Argentina tuvo y tiene la fama de ser el «granero del mundo», ahora se le agrega la posibilidad futura de proveer de energía en cantidades, pero su pueblo carece de los alimentos que necesita y se reiteran los cortes de energía. La feracidad de las tierras argentinas está fuera de toda discusión, sobre la riqueza […]
Argentina tuvo y tiene la fama de ser el «granero del mundo», ahora se le agrega la posibilidad futura de proveer de energía en cantidades, pero su pueblo carece de los alimentos que necesita y se reiteran los cortes de energía.
La feracidad de las tierras argentinas está fuera de toda discusión, sobre la riqueza de su subsuelo, tampoco hay dudas. Menos aún sobre el dolor, sufrimiento, necesidades y hambre del pueblo. En todo esto hay algo (o mucho) que no funciona.
En estos días, en medio del ruido de la campaña electoral, han circulado los datos de la próxima cosecha. Se ha informado de cómo la economía -en el mes de mayo- registró un incremento (respecto a mayo 2018) de cerca del 50% en la producción agraria y de las enormes posibilidades que ofrece el yacimiento hidrocarburífero de Vaca Muerta.
Ahhh, ¿entonces la felicidad está al alcance de la mano? Parece que por fin se hace realidad lo de «Dios es argentino» y «una cosecha nos salva»
Tal vez podríamos verlo de esa manera si no fuera que una clase dirigente ha dado suficientes pruebas, de un modo reiterado en nuestra historia, sobre su falta de patriotismo o de capacidad para que esas riquezas sean el sustento de un país distinto que sirva a las mayorías populares. Que dejen de ser -como hasta ahora- » pan para hoy y hambre para mañana » , como viene aconteciendo.
Como pueblo, el argentino ha sido incapaz de crear alternativas sólidas, valederas y sostenibles que permitan aprovechar, respetando a las personas y a la madre naturaleza, la riqueza de nuestros bienes comunes – también conocidos como recursos naturales- transformándolos en instrumentos eficaces para alcanzar la justicia social y la dignidad nacional que podríamos tener.
Hasta ahora y desde la constitución de la matriz agro-exportadora que le dio al país la «Generación del 80», con el breve interregno de los gobiernos peronistas, el país padece ese modelo cuyas características están en la raíz de sus problemas.
La riqueza agrícola-ganadera del área pampeana
En ella está el origen de varias cuestiones centrales de la Argentina actual. A los gobernantes cipayos de corta mirada, que iniciaron su ciclo con Bernardino Rivadavia (primer presidente del país), solo les interesaba garantizar la producción de la zona pampeana.
De allí el escaso interés que tenían en sostener la gesta nuestro-americana del general José de San Martín y luego tampoco tuvieron reparo en boicotear el Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Simón Bolívar. Crecimos en la independencia política bajo la sombra del imperio británico.
El interés de los gobernantes no iba mucho más allá de las necesidades de ese mercado y de la ampliación de las fronteras agropecuarias para mejor servir al mismo. Allí está la razón del genocidio de la «Campaña al Desierto». Su objetivo fue apoderarse de tierras pobladas por los indígenas y repartirlas entre los «dueños del poder», sentando las bases de la oligarquía agropecuaria.
Ella fue totalmente distinta al reparto de tierras de los «farmers» (chacareros) estadounidenses, que contribuyeron al poderío y desarrollo de ese país. Esa fue la Argentina, hasta los fines de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de ese modelo retrógrado, la Guerra Mundial creó las condiciones para el inicio de un cierto desarrollo industrial, el mismo que sirviera de base y le diera sostén social y político al peronismo.
En las últimas cuatro décadas, aquella tendencia previa a la Gran Guerra retomó todo su vigor. El cultivo de la soja con sus semillas genéticamente modificadas y sus paquetes tecnológicos, provistos por los gigantes trasnacionales de la industria química, fue el medio apropiado para insertarnos como uno de los grandes productores y exportadores de ese producto.
Nosotros pondríamos tierra y trabajo, ellos se quedarían con los beneficios. Ahora no sería Londres, sino Beijing el destino privilegiado de dicha producción. Gran parte de la economía argentina sobrevivió merced al despliegue de ese cultivo.
