Otra matanza en Oaxaca, una de las tantas visibles y las más invisibles, el Estado mexicano y sus poderosas elites económicas están desatados en la escala de violencia contra el pueblo mexicano ahora en la persona del magisterio revolucionario y los pobladores de Nochixtlán; con argumentos esgrimidos tan ridículos como criminales. Pueblo sometido a la […]
Otra matanza en Oaxaca, una de las tantas visibles y las más invisibles, el Estado mexicano y sus poderosas elites económicas están desatados en la escala de violencia contra el pueblo mexicano ahora en la persona del magisterio revolucionario y los pobladores de Nochixtlán; con argumentos esgrimidos tan ridículos como criminales. Pueblo sometido a la depredación burguesa extrema, que llega al límite de sus capacidades, que socava el monopolio político electoral de sus partidos, teniendo ante sí grandes quehaceres políticos de transformación social. El México de guerra interna, de corrupción, de explotación despiadada, de narcotráfico, de contubernio imperial, de monopolios parásitos, necesita sortear los obstáculos del poder para abrir su propio camino latinoamericano popular, democrático y revolucionario.
Con los escenarios de catástrofe neoliberal del capitalismo se presenta la gran prioridad social de transformación democrática-revolucionaria, imposible sin la lucha de nuestros pueblos unidos en las perspectivas y las acciones, replanteando sus argumentos, sus medios de lucha, sus enfoques políticos, sus posiciones críticas y una amplia red unitaria estratégica de las y los revolucionarios.
La resistencia de los pueblos latinoamericanos no resulta fácil, tanto los regímenes neoliberales como las condiciones generales del capitalismo han empeorado las circunstancias de la lucha de clases; el sistema en sí ha saturado la arena de grandes obstáculos que ameritan respuestas atinadas y procesos afinados para que la lucha de clases tome su decidido cause de rebeldía a más profundidad que todas las luchas acontecidas antes de que se cierren las tenazas de la reconquista yanqui.
Los poderosos erigieron una estrategia de largo plazo que comprende la implementación de sus políticas con el desmantelamiento de organizaciones, movimientos, normativas, gobiernos democráticos, que en conjunto hicieron viables la defensa de sus intereses a pesar de la brutalidad del sistema social capitalista. En este sentido se requieren nuevas y amplias respuestas sobre tanta carga de problemáticas sociales, respecto de las tareas unitarias, los procesos políticos y las múltiples formas de organización que hemos de construir, tanto como en la panorámica que desde el punto de vista revolucionario todavía cabe que figurarse abiertamente pese a nuestras circunstancias temporales.
Así mismo, quienes se asumen revolucionarias y revolucionarios tienen ante sí el emprender una labor mucho más complicada porque sus proyectos sólo comienzan a ver la necesidad de integrarse a las verdaderas condiciones de la lucha, sus necesidades y prioridades. Esto traerá más que un recambio formal; sobre todo a raíz de los acontecimientos de hace tiempo sobre socialismo, y de los acontecimientos que de una u otra manera reposicionaron parte de su postulado para el caso de Nuestra América Latina. Si todavía no se le percibe, pronto será imposible actuar con los mismos métodos y modos de pensar estrechos; definitivamente las circunstancias rebasan y exigen dicha reconfiguración.
¿Copia, versión liviana o creación histórica?
En este tema nos aventajan torrentes de otros análisis de todos los calibres y de todos los gustos, pero quiere la vida que por la constancia del regreso en toda evaluación, nunca sea completamente tarde para introducir otros comentarios.
Pues bien, respecto del socialismo en Eurasia, estamos lejos de haber extraído todas las conclusiones de su experiencia y caída -tan es así que nuevos procesos tienden a cometer aproximadamente los mismos errores-, sabemos de cuánto se han arrimado unas u otras interpretaciones buscando generosamente acercar la verdad o enredarla intencionadamente. Todas, buenas, malas o como nos parezcan, tienen su importancia y su mérito, no riñen con el propósito de aprehender los hechos, recrean condiciones y premisas poniéndose en un cuadro general que llegado el momento los pueblos removerán para aportar a sus causas actuales.
Frecuentemente desde lo que se llama el arco de la izquierda cuesta asimilar desde un panorama multidimensional e integral, que tal amplitud de acontecimientos tuvo sus éxitos y fracasos, sus aciertos y errores, sus directrices justas y sus desatinos, de todo ello se hace la experiencia de los pueblos, como podemos dar fe de la del pueblo mexicano. O particularmente que tan importantes experiencias pertenecen a circunstancias históricas imposibles de repetirse en los mismos patrones o esquemas, quedando primordialmente como acervos incuantificables para aleccionar un tanto los siguientes procesos, pero siempre mirando a estos últimos en sí mismos para que nos aporten los medios nuevos y eficaces de ser consecuentes con el postulado revolucionario.
Por su parte, hoy con más serenidad podemos ver que la lucha por el socialismo allá donde tuvo sus despliegues, no fue cosa fácil. En su momento la tendencia a constituirse en una verdadera vanguardia para los pueblos de su época implicó una firme voluntad de trascender en su auto-liberación, asumiendo su responsabilidad histórica, debido a los logros tangibles en interés de aquellos pueblos. Sus enseñanzas de gran magnitud son hechos sostenibles, sus logros, a la distancia de los años, son significativos para el porvenir. Por esta parte, pese a la propaganda empeñada en la batalla de negación, seguirá resaltando el mérito de su obra; sin embargo hablando de sus problemas decimos que entre las principales tensiones, se reconoce que:
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Aquel socialismo enfrentó mucho más que simples enemigos externos y burgueses ultra-reaccionarios que le hicieron la guerra desde la cuna, e incluso en su gestación. Mismos que sin desdeñar su rapacidad, al paso del desarrollo socialista posteriormente efectuaron agresiones sistemáticas a las cuales los pueblos respondieron acelerando el paso y apretando el puño. Opciones que traerían problemáticas de segunda generación, sobre las cuales se recrearon otros entornos donde las fuerzas imperiales nunca dejaron de poner el dedo en la llaga para sacar la ventaja del cazador sobre la presa en que se nos quiere convertir siempre.
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El socialismo se vio frente a frente con las fuerzas del capital en la vida diaria, las relaciones de producción, de intercambio y consumo, en donde no siempre sus victorias fueron seguras o suficientes. A estas circunstancias las respuestas se vieron afectadas por refuerzos en lo político, lo ideológico (en ocasiones carente de argumentos concretos) y el control que fueron pasando a primer grado de acción con las inminentes repercusiones a nivel estratégico, erosionando el panorama consciente-organizativo de las clases populares, formándose callejones sin salida en la historia de su movimiento revolucionario.
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Jugaron su papel las tendencias del poder profundamente incrustadas y luego reforzadas por las propias acciones estratégicas en la arquitectura estatal y la ingeniería política; en tanto aspectos que tienen mucho que ver con la formación de la sociedad dentro de esa persistente relación de dominación adherida a las relaciones humanas y su reproducción.
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Los mecanismos de resistencia en la vida social, como una constante nos plantean que todo paso hacia adelante debe ser correspondido con los cambios de conciencia y de actuar que en aquellas épocas dejaron muchos pendientes como en la sicología de masas e individual, las señales de patriarcalismo u otras que en ocasiones se suele atizar en intentos por negar toda experiencia de socialismo y sus formas estatales.
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Sus prioridades internas muchas veces se desviaron del frente de lucha, de la mesa de debates o de las tendencias fundamentales de la lucha de clases internacional, jalando fuerzas de unos a otros extremos. Lo que por más que se atribuya a las circunstancias, no siempre fue atendido con toda seriedad para contrarrestarse.
