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¿Neoliberalismo «homeopático»?

Fuentes: Rebelión

En una suerte de mal aplicada homeopatía -solo que en proporciones gigantescas- algunos consideran que del neoliberalismo se sale con… más neoliberalismo. Allí en el filo candente de nuestra zona llamado Argentina, la más rancia derecha y una tumultuaria cohorte de despistados parecen estar siguiendo la divisa del creador de ese sistema terapéutico –similia similibus […]

En una suerte de mal aplicada homeopatía -solo que en proporciones gigantescas- algunos consideran que del neoliberalismo se sale con… más neoliberalismo.

Allí en el filo candente de nuestra zona llamado Argentina, la más rancia derecha y una tumultuaria cohorte de despistados parecen estar siguiendo la divisa del creador de ese sistema terapéutico –similia similibus curantor: los semejantes se curan con los semejantes-, sin reparar, por ejemplo, en el famoso mentís, al menos en lo social, en que consiste la crisis universal detonada en 2008. Año infausto, si los hay.

Y he aquí que, con el Gobierno recién estrenado de Mauricio Macri, el ataque contra los trabajadores se acelera por varios frentes, como asevera el profesor Mariano Féliz, en sitios tales diariovive.org y lahaine.org. ¿Qué pasa en aquellos pagos? Pues que se vislumbra -no; ya la vida lo está profiriendo a gritos- «el ajuste externo con la devaluación, la eliminación de las restricciones al movimiento de capitales, la supresión de las retenciones y la búsqueda de nuevo endeudamiento externo. En paralelo, se acelera el ajuste fiscal. Se eliminan impuestos y subsidios al consumo (retenciones, impuestos ‘internos’, reducción prometida del impuesto al salario, subsidios al consumo de servicios públicos), se ataca el empleo público de manera virulenta e indiscriminada y se condiciona el financiamiento del gasto público por la vía del Banco Central».

El macrismo llegó para imponer la radicalización del proyecto de neodesarrollo. Si bien «parte de la herencia del kirchnerismo: una sociedad mercantilizada, transnacionalizada y precarizada», en opinión del asimismo investigador, según el cual el gran capital consiguió consolidar su hegemonía con el acompañamiento del Estado, que volvió para conformar las bases de la acumulación exitosa; ahora se cede el espacio ganado, y «se intenta marcar la cancha en la disputa salarial proponiendo el ajuste por productividad y planteando la amenaza del despido frente al reclamo ‘desmedido’. Se busca construir una nueva matriz regulatoria que promueva la inversión del gran capital en áreas estratégicas como energía, comunicaciones, minería, transporte, apoyados por el poder inversor del Estado (ej., plan Belgrano, subsidios vía Ministerio de Ciencia y Tecnología, etc.)».

Así que, para los incautos, el gabinete «pretende consolidar en un solo acto una nueva modalidad de producción y apropiación del valor creado por los trabajadores. La radicalización del neodesarrollo pasa por construir un shock inversor del gran capital transnacional con base extractivista, apoyado en la redistribución del ingreso, la intensificación de la productividad y la superexplotación, y el reendeudamiento externo».

Ahora, ¿cómo los mandamases, los oligarcas, lograrán revertir el gran logro de los últimos años con respecto al débito? Simple. El objetivo: nuevas circunstancias de distribución dizque «más justas para el capital». ¿A qué costo? Pues ni más ni menos que aplastando la resistencia de los marginados. Por lo que la «articulación de las luchas del pueblo» resultarán la clave para frenar el proceso. Y deberá sustentarse en la organización de la «subjetividad popular en torno a las luchas concretas como punto de partida para la disputa por el desarrollo. El enfrentamiento contra el capital (y su poder en el Estado y los partidos del orden) en las calles, los lugares de trabajo, en los barrios y el territorio, será la base del surgimiento de un nuevo ciclo de lucha».

Sí; solo de ese modo se podrá volver a vertebrar lo que principió en 2001: «Un proyecto de cambio social que se proponga destruir los límites del neodesarrollo a través de la superación dialéctica de sus presupuestos, a través de la desarticulación de su modelo productivo, político y social. Nuestra batalla será hoy por enfrentar el ajuste capitalista, el ajuste del neodesarrollo que busca su intensificación. La disputa de hoy será el punto que deberá permitir superar el fetichismo del Estado social (y el desarrollo a través suyo) como únicas alternativas posibles. El socialismo latinoamericano, bajo la forma del buen vivir y la democracia con protagonismo popular, deberá volver al frente de batalla».

Lógico. El capitalismo, ni aggiornado, resultará a la larga (ni a la corta) la solución de problemas muy bien comprendidos en otros territorios de la América nuestra, como Ecuador, el cual, a todas luces no anda creyendo en «macrohomeopatías» revisitadas, como más neoliberalismo para sanar de lo propio, y cuya Revolución Ciudadana cumplió nueve años el pasado enero.

