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Reseña del libro "El caso Scala. Terrorismo de estado y algo más" de Xavier Cañadas Gascón

Otro agujero negro de la transición

Fuentes: Rebelión

´ Xavier Cañadas Gascón, El caso Scala. Terrorismo de Estado y algo más. Editorial Virus, Barcelona, 2008, 115 páginas.     Para Antonio Egea, en recuerdo de los años en el bachillerato nocturno del Puig. Nunca hasta entonces un estudiante me había enseñado tanto. 15 de enero de 1978, domingo, siete meses después de las […]

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Xavier Cañadas Gascón, El caso Scala. Terrorismo de Estado y algo más.

Editorial Virus, Barcelona, 2008, 115 páginas.

 

 

Para Antonio Egea, en recuerdo de los años en el bachillerato nocturno del Puig. Nunca hasta entonces un estudiante me había enseñado tanto.


15 de enero de 1978, domingo, siete meses después de las primeras elecciones legislativas tras la muerte del general golpista Francisco Franco, un año después del asesinato de los abogados laboralistas de las CC.OO. antifranquistas. Un incendio de grandes proporciones iniciado a las 13:15 destruye una sala de fiestas situada en el Paseo de Sant Joan, una avenida céntrica de Barcelona, provocando la muerte de cuatro trabajadores -Ramón Egea, Bernabé Bravo, Juan López y Diego Montoro- que trabajaban en el local. Cuarenta y ocho horas más tarde, según la prensa, apenas quince horas más tarde en realidad, son localizados y detenidos los presuntos autores. Xavier Cañadas, entonces militante de la CNT, sindicato enfrentado frontalmente a los Pactos de la Moncloa suscritos por las fuerzas políticas parlamentarias con el apoyo de las organizaciones empresariales y de la UGT y CC.OO, fue una de las cinco personas encausadas. Fue condenado a 17 años de cárcel en el llamado «caso Scala», saliendo en libertad condicional tras estar ocho años en prisión.

En El caso Scala. Terrorismo de Estado y algo más, en esta sucinta crónica en clave autobiográfica de lo sucedido, que no aspira a ser una narración histórica documentada con precisión sino un sucinto relato en primera persona, escrito con dolor, resentimiento y rabia no contenidos, y en ocasiones, en mi opinión, sin matices imprescindibles, Cañadas defiende y argumenta con pasión a favor de la tesis siguiente: el atentado, montado por los servicios secretos del Estado, y la represión posterior contra el conjunto del movimiento libertario, fueron un hachazo de enormes consecuencias contra el entonces exitoso resurgimiento del movimiento cenetista en Catalunya y España. El gobierno de la UCD y, especialmente, el ministerio del Interior entonces dirigido por Rodolfo Martín Villa, posterior presidente de FECSA-Endesa y, como es sabido, actual presidente de Sogecable, persiguieron con este montaje erosionar definitivamente la imagen pública de la CNT, organización que, según Cañadas, contaba entonces con más de 100.000 afiliados sólo en Catalunya. La CNT era un sindicato revolucionario, nada proclive a pactos y acuerdos con la patronal y el gobierno, que entonces aparecía como una amenaza nada marginal para la consolidación de la transición, para el cumplimiento de los acuerdos económicos y sociales de los Pactos de la Moncloa y para el encorsetamiento de las aristas más combativas y revolucionarias de las clases trabajadoras españolas. Toda vía para aproximarse a esa finalidad, incluso la mentira más abyecta, la manipulación más ignominiosa y el más vil terrorismo de Estado, estaban permitidos. Según Cañadas, el caso Scala significó el fin del crecimiento espectacular de la CNT, y de todo el movimiento libertario en su conjunto, y el inicio de su decadencia organizativa, y con él la domesticación o parálisis del movimiento obrero revolucionario en España.

Figura clave en este programado y conseguido intento de liquidación fue Joaquín Gambín Hernández, un confidente de la policía de Murcia, infiltrado en la FAI, de 47 años, conocido en el mundo de la delincuencia como «el Grillo», posteriormente amnistiado tras una condena, quien llegó a proporcionar al grupo maletas de armas y explosivos. Las armas, descubiertas claro está por la policía, fueron la causa de las 54 detenciones realizadas en Barcelona a finales de enero de 1977, ocho días después de la matanza de Atocha, con motivo de una reunión de la FAI. Todos los detenidos fueron acusados de conspiración terrorista.

