‘Yo entré a trabajar en la mina a los 13 años. Mi hermano trabajaba allí y me dijo: ‘Vamos, acompáñame. Yo voy contigo, no vas a ir solito’. Al principio, yo no quería ir, pero él me dijo que iba a ganar mucho dinero. La primera vez me pareció bien, nomás sentí un poco de […]
‘Yo entré a trabajar en la mina a los 13 años. Mi hermano trabajaba allí y me dijo: ‘Vamos, acompáñame. Yo voy contigo, no vas a ir solito’. Al principio, yo no quería ir, pero él me dijo que iba a ganar mucho dinero. La primera vez me pareció bien, nomás sentí un poco de miedo’, dijo Rubén, niño que trabaja como minero, un trabajo ilegal para un menor de edad.
De acuerdo con Visión Mundial México, en la región del altiplano boliviano, al occidente del país, se encuentra Llallagua, una comunidad remota y empobrecida, compuesta en su mayoría por personas de origen indígena.
Allí, una mina de estaño, que alguna vez estuvo clausurada, abre su fétida boca, para permitirles la entrada a cientos de obreros que, sin importar la hora del día, entran a ganarse el sustento diario. Entre ellos están niñas, niños y mujeres.
‘Nosotros vamos por falta de dinero. A veces no tenemos suficiente para comprar los útiles; los libros y eso. Además, vemos que en la ciudad la gente se viste con ropa cara y nosotros queremos vestirnos así. En la mina a veces hacemos 500 bolivianos, a veces 1000 (entre 60 y 120 dólares estadounidenses a abril 2007), si es que no nos agarra el guardia’, agregó Jorge, niño minero.
Las niñas y los niños no escapan al espejismo de la mina. Infiltrados entre los obreros, a merced de sus bromas degradantes y soportando olores nauseabundos, descienden los 600 metros que los separan del corazón de la montaña. Un callejón inundado los obliga a transitar durante veinte minutos en aguas contaminadas.
‘Cuando estamos adentro, lo primero es hacer un toqochi (un agujero) con un mazo y un cincel. Allí colocamos la dinamita; después hay que salir corriendo, si no el humo te agarra y te enferma. Tiene un olor muy feo y te ‘tira abajo’. Hay que esperar veinte minutos y después volver. Lo grave es sacar el mineral. Hay que hacerlo rápido, y, si viene un guardia, hay que meterse en cualquier hueco. El jucu (minero clandestino, nocturno, como lechuza) es como un ratón’, relató Rubén.
Allí van Rubén, un adolescente de 15 años, y su mejor amigo, Jorge, de 16. Ellos forman parte de los jucus, que justamente por ser ilegales se introducen en los socavones más peligrosos, más aislados y menos accesibles de la mina. Lejos de la mirada vigilante de los guardias tienen más posibilidades de llenar sus mochilas con las pesadas rocas que le arrebatan a la cueva, a fuerza de mazo, cincel y dinamita.
Jorge afirmó que ‘si te caes en la mina, nadie te saca, te mueres, nomás’. La mina en la que trabajan estos menores de edad es una de las más inhóspitas y antiguas del altiplano boliviano. Durante años estuvo a cargo de una compañía que, con maquinaria pesada, se encargó de abrir túneles y de sacar todo el estaño que pudo.
Ahora trabaja en una nueva veta, y los jucus y el resto de los mineros se dedican, básicamente, a sacar los residuos que dejó la compañía.
La mina es un lugar temible, un lugar que exuda sufrimiento, opresión y muerte. Muchos mineros llevan en sus cabezas turbantes adornados con una calavera, como señal de aceptación del riesgo que corren. La mayoría no vivirá más allá de los 40 años, y caerá presa del mal de mina (enfriamiento severo del estomago por el frío de la mina), enfermedad que les petrifica los pulmones, por la exposición al polvo y los gases tóxicos.
Mujeres y niñas
Las mujeres y las niñas también se infiltran de manera ilegal en la mina. Algunas siguen el ejemplo de sus maridos, dar la vida por la subsistencia; otras, en su mayoría menores de 20 años, ofrecen favores sexuales a cambio de un puñado de estaño.
Según el último censo realizado en Bolivia (en el 2001), 1.7 millones de niñas y niños entre los siete y los 14 años de edad se dedican a actividades laborales, ya sea en la minería, en la zafra de caña o en la recolección de castañas y algodón. Esta situación se mantiene a pesar de que Bolivia cuenta con un marco legal, respaldado por convenios internacionales, para combatir el trabajo infantil.
Miles de mineros menores de edad
De acuerdo con la prensa boliviana, unos 13 500 menores de 18 años participan en la actividad minera de este país. Son niñas y niños que arriesgan su vida para extraer minerales en forma ilegal. Sus ganancias oscilan entre los 500 y los mil bolivianos semanales. En la mina de Huanuni, considerada actualmente como la más rentable, un jucu puede ganar hasta 6 mil bolivianos por mes.
Estos niños y adolescentes, sin embargo, lejos de ser sujetos de los derechos reconocidos por ley, son víctimas de la pobreza, la violencia doméstica, el abuso (dentro y fuera del hogar) y la explotación laboral.
Esto es particularmente cierto en el sector de la minería, donde los menores se encuentran expuestos a constantes riesgos tanto físicos como psicológicos, que en gran medida, van a determinar su comportamiento futuro.
La información sobre la explotación infantil en las minas de Bolivia es parte de la serie de investigaciones sobre Explotación Infantil en 14 países de América Latina que Visión Mundial ha realizado en los últimos meses.
Visión Mundial es una organización que centra su trabajo en el Desarrollo transformador; Promoción de la Justicia y; Prevención, emergencia y rehabilitación para responder ante desastres y conflictos en las regiones que así lo requieran.