayor número de organizaciones e individuos y en torno a los cuales se definan los horizontes de lucha. Todo esto, sin descartar la unidad en la acción tanto con AMLO y la CND como otros actores con los que pueda coincidirse en determinados temas, como la defensa de la industria petrolera nacional, asunto hoy prioritario.
 
Otro aspecto importante es el que se refiere a los calendarios de la lucha. Mucho se ha hablado, por ejemplo, del horizonte del 2010 como fecha fatal para la transformación nacional. Si bien no pueden preverse grandes estallamientos sociales, sobre todo por que no se tiene conocimiento de algún proceso organizativo con ese objetivo, lo cierto es que la proximidad de la fecha provocará en muchos sectores de la población la disposición a repensar el modelo de nación que tenemos y hacia donde tendríamos que orientar esfuerzos venideros. Los movimientos sociales, las fuerzas organizadas, tendrían, en buena medida, la posibilidad de convocar a discusiones colectivas que potenciaran y canalizaran esa disposición hacia la construcción de un proyecto de nación solidario, tendiente al anticapitalismo.    
 
En fin, nuestro país cuenta con un sin numero de fuerzas movilizadas que en muchas ocasiones han sido los verdaderos vehículos de expresión y lucha popular. Seguramente así seguirán siendo, de todos depende que para ello se construyan las mejores condiciones posibles.