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Pablo Soto y la revolución de la democracia participativa

Fuentes: huffingtonpost.es

Un italiano que vive en Madrid desde hace diez años se acerca a nuestra mesa en la cafetería del Museo Reina Sofía para saludar a Pablo Soto. Lleva más de una hora esperando a que terminemos de charlar para mostrarle su apoyo y contarle que un rato antes, un grupo de simpatizantes había estado coreando […]

Un italiano que vive en Madrid desde hace diez años se acerca a nuestra mesa en la cafetería del Museo Reina Sofía para saludar a Pablo Soto. Lleva más de una hora esperando a que terminemos de charlar para mostrarle su apoyo y contarle que un rato antes, un grupo de simpatizantes había estado coreando «¡Ay Carmena, ay Carmena!» en torno al café de media mañana. Soto es una de las piezas clave de la lista de la jueza candidata de Ahora Madrid a la alcaldía de la capital. Todo un mito en internet por su concepto colaborativo de la red y, si ganan el domingo, el futuro encargado de hacer realidad la democracia participativa Es decir, de facilitar que los madrileños puedan elegir qué se hace con una parte del presupuesto municipal como sucede ya en Suiza, en París, Baviera, Reikiavik, parte de EEUU o en Portoalegre.

A finales de los años noventa, Pablo se convirtió en uno de los desarrolladores españoles más exitosos del mundo. Empezó a crear protocolos P2P, una tecnología que permitía transferir y compartir contenidos de un ordenador a otro sin depender de servidores y de forma gratuita, gracias a la cual existe Skype o se retransmite un mundial de fútbol. Su programa Blubster, que permitía compartir carpetas entre usuarios -lo que ahora sería la Nube-, se lo instalaron más de 30 millones de personas, desencadenando la ira de cuatro grandes discográficas que le demandaron por favorecer la piratería. Le exigían 13 millones de euros, pero tras seis años, David venció a Goliat.

Tras su éxito, las multinacionales de las comunicaciones le han hecho suculentas ofertas, pero él ha preferido seguir batallando para que la participación de la gente, una de las principales peticiones del 15M, se lleve a cabo. Iniciativas ciudadanas, presupuestos participativos y revocatorios son el objetivo.

 

Eres el único español al que le han dado un Pioneer Award de la Asociación Internacional de la Computación Distribuida (DCIA por sus siglas en inglés). ¿Qué haces pensando en que los vecinos de un barrio puedan plantear sus propios proyectos y votarlos, en lugar de convertirte en un Bill Gates patrio?

He sido testigo de cómo funciona la inteligencia colectiva, he pensado mucho desde hace quince años en cómo millones de personas pueden trabajar en común mejor que en grupos pequeños. De repente ocurrió el 15M, y me pasé un mes en la Puerta del Sol porque me di cuenta de que la única lucha que importa es la lucha por la democracia. Con esos amigos tratamos de dar con la forma de conseguirla usando las redes. Sociólogos, politólogos, investigadores y activistas de Hong Kong, Islandia o EEUU, entre otros sitios, venían a vernos, a entrevistarnos. Eso que sucedía durante la acampada hace cuatro años está volviendo a pasar. Ahora mismo hay un grupo de 20 americanos, desde políticos electos, demoscópicos y miembros de Occupy Wall Street, con los que estuve ayer -por el martes-, interesadísimos en la fuerza de innovación social que hay aquí y que se quedarán hasta después de las elecciones. También he estado con franceses, todo apasionante por el interés que despertamos.

Pusiste en marcha las iniciativas ciudadanas de Podemos y estás en un proyecto de Harvard sobre innovación democrática. ¿Se ha convertido España en un laboratorio?

En Europa tienen claro que la innovación social va a ser el motor de este siglo y ahora mismo en innovación social el foco mundial está aquí, porque hay capacidad de producir una realidad nueva. Lo que vienen a investigar es esa masa de millones de personas que están tratando de darle la vuelta a todo. Hay más 8.000 ayuntamientos y en muchos de ellos se presentan candidaturas de unidad popular con programas de radicalidad democrática, en el sentido de que la gente participe en las decisiones.


¿Y cómo vais a lograr que cualquiera pueda decidir una parte de las inversiones del ayuntamiento, ya seas una señora de más de 71 años, como Carmena o un joven de 35, como tú?

En Porto Alegre (Brasil), por ejemplo, nadie tiene internet y el 100% de los Presupuestos son participativos; en Suiza se hacen cientos de referendos y el 80% del voto es por correo. Lo único que ocurre con la participación digital es que vamos a aprovechar que en España, según el CIS, hay mucha gente con conexión a internet y con móvil. El ayuntamiento de Madrid tiene un abanico inmenso para evitar que la brecha impida participar a la gente. Primero dándole difusión y luego para que en las juntas de distrito se asesore a los que tienen iniciativas y a los que van a votar. Las herramientas digitales sirven para que más gente pueda participar de la democracia, pero no excluyen otros medios para hacerlo. Es importante tener claro que la democracia participativa no va a resolver todos los problemas de la sociedad, pero es mejor que lo que tenemos ahora, porque muchos de esos problemas han venido por decisiones políticas que se han tomado a puerta cerrada, a espaldas de lo que la mayoría habría decidido.