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Sus recaídas naturales en la problemática común de todo movimiento revolucionario como el sectarismo, luchas de poder, oportunismos, esquematismos, puritanismos, burocratismos, corporativismos, elitismos, la falta de comprensión, explicación y atención sobre la mecánica, genética y dinámica de grupos, los cánceres mal atendidos en las organizaciones, u otros enjuagues que supeditaron al movimiento de los pueblos.
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Los procesos culturales y religiosos no del todo despojados de la dominación y un sinnúmero de otras cuestiones internas que hacían contrapeso a la lucha por la libertad y la emancipación, tales como los que arrojaba la batalla por la seguridad e integridad de la sociedad socialista; quedaron tal cual a lo largo de los años, sirviendo de palancas que reforzaron las tendencias «naturales» de acumulación del poder. Ya no se pueden dar por sentadas todas y cada una de las inclinaciones de trabajo político, mucho menos sin la sustancia corpórea fundamental que es el pueblo en sus sujetos sociales, sectores y clases combativas. Algunas creencias de toda la vida no han sido ideas de toda la vida, sólo se sostienen, como en el ámbito de la dominación y los procedimientos de organización social, en virtud de determinados procesos que un pueblo revolucionario y sus fuerzas deben poner en tela de juicio antes de apoyarse en ellas como si no hubiese otros cambios reclamando su verificación.
Como resultado, el socialismo sucumbió en esa confrontación, pero aportando un universo de enseñanzas. Efectivamente nos quedó un conjunto de experiencias invaluables de los que cabe apoyarse para remontar las dificultades del movimiento disputando escenarios y espacios en la lucha para que bajo nuevas circunstancias los pueblos logren colocarse en posición de combate revolucionario franco y abierto como suele decirse. Pero el socialismo pasado jamás podría ser un «modelo invariable», su tenaz resistencia está fuera de duda, su sacrificio puso fin a lo que pudo ser una época de oscura opresión racista-fascista mundial.
Sin embargo, a pesar de todo este bagaje, hará falta más organización fundada sobre las actuales condiciones para la lucha de clases, y no otras que de ninguna manera están presentes, aunque nos pudiesen sonar tan sublimes. Entre la nostalgia y el trasnocho que a veces asoma, trasladar mecánicamente el bolchevismo, la sovietización, el estado socialista habido o el comportamiento de las clases y sociedades tal cual se presentaron en otra etapa de la historia; suele ser sustituto de iniciativas y empuje práctico, se requiere un poco más de imaginación social y proyección de lucha sobre los procesos.
Palpablemente el imperialismo y la burguesía son quienes más sacaron partido de los problemas revolucionarios en la lucha por implantar el socialismo. Lo mismo cabe decirse de las tendencias afincadas en la negación de cualquier logro del pensamiento revolucionario en la acción política o del socialismo en las dimensiones que fue conocido; que supieron aprovechar las circunstancias para sostener sus múltiples posturas de predominio del gradualismo en el proceso social. Fenómenos que debemos cambiar para beneficio de nuestra lucha.
La batalla por el socialismo y el comunismo, sin soslayar sus éxitos, nos permite ver de frente la derrota, aceptarla en sus dimensiones a pesar de la distancia; reconsiderar sus fracasos a la luz de otros procesos y tareas que serán necesarios en la larga lucha contra el capitalismo; sus esquemas de combate alimentarán otras proyecciones más amplias y ajustadas a las perspectivas del proletariado y pueblos de estos tiempos.
Así como las posiciones contrarias al reconocimiento del papel histórico del socialismo que fue, no ayudan a percibir la grandeza y pormenores de esas experiencias; la mirada de nostalgia y ortodoxia tampoco permite aprovechar toda la gama de sus procesos, dificulta desprenderse de las trabas para apreciar mejor la aplicación de cualquier programa revolucionario. E impide aprovechar la creatividad popular, proletaria y revolucionaria en la búsqueda de consolidar nuevos procesos de lucha de clases, resultando una obstrucción a la agrupación de fuerzas, la asimilación de las dimensiones del proceso social o las tareas democráticas y revolucionarias de los pueblos frente a la barbarie reinante. La exhumación y autopsia de aquellos ejemplos de socialismo corresponde a nuevas generaciones revolucionarias en sentido de su espíritu crítico y su apuesta a rendir los frutos que resulten y los servicios que sean requeridos.
Nada descalifica a esos pueblos gloriosos y sus sectores revolucionarios, al contrario, en su propio honor, la lucha de nuestros tiempos no puede ser simple copia. Va siendo indispensable apreciarles en su dimensión humana y consecuente en medio de tantas adversidades de la lucha emancipadora, su ejemplo es grande en todas sus implicaciones, los pueblos la estimarán, aprenderán de ella y sabrán aprovechar mejor que antes su paso por la historia, aprendiendo a administrar nuestras derrotas.
El proceso latinoamericano
Ahora bien, estas no son las únicas experiencias de la historia de lucha de clases, las de nuestra región en los siglos XX y XXI no son de desdeñar en ningún sentido, desde la revolución mexicana al proceso bolivariano, hacen parte de nuestros acervos más próximos. Como consta, los movimientos populares emprendieron grandes batallas contra las dictaduras, el neocolonialismo o el neoliberalismo, e inauguraron procesos democráticos de distinto contenido en Sudamérica y Centroamérica, sin olvidar el periodo del cardenismo. Al paso que la Cuba revolucionaria se mantenía en medio de las amenazas imperialistas y otras estratagemas diplomáticas que duran hasta el día de hoy.
Las conquistas populares que se hicieron presentes a fuerza de grandes luchas son hechos concretos, no obstante los estragos en el proceso latinoamericano de una formación social capitalista dependiente y apéndice del sistema mundo imperialista, muy lejos de haberse fracturado. Jacobo Arbenz y Salvador Allende son nombres emblemáticos de procesos democráticos de lucha puestos en tensión por la disposición de fuerzas de los pueblos, sus alianzas y capacidades desarrolladas, con todo y los resultados catastróficos en que son ahogados por las elites.
Como hasta hoy se cuenta, la guerra de quinta generación que el imperialismo y sus burguesías arguyen y califican de libertad, la llevan a cabo desde hace varios años, teniendo sus fines para socavar los cimientos del proceso democrático latinoamericano, desmantelarlo donde avanza e impedir su florecimiento en donde es posible recrearlo como el caso mexicano. Apartando a nuestros pueblos y desmoralizándolos sobre su perspectiva con fines de resignación al mandato burgués neoliberal, entrando a lo que creen sería una segunda era de renovación imperialista yanqui.
De acuerdo con los inmensos esfuerzos de esclarecimiento sobre este fenómeno de la geoestrategia imperialista, queda mucho por hacer, acciones cuestionen sus ejes con explicaciones todavía más explayadas. Nadie podrá desenmascarar plenamente las guerras de nuevo cuño, instaladas contra América Latina, si no es bajo un prolongado e intenso esfuerzo masivo de concientización y esclarecimiento sobre los objetivos y métodos de saqueo para apoderarse del patrimonio latinoamericano. Hace falta alcanzar un cambio de conciencia y acción que deba ocurrir en nuestra gran región, que estratégicamente sea capaz de dibujar otro sentido en nuestra historia.
El imperialismo yanqui ha declarado la guerra a nuestros pueblos, es un nuevo tipo de guerra de ambiciones geoestratégicas en que se nos ha situado como fuente de su avidez. Apoyado en la mediática, los lacayos, la destrucción de la vida económica, la subordinación financiera, comercial e industrial, el desgaste político, el aprovechamiento de los errores y desatinos de todo el arco de fuerzas que integran los procesos democráticos o progresistas y en especial de sus gobiernos. En todo ello haciéndose pasar como guardián de la democracia, su seguridad, los derechos humanos y demás conceptos que nos restriegan en su creencia de que le legitiman para continuar el despojo histórico a que nos tienen sometidos, haciéndose pasar como simples espectadores en lo que tienen metidas las patas y manos.