La tesis es atendible, la conjetura defendida por Cañadas sobre un caso de terrorismo programado de Estado no es, de entrada, ninguna ensoñación ni ningún intento de apuntar hacia lugares ajenos con extrañas e inverosímiles teorías conspirativas. Se habló de ella en su momento en diferentes ambientes políticos y se debería hablar de ella nuevamente. Los historiadores de aquellos turbulentos años harían bien en sopesarla con cuidado (ignoro si se ha hecho hasta ahora) y tratar de ver su plausibilidad documentadamente. No hay aquí, de entrada, ningún desvarío político. No sólo se puede hablar de los años de plomo en Italia y no sólo en Irlanda han actuado activamente, cuando así lo han considerado, los grupos residentes en las bien remuneradas cloacas del Estado. De hecho, en uno de los anexos, Cañadas reproduce unas declaraciones de Martín Villa, cuyo padre, por cierto, fue militante de la CNT, a Mundo Diario, fechadas el 1 de febrero de 1978, en las que el entonces ministro del Interior señalaba, después de recordar cuatro atentados que se habían producido en aquellas fechas en Barcelona, que «de todos ellos a mí el que más me preocupada en este orden de cosas es este último [el caso Scala], porque realmente ahí hay un cierto origen de los movimientos libertarios que circulan en Barcelona desde siempre. Es una amenaza que puede ser importante para la convivencia pacífica en Barcelona» (página 88).

La necesidad de sopesar la tesis sobre el papel de los servicios del Estado y sus dirigentes políticos en el caso Scala, incluso del papel jugado en el caso por los propietarios del local, es independiente del tono y desacuerdo que pueda tenerse con no pocas de las afirmaciones de Cañadas. De las siguientes, por ejemplo. De que el PSUC, del que padre de Cañadas era militante (nada más y nada menos que el responsable del aparato de distribución de propaganda de Barcelona), fuera, cuanto menos dicho en estos términos, una simple correa de transmisión del PCE de Carillo y Pasionaria (p. 7); de la errónea localización geográfica de Radio España Independiente; de que Cañadas no crea oportuno distinguir nunca entre las diversas corrientes, organizadas o no, admitidas o no estatutariamente, del PSUC y del PCE; de que atribuya a Engels, junto con Marx, sin más aclaración, la autoría de El Capital (p. 8); de que hable de Juan de Borbón como Carlos y le atribuya una más que generosa oposición al franquismo (p. 17); de que dé datos sobre inflación y paro en la España de la transición imprecisos y exagerados (p. 20); de que acaso dote de militancia y fuerzas excesivas a la CNT de aquellos turbulentos e interesantes años; que acuse sin matices a toda la izquierda parlamentaria de permitir, con su beneplácito, de que el caso Scala fuera atribuido a la CNT y al movimiento libertario, «cuando tenían plena consciencia de que se trataba de un acto indiscutible de terrorismo de Estado» (p. 27). Etcétera, etcétera, densamente poblados en este caso.

Su presencia en el lugar del atentado es explicado por Xavier Cañadas en la siguiente secuencia: después de finalizada la manifestación a la que habían acudido con cócteles molotov (muy frecuentes entonces en manifestaciones, fueran o no libertarias: yo los usé en frecuentes ocasiones), Gambín, el policía infiltrado, animó a un grupo de jóvenes cenetistas que los lanzaron en algún lugar donde pudieran hacer daño. Discutieron con él sobre la oportunidad de la idea pero al final se dejaron convencer. Se dirigieron a la Scala a pie. Llegaron, según Cañadas, a las 13:30. Vieron al llegar que de la parte de atrás de la sala de fiestas salía un fuego enorme. A pesar de ello lanzaron los seis cócteles en la puerta de entrada. Después de salir corriendo, se giraron y pudieron ver que en el lugar donde ellos habían lanzado los cócteles no había ya ningún fuego mientras que en la otra parte del local el fuego y el humo se hacían cada vez más espesos.

Sea como sea, el incendio, como anunció toda la prensa barcelonesa del día siguiente, se inició a las 13:15, quince minutos antes de que ellos llegaran a la sala de fiestas de la Scala, según recuerda insistentemente, por ser un dato relevante, Xavier Cañadas.