México no se cuida, los mexicanos no nos cuidamos los unos a los otros, tampoco nos cuidamos a nosotros mismos, de ahí el abandono, la pobreza, de ahí también la tragedia del estado de Tabasco. Carlos Pellicer seguramente preguntaría: «¿Qué habeís hecho con mi edén devastado?» Claro, poco se puede contra las catástrofes naturales, pero […]
México no se cuida, los mexicanos no nos cuidamos los unos a los otros, tampoco nos cuidamos a nosotros mismos, de ahí el abandono, la pobreza, de ahí también la tragedia del estado de Tabasco. Carlos Pellicer seguramente preguntaría: «¿Qué habeís hecho con mi edén devastado?» Claro, poco se puede contra las catástrofes naturales, pero sí puede preverse una inundación o por lo menos pedirle a la gente que no construya al borde del agua, en zonas de alto riesgo, que no se instale sobre el pantano, que no ponga su vida en peligro. El reclamo de los habitantes es justo. «¿Por qué nuestros gobernantes, además de explotarnos, nos llevan a la muerte?» Pellicer declaró alguna vez: «servir ha sido el mayor de mis anhelos, y servir a Tabasco, la obsesión de mi vida». ¿Por qué los dirigentes no siguieron su ejemplo?
Cuando salgo de viaje, una de mis peores pesadillas es regresar y encontrarme con que ya no tengo casa, se quemó o voló por los aires. La casa es la guarida, el techo, la certeza, el calor. «Dios mío, gracias por esta camita en la que duermo» -rezo en la noche. Imagino la desesperación de los tabasqueños que le gritan con angustia al Presidente desde la azotea de su vivienda cubierta por el agua: «Ayúdeme a recuperar mi casa». Una mujer se queja: «ando tan cansada, que si me duermo y ahogo ni cuenta me voy a dar». Perder la casa es una tragedia que desanima al más valiente. Ver las lanchas, los cayucos y otras barcas improvisadas (algunas prestadas por pescadores) surcar las calles de colonias inundadas es un espectáculo sobrecogedor, la gran mayoría, además, lleva una peligrosa sobrecarga. La basura y los animales muertos flotan en las aguas junto a ratas que intentan también salvarse. Es una despiadada ironía ver el agua que todo lo inunda y la gente -casi ahogándose- sin agua limpia que beber. Ni siquiera sale agua de las llaves.
En Tabasco, después de 10 días, más de un millón de personas han perdido su casa y viven sin víveres y agua potable. El gobierno podrá calificar la tragedia del 31 de octubre como la «peor catástrofe natural» en la vida en el estado, las fuerzas armadas destacadas en otras entidades podrán concentrarse en Tabasco, pero lo cierto es que las aguas debieron contenerse hace años y la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) se avientan el paquete la una a la otra y la presa Peñitas se limpia de culpa mientras Tabasco vive una de las peores catástrofes de su historia.
Andrés Granier Melo, gobernador de la entidad, del PRI, declaró: «la capital es como una olla, como Nueva Orleáns devastada por el huracán Katrina en 2005. Estamos debajo de los niveles de los ríos (…) La causa del desastre es el poco presupuesto y la falta de obras para contener los ríos».
La inundación en Villahermosa llegó al parque Museo La Venta y cubrió las cabezas olmecas, la biblioteca José María Pino Suárez y el museo Carlos Pellicer Cámara, no se diga las escuelas.
«Con el agua a la rodilla, vive Tabasco» -escribió el poeta Carlos Pellicer. En una entrevista que le hice en mayo de 1966 me dijo que gran parte del tesoro arqueológico de su estado desaparecería bajo las aguas de las enormes presas que colindan al estado.
-¿Los sitios arqueológicos están amenazados? -le pregunté entonces.
-No es que estén amenazados, ojalá y estuvieran solamente amenazados ¡Van a quedar bajo el agua para siempre!
-¿Y no hay modo de salvarlos?
-Pues no hay modo de salvarlos porque dentro de algunos días cerrarán las compuertas de la enorme presa Nezahualcóyotl, en Chiapas, para comenzar a llenar el vaso que va a formar un inmenso lago de 85 kilómetros de largo, más grande que el de Chapala. Ahí abajo quedarán piezas arqueológicas de gran valor. No sabemos cuidar nuestros tesoros.