Ante la quiebra de su vieja posición en el sistema mundial decidió cumplir su amenaza a la estabilidad política de varios países por sus razones geoestratégicas, en el supuesto de que este nuevo mundo globalizado es preferible en el caos balcanizado de nuestros pueblos bajo su predominio. Razones de la agresión están en dicho reposicionamiento hegemónico gringo, la rapiña sobre nuestros recursos naturales, la extensión del neoliberalismo, la urgencia de ganancias y la destrucción del «mal ejemplo» en lo tocante a las posibilidades de que se desarrollase un poder popular alternativo.
Estos procesos a su vez enfrentan las resistencias del sistema de dominación interno , a las propias relaciones capitalistas que poco se alteraron, el mantenimiento del Estado burgués, los problemas estructurales de su formación, la democracia anclada en viejos estándares, y las consecuencias de sostener la llamada sociedad de mercado. Si bien las conquistas en materia de políticas sociales tienen grandes méritos, así como la defensa del ideal socialista o de dignificación de nuestros pueblos en la cuestión política y social; los riesgos de no trastocar y superar el sistema del capital en su conjunto son inminentes, pues los monopolios y burguesías locales hacen la guerra a los pueblos incesantemente, especulan con los recursos y sabotean los procesos.
Al tiempo que los espacios de poder conquistados por el pueblo enfrentan retrocesos por la corrupción, la descomposición política y la confusión sobre las perspectivas inmediatas. A estas alturas una enseñanza clásica reaparece, no se debe jugar a la revolución, la falta de contundencia y consecuencia frente al capitalismo es sumamente peligrosa.
Motivos por los cuales existen posiciones inclinadas a no hacer contacto, a rechazarlos tan violentamente como si se tratase de dictaduras, entre otras percepciones descabelladas, que restringen la panorámica acusándolos de procesos socialdemócratas o hegemonizados por estos y líderes populares. Pero decimos, hay que detenerse a reflexionar con la calma necesaria estas apreciaciones, las presencias de todo color pueden causar a algunos grupos todo el resquemor que se quiera, muy respetable, la realidad es que la naturaleza de los procesos es definitivamente estimulante y suficientemente conveniente para empujar múltiples tareas en medio de la efervescencia popular, no se le puede pedir más, lo que aporta es suficiente para trabajar sobre el terreno, simplemente la acción de fuerzas democráticas y revolucionarias debe infundir otros alientos a estas luchas.
El proceso es tal, es lo que hay, sin ensoñaciones, con sus conflictos o contradicciones, surge de unas situaciones. Son procesos de lucha de clases y eso es más que suficiente para adentrarse, levantarlos y contribuirle a que se consoliden en primer lugar, y se superen trascendiendo posiciones de corte revolucionario. Son una de las grandes formas en que puede inclinarse la balanza a favor de las y los explotados y oprimidos, que requieren grandes acumulados de fuerzas experimentadas en la política clasista.
Tan es así la urgencia de que todas las fuerzas le aporten, que en donde hoy día los pueblos siguen resistiendo para preservar las conquistas de sus procesos; de no producirse cambios que radicalicen y rectifiquen sus tareas, que golpeen directamente a los explotadores, opresores, especuladores y corruptos, recuperando el control popular y retomando nuevas formas de poder popular concreto sobre el proceso democrático y revolucionario, la situación lejos de mejorar, seguirá empeorando por la vía del cerco y derrota impuestos desde el centro hegemónico.
Sobre de esto se asienta otra variedad de posiciones, hay las que apuestan a que no haya crítica en dichos procesos; otras esperan la caída de los mismos y suponen que vendrá una revolución pero no explican cuáles son las premisas reales para ello si partimos de que al final impera el desaliento o agotamiento de las bases; también se debaten posturas críticas no constructivas, terriblemente marginadas del campo de gravedad de los problemas medulares del proceso; otras tantas que esperan un reimpulso del proceso pero sin trastocar el estatus de la propiedad privada capitalista y las relaciones de dominación a que conlleva.
En este campo se espera de las fuerzas revolucionarias que su posición sea congruente , por encima de querellas , arrogancias, resentimientos, escozor o incomodidades puritanas de cualquier tipo. Visto con más instrumentos analítico revolucionarios del desenvolvimiento de la dialéctica social, el hecho de que un proceso democrático sea más o menos radical y consecuente, está en correspondencia no solo de quiénes lo protagonizan en una primera línea, sino también de las fuerzas que le rodean, en especial de aquellas revolucionarias y sus capacidades de acción para empujarlo hacia la izquierda.
Se espera de las organizaciones revolucionarias que dimensionen correctamente su proyección estratégica revolucionaria en las condiciones reales que presentan sus fuerzas. Que sean serias , que planteen clara y decididamente su posición o bien manifiesten con hechos congruentes su consecuentes con el proceso democrático latinoamericano, pues sigue siendo una brecha por donde atender lo que consideran sus tareas de combate que de ninguna manera cuestiona sus posiciones estratégicas .
Las contradicciones de dicho proceso son las de una época de conflictos sociales, pero a su vez, las de unas circunstancias y posibilidades de acumulación de fuerzas aún no superada, en que persiste la alianza ineludible con progresistas y demócratas. Aunque se hayan desarrollado importantes liderazgos, a estos procesos se llegó no por la decisión de algún líder, sino en virtud de las condiciones y fuerzas de sus pueblos, de las clases y sectores que le dieron impulso, y obviamente, de la contraposición frente a las clases opresoras; pero sus metas están lejos de haberse alcanzado, por lo mismo cargan de posibilidades un nuevo proceso revolucionario más radical que el precedente.
No existe movimiento popular que pueda ser desechado, al menos para quienes frente a la realidad, dignamente se asumen en el bando de los explotados y oprimidos. En este mismo terreno se juega en México las posibilidades de desarrollo del potencial revolucionario. Creemos que del seno del movimiento popular es que debe cultivarse la formación revolucionaria más que seguir con el viejo patrón de que algún grupo iluminado ha de llevar a cabo la revolución.
El proceso revolucionario será obra del pueblo, es en su seno que se decidirá sus características y alcances, la organización revolucionaria y sus principales características. Son las espantosas condiciones del capitalismo mundial y en México, de crisis e incertidumbre en el futuro, de miseria y explotación, de opresión y violencia; las que dan lugar a nuevos movimientos amplios y flexibles, diversos y contundentes para la lucha de clases con replanteos para la fuerza revolucionaria sobre su accionar, sus capacidades y sus adecuaciones a las circunstancias. Pero sin duda alguna el pensamiento revolucionario que potencie esta labor es requerido con urgencia y flexibilidad.
Esta cuestión se formará de diversos procesos que logren afianzar la perspectiva revolucionaria del pueblo mexicano por el socialismo en oposición contundente al capitalismo, los monopolios y el sistema de dominación que se padece. Que puedan y sepan aprovechar los recursos que la lucha les da en todas sus formas o alcances, que recuperen las nociones centrales de conciencia, fraternidad, solidaridad y vida revolucionaria sin el terrible lastre del caciquismo político, la burocracia partidista, las tendencias de poder de grupos, los ajustes de cuentas, los vanguardismos discursivos, la dirección de membretes, el escaso trabajo político, el acomodo en las estructuras, la ambición de recursos y el alejamiento de las bases sociales.
Así entonces el pensamiento revolucionario inaugurado por Carlos Marx es lo suficientemente amplio para impulsarnos en los principios más justos de la labor revolucionaria, no los tradicionalmente manoseados, sino aquellos que verdaderamente dignifiquen el nombre de una organización revolucionaria venida y arraigada en el seno de los y las oprimidas.
Los movimientos y procesos de lucha surgen a cada paso en medio de las agresiones del capital y su régimen, foguean a las clases populares, ilustran potenciales que las y los revolucionarios debemos explorar, en las que tenemos que apoyarnos más resueltamente venciendo tantos dogmatismos ante los retos que la actual complejidad del sistema nos exige.