El anverso

Este proyecto político transformó al país en uno de vanguardia, al decir de su líder, Rafael Correa, que se ciñó la banda de presidente el 15 del citado mes, en 2007, luego de obtener el 56 por ciento de los votos en una segunda vuelta, contra el magnate Álvaro Noboa.

Lo alcanzó en medio del lastre de la economía global, que no acaba de sacudirse la recesión sufrida a partir del colapso de 2008. Veamos que, conforme al último informe de la Cepal, el aumento mundial en 2015 fue de 2.4 por ciento, levemente inferior al regristrado en 2014, de 2.6. Para 2016 se espera una leve aceleración, próxima a 2.9, menguada para las necesidades terrenales.

Varios espectros proyectan extensa sombra sobre el panorama del año que da sus vagidos. En primerísimo lugar, los Estados Unidos progresaron dos por ciento en 2014, cifra que debe repetirse en 2016. Afrontan un déficit fiscal (como se sabe, diferencia entre los gastos y los ingresos) cercano al cinco por ciento, y su deuda pública sobrepasa con creces todo lo incorporado en 12 meses.

Para mayor inri, plausibles estimaciones vertidas en BBC Mundo dan cuenta del poco margen del coloso para expandirse más allá de lo que lo está haciendo en la actualidad. Allende el Atlántico, Europa no acaba de repuntar «y se mantiene anclada a una política de austeridad», como bien acota Sergio Alejandro Gómez, del diario Granma. «En el caso de las naciones emergentes, principalmente de China, cuyo crecimiento cercano al 10 por ciento había sido un motor para el desarrollo mundial, las proyecciones son menos alentadoras para este año. El gigante asiático está enfrascado en un cambio de su modelo de desarrollo, centrado en las exportaciones, a uno basado en el consumo interno, lo cual no ha estado exento de turbulencias. Se espera que crezca en tasas cercanas al siete por ciento».

Sin lugar a dudas, para los latinoamericanos este escenario se agrava con el derrumbe de los precios de sus principales exportaciones. Entre enero de 2011 y octubre de 2015, la caída del de los metales y la energía (petróleo, gas y carbón) fue de alrededor de 50 por ciento, mientras que el importe de los alimentos disminuyó 30.

A contrapelo del contexto, y obviando olímpicamente tradiciones intelectuales revigorizadas por unos cuantos, como nos recuerda el colega Néstor Marín, de Prensa Latina, ya en su primer discurso a la nación el fundador del movimiento Alianza País adelantaba que bajo su mandato se instauraría una nueva forma de dirección en una nación esquilmada por las políticas neoliberales, la corrupción y las desigualdades.

«Según declaró ese día en la sede del Parlamento, la Revolución Ciudadana que pretendía llevar a cabo en Ecuador implicaba ‘un cambio radical, profundo y rápido del sistema político, económico y social vigente, sistema perverso que ha destruido nuestra democracia, nuestra economía y nuestra sociedad'».

El proceso comenzó con la instalación de una Asamblea Constituyente, la que en un año tuvo lista una nueva Carta Magna, y con la puesta en marcha de estrategias hasta ese momento inéditas, «en tanto beneficiaban a los más pobres en términos de acceso a la salud, a la educación y al trabajo».

Pero los logros son difíciles de sintetizar. Asentemos apenas un producto interno bruto que pasó de 46 mil millones de dólares a 100 mil millones, una inversión no privada de más de 70 mil millones de dólares, miles de kilómetros de modernas carreteras, decenas de escuelas y hospitales, y megaobras como las ocho hidroeléctricas a punto de entrar en operaciones.

Por supuesto, con todo el respeto que se merecen, podemos subrayar que los revolucionarios se ciscaron con todas las de la ley en los ritornelos tipo macrismo, y en el presente se aprecia un balance ampliamente favorable. Sigamos una cita del propio Marín: «Tras una acción fecunda, en beneficio del pueblo y de la Patria, hay resultados positivos en todos los ámbitos de la vida nacional, asegura el analista Leonardo Vicuña, en un artículo de opinión publicado días atrás en el diario El Telégrafo, con motivo de los nueve años de la Revolución ciudadana».

Subrayemos también que, en el plano internacional, Ecuador dejó de ser aquel «lugarejo» de golpes de Estado, paquetazos neoliberales y crisis bancaria, para ocupar un terreno preponderante en los procesos integracionistas de la región, que tienen hoy a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, a la Unión de Naciones Suramericanas y a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América como sus principales exponentes.

Nada, que, afortunadamente, no todos comulgan con la divisa similia similibus curantor. No siempre lo semejante se cura con lo semejante. Nadie dude de que cada vez más argentinos se conviertan en maestros de la réplica.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.