El poeta que decía «voy a mi agua» cada vez que viajaba a Tabasco, también habló de los siete ríos y de las obras hidráulicas que hacían falta en el Carrizal y el Grijalva, «pero los políticos prefieren embolsarse el dinero». «¿Todos, don Carlos?» «Todos, Elena. No veo que aquí se concluyan obras ni se piense en la gente. ¡Qué pavor! Es indispensable el control del escurrimiento de los ríos Carrizal y Grijalva, la construcción de bordos de empotramiento y protecciones marginales para ríos y sus vertientes, drenes, estructuras de cruce, desazolve de cauces naturales y drenaje. Hay que tenerle mucho respeto al Grijalva, al Carrizal, porque los ríos cuando se desbordan no respetan nada.»
Pellicer siempre habló del agua, él mismo decía que era de agua: «Agua de Tabasco vengo/ y agua de Tabasco voy./ De agua hermosa es mi abolengo;/ y es por eso que aquí estoy/ dichoso con lo que tengo».
El poeta tabasqueño sabía que en su tierra natal la fuerza del agua es imparable: «de aquel hondo tumulto de rocas primitivas,/ abriéndose paso entre sombras incendiadas,/ arrancándose harapos de los gritos de nadie,/ huyendo de los altos desórdenes de abajo,/ con el cuchillo de la luz entre los dientes,/ y así sonriente y límpida,/ brotó el agua».
Pellicer conocía su estado como la palma de su mano. «Tabasco en sangre madura/ y en mí su poder sangró./ Agua y tierra el sol se jura;/ y en nubarrón de espesura/ la joven tierra surgió».
Se enorgullecía como nadie de su tierra. «Cultivamos maíz, frijol, camote, yuca, calabaza y arroz y llenamos los mercados, atravesamos los océanos con nuestro cacao, caña de azúcar, plátano y coco».
Pellicer sabía que las lluvias siempre arrecian: «Llueve a tambor y clarín./ Toro del agua, festín/ corre por toda la tierra/, tus hidrógenos caminos/ a toda voz transité».
Sabía también que Tabasco es de agua:
«Lo que muere y lo que vive/ junto al agua vive y muere». «Más agua que tierra. Aguaje/ para prolongar la sed./ La tierra vive a merced/ del agua que suba o baje».
Hoy, dentro del perímetro devastado se encuentra el Museo de Historia que exhibía documentos sobre la fundación de Tabasco y vasijas olmecas y mayas.
«Para nosotros -declaró Pellicer- la vida antigua de México expresada a través del arte tiene un valor enorme. Es la raíz más honda de la nacionalidad y estamos obligados a conservarla en todo momento.»
Pero Pellicer nunca hizo a un lado la esperanza, al igual que los mexicanos que hoy ayudan a sacar adelante a Tabasco:
«Porque del fondo del río/ he sacado mi mano y la he puesto a cantar.»
En La Jornada leo que los damnificados que han tenido que pernoctar en parques buscan lugares elevados, pero ¿no será México el que tendría que buscar terreno más elevado? ¿No será nuestra clase política la que debería alzarse por arriba de la corrupción que la empantana? Los desastres naturales son una advertencia. Según Andrés Manuel López Obrador, cinco administraciones han sido criminalmente negligentes. «Desde hace 25 años no se construye una obra hidráulica en Tabasco, desde hace 25 años no se hace una presa, un bordo de protección; desde hace 25 años no se desazolvan los ríos y la ambición de los fraccionadores y la corrupción de la autoridad para desaparecer los vasos reguladores provocaron esta crisis».
Ya lo dijo la ONU: las inundaciones en Tabasco pudieron haberse evitado con medidas de bajo costo, los fenómenos meteorológicos son predecibles, la más afectada es siempre (como en todos los desastres) la población más pobre.
Pensar en Pellicer ahora en Tabasco es consolarse un poco, recordarlo es llorar con él en el silencio horrible de los frutos podridos y pensar que muy pronto, a pesar de todo, reverdecerá la esperanza, Tabasco recuperará su bárbara grandeza y los árboles volverán a conversar junto al río.