El pensamiento revolucionario
Cuán importante es el aprendizaje de esta historia de la lucha de clases está fuera de duda, para nuestro pensamiento. Sobre de esta perspectiva en él se destacan:
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Las aportaciones que hombres y mujeres dieron a la formación de nuestro pensamiento revolucionario.
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E l desglose de estudios en tantos campos sociales, económicos, humanos, filosóficos, organizativos, metodológicos, investigativos y científicos.
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E l inusitado debate histórico de tantas fuerzas que de manera masiva contribuyeron en la teoría y la praxis del socialismo.
Resulta incoherente con el propio carácter del discurso revolucionario seguir catalogando por escuelitas de fe en aras de tendencias dogmáticas, liberales o del tinte que sean, filtrando y limitando todo lo que por sí mismo en su conjunto representa una proyección de horizontes para los pueblos.
Asimilar esa bastedad requerirá otros tiempos, reclama una actitud crítica y cuidadosa, porque no es un borrón, ni mucho menos un grabado de algo dado en una sola versión de los hechos; sino la reabsorción consecuente, ponderada, propositiva desde el principio de la formación del marxismo. Se trata de un asentamiento en la envergadura de sus premisas y de ahí en adelante la constatación contextual de las cosas, sus hechos inevitables junto con los previsibles, el porqué las cosas han ocurrido de un modo o de otro, pasando a la cuestión de que aún es mucho más lo que hay por hacer sobre el futuro de nuestra humanidad en la batalla contra la dominación social.
Particularmente nos cabe subrayar que esta teoría se ha desarrollado más allá de lo postulado por un conjunto de grandes figuras como categorización patriarcal antropológica y religiosa de lo que han sido sus fundadores o desarrolladores y su rol. Aparte de la mención de tantas personalidades contribuyentes y el ejercicio de toda forma de acción que forjó experiencias y postulados; el pensamiento socialista tiene sus resonancias en otras fuentes que a la vez servirán de nuevos atesoramientos, así en esta lógica el pensamiento social general también es fuente de abastecimiento para el pensamiento revolucionario. Lo cual nos conduce a movilizar y replantear el pensamiento revolucionario aun considerando sus concreciones, como producto colectivo y socialmente impulsado en la historia como visión consciente de las y los oprimidos, capaz de nutrirse de todo cuanto se le presenta en su marcha o cuanto ocurre en la vida social.
Un pueblo combatiente puede asimilar su pensamiento revolucionario enriqueciéndolo de sus experiencias y otros baluartes; con sentido abierto corrige sus errores, resuelve los dilemas en aras de asegurar el principio de consecuencia. Sobre la base de las resistencias de la lucha de clases y la aspiración a recuperar la ofensiva estratégica, el pensamiento revolucionario será capaz de nutrirse en su autocrítica y redimensionar sus planteamientos, construye su arquitectura, reorganiza sus ideas y se aventurará a la conquista de un lugar firme frente a las realidades de hoy.
La teoría revolucionaria se asimilará en otras condiciones, flexibles y amplias, profundas y a la vez eficaces, como el acervo y guía que es, sin mandamientos rígidos preestablecidos del tipo de aquella mala copia del conductismo que durante mucho tiempo le atrapó en sus procesos de formación y guía; o de la ósmosis del positivismo que mermaron sus defensas de teoría indomable. Es necesario que en la construcción de organización revolucionaria su estudio o formación se despliegue sin ataduras, que inspire y provoque apetitos ante los desafíos del porvenir, sin dejar todo en un abc o en determinadas interpretaciones sobre la protección devota de tales o cuales textos, sobre el culto de tales o cuales experiencias.
Hoy de cara a un proceso democrático y revolucionario urgente, que cierre el paso al capitalismo imperialista, los pueblos, las clases explotadas oprimidas, los sectores en lucha, las revolucionarias y revolucionarios, requerimos de todo el arsenal en la combinación de sus formas, porque los procesos y sus desenlaces tienden a ser multiformes en las dimensiones de la lucha de clases.
Nada puede quedar fuera de su procesamiento y apropiación, como nada puede ser elemento exclusivo, requerimos del equilibrio del análisis crítico revolucionario para verterlo también en esto que es nuestra materia de formación, lejos del alcance de toda suerte de denostaciones, prejuicios, rechazos o reconocimientos circunstanciales de los «méritos ajenos» que tienden a restringirnos en esta reapropiación consciente y necesaria.
Demandamos una constante formación abierta y responsable, lo más masiva y lo más exhaustiva posibles, homogénea en su esencia y diversa en sus formas, con lo que indudablemente saldrán cuestiones a relucir. Es decir, tendremos aspectos que se despejarán; planteos que la realidad contrastará; elementos que quedarán en un debate reiterado; interrogantes y conflictos que reclamarán pasos prácticos que los despejen, consideraciones de lugar y contraposiciones de sustento no prejuiciadas; u otros fenómenos que serán motivo de preocupaciones y tareas futuras.
Pero valdrá la pena avanzar en el sentido emancipador que oriente la lucha fundamental que se propone: las proyecciones programáticas, estratégicas, solidarias, de acción contundente, asequible e indispensable a nuestro pueblo, una teoría expresiva de los sentimientos del pueblo, y de visión orgánica revolucionaria de nuestro mundo; medida en la cual nuestro pensamiento revolucionario se hace universal.
Organización revolucionaria
A la luz de las condiciones y batallas dentro del capitalismo contemporáneo, la organización revolucionaria que ha de forjarse como extrema necesidad de la lucha de clases será proletaria por su eje orientador y popular por el despliegue de sus fuerzas constituyentes, cargada de juventud, impulsada por mujeres combativas, alentada por la clase obrera, vigorizada por campesinos y campesinas, animada por la intelectualidad revolucionaria, enraizada en los pueblos originarios; en definitiva una organización donde nadie quede fuera. Ni duda cabe que en ese sentido se echará mano de nuevas formas orgánicas cuadros-masas para armonizar y cumplir sus propósitos en las escalas o ritmos que la situación imponga.
Una organización o una serie de organizaciones de esta naturaleza, deberá superar las viejas estructuras de dominación por donde ascendieron procesos de integración de lo que se dio en llamar clases políticas o políticos profesionales que hoy poco sirven al proceso revolucionario. Por principio habrá de combatir la partidocracia, la política de grupos, la formación de tribus, la burocracia, las histerias antidemocráticas, las poses contra-unitarias, y a las relaciones de poder deformadas en posiciones de pugna por ascensos y tendencias sobre las estructuras, que por su finalidad y propósitos se deben a la causa revolucionaria y al pueblo en lucha.
Para que esta organización de las y los revolucionarios se atempere es imperioso vigilar y auto-orientar sus procesos organizativos continuamente, tenemos sobrados malos ejemplos de autoritarismos, indisciplinas, sectarismos de las direcciones, opresiones, malos manejos de la labor, u otras rigideces. Por lo tanto debe marchar como ente colectivo a la definición de sus sistemas organizacionales, criterios y mecanismos que rijan su desempeño general, para que la vida interna de sus militancias la colme de fraternidad consciente y revolucionaria. Esta cuestión debe contemplar:
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Nuevas precisiones de acción democrática, en que las y los revolucionarios expresen sus posturas, decisiones, deseos, esfuerzos, derechos; de manera voluntaria, participativa, protagónica, consensual, asamblearia, en correspondencia a sus medios organizativos. Una democracia que sea palabra sagrada a nivel militante y estructural, no sujeta a manipulaciones, rigurosamente regimentada por candados antiautoritarios y anti-impositivos.
