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Mujeres arraigan la vida en la sierra de Querétaro

Fuentes: IPS

Viven en un pueblo con nombre premonitorio, Soledad de Guadalupe, y apenas 50 casas, la mayoría habitadas por mujeres solas, en la sierra del estado mexicano de Querétaro. Allí, en un galerón reconvertido en taller, nueve de ellas elaboran cerámicas artesanales y venden un promedio mensual de mil piezas. Bonifacia Coca Guzmán, de 14 años, […]

Viven en un pueblo con nombre premonitorio, Soledad de Guadalupe, y apenas 50 casas, la mayoría habitadas por mujeres solas, en la sierra del estado mexicano de Querétaro. Allí, en un galerón reconvertido en taller, nueve de ellas elaboran cerámicas artesanales y venden un promedio mensual de mil piezas.

Bonifacia Coca Guzmán, de 14 años, pinta a mano la cerámica mientras María Gabina Coca Chávez, de 70, se afana en moldear las figuras. «El otro barro, el rústico, no aguanta el calor», explicó amable la mujer, que gana en promedio siete dólares diarios por seis horas de trabajo.

«Cuando la pasta está buena» entre dos mujeres pueden hacer más de 100 piezas semanales, detalló María Isabel Trejo, responsable del taller, a IPS, durante la jornada que acompañó a las nueve ceramistas en su taller de Soledad de Guadalupe, enclavado dentro del municipio de Jalpan, a 200 kilómetros al norte de Ciudad de México, en el pequeño y central estado de Querétaro.

El taller es parte del programa de mejoramiento comunitario del Grupo Ecológico Sierra Gorda, una organización ambientalista con más de 24 años de trabajo en la cordillera occidental mexicana, donde se asienta la reserva de mayor biodiversidad del país.

El programa impulsa el desarrollo de las mujeres campesinas en una zona de muy alta migración. Funciona en 40 comunidades serranas, mediante pequeños proyectos productivos que incluyen la instalación y manejo de comedores en lugares de ecoturismo, con la aplicación de energías sustentables.

También promueven pequeños talleres artesanales, de herbolaria, producción sustentable de productos rurales, bordados y cerámica.

Más de 100 mujeres trabajan en estas microempresas rurales comunitarias. Cristina Montoya, jefa de comunicaciones del Centro Tierra, donde el grupo ecológico realiza talleres y diplomados para capacitadores comunitarios, comentó a IPS que debido a la alta migración de la región y al severo alcoholismo entre la población masculina, las mujeres encabeza la mayoría de los proyectos.

«Las mujeres son cálidas y dispuestas, mucha son mamás solteras y hemos tratado de que los conocimientos sean apropiados para sus necesidades, aunque no siempre lo logramos», explicó.

Decretada por el gobierno mexicano Área Natural Protegida, la Reserva de la Biosfera Sierra Gorda es una importante zona de captura de carbono, recuperación de agua y conservación de la biodiversidad.

Tiene 384.000 hectáreas y ecosistemas diversos, de altitudes que van de 350 a 3.100 metros sobre el nivel del mar, donde conviven el semidesierto, el bosque de niebla, el bosque templado y las selvas bajas. En ellos habitan 360 especies de aves, 130 de mamíferos -incluidos pumas y jaguares-, 71 de reptiles, 23 de anfibios, y 2.308 especies de plantas.

Hasta la primera mitad del siglo XX, en esta región abundaron las minas de mercurio. La actividad minera se extinguió en la década de los 70 y con ella la mayor fuente de empleo. Los hombres comenzaron a emigrar hacia Estados Unidos y los poblados se fueron quedando con mujeres solas, a cargo de sus hijos pequeños, donde los hombres regresan por temporadas o vacaciones.

Actualmente está considerada una zona de «atención prioritaria» dentro de los programas oficiales de combate a la pobreza extrema.

En enero de 2007 una investigación determinó que hay secuelas de contaminación con mercurio en la zona serrana. El estudio fue realizado conjuntamente por la pública Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Geológico Nacional de Hungría y los estatales Instituto Nacional de Antropología e Historia e Instituto Politécnico.

«Yo iba a dejarle de comer a mi esposo a la mina. Salía puro líquido y lo llevaban a vender según lo que pesara el litro. Ahora los hombres se van porque no hay trabajo», explicó Beatriz Aguas, una de las nueve socias de la cooperativa que administra el comedor para turistas de Cuatro Palos.

Aguas, a quienes todos dicen Bety, tiene 67 años y una vida arraigada en esta región. Tuvo 16 hijos, pero sólo sobreviven 10. El resto murió «del puro sarampión y tosferina», confió con voz apagada.

En Cuatro Palos está uno de los 12 proyectos ecoturísticos del Grupo Ecológico. Es una aldea de 30 viviendas dentro del municipio de Pinal de Amoles, que tiene una zona de campamento a más de 2.700 metros de altura.

Es una comunidad que no tiene agua potable, ni servicios básicos. Para estudiar el nivel secundario, los jóvenes deben desplazarse a la cabecera municipal. Y dos veces por mes llegan a la aldea caravanas de salud.

El comedor es apenas un cuarto que hace unos años era la capilla del poblado y quedó abandonado cuando se construyó un templo más grande. En él trabajan 30 mujeres, entre ellas las nueve socias.

«Hacemos turnos. A veces faltan, porque tienen que bajar de sus casas (en el monte). Las que más trabajamos somos las que tenemos más necesidad», dijo Aguas.

El grupo ambientalista ha promovido el uso de energías alternativas en la región de Sierra Gorda, que tiene una población de 100.000 habitantes distribuidos en más de 600 localidades. Pero por ahora la organización solo trabaja en 40 de ellas y el proceso de cambio es lento.

«Lo comunitario no es fácil, porque te encuentras con distintas formas de pensar y vivir y no fácilmente la gente acepta cambiar sus hábitos», reconoce tras un elocuente suspiro Perla Betanzo, responsable de proyectos de ecoturismo del grupo.

La lista de los problemas que representa el cambio cultural en las comunidades va desde que la población descompone rápidamente las ecotecnias, los sistemas tecnológicos amigables con el medio ambiente, hasta que no hay un servicio de limpieza municipal eficiente.

«La gente aquí emigra, entonces, cuando ya capacitaste a unos, se van y hay que volver a empezar», insistió.

Pese a todo, los cambios avanzan. En Cuatro Palos, por ejemplo, las mujeres usan una letrina seca con cal y aserrín y una caja oscura y cerrada que capta la energía solar y al descomponerse se vuelve composta. Otro proyecto en concreción es la instalación de paneles solares.

«Lo que buscamos ahorita, antes de abrir nuevos proyectos, es consolidar lo que ya está», dijo Betanzo. «La conservación no es cuidar un arbolito, sino cambiar las actividades humanas y para eso hay que trabajar desde la raíz. Y lo más difícil es cambiar las mentalidades», reflexionó.

– Fuente: http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=97636