A estas horas la trama nauseabunda del capitalismo consistente en hurtar, asesinar, humillar y devastar seres humanos, naturaleza, cosmos… se topó con una gama de rebeldías cargada con pensares y sentires correctos bien dispuestos a frenar la inmundicia burguesa. Oaxaca es una bandera nuestra, fuerte y magnífica. Esta vez la fortaleza de los cauces rebeldes […]
A estas horas la trama nauseabunda del capitalismo consistente en hurtar, asesinar, humillar y devastar seres humanos, naturaleza, cosmos… se topó con una gama de rebeldías cargada con pensares y sentires correctos bien dispuestos a frenar la inmundicia burguesa. Oaxaca es una bandera nuestra, fuerte y magnífica. Esta vez la fortaleza de los cauces rebeldes es futuro certero. Existe en esta rebeldía un contenido, una sustancia, una potencia ancestral renovada, no frágil y si profunda: La lucha de clases. Nada menos.
No caeremos en la trampa de justificar la existencia del territorio de la rebeldía en plano exclusivamente «mental»… como «cosa de la imaginación», como alteración del «estado de ánimo» o cualquier otra desviación cursi acostumbrada por algunos burgueses domadores de personas llamados psicólogos, psicoanalistas… El territorio de la rebeldía es todo aquello más todo esto: lo concreto, cotidiano, objetivo e inmediato llamado realidad. Y más.
La rebeldía revolucionaria de la APPO no es «berrinche», no es «pataleta», no es desplante o pose. No se trata de un accidente del ánimo producido por alguna contrariedad en los intereses de una secta. No es una moda que tiende a superarse conforme trascurra el tiempo, poco o mucho. No se trata de un «tic» propio de gente «resentida» como dicen algunas señoritas secretarias de estado vendedoras nupciales de nalgas inmaculadas y sus novios funcionarios «buen partido». No se trata de un destello de locura ni de un relámpago que surca con cierta «violencia» el espació anímico, propio y ajeno, para diluirse incluso como catarsis o como orgasmo. Tampoco se trata de una manía insolente propia de personalidades intolerantes, neuróticos, viejos ideáticos, solteronas amargadas, divorciados infelices, enfermos crónicos o pacientes terminales. No. Esta rebeldía, protagónica en la historia que define al México actual, es una fuerza… inmensa, incalculable, contradictoria y necesaria. Revolucionaria y poética, pues. La vida misma.
Todos los oligarcas que sueñan con empantanar la lucha de la APPO entre balas y con babas eruditas o deyecciones silogísticas, e impregnar con objeciones y prejuicios «lógicos» la magnificencia de su rebeldía, deben saber juzgados bajo las leyes de la lucha popular que viene fraguando otra justicia al calor de la justicia social rebelde. Y aquí no hay salidas de emergencia.
Nadie puede ser tan soberanamente imbécil para suponer que la rebeldía oaxaqueña es un «acontecimiento aislado». No se puede ser tan redomadamente tarado como para suponer que será posible atomizar la lucha oaxaqueña con tácticas banales de militares o policías pedantes ayudados por periodistas domesticados a la usanza de muchos «filósofos» mediocres que se agarran a veinte uñas de los guevos de algún santón poderoso, con erudición enciclopédica, para tirarse un pedito conceptual que, en la intimidad, sus amistades aplaudirán con títulos, diplomas, becas y cargos públicos. Esos «políticos» con fraude electrónico o sin él ya pueden irse a la mierda. De paso.
Es imposible pensar la rebeldía revolucionaria de Oaxaca, sentirla y elogiarla, si se vive complacido con la vida ordinaria, su mediocridad, sus estereotipos, su «cultura», «buenas costumbres» y tradiciones. No se puede entender la rebeldía oaxaqueña, que se definirá tarde o temprano como revolución socialista, si se tiene bien adiestrada una vocación acomodaticia, convenenciera, mercenaria, dócil… que ve el mundo como un «escaparate de oportunidades» donde triunfa el más fuerte, el «mejor educado», el que tiene más suerte… el que «sabe aprovechar las oportunidades que la vida le da». No se puede entender la rebeldía oaxaqueña, y en general nada, si se es tan escandalosamente imbécil como para vivir cómodamente, incluso feliz, con el arsenal horroroso de estereotipos inventados para las «relaciones humanas», la diplomacia, la convivencia entre hermanos, países, sociedades. ¡Qué hermoso! ¿No? Oaxaca debe vivirse, hoy por hoy, en clave de revolución, de mundo nuevo, de nacimiento revolucionario. De algo no visto antes más que en borrador, en intento, nada despreciable. Como los soviets.
No es la de Oaxaca la rebeldía burguesa, la de los personajes hollywoodenses ideados para alentar la confusión. No es la rebeldía Oaxaqueña esa que narran en CNN, BBC, NBC… y su red mundial de parásitos, que comercializa el ano, entre muecas de violencia mass media, para derrotarnos con las crueldades más atroces de la propiedad privada. En todas sus variedades. No es la «rebeldía» melodramática referida por los payasos politiqueros que pregonan los clichés de la moral mercantil, la cursilería más maniquea y el triunfo del bien burgués. Sobre todas las cosas. No es la «rebeldía» descrita por los mediocres, los santones y sus curas. No es la «rebeldía» de los asustados, ni la de los enterados. No es la «rebeldía de los diccionarios, ni la de los tratados oficiales de sociología complaciente. No es la rebeldía descrita en los manuales psiquiátricos… nada que ver. Se trata de una rebeldía con otro sabor, nueva, fresca, matinal y emocionante. Una rebeldía floreciente, multifacética, diversa y portentosa. Es una rebeldía meticulosa y fértil, comprensiva y comprometida una rebeldía rebelde a los estereotipos, una rebeldía revolucionaria, en revolución permanente. Una rebeldía como la gente. Nadie se equivoque.