Muy interesante el rescate que hace el amigo Fernando Rosso en su posteo del día de ayer, «El «modelo de acumulación con inclusión social» y la «paradoja» del relato«. Allí recoge algunos párrafos de un artículo del Dipló de este mes, escritos por Martin Schorr. En ellos, este crítico amistoso de la política oficial, recoge […]
Muy interesante el rescate que hace el amigo Fernando Rosso en su posteo del día de ayer, «El «modelo de acumulación con inclusión social» y la «paradoja» del relato«. Allí recoge algunos párrafos de un artículo del Dipló de este mes, escritos por Martin Schorr. En ellos, este crítico amistoso de la política oficial, recoge los datos que ilustran que a «industria pujante» que presenta el el ministro y candidato a vicepresidente Amado Boudou, en varios aspectos no lo es.
El modelo «reindustrializador» de los Kirchner, tiene como saldo para mostrar luego de 8 años, una industria cuya producción representa hoy una proporción menor de la economía nacional (el 17% del Producto Interno Bruto, PIB) que lo que era en los ’90 en promedio (19% del PIB), según señala El economista en el artículo «La industria crece a pesar de los desafíos» (9/11/2011). Aunque hay algunos autores que ofrecen datos algo superiores (llegando algunos hasta 18,8% del PIB) se puede ver sin embargo que no se llega a recuperar el promedio de la década anterior. Desde 2003 en adelante, es decir, desde el momento en que Néstor Kirchner llegó a la presidencia, la industria dejó de ganar el peso en la economía que había recuperado luego de la devaluación. Siguió creciendo, pero a igual o menor ritmo que el resto de la economía. Aunque acá pesa el boom de precios y volúmenes del agro, también, según Schorr, «se asocia a la relativamente baja inversión respecto a las altas ganancias de las grandes empresas, en particular entre 2004 y 2007, cuando la rentabilidad sobre ventas de los oligopolios líderes osciló entre el 14% y el 19% (niveles holgadamente superiores a los de la convertibilidad)». Algo similar ya hemos dicho en este blog hace un tiempo. Las altas ganancias van acompañadas de una baja acumulación, lo cual significa que el capitalismo local no sólo se sostiene en base a una elevada tasa de explotación que tiene como base la precarización de la fuerza de trabajo para mantener los salarios planchados (en términos reales hay poca recuperación desde 2001, aunque el consumo a crédito permita taparlo por el momento), sino que ni siquiera es capaz de convertir esto en una fuente que eleve significativamente las capacidades productivas.
Schorr también señala la estrecha correlación entre el crecimiento de la industria y el crecimiento de la exportación industrial, lo cual para el autor es importante para mostrar otro rasgo de la economía Argentina durante estos años bajo los gobiernos «neodesarrollistas»:»se fortaleció un perfil exportador muy volcado a la explotación de recursos naturales y la armaduría automotriz».
«Armaduría» es un término que podría extenderse a otras áreas de la industria argentina. Entre ellas, las promociones industriales que se actualizaron en estos años, para incluir nuevos productos como celulares y notebooks, cuyo componente importado alcanza proporciones altísimas, siendo casi nulas las piezas manufacturadas localmente.
Agreguemos algunos aspectos, que muestran que incluso la descarnada lectura de Schorr, se queda corta. Lo limitado de la recuperación de la industria local pasados dos gobiernos K, lo ilustra otro dato más dramático, que golpea directo a la «niña mimada» del modelo, es decir la industria automotriz. Según estima La nación en un artículo de ayer, «por cada vehículo que sale de las terminales locales, se importan autopartes por casi 15.800 dólares». Este dato, lo obtienen de dividir el monto de las importaciones sectoriales durante los primeros seis meses del año (US$ 6186 millones), por las unidades producidas durante dicho período (392.298 vehículos). Por supuesto, no todos los componentes importados ingresas a la producción, ya que una parte de lo importado se dirige a los comercios de repuestos. Sin embargo, considerando la explosión que tuvo el volumen importado (US$ 12.200 por auto en 2010, US$ 11 mil por auto en promedio en los 6 años anteriores, y US$ 15.800 hoy) se puede ver cómo el volumen de importaciones se ha movido bajo el impulso del despegue de la producción. Cuanto más autos se producen, más se importa por auto producido, poniendo de relieve las consecuencias del desguace de la industria local durante las décadas previas, que hacen que no haya autopartistas locales para proveer a las terminales. Algo que no ha sido revertido durante estos años, sino todo lo contrario. Baste recordar el caso de Paraná Metal.
Falta agregar otro dato que es aún más lapidario: «Los 15.800 dólares que se importan por cada auto fabricado aquí coinciden casi con exactitud con el valor promedio que tiene cada vehículo argentino que se exporta.». Considerando que se importa por un valor equivalente al que se exporta, podríamos decir que el valor agregado de las exportaciones automotrices, tendería entonces… a 0! El auto se vende en el extranjero, a un valor casi igual al de las piezas que se importaron para fabricarlo, «regalando» el trabajo realizado en el mercado local, y los componentes producidos localmente, que no se cargan al precio del comprador extranjero. Pero claro, no es que a las automotrices les agarre un arranque de generosidad, y en pos de engrandecer la Argentina, exporten a pérdida para traer dólares al país, ni nada que se le parezca. Son los compradores del mercado local quienes solventan con un sobreprecio, aquella parte del valor que se «pierde» en la exportación. El encarecimiento de los vehículos en el mercado local es el correlato necesario de la «pujante» exportación automotriz que tanto festeja el gobierno, en las condiciones actuales de esa industria en el país. De esta forma, la industria mantiene altas ganancias, es una aspiradora de dólares que se hace más preocupante cuanto más produce, y los coches siguen siendo un bien a adquisición onerosa en el país para solventar las exportaciones, a «pura pérdida» de dólares y de trabajo local.
Por supuesto, no podemos sacar la conclusión, como hace el liberal «con onda» Lucas LLach, de que esto se resolvería liberando las exportaciones. Los problemas productivos extendidos en todos los eslabones de la cadena, difícilmente se resuelvan con una medida como ésta. La conducta empresaria en ramas que no tienen las restricciones de la automotriz, tampoco inducen a pensar que esta apertura tenga gran impacto sobre el accionar capitalista. Como plantea Schorr en el artículo con el que comenzamos, la baja reinversión de ganancias ha caracterizado a toda la cúpula industrial. La conclusión, es que ni este «neodesarrollismo» discursivo, ni la ortodoxia aperturista pueden resolver un problema con profundas raíces en las condiciones generales que guían el accionar del capital en la economía semicolonial argentina. Para saldar la brecha entre «excedente» y acumulación, no se trata de uno u otro de estos caminos, sino de atacar el problema de raíz: expropiar a los expropiadores capitalistas (que ni siquiera acumulan la riqueza que se apropian) y reorganizar la producción de acuerdo a las necesidades sociales y evitando la dilapidación de riqueza que impone la burguesía.
Fuente: http://puntoddesequilibrio.blogspot.com/2011/09/ocho-anos-de-modelo-k-y-la.html