El «olañetismo», corriente engendrada por Casimiro Olañeta, encarna a los terratenientes y dueños de minas que, después de servir a la monarquía hispana, fundó la República de Bolivia, usufructuando el sacrificio de miles de indígenas y mestizos, que lucharon por la independencia. El historiador Luis Paz indica que 102 jefes patriotas participaron en esa gesta. […]
El «olañetismo», corriente engendrada por Casimiro Olañeta, encarna a los terratenientes y dueños de minas que, después de servir a la monarquía hispana, fundó la República de Bolivia, usufructuando el sacrificio de miles de indígenas y mestizos, que lucharon por la independencia. El historiador Luis Paz indica que 102 jefes patriotas participaron en esa gesta. Al terminar la contienda, sólo cinco quedaron con vida, los que fueron marginados de la organización republicana, que continuó cobrando el «tributo indigenal» impuesto por el Rey de España. Los 97 restantes ofrendaron la suya en los patíbulos y campos de batalla.
El «olañetismo», reciclado en la oligarquía de la plata, en el Siglo XIX, en los «barones» del estaño, en la primera mitad del Siglo XX, y en los neoliberales, encabezados por Gonzalo Sánchez de Lozada (GSL), que se aprovecharon de la Revolución del 9 de abril de 1952, desde entonaces hasta ahora, se caracteriza, como advirtió el escritor Sergio Almaraz Paz, por succionar a Bolivia y despreciarla al mismo tiempo. Varios de sus ideólogos postularon el exterminio de los indígenas, debido, según ellos, a que son el lastre que impide el progreso de la República, aunque saben que sin el trabajo de quechuas, aymaras, mestizos y guaraníes no sería posible explotar las minas, roturar los campos ni recoger las cosechas.
La casta encomendera, asociada a la oligarquía y la masonería chilenas, las que dependían, a su vez de capitales y logieros ingleses, facilitó la pérdida del Litoral en la Guerra del Pacífico de 1879. La oligarquía de la plata, asociada a empresarios y gobernantes de Santiago, fue la «quinta columna» que paralizó las esfuerzos del país para defender su territorio y suscribió, casi con beneplácito, el ominoso Tratado de Paz y Amistad (sic), del 20 de octubre de 1904, por el que Bolivia cedió a perpetuidad su costa marítima al invasor.
Después de la fratricida contienda del Chaco (1932-1935), entre Bolivia y Paraguay, el nacionalismo boliviano, nutrido de contingentes indo mestizos, respondió al dominio oligárquico feudal, aliado al poder extranjero, con la nacionalización de la Standard Oil, el 13-III-37, dispuesta por el general David Toro, con el Decreto de 7-VI-39, por el que el Teniente Coronel Germán Busch, determinó que las divisas generadas por las exportaciones del estaño sean depositadas en el Banco Central, con el primer congreso indigenal, convocado por el Coronel Gualberto Villarroel, en 1944, proceso que culminará con la Revolución del 52, que nacionalizó las minas, dictó la reforma agraria y el voto universal y artículo al país, de oriente a occidente, con la carretera Cochabamba-Santa Cruz.
El general Alfredo Ovando y el político socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz volvieron a nacionalizar el petróleo, en 1969, que había sido desnacionalizado por Víctor Paz Estensoro y Hernán Siles Zuazo, en la transición de ambas presidencias, en 1956. Ante la usurpación «olañetista» y neoliberal del proceso nacionalista, los contingentes indo mestizos ofrendaron sus vidas, una vez más, el 17 de octubre de 2003. El precio pagado en esos acontecimientos ascendió a 67 muertos y alrededor de 400 heridos. Los combatientes populares lograron la fuga a EEUU de GSL y de sus ministros genocidas, pero el «olañetismo», una vez más, se aprovechó de esa victoria y pretende, hoy en día, mantener incólume, mediante la Presidencia de Carlos Mesa, vicepresidente del derrocado, la entrega del gas y del petróleo a las transnacionales dispuesta por el «gonismo».
Bolivia, a cien años del Tratado de 1904, está nuevamente convulsionada. En momentos en que el Parlamento discute una nueva Ley de Hidrocarburos, en una trinchera están los descendientes del «olañetismo», de la casta encomendera, de las oligarquías de la plata y del estaño, hoy agentes de las petroleras, en la otra, el pueblo indo mestizo, que rememora a sus mártires de tantas jornadas en las que se ofrendó la vida por la aún pendiente liberación nacional.