La explosión de bombas en la ciudad de México demuestra hasta que punto ha sido desastroso el infausto desgobierno de Vicente Fox. El legado que nos deja de desestabilización y fraude demuestra que hemos tenido en Los Pinos al peor presidente en cien años de historia mexicana. Su catastrófico sexenio ha empobrecido más aún a […]
La explosión de bombas en la ciudad de México demuestra hasta que punto ha sido desastroso el infausto desgobierno de Vicente Fox. El legado que nos deja de desestabilización y fraude demuestra que hemos tenido en Los Pinos al peor presidente en cien años de historia mexicana. Su catastrófico sexenio ha empobrecido más aún a los necesitados, ha enriquecido a los opulentos, ha arrasado con la antes acreditada política exterior, se ha postrado ante el odiado Bush, despedazó las tradiciones laicas del gobierno civil vigentes desde Juárez, aprisionó aún más a México en las redes usureras del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, nos desprestigió en los foros intelectuales con sus tinieblas culturales, fue tosco en sus maneras diplomáticas, dilapidó el presupuesto en viajes turísticos, fue débil ante las ambiciones desmedidas de su consorte, fue endeble ante las guerras de las pandillas de narcotraficantes, su falta de capacidad decisoria fue la causa de un presidencialismo sin proyecto nacional; por último, dejó una nación dividida, desestabilizada con el fraude cibernético que propició para dejar a un continuador que le perdonara todas sus imperfecciones.
Por todo eso y mucho más estallaron las bombas en lugares simbólicos del poder oligarca. Ahora bien, cabe preguntarse ¿es ése un método correcto de lucha? Desde luego que no. El terrorismo contemporáneo ha sido alentado y adiestrado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Los secuestros de aviones fueron inventados por la contrarrevolución cubana, incitados por la CIA desde Estados Unidos. Los intentos de liberación nacional en América Central recibieron la respuesta de los «contras» que en Nicaragua y El Salvador asesinaron, dinamitaron y destruyeron la estabilidad política en nombre de la lucha anticomunista. Osama Bin Laden fue entrenado y armado por la CIA para que se opusiera a la aciaga invasión soviética en Afganistán. Los talibanes fanáticos son hijos del gobierno estadounidense, fueron empollados y azuzados por los servicios de inteligencia occidentales. Osama Bin Laden ha sido siempre un hombre de los servicios secretos occidentales, otrora amigo de Donald Rumsfeld y de Bush padre.
El atentado contra las Torres Gemelas el once de septiembre asesinó casi tres mil inocentes que no estaban comprometidos con los atropellos y excesos de Bush. Sin embargo con esa acción propiciaron que el estólido presidente gobernase con poderes de facto y facultades de guerra, al margen de las garantías constitucionales. La Casa Blanca comenzó a utilizar la fuerza necesaria para neutralizar los mecanismos tradicionales de impartir justicia. Se implantó una velada censura de prensa con el pretexto de evitar la fuga de información. Suspendió el derecho de habeas corpus, estableció la realización de arrestos e interrogatorios sin pruebas, espió y grabó conversaciones privadas, sometió a juicio militar delitos civiles, dio mano abierta a los servicios policíacos más drásticos además de usar todos los métodos de represión posibles, incluida la tortura. Esas fueron las consecuencias de un terrorismo negativo, indiscriminado y criminal. ¿Es que queremos que Felipe Calderón cuente con los pretextos necesarios para realizar un gobierno similar?
Los negros, los indios, todos los desheredados y desvalidos del mundo, las vastas masas empobrecidas del Oriente, los indígenas, los repudiados, los despreciados, los míseros no ven un término a sus tribulaciones. Algunos recurren a la violencia, acuden a una feroz agresividad como medio de expresión de su inconformidad. La creciente polarización de la miseria y la riqueza es uno de los móviles de esta desestabilización creciente. Hasta ahora solamente la carne de los parias parecía perecible. Ahora los opulentos se han percatado que la violencia puede alcanzarlos. Han advertido que son vulnerables.
En México se han acumulado en un breve lapso dos descomunales postergaciones de la voluntad popular. Tras el fraude que declaró Presidente de México a Felipe Calderón, para complacer a la oligarquía y a Washington, siguió la terquedad de mantener en el poder a Ulises Ruiz, un gobernador homicida, malversador, opresivo y despótico. Los poderes federales han desconocido la aspiración de los oaxaqueños de disponer de un gobierno justo y respetuoso de una determinación de las bases representativas. Ello es causa de extendida cólera y la furia irracional suele ser mala consejera.
Pero el terrorismo es políticamente injustificable, humanamente repulsivo y casi siempre obtiene resultados opuestos a los que pretende porque atrae más rechazo que respaldo hacia la causa que lo emplea. La tentación de la violencia es fuerte cuando un pueblo se siente escarnecido en sus derechos, burlado en sus aspiraciones; pero no debe ceder ante tan monstruosa vía. El sacrificio de los inocentes no puede ser aprobado por la una nación lúcida. Más que el arma de las bombas debe emplearse el lenguaje supremo de la conciencia. Profundizar en las razones, propiciar la comprensión de los conceptos que asisten a los rebeldes, propagar sus argumentaciones, difundir la lógica de su acción apoyará la suma de adeptos más que la explosión anónima.
El terrorismo no es un instrumento válido de lucha ni puede ser aprobado por los revolucionarios responsables que aspiran a un cambio más justo en el orden social. La guerra principal debe llevarse a cabo con ideas, no con pólvora. Y si ésta prueba ser el último recurso debe llevarse a cabo frontalmente, a cara desnuda, atacando al enemigo abiertamente, no con la ventaja del distanciamiento. El terrorismo es un crimen indiscriminado que debe merecer la más enérgica condena moral.