«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos»Antonio Gramsci Las crisis del siglo XXI son múltiples y no están solo vinculadas a la cuestión político-económica. Una profunda crisis discursiva y simbólica es el punto de partida para pensar por qué los movimientos de izquierda -o las […]
Antonio Gramsci
Las crisis del siglo XXI son múltiples y no están solo vinculadas a la cuestión político-económica. Una profunda crisis discursiva y simbólica es el punto de partida para pensar por qué los movimientos de izquierda -o las izquierdas- no han logrado reinventarse. Si falta línea política, falta también creatividad y, sobre todo, crece el prejuicio sobre la posibilidad de crear nuevas formas de hacer política. En el afán de mantener los logros, se pierde de vista el nuevo que debería ser resultado de las experiencias vividas en este espacio-tiempo.
Mientras avanza el movimiento de imposición del orden dominante a través de sus formas represivas y normalizadoras, crece en los movimientos de izquierda y en las que se definen como progresistas una construcción de subjetividad muy similar al de imposición del orden. El rechazo o el «no estar de acuerdo» con las distintas tácticas de intervención -más allá de las diferencias en términos político-estratégicos- acaba por validar un proceso de aislamiento de las formas disidentes, y, muchas veces, culmina en la persecución de pares -en teoría aliados en lo reivindicatorio. Este fenómeno termina, con ayuda de los medios de comunicación, por crear lo que Mariana Galvani llama «miedo encausado» que, en el caso específico de las protestas sociales, se traduce en el miedo que la violencia por parte de las fuerzas represivas del Estado. Se construye la idea de que estas serían causadas por las formas más radicalizadas de resistencia, como se necesitasen de los «encapuchados tira-piedras» para reprimir los reclamos legítimos del pueblo en un contexto de políticas de austeridad.
La capucha es política
Muchos son los movimientos de resistencia que, a lo largo de la Historia, construyeron sus identidades a partir del encubrimiento del rostro. Entre los más emblemáticos podemos citar el Movimiento Zapatista con sus pasamontañas y la resistencia del Pueblo Palestino a la ocupación israelí con sus Kufiyyas. La disputa de lo simbólico es fundamental para actuar frente la ficción y a la construcción de la verdad impuesta por los medios hegemónicos de comunicación. No es solo una cuestión de preservación de la «identidad ciudadana» con fines de seguridad, es también una respuesta a quienes miran a la gente cómo números, no considerando sus existencias.
La capucha se transforma en todos los rostros. Es verdad que esta forma de construcción es distinta de la gran mayoría de organizaciones en resistencia, no obstante deslegitimar las distintas formas de intervención sería dar lugar al sentido común en la interpretación simbólica. Es hacer coro con la idea de que «si no debes nada, hay mostrar el rostro», no comprendiendo que el simple hecho de existir ya hace de algunos, endeudados y criminales bajo el sistema que los intenta someter.
Son indígenas que defienden su filosofía, nuestras tierras y sus ancestros; es el pueblo expulsado de sus tierras a través del genocidio y que resiste al régimen de apartheid. Pero también es un pueblo que resiste en contra la precarización, mercantilización de la vida y criminalización de la pobreza bajo el sistema capitalista.
Lo bueno y lo malo; los pacíficos y los violentos
En los tiempos de hoy, «tiempos de los monstruos», el desacato al autoritarismo, al orden y al conservadurismo se hace urgente. La idea de que lo bueno es pacífico y que el malo es violento -aunque habría que problematizar sobre el concepto de violencia en espacios de resistencia- guarda una forma superior y dominadora, por lo tanto también de poder y de juicio moral. Si hablamos de política subversiva y de su construcción simbólica, la forma de percepción de los cuerpos y sus comportamientos tienen mucho que decir sobre los objetivos a los cuales se pretenden alcanzar. La estética de las protestas de 2001 en la Argentina, por ejemplo, es lo que se guarda en la memoria colectiva como lo rupturista respecto el orden establecido.
Llevando en cuenta el desprecio por los reclamos populares, la democracia de baja intensidad, o tal vez una dictadura con la cara del siglo XXI, ya que los procesos de golpe palaciegos por los cuales pasaron Paraguay, Honduras y Brasil desvelan una institucionalización del autoritarismo, nosotras desde Virginia Bolten preguntamos: ¿No serían tiempos de hacer un nuevo movimiento sin prejuicios metodológicos de resistencias?
Referencias:
BAEZA, Amapola Cortés – EL GIRO ESTÉTICO DEL PASAMONTAÑAS: Reflexión a partir del caso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (1994-2014)
https://www.pagina12.com.ar/
Fuente: http://virginiabolten.
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