¿Qué porcentaje de los presupuestos decidirán los vecinos en qué se gasta?

Vamos a empezar con un porcentaje parecido al de Reikiavik y París, que comenzaron en torno al 5% del presupuesto en inversiones. En Reikiavik ya van por el 15%. Se recogerán todas las propuestas y la gente votará en cada distrito. ¿Quién mejor que los vecinos saben lo que necesitan?

En Grenoble, por ejemplo, han empezado este año con un porcentaje ínfimo, son 150.000 habitantes, lo que podría ser un distrito en Madrid, y este año han gastado 800.000 euros en proyectos participativos. Imagina que en Villaverde cada año tuvieran eso para decidir si quieren más parques o un instituto… en seis años sería otro barrio, que los vecinos habrían hecho suyo. Es un mecanismo que puede cambiar la sociedad. Además es un factor de igualdad, porque el ayuntamiento hasta ahora está invirtiendo unas cantidades distintas en cada distrito, aunque en Salamanca y en Villaverde paguen los mismos impuestos y el mismo IBI. No hay más que ir por las calles de los barrios y mirar.

¿Cuál es el mecanismo de consulta ciudadana?

Muy sencillo. Son referéndums vinculantes. Cualquier persona o colectivo puede hacer una propuesta. Hay colectivos que tienen capacidad para articularlo muy bien, pero también cualquier vecino puede hacerlo con sus propias palabras. Entonces se inicia el proceso de recogida de avales, con un umbral que no sea inalcanzable y que podría estar en torno al 1% del censo del distrito o del municipio, según el alcance de la propuesta. Cuando llegas a ese aval, el ayuntamiento monta un grupo de trabajo para articular bien la propuesta, se trata de arroparla con expertos, no de cambiarla. Si la persona que inicia la propuesta no está de acuerdo con el resultado del grupo de trabajo, se someterían a referéndum las dos cosas. Después la gente vota las propuestas tan fácilmente como dar un like – ‘me gusta’- en Facebook.

Vamos a crear un censo para fomentar digitalmente la participación, aunque también se puede hacer en persona. Gallardón se cargó el área de participación del ayuntamiento, pero los funcionarios están ahí para hacer de interfaz con los ciudadanos. Así es como funciona en Suiza.


¿Vamos a estar votando todo el día?

La experiencia no dice eso. Hay varios argumentos que se usan contra la democracia participativa. Uno es que no vamos a hacer otra cosa que votar todo el tiempo y que la gente se cansa. En Baviera, por ejemplo: cayó el muro de Berlín y la gente de repente tiene acceso a los referéndums. El primer año se plantearon 300 porque la sociedad tenía muchas cosas pendientes que es lo que nos pasa aquí ahora. Una vez que se van resolviendo las preocupaciones, baja el número de consultas.

Nunca nos han preguntado nada por qué llevan décadas sin gobernar para nosotros, así que al principio habrá mucha participación. En los estados del noroeste de EEUU se vota muchísimo a nivel municipal y estatal, no federal. Hay estados en los que se votan 200 consultas al año que se agrupan en convocatorias cada equis meses y se votan varias propuestas a la vez. En esos sitios, donde su vida política se rige por la democracia directa participativa, no es que haya reemplazado a la representativa, porque por cada ley que se vota hay cientos de leyes que las aprueban directamente los representantes y no las vota nadie. No se está planteando aquí matar a toda la democracia representativa y vivir de asambleas: se trata de racionalizar, de controlar a los representantes.

Para controlar a los representantes están, supuestamente, los revocatorios ¿Habéis pensado como lograr que ese mecanismo de democracia directa que permite a los electores echar a un político de su puesto, funcionen como freno ante la corrupción?

Al contrario que la democracia participativa, los revocatorios no funcionan muy bien en ningún sitio de mundo y eso que hay mucha gente dándole vueltas a la manera de cómo se puede construir un mecanismo eficaz y fiable para poder quitar a un representante político en el momento en que sus electores pierdan la confianza en él. Si fuera concejal, me pondría en la tesitura de que puedo tener un revocatorio y pienso: tengo que ir con cuidado, no puedo ir de prepotente como Esperanza Aguirre, porque igual se cabrea la gente y me echa sin esperar a las elecciones. En Ahora Madrid hemos firmado un compromiso ético. Yo creo que la gente manda y que ningún político puede aprovechar su situación para imponer voluntades que no respondan a la mayoría social.

Todo esto puede sonar a ingenuo para mucha gente frente al poder de las multinacionales, del sistema financiero. En cuanto molestéis, no les duráis nada pensarán muchos.

Ya. El problema no es la democracia ni que se vote. El problema es que en este sistema económico que nos hemos dado, los más poderosos mandan e influyen. Si no podemos votar, empezando desde lo local, apaga y cerramos. No, la única salida que tenemos es ejercer más democracia, votar más y más gente frente a los intereses de los más poderosos, eso que se llamaba -y llaman- poderes fácticos y a los que no elegimos nadie, pero son el poder real. Pero si concebimos mecanismos que funcionen, que ayuden a expropiar el poder a los de arriba para devolverlo a la gente, habremos dado un gran paso.

Lo crees desde tu experiencia, después de seis