Las cifras conocidas sobre hectáreas cultivadas y toneladas cosechadas da una idea de esa rápida evolución que significa que cerca de la mitad de nuestros campos se dedican a este cultivo.
Esta tendencia conlleva múltiples riesgos: Avanzar hacia formas de monocultivo; acelerar la degradación de suelos contribuyendo a las inundaciones al reducir la capacidad de absorción de la tierra por la deforestación; afectar la salud de la población dada la nociva fumigación de tales cultivos.
Todas esas tragedias parecen cuestiones secundarias ante el aporte de la soja a la economía del país. Gran parte de la población parece adormecida por esos aportes a la continuidad del sistema. Desde los planes sociales hasta el transporte y cierta industria dependen -en buena parte- de este cultivo que se ha vuelto una «vaca sagrada» de nuestra economía.
Igual camino que la soja, en materia de semillas transgénicas y paquetes tecnológicos, está recorriendo -en los últimos años- la producción maicera con su rápido crecimiento. El cultivo del trigo guarda diferencias por los temores que tienen los dueños del negocio ante una pérdida de mercados por el uso de algunos herbicidas que muchos países han prohibido.
Por lo demás, cuatro de cada 10 dólares que ingresan al país lo hacen por nuestra producción agraria y su elaboración.
En la actualidad (cosecha 2019/2020), sobre una producción total de granos que ronda los 145 millones de toneladas, corresponden 56 millones a la soja, otros 50 al maíz y 20 al trigo. Estos tres productos absorben el 86% de nuestra producción agraria. Estos números dan una evidencia sobre el escaso peso que tienen en el global del país las otras producciones y particularmente las economías regionales.
Toda la historia argentina es la historia de esa concentración de la que se han beneficiado minúsculos sectores locales aliados al dominio extranjero. Este tema no ha aparecido en la campaña electoral.
Sin una respuesta al mismo y una adecuada reforma agraria seguiremos recorriendo transitados caminos donde los precios de nuestros productos; la salud y el futuro de nuestro pueblo está en manos de esos pequeños sectores que gobiernan por encima de partidos y elecciones.
El tema energético y Vaca Muerta
En materia energética, Argentina viene peleando desde hace mucho tiempo por alcanzar el autoabastecimiento. Según cálculos oficiales para el 2021 tendríamos superávit energético. Pero recién en los últimos años se ha desarrollado la idea de exportaciones en escala, fundamentalmente de gas.
Esa idea se desplegó a partir de las posibilidades que ofrecían antiguas prospecciones en Vaca Muerta, Provincia de Neuquén. Hoy se levantan voces eufóricas ante las perspectivas existentes.
Pero para llevarlo adelante se requieren por lo menos dos condiciones que no son menores. Las inversiones necesarias para darle la escala suficiente y «mirar para otro lado» ante los riesgos que supone el sistema de extracción, conocido como «fracking».
El mismo consiste en extraer el producto entre los resquicios de rocas a grandes profundidades, mediante una serie de procedimientos y explosiones que demandan gran cantidad de agua, uso generalizado de químicos que pueden contaminar napas subterráneas y los peligros ante esas masivas explosiones que semejan ser sismos de baja intensidad. En variados lugares del mundo esta modalidad extractiva ha sido prohibida.
Por ahora las empresas internacionales están haciendo algunas inversiones con las máximas garantías estatales de recuperar las mismas. Pero la fecha clave para que esta producción sea significativa es el 2024. Según esas estimaciones para esa fecha confluirían el inicio de la producción de gas en gran escala y la posibilidad de poner en marcha una planta de licuefacción de gas, contando con gas natural licuado (GNL).
Para esas apreciaciones, en ese momento, Argentina sería la cuarta potencia hidrocarburífera junto a EEUU, Canadá y China. Para esos cálculos poco importan los riesgos que se han planteado; tampoco interesan los costos y limitaciones de largo plazo de la extracción vía fracking; ni los sectores concentrados que ya se están beneficiando con estas explotaciones.
Mucho menos aún interesan las inhumanas y desiguales confrontaciones con los pueblos indígenas residentes en la zona que defienden sus ancestrales derechos.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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