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Que sea manifestación clara del ejercicio cotidiano del poder colectivo, donde cada debate, cada resolución sea asumida con sentido ejecutor, consecuente para el que se establecen medios de organización y dirección ajustados al proceso de movilización acertada de las fuerzas con que se cuente. Ordenando los distintos poderes, responsabilidades y labores en las formas precisas que involucren a la generalidad en la asunción consecuente de su rol; siendo de su permanente competencia la remoción, promoción, crítica, autocrítica, control, de sus instrumentos de organización, para lo que amerita de nuevos medios, reglas y prácticas de su pleno ejercicio, l a inspiración de formas para la observancia de sus principios, más allá de sistemas y ordenanzas.
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La inspiración de una organización del proceso revolucionario y la sociedad libertaria que de este derive, partido propiamente abocado a todas las formas de la lucha del pueblo, que contribuya a la identidad proletaria y conciencia de clase aplicada extensamente. Que rompa con la vaga creencia de ser una organización de activistas, sin dejar de aportar a este rol, que logre trascender como organizador y partícipe de primera fila, respetuoso de otros liderazgos, protagonismos, instancias u organizaciones. De esta manera se trata de una organización que es formada y formadora por/para el pueblo, entrelazada en funciones clasistas y populares, un partido formador, que especialmente asuma el factor educativo como ardua labor en el seno de los movimientos, apoyando y poyándose con las fuerzas que así lo consideren.
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Volver a las nociones de enajenación para descontaminarlas de procesos ideologizantes en que deja de apreciarse fenómenos sociales que son más que simple enajenación, expresando otras relaciones de la vida social contemporánea que continuarán más allá del sistema que las utiliza. Además de pensar en incorporar otros aspectos como la alienación o la invisibilización, con los cuales curarnos de espantos sobre «lo correcto del discurso», entablando otros debates sobre cómo derrotar las posturas de falsos antagonismos idealizados cuando no se escarba en la complejización social.
Para todo hay que darnos tiempos, espacios y ambientes donde practicar la autocorrección. En este desarrollo, de un nuevo tipo de cierto centralismo democrático revolucionario, de poder proletario-popular interno y explayado, de preservación de los instrumentos políticos de lucha, de atención prioritaria humanista, persuasiva que cuide y aliente sus militancias y vínculos; lo principal de la organización revolucionaria está en su condición natural de ser y estar en el seno del pueblo, de construirse por/para las clases y sectores oprimidos, que se inspire en la clase social orientadora del sentido revolucionario frente al capitalismo.
A continuidad se le exige un proyecto revolucionario claro y eficaz para infundir vigor y certeza en la lucha que se propone. Dicho proyecto tiene muchas vertientes, ni duda cabe, no hay uno que sirva de modelo ideal para afrontar retos y procesos, aunque algunos aportan aspectos nodales como la vigorización de la noción del socialismo humanista, democrático, de cohesión del pueblo, que resuelva el problema de la libertad y las libertades, de poder popular-proletario a todos los planos e instancias sociales; siempre debe trabajarse sobre la base de nuestras condiciones históricas, incluyendo perspectivas, guías de acción, tácticas, políticas, posiciones, pero especialmente, su profunda defensa de los intereses proletarios y populares frente a toda forma de agresión.
Necesitamos por supuesto un partido que salga de sus cuatro paredes, que deje de enfocar su lectura del marxismo como religión interna, que no haga de su autoconsumo su modo de vida donde el revolucionario deja de ser tal para amoldarse a la rutina. Que no pretenda autosatisfacerse en la ideología afirmando que todo está dicho, que maneja «los hilos de la revolución», que no hay terreno sin explorar en cuanto al pensamiento revolucionario. Más que secta religiosa nuestros pueblos requieren de una amplia organización revolucionaria. Es necesaria una organización que se descargue en un trabajo y modo de vida gratificante como movimiento revolucionario en el pueblo, en sus clases y sectores, en sus acciones cotidianas y sus combates grandes o pequeños.
Todo lo cual nos insta a desarrollar una amplia teoría y práctica de la organización revolucionaria y del poder revolucionario que germina en el pueblo mexicano. Para esto es que las formas de integración de fuerzas propositivas en tal construcción deben decidirse, reflexionar sobre los medios estructurales y la política organizativa que asiente sus principios de trabajo.
Nuestros esfuerzos requerirán de una formación permanente e n el pensamiento revolucionario, de su concepción como elemento en constante cambio, sin debates acabados ni represiones del pensamiento. El pensamiento revolucionario no se agota porque se constituye para y por los cambios sociales, finalmente estos son requeridos permanentemente por las sociedades para su liberación.
Las estructuras orgánicas que llegado el caso serán posibles y necesarias deberán afrontar la tarea de reconstituir tal organización pasando en primera instancia a la formación de consejos populares, colectividades y células integradas en los procesos de lucha, incluso en la figura de una dirección que represente dignamente todas sus fuerzas. Tal consejo popular general es necesario que se le determine cuáles son las prioridades orgánicas de su constitución, es decir, más que arrimarle un conjunto de revolucionarias y revolucionarios sin especialización, profesionales del discurso, debe constituirse por representantes alternados, promocionados estrictamente desde las militancias denominadas de base, con funciones específicas de acuerdo al mejor fruto que puedan rendirnos prohibiendo las relaciones de poder y las disputas por espacios en torno a los liderazgos, pues en todos los casos nos debemos a unas labores de lucha, con firmes instrumentos dotados de poder de control regular sobre su desempeño.
En todas las áreas en que se requiera estructuras de dirección de nuestros procesos estas deben brindar sus servicios de proyección global y sostenida de la organización (en el entendido de que la principal labor está en las bases de combate ) ante los riesgos de que se repitan procedimientos por los que las estructuras terminan dominando y hasta oprimiendo a sus militancias.
Las llamadas estructuras no deberán suplir o anular la vida revolucionaria, si bien constituyen instrumentos de esta, el despliegue verdadero del proceso está en el seno de las clases populares y su acción, para ello se requiere desconcentrar «cuadros» que pueden cumplir mejor su papel activando en su seno, formando, impulsando, aconsejando, combatiendo, forjando estrategias. Abanderando sin tantos procedimientos burocráticos que congelan la más sencilla iniciativa, para estar a tono con la alta interacción de los movimientos y sus sectores en las nuevas dinámicas de la lucha de clases exigente de una fluidez sin límites en la conducción propia de sus luchas.
Con respecto al llamado estatuto, son instrumentos necesarios, más no deben ser una camisa de fuerza, sino sano instrumento de procedimientos en valoración ponderada de quienes luchan; como tales instrumentos, no deben decretar la vida y la muerte de una organización y sus militantes. Porque en la experiencia lo que se ha visto es que se usa más que todo la parte sancionatoria, la condena o el ajuste de cuentas por sobre los correctivos y la persuasión hacia la toma de conciencia. Por ello se requiere una normativa de cómo regir dicha organización (lo asambleario, las direcciones colectivas, la democracia, las relaciones entre revolucionarias y revolucionarios, y los procesos de articulación interna) de manera muy sencilla y estudiada para cuidarse y transformarse.
Cabe una ruptura respecto del planteamiento de la arquitectura militante, el carácter y formación de las revolucionarias y los revolucionarios. El pueblo mexicano requiere de militantes desprendidos, tan consecuentes como abnegados en la asunción de un rol congruente con sus intereses. Militantes con humildad, conscientes de su papel, amantes del trabajo, honorables en su moral y entereza, que sean pueblo, entusiastas, que enaltezcan los esfuerzos de éste, sin soberbia, vanidades, elitismos o prepotencia, siempre solidarios; sólidamente arraigados en los sentimientos del pueblo y su comportamiento, con los pies en la tierra. Que estimen la inteligencia popular, que sean sensibles a sus reclamos, sus recomendaciones y llamados, para que algún día ser dignos y dignas combatientes del pueblo, ejemplos de un nuevo tipo de liderazgo individual y colectivo.
Las revolucionarias y revolucionarios son gente de nuestro pueblo, luchadores salidos de sus clases y sectores oprimidos que asumen un compromiso político de empujar todo esfuerzo hacia las transformaciones revolucionarias. Que sean juiciosas, abnegados, pacientes ante las dificultades o problemas generales del movimiento proletario y popular para asumir sus retos, que se den el tiempo necesario para evaluar las condiciones y apreciar otras perspectivas. Que se asuman obligados a una continua formación política, cultural y de los campos en que se desempeñan, debemos dejar de ser improvisados en todo cuanto queremos abordar, y luego dejar de pretender que tales improvisaciones sean el plus de nuestro desempeño; de lo contrario el movimiento revolucionario no estará a la altura de los grandes reclamos populares y los nuevos contextos sociales.
Hay que ser ejemplo de dignidad, de lucha y fraternidad, conscientes de la naturaleza de la sociedad capitalista, solidarios con las otras fuerzas y los distintos movimientos del pueblo. Primeros en proponer y asumir tareas de combate, suficientemente maduros para reconocer errores propios y aciertos de sus camaradas u otras fuerzas. Forzados a superar cualquier resquicio de las viejas posiciones problemáticas, sectarias y divisionistas, sean siempre tendientes a resolver cualquier conflicto interno sobre los principios de integración, corrección, unión y amor a la colectividad. Una militancia con pertenencia de clase, fundida con su comunidad.
A su vez, las direcciones que se constituyan tienen que evitar caer en la formación estructural a la que se han visto sometidas, abrir bien los ojos para derrotar los esquematismos y otras limitaciones generalmente auto-encubiertas por el prejuicio del anatema revisionista, una respuesta automática de nuestras incapacidades, carente de contenidos, frente a lo cual se debe remover la costra propiciando toda la cura que requiramos. Entre muchos asuntos se debe asumir el contexto histórico revalorando lo que en su planteamiento resulta una recreación de condiciones variables sujetas a nuevas consideraciones de la misma perspectiva que nos trae aquí.
Mecanismos agarrotados de secretarios, secretariados, burós, comités centrales, que pues derivaron en procedimientos que restringen o coartan debates y decisiones, disuelven los poderes colectivos sustituyéndose por las imposiciones y medidas restrictivas de grupos tendientes al privilegio de poder político interno; que definitivamente en su momento fueron impulsores de grandes desarrollos político-revolucionarios de organización y lucha, mas ahora cabe reflexionarlos, debatirlos francamente, mesurarlos y modificarlos sustancialmente teniendo presente las necesidades de organización, dirección, cohesión y estrategia colectiva.
Por algo toda la vida se propuso que se integren como suele decirse, de abajo hacia arriba e inviertan su vida regular; aunque es un principio violado sistemáticamente por las organizaciones que se consideran vanguardias de su parcela, es una norma que debe tratarse con la suma disciplina y responsabilidad. Se ameritan candados y controles, deben tomarse como medidas válidas, en cierto modo son garantía de que siempre renovemos de verdad el carácter de la organización, administrando con sabiduría las posibles victorias en estos campos.
En consecuencia con estas cuestiones, si en otras circunstancias se vuelven a requerir viejas herramientas orgánicas, no hay que dudar en aplicarlas, bastará con fomentar los debidos medios para mantenerlas en la dinámica más justa posible. Habrá de ser un proceso de desarrollo político clasista natural pero orientado, en el que se alcancen las soluciones satisfactorias de organización, colaboración y liderazgo, que en el entusiasmo de la lucha popular e integración de una militancia fresca en conjunción de fuerzas más maduradas; lleve a un asiento de medios democráticos, persuasivos, consensuales y colectivistas.
Sobre el plan de acción estratégica
La elaboración del plan de acción estratégica del proceso revolucionario es una entre tantas de estas tareas, pero no debe desestimarse su importancia; abundan los programas que nos llevan hasta el socialismo y más allá, unos buenos otros medio mesiánicos, sin embargo son solo tinta en el papel, letra muerta porque sus protagonistas se dedican a otras cosas y no concretan la alternativa por su celo de pureza, sienten asco frente a las formas prosaicas del movimiento por no ser marxista-leninista, consideran que no se adecuan a los fines revolucionarios, les hacen el feo y se apartan. Obreristas sin obreros, que menosprecian todo cuanto no traiga botas mineras y casco, aunque seguramente darían negativo en una «prueba de pureza»; poco se ven en el espejo de que en general las organizaciones revolucionarias en el país se han constituido de sectores no proletarios, lo cual no es una crítica, sino un simple hecho que encarna las terribles dificultades y a la vez cambiantes condiciones para nuestra labor.
Requerimos de obtener el máximo provecho en cada lucha, muchas veces es el refuerzo directo de la organización revolucionaria, la mayoría de las ocasiones es en el aporte al desarrollo de los procesos democráticos, otras tantas circunstancias en forma contundente marcarán nuestro paso acelerando los acontecimientos y sus resultados bajo un principio a la integración que hay que promover constante y resueltamente. En cualquier caso las y los revolucionarios comunistas aportarán su granito de arena a que el pueblo adquiera confianza y voluntad de poder para transformar el país en las condiciones y formas que se le presenten. P ero toda organización debe abonarse un apoyo, mal quedan las revolucionarias o revolucionarios que sigan despreciando las luchas de otros sectores, el horno no está para bollos como dicen por ahí, tenemos lo que tenemos y sobre de esto construiremos no solo lo que queremos, sino lo que necesitamos.
Hay que cambiar eso, tal plataforma debe ser concreta, atractiva, comprensiva, sinergética en la combinación de fuerzas, y profundamente estimulante de las mentes y corazones de nuestro pueblo, que donde sea conocido sea apreciado como una declaratoria de lucha y de esperanza sobre el destino político, económico y social del país. Que toque las fibras de las clases explotadas y oprimidas, que descifre sus urgencias, sus necesidades y sus posibilidades históricas; es una gran tarea que debe sumir en sus manos la próxima organización revolucionaria que logre salir adelante, cualquiera sea su forma concreta.
Como bien quedamos ubicados, todo esto se dificultaría enormemente cayéndose en dispersiones sin un correspondiente plan de acción estratégico. Un plan fuera de formularios, que englobe dichas características del trabajo revolucionario y las plasme en las rutas de victoria política.
Sobre este plan decimos que partimos de unas condiciones de lucha en que diversas fuerzas compiten por avanzar en la organización popular, además de la presencia de tendencias democráticas que aunque generalmente reflejan posiciones incongruentes o escasamente precisas respecto del combate al régimen neoliberal; resisten y aglutinan a importantes sectores populares. Que sin duda presentan opciones de combate en el plano electoral, pudiendo servir de medio para que las fuerzas revolucionarias avancen en algunos aspectos de difusión y organización masiva nacional, regional y localmente.
Del mismo modo los movimientos populares presentan amplias posibilidades de desarrollo propios y para las tendencias revolucionarias, pero el trabajo debe modificarse para tales efectos, pasando a ser preponderante la solidaridad, el respaldo y la labor conjunta por cumplir sus fines organizativos y de lucha, medida en la que se pueden potenciar con flexibilidad nuestras tareas particulares conectándose armónicamente con el movimiento general.
El proceso democrático que otras fuerzas pueden impulsar sobre la base de la existencia de un amplio movimiento de masas en el país es una primera vía de combate nacional de la que con todo que se especifiquen sus claras limitaciones; debemos retomar en nuestras manos y bregar por posicionar las fuerzas populares y revolucionarias.
Serán muchas las acciones a implementar, estamos todavía lejos de contar con la capacidad de describirlas en su detalle, sin embargo todo parte de una premisa fundamental, bregar porque dichos procesos cumplan con sus tareas en el escenario de la lucha de clases. Para que esto ocurra la fuerza que se asuma responsable debe hacerse presente y partícipe, no hay más.
Estando dispuestos y dispuestas a lidiar con las incongruencias de la socialdemocracia; como fuerza revolucionaria, la cuestión es que dicho proceso democrático existe más allá de sus propias interferencias en una disposición de fuerzas frente a un enemigo políticamente desgastado. Estos procesos democráticos son muy amplios y frecuentes en la historia política del capitalismo y la lucha de clases -particularmente en Nuestra América Latina-, pueden servir de impulsores de ascensos de combate, pero esa es una cuestión de «capitalización», de que los pueblos en sí mismos bajo tales procesos aprendan a sortear el oleaje, de tal suerte que se apoyen de este para que la consciencia del pueblo, su clase y sectores revolucionarios se proyecten en la acción política.
Por su parte el proceso revolucionario, es por ende, democrático y revolucionario, es un momento al que debemos marchar, preparados, cumpliendo las inmensas tareas previas de trabajo sencillo, que predispongan a amplios contingentes en su voluntad de lucha y de poder de clase proletario y popular. En medio de las complejidades políticas del sistema, dicho proceso determinará las formas de la revolución, la transición en sí misma, nosotros no nos atamos a un mecanismo particular de hacer la revolución, sabemos que la historia suele dar saltos vertiginosos, en esto todas las formas de lucha son válidas y necesarias, todas valen ser promocionadas sin detrimento de ninguna. Hasta las propuestas de rutas de lucha merecen ser consideradas en su conjunto (inclusive para el trabajo político entre la clase), para que en su momento quepa decidir sus pertinencias o conveniencias en el paso inmediato, de manera consulta, colectiva y consensuada.
Un conjunto de estas formas permitirán el reposicionamiento del movimiento obrero y popular, socialista y comunista, revolucionario en su esencia, ante la cuestión ineludible de la toma del poder, por lo tanto debemos manejar cada una de las formas del combate de clase porque llegado su momento serán verdaderos puntales del proceso. De igual manera, aprendiendo de la nueva generación revolucionaria y a la vez adiestrándola en estos menesteres que habrán de presentársele, ya que en ella confiamos nuestra certeza en la victoria estratégica para que los pueblos de México tomen, construyan y transformen el poder en pieza clave de su emancipación social.
La lucha revolucionaria de hoy incita a la trascendencia en todos los factores actuantes, partido, pueblo, organizaciones, clases, sectores, teoría, praxis, militancia, táctica, estrategia, política y en el conjunto de las relaciones revolucionarias. Sobre estos cambios de nuestra visión, hoy nuestra labor debe reconfortarnos en seguras relaciones de fraternidad, camaradería, comunidad, perseverancia, formación y solidaridad.
Estamos en condiciones y necesidad de crear entre muchas fuerzas conscientes, toda una red organizativa con estas y más cualidades revolucionarias, con las suficientes medidas, pensamientos e instrumentos para que sean coherentes y certeros en su propósito de forjar un nuevo partido instrumento del pueblo y el proletariado, audaz e innovador en la lucha de clases por el socialismo, movilizado hacia el punto de no retorno, el proceso revolucionario, la cohesión de los factores revolucionarios, y la revolución política, económica, cultural, social que sepulte el capitalismo imperialista.
Levantar un programa para la victoria popular
Ahora, nos permitimos hacer algunas reflexiones en torno a lo que debe proponernos un programa revolucionario para los pueblos de México. No tratamos aquí de la enésima proposición de tal programa, nos referimos directamente al necesario cambio de planteamientos sobre el tema, la propuesta socialista comunista, de sociedad libre amerita desarrollarse desde cualquier ángulo izquierdista o revolucionario que se le mire. Como hemos dicho, hay muchos programas y en resumidas cuentas nos dan ideas de perspectiva; pero en todos ellos está ausente el protagonismo del pueblo, debido a una pesada tradición sobre su génesis, no logran desprenderse de la naturaleza de su constitución un tanto enclaustrada, resultando ser como descargas que entes divinos nos traen para entrar al paraíso. Pues quiérase o no, reflejan esas viejas palancas ideológicas entre sujetos pasivos y sujetos activos, a veces de complicada comprensión para el común de las personas, de escasa trascendencia cuando se revisten de demasiadas propuestas sobre el papel, o de difícil manejo para la agitación política, terminando en materiales de consumo interno para las organizaciones que los levantan.
En este momento del debate aflora la necesidad de precisión sobre lo que respalda a dicho lineamiento programático. Esto es, sus motores por encima de sus propuestas, más que circunscribirnos a un conjunto de reivindicaciones, hay que hablar primero del para qué tales reivindicaciones, directo al tema, sin divagaciones sobre la remembranza de toda la historia social, para eso otro pueden hacerse diversos tipos de materiales. De tal suerte que a partir de aquí plasmarnos el argumento sobre el cual no sólo subrayamos «x» posiciones, sino que además nos expresamos sobre los contextos sociales e históricos que alientan nuestras propuestas; esto sería por ejemplo:
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Aceptar las modificaciones pertinentes en la adopción de un programa de corte revolucionario, que vienen impuestas por el proceso social general de la vida humana en todos los ámbitos de la acción social hoy extendida a planos culturales, ecológicos, sexuales, económicos, estructurales, clínicos u otros, entrecruzados en las relaciones políticas y sociales. Cambios que no basta con reconocerlos dándoles un punto marginal, o una colocación floreada para certificar cierta actualización, cuando ameritan una comprensión minuciosa de sus características a la vez de un replanteo general para que encuentren la conexión orgánica en el conjunto de nuestra perspectiva. Cambios que exigen salidas por la vía popular para solventar acuciantes problemáticas concretas sin las viejas poses salomónicas o mesiánicas.
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Las recomposiciones del paradigma socialista-comunista sobre las tareas complejas de emancipación en todos los tópicos. Que lo llevan a otro desarrollo de posiciones, la diversificación argumentativa y la recreación de planteamientos para el actual espectro de la vida social. Esto es en casi todos los órdenes que deban regir sus procesos transformadores, desde la dominación y el poder, hasta la atención de la subjetividad individual o colectiva, la floración de lo emocional, y los infinitos problemas objetivos de la construcción socialista particularmente. En todo este horizonte deberá alzarse nuestro pensamiento revolucionario valorando a fondo sus nuevas integraciones en un universo conceptual, político y filosófico más apto para el combate a la formación social capitalista, y especialmente más forjado para servir de instrumento en la nueva sociedad, reconfigurando su práctica y su teoría las veces que sea necesario en función del interés supremo de nuestros pueblos.
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Las nuevas implicaciones de una sociedad no antagónica pero persistentemente sometida a conflictos entre el viejo orden y el proceso de liberación es una batalla intergeneracional que apunta a dejar atrás la inercia ya vista de atribuir al enemigo físico derrotado toda la gama de problemas habidos y por haber. Esta denostación hace un grave perjuicio a la causa puesto que pierde la perspectiva de que es en el seno de la nueva sociedad donde se cultivan y dirimen múltiples problemáticas de su formación liberadora ciertamente obstaculizada por su propia historia. Pero también se constriñe tanto porque se lidia con elementos de manejo tan necesarios como inevitables de un poder instrumentado a todo el ámbito organizativo que resultará extremadamente complicado y peligroso; y tanto como, por la falta de amplios medios propios que recreen un nuevo tejido social hecho para las necesidades recién propiciadas. Por lo cual es una transición histórica sujeta a acciones vertiginosas y a otras lentas maduraciones de soluciones prolongadas que requerirán inmensos esfuerzos, acciones diversificadas, algunas ya ensayadas y algunas más que requerirán talentos, inventivas y cambios en nuestros parámetros.
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Los reacomodos o descartes de consignas tomadas a rajatabla, que hoy día quedan flotando sin sustento ante nuevos hechos, tales como las formas de propiedad social, el sentido del poder, el combate a las expresiones de dominación en todos los terrenos, las tácticas unidimensionales, o los estilos de dirección, consenso, derechos populares de nueva generación y expresiones desarrolladas; para la más amplia democracia posible y obligada. Hoy día la extensión del proletariado más allá de la clase obrera industrial plantea la formación desde debajo de otras vías e instancias de constitución de su poder que no pueden restringirse a los antiguos soviets y sus formas generales de organización. Los ritmos sociales asientan otras premisas de inserción del proletariado y los pueblos oprimidos derivadas en comunas, colectividades, estructuras más flexibles, autonomías e incluso consejos populares integrados por varios de sus sectores que proyectan medios más horizontales y eficaces en el ejercicio del poder clasista directo. Pero esta es sólo una particularidad, que no renuncia a aquella experiencia, simplemente propone aterrizarla en un contexto más amplio en que puede concurrir con otras más para que suceda donde mejor convenga de manera más fluida en la aplicación de la democracia proletaria y popular así como rescata el precepto anterior de comuna y asamblea, caso este que ha sido relevante en la organización de pueblos, sectores y movimientos de México y otros países.
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La recompostura de nuevos criterios en sentido del hacer la experiencia, la cual enseña, acierta, pero también suele errar en el camino, adaptándose la otra sociedad a canalizar y fomentar múltiples pautas, novedosas, profundas, cuidadosas; donde a pesar de los tropiezos, las clases populares siempre tengan medios de rehacerse sin tener que sucumbir por completo al retroceso capitalista. Que en la posesión de múltiples instrumentos políticos, económicos, militares, sociales y demás; mejoren el auto-diseño social de nuestras siguientes generaciones sin establecerles cánones conductuales para toda su vida como un poder pretensioso más allá de la extensión generacional que lo inaugure, antes que acabe empantanado y finalmente incapaz de recoger o abonar otras propuestas frente a los escenarios que no podemos vislumbrar. La sociedad revolucionaria sólo podrá blindarse aportando a las generaciones de relevo los medios y armas con qué continuar su lucha libertaria.
Un programa con fines históricos libertarios será obra del pueblo activo, tenemos ante-programas, programas provisionales sujetos al escrutinio de las luchas del pueblo y de su toma de conciencia; pues la decisión fundamental sobre los mismos corresponderá a las clases y sectores del pueblo cohesionado para su proceso revolucionario.
Solo en estas condiciones es que debemos enarbolar y entender el programa revolucionario, siempre propositivo y sometido al debate popular. Tal programa no es un manual ni mucho menos un ente con vida propia el cual rija o movilice, dicte o regule, concentre o despliegue las fuerzas populares, clasistas y revolucionarias en su proceso de cohesión. Es un manifiesto de un núcleo de fuerzas, que convoca a otras más a aportarle, replantearlo y engrandecerlo en los postulados de emancipación social, es también un llamado al desarrollo de las alternativas de lucha socialista y comunista, y es una proclama revolucionaria sobre el horizonte social para reconstruir su propuesta estratégica en las modernas condiciones de nuestra sociedad dadas sus crecientes complejidades y las consabidas problematizaciones de la vida social.
Sugerimos que en su esencia dicho programa debe partir de algunas matrices fundamentales para la conformación de una sociedad de mujeres y hombres libres en un concepto más amplio de sus implicaciones, apoyándose en:
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Relaciones revolucionarias de lucha por objetivos históricos en el seno de un pueblo cohesionado en torno a su perspectiva prolongada de liberación social. Relaciones que conllevan la carga asamblearia, protagónica, de respeto irrestricto a las unidades y las banderas fundamentales del proceso revolucionario. Relaciones que superen los liquidacionismos, los sectarismos, los extravíos de control de unas organizaciones sobre otras, las imposiciones y otros rejuegos políticos; haciendo predominar la fraternidad, el diálogo constante, el interés de clase, la perspectiva histórica y el protagonismo popular en la lucha de clases.
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Relaciones revolucionarias que construyan y sostengan un genuino poder proletario y popular, como recurso de combate frente a las clases explotadoras y todos sus seguidores, pero que principalmente se avoquen a que sea desde las entrañas del pueblo donde emane una nueva forma de poder liberador, sustentado en el resguardo de la colectividad y sus facultades direccionales sobre los destinos de la nueva sociedad. Un poder distinto por sus características a todo cuanto hemos conocido en el país, el poder de las clases laboriosas, de los sectores populares de decidir a través de múltiples instrumento, sobre las cosas grandes o pequeñas de nuestra vida. Un poder que sepa distribuirse justamente entre tantos actores sociales del país en los que se compone nuestro pueblo diverso. Para que con este poder transforme sus condiciones en otra época social.
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La prefiguración de una sociedad democrática en sus bases de acción, que tenga por premisas la participación general de los pueblos en la toma de decisiones y un sistema adecuado que exprese las voluntades mayoritarias, salvaguardando los intereses generales como pueblo mexicano. Que articule múltiples instancias de ejercicio democrático congruentemente conformadas para cubrir los amplios deseos y aspiraciones de acción política y cumplimiento de decisiones colectivas.
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Una plataforma humanística en la consecución de todos los avatares del desarrollo en la nueva sociedad, que sostengan y amplifiquen los valores y derechos de nuestra humanidad tales como las libertades, la seguridad, la vivienda, la vida digna, la salud, el acceso al agua, la alimentación, un planeta descontaminado, desmilitarizado, desmonopolizado, como derecho de todos los pueblos, el ejercicio de la sexualidad, las creencias, el respeto por nuestra condición humana y el tratamiento en derecho a las diferencias y divergencias de todo género. Sociedad humanística libertaria y revolucionaria poscapitalista, de socialismo-comunismo de democracia auténtica del pueblo, colectivista que incorpore como condición humana la comunidad libre de opresión y explotación, trastocando el viejo concepto de humanismo de la desigualdad social, dominador, liberal y neoliberal que se sustenta en las libertades del mercado, el encubrimiento de la degradación humana, la violación de los derechos relativos, el señuelo de derechos humanos a bombazos, es decir, a contraderechos, la desarticulación de las premisas del ser social, y la falsificación contra la socialización no afín al capital.
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Relaciones sociales de producción, distribución, intercambio y consumo sostenidas por principios socialistas, de muy diversas formas, públicas, cooperativas, regionales, urbanas, rurales, locales, con formas de propiedad y control variadas según los roles y contextos organizativos de nuestros pueblos y ciudades, aún cuando puedan mantenerse empoderamientos generales sobre recursos esenciales. Bajo otros cánones de trabajo y consumo beneficiosos para las mayorías de manera consciente y sostenida.
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Replanteo sobre nuestras relaciones con la naturaleza y ante todo el planeta para contribuir a superar la fase capitalista de depredación que nos pone ante los dilemas del agotamiento de los recursos, la concentración de los mismos, la amenaza de extinción tanto de la especie como de la vida en la madre tierra, asumiendo nuevas responsabilidades como humanidad. Relaciones de vida social de transformación emancipatoria en temas como el de la familia, la educación, la consideración del posicionamiento y empoderamiento de la mujer en el espacio social, nuevas formas en el tratamiento de las contradicciones, divergencias y todo tipo de conflicto social inevitables en el proceso liberador, y particularmente la necesaria sanación social del problema de la violencia en el socialismo.
Sobre la lucha de este programa, avanzando sobre el proceso revolucionario, habrá lugar y necesidad de proyectar más allá de esta época de transición histórica, la proyección programática de liberación total respecto de toda forma o manifestación de dominación social. Medidas, sanciones y procedimientos anti-corrupción desde bajo serán siempre válidas; grandes propuestas se dibujan por todas partes, para todas ellas se debe marchar en un nuevo proceso, hay que asumir la responsabilidad.
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