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Nueva versión: «Clarín y cacerolas, la lucha es una sola»

Fuentes: La Arena

El 8-N ya pasó y se anticipa su regreso, tonificadas las fuerzas que convocaron. Hay debate sobre su significado. El gobierno debe analizar su respuesta política. La oposición conservadora buscará la forma de su capitalización. La clase media argentina es casquivana. Cuando patea en contra del país, incluso de sus propios intereses, se suele identificarla, […]

El 8-N ya pasó y se anticipa su regreso, tonificadas las fuerzas que convocaron. Hay debate sobre su significado. El gobierno debe analizar su respuesta política. La oposición conservadora buscará la forma de su capitalización.

La clase media argentina es casquivana. Cuando patea en contra del país, incluso de sus propios intereses, se suele identificarla, con razón, como «medio pelo».

Cuando el crac de diciembre de 2001 no dejaba cosas en pie, esa clase media, arruinada y venciendo sus prejuicios congénitos, se atrevió a ganar la calle con los desocupados. «Piquetes, cacerolas, la lucha es una sola», se la escuchó gritar hasta quedar afónica. Le habían incautado sus depósitos bancarios con el corralito.

Desde entonces el país mejoró, sobre todo en los aspectos económicos más gruesos, aún con la asignatura pendiente no reconocida por el cristinismo de la distribución de la riqueza. Pero fuera de esas y otras materias donde resta muchísimo por hacer, la economía estuvo en expansión.

Recuperar los salarios y firmar centenares de paritarias devolvieron a los trabajadores parte de la capacidad adquisitiva aniquilada por la convertibilidad y la devaluación asimétrica. Otros postergados, como los jubilados, salieron del pozo. Y las madres pasaron a cobrar la asignación universal.

Alrededor de 300 represores condenados por la justicia es otro mérito, no exclusivamente del gobierno sino ante todo de los derechos humanos. Esto ilustra que no hubo sólo beneficios económicos en esta década sino también los relativos a la libertad.

Y hablando de ese valor supremo, la anulación de la ley de radiodifusión de la dictadura y el voto, tras un enriquecedor debate, de la de servicios de comunicación audiovisuales, también engrosó el haber.

Que el 6.47 por ciento del PBI se destine a Educación, aún con la crítica de que los salarios docentes no son satisfactorios, debería ser tenido en cuenta por la clase media. Muchos de ellos, sarmientinos, recitan que la educación lo decide todo.

Y sin embargo, aún con ese bagaje favorable, una gran parte de aquella clase está en pie de guerra con los Kirchner, como lo mostró el cacerolazo del jueves. El ministerio de Industria había informado que en los últimos años se crearon 160.000 nuevas empresas, en su mayoría Pymes. Sin embargo una porción de ese empresariado estuvo fogoneando la movida contra la presidenta. Si en 2008 hubo piquetes de la abundancia, ahora hubo cacerolas llenas, «de pollos y papitas, asado y cazuelita», como cantaron los Quilapayún, en 1972, luego de cacerolazo de barrios ricos contra Salvador Allende.

Número y sentido

Un aspecto en que no se ponen de acuerdo los mismos que propiciaron el 8-N es en el número que abarcó. Políticos del gobierno, por razones obvias de minimización, como Luis D’Elía, lo tiraron abajo. 50.000 en la Capital y 200.000 en todo el país, dijo el titular de MILES.

Importante pero debajo de las expectativas, abundó en la misma línea Ricardo Forster, de Carta Abierta, quien cometió otro error de apreciación, ya sobre el contenido del suceso. Es que aseguró que sus participantes juzgan la libertad con «la materialidad del bolsillo».

Error del filósofo. La mayoría de los caceroleros andan bien y hasta muy bien de «cash», pero están mal políticamente, de sus ideas.

Los apologistas de la jornada derrocharon voluntarismo en vez de cálculos más o menos científicos. «La Nación» habló de un millón de manifestantes. «La Voz del Interior» (Clarín) aseguró ayer en su editorial que hubo entre 1.5 y 2 millones de personas. El gobernador peronista José M. de la Sota, otro de los que operó a favor de la marcha antigubernamental, declaró que hubo «millones de personas».

Según los medios monopólicos, Córdoba fue la segunda ciudad con más presencia. Y cuatro periodistas del diario citado coincidieron en que hubo 40.000 personas. Con ese cálculo, no precisamente oficialista, y suponiendo que en la Capital Federal hubieran concurrido siete u ocho veces más, el total de la convocatoria en el territorio nacional puede haber andado en el medio millón de asistentes. O quizás un poco más.

Se trata de una cifra importante, que el gobierno haría muy mal en subestimar. No han habido últimamente movilizaciones en número más importante que esa, excepto -y vale la pena evocarla- la de los 3 millones que festejaron el Bicentenario, para felicidad del gobierno y de la gente, y escarnio opositor y del multimedios de Magnetto.

Pero la clave está en desentrañar cuál fue el sentido político del acontecimiento. Se lo puede ir deduciendo de las opiniones de los diferentes actores. Mauricio Macri estaba más feliz que si Boca hubiera ganado la Copa del Mundo y Riquelme le hubiera dedicado varios goles, sin gestos de «Topogigio». Los medios monopólicos estaban en un estado orgásmico que todavía les dura. La «tribuna de doctrina», por ejemplo, había propagandizado formalmente el 8-N en su editorial «Actuemos contra el miedo», del mismo jueves: «resulta elemental que, en ocasiones extremas, como cuando se pretende estrangular las instituciones y los derechos constitucionales e imponer el miedo sobre la sociedad, toda expresión de libertad, como la protesta callejera convocada para hoy en todo el país, debe ser apoyada. Es necesario ser valientes cuando lo que está en juego es la República».

Que Macri, La Nación, Clarín, De Narváez, De la Sota, la Sociedad Rural, Cecilia Pando y hasta los «fondos buitres» tocaran la cacerola, aclara el sentido conservador y hasta reaccionario de la jornada.

¿Cómo que «fondos buitres»? Y sí, en Italia concurrieron representantes de esos fondos a integrar la comparsa por la «libertad». La libertad de cobrar su usura y volver más pobres a los argentinos.

Presencias y ausencias notorias

El sentido negativo del cacerolazo puede sospecharse por algunas presencias en el Obelisco y ciudades del interior. Está comprobado que el PRO de Macri y su gobierno porteño tuvieron un papel importante en la organización. El rol de propagandistas de los medios monopólicos tampoco se discute. Grupos neonazis de Alejandro Biondini y defensores de genocidas, de Pando, estuvieron activos para agredir a periodistas.

Luis Barrionuevo, de la CGT Azul y Blanca, llamó a movilizarse en el Obelisco.

En Córdoba, por ejemplo, el productor Luis Vanella aportó una numerosa tropilla de caballos con sus jinetes para darle un toque «gauchesco» a la jornada. Vanella fue en 2008 jefe del piquete sojero en Sinsacate, de los más agresivos, y luego fue candidato de Concentración Popular, fundado por Jorge Agüero, abogado del general Menéndez en causas por violaciones a los derechos humanos.

Son datos a tener en cuenta a la hora de evaluar el 8-N. Otro hecho puntual para la evaluación fue la abierta hostilidad y agresión física a periodistas acusados de oficialistas. Los de C5N, Duro de Domar, Telefé y 678, ligaron insultos, provocaciones, amenazas y golpes. Sino fuera casi trágico sería cómico que en ese escenario de violencia contra el periodismo hubiera pancartas reclamando en contra de Cristina Fernández por la supuesta falta de «libertad de prensa».

Esa carencia no es tal. Sí hay límites del gobierno en materia de inflación y casos de corrupción; lo primero es una certeza y lo segundo una suposición, con cierta base. Eso sí, en cuanto al aumento de precios el reclamo debería ir en forma conjunta al Ejecutivo y a las multinacionales y monopolios formadores de precios. Los caceroleros sólo apuntan a Cristina y Moreno.

Otra forma de analizar el fenómeno es mencionar los movimientos sociales que no estuvieron el jueves en el Obelisco y demás citas de la clase media y media alta.

En los últimos años hubo movimientos que hicieron historia y que aún siguen escribiéndola. Ninguno de ellos hizo acto de presencia en el Obelisco.

Por ejemplo, las columnas de los combativos piqueteros no estuvieron allí, salvo un patético y decadente Raúl Castells. Los movimientos de derechos humanos, que todos los 24 de marzo componen una de las marchas más significativas de la política argentina, estuvieron ausentes con aviso. A lo sumo Victoria Donda, en la vereda de enfrente. Los DD HH saben que no tienen nada que ganar con los videlistas de Pando. También dejaron la plaza vacía los movimientos ecologistas, de crítica a Monsanto y las megamineras, habitualmente críticos de CFK, pero que hicieron mutis por el foro el jueves. Otra corriente social de actualidad, sobre todo desde 2010 para aquí, es de los pueblos originarios; obvio que no aparecieron porque no se sienten representados por las fuerzas hegemónicas. Además, esos pueblos son sabios y su integridad física habría corrido tanto peligro como la de Dib, el notero de C5N.

Lo mismo les habría pasado a los homosexuales, lesbianas y trans que tanto festejaron el matrimonio igualitario, condenado en el fálico Obelisco. La política es asunto de números, pero sobre todo de clases sociales y propuestas. La derecha mostró que tiene con qué y tiene claro el blanco, Cristina, pero le falta saber con quién y cómo derrotarla. O resuelve esos, que son sus propios problemas, o le dirán, como en los concursos de premios no obtenidos: «siga participando». Y ya se sabe que la clase media es, además de volátil, sobre todo inconstante, cómoda y perezosa.

Fuente: http://www.laarena.com.ar/opinion-nueva_version___clarin_y_cacerolas__la_lucha_es_una_sola_-84918-111.html