Si en lugar de Evo Morales el presidente de Bolivia fuera Abrahan Lincoln y la oligarquía boliviana supiera cómo el ejército, la Nación y el Estado norteamericano, defendieron la integridad del país, moderarían sus aprestos separatistas. De todas las burocracias, la más densa es la municipal y de las oligarquías, las más primitivas son las […]
Si en lugar de Evo Morales el presidente de Bolivia fuera Abrahan Lincoln y la oligarquía boliviana supiera cómo el ejército, la Nación y el Estado norteamericano, defendieron la integridad del país, moderarían sus aprestos separatistas.
De todas las burocracias, la más densa es la municipal y de las oligarquías, las más primitivas son las locales, sobre todo aquellas que, junto con el petróleo y el gas, descubren una extemporánea vocación autonómica. De haber mostrado la misma devoción por independizarse de La Paz como de Washington, los terratenientes santacruceños hubieran sido más radicales que los bolcheviques rusos.
Los desarrollos que condujeron a las monarquías absolutas y a la formación de los estados nacionales en Europa, hicieron que excepto en España, un estado multinacional y Alemania cuya unificación tardía permitió el desarrollo de los principados, en Europa el federalismo no echó raíces profundas.
No ocurrió así en México y Sudamérica, donde el pensamiento liberal y el ejemplo norteamericano dieron alguna justificación al federalismo, que se estableció como forma de gobierno en Mexico, Brasil, Argentina y de modo formal en Venezuela, lo que nunca fue obstáculo para la consolidación de la unidad nacional.
Bolivia, un estado unitario y una Nación con identidad consolidada, no era una excepción hasta que con la puesta en explotación de los yacimientos de gas, en el seno de la oligarquía prosperaron tendencias separatistas, alentadas por sus congéneres de Chile, Argentina y Brasil, así como por las transnacionales europeas y norteamericanas, interesadas en apoderarse de los hidrocarburos. Los gobiernos de Gonzalo Sánchez de Lozada y de Carlos Mesa, alentaron irresponsablemente esas deformaciones reforzadas por la ideología neoliberal.
En todos los países, ya sean federales o unitarios, los recursos naturales decisivos para la economía nacional, son administrados centralmente y en algunos estados latinoamericanos el federalismo se relaciona con los procesos de poblamiento, colonización, urbanización y con peculiaridades en la lucha por la independencia, nunca con concesiones a actitudes oportunistas, de grupos movidos por la codicia y el egoísmo localista, tampoco esa forma de gobierno ha servido para alentar el separatismo.
Al sostener que las autonomías son fenómenos corrientes, los voceros de la oligarquía boliviana mienten. Lo que en realidad ocurre es que el progreso, asociado al desarrollo de la conciencia ciudadana y a la madurez de las estructuras políticas, han favorecido la ampliación de las atribuciones de las administraciones locales.
Las fuerzas progresistas que desde la distancia asisten al retrogrado empeño de los terratenientes y barones del gas y el petróleo por despedazar a la Nación boliviana, destruir el Estado, introducir la desunión y se solidarizan con la defensa de la integridad nacional, confían en la madurez del pueblo y sus instituciones, incluyendo las fuerzas armadas.
El entusiasmo autonomista de la oligarquía boliviana es otra de sus actitudes mezquinas y entreguistas que no tiene nada que ver con el apego a la tierra o el orgullo local, sino con los lucros del petróleo y el gas.
Jamás los terratenientes santacruceños convocaron un cabildo ni apelaron a las masas de la región para poner fin a la pobreza, acabar con el latifundio, liberar al indio de la miseria y la humillación, ni acabar con el hambre y la exclusión, ni para confrontar a los gobiernos represivos y entreguistas de los que fueron refugio y sostén. Ningún boliviano honesto debiera ahora dejarse confundir, responder a sus convocatorias ni asumir sus consignas.
La paradoja radica en que ciertas oligarquías provincianas quisieran ser independientes del gobierno central en Bolivia, para ser más dependientes del capital transnacional y de Washington.
Deshacer la unidad nacional y la integridad de nuestros países tan difícilmente alcanzada es el más perverso, retrogrado y reaccionario empeño que nunca se haya concebido en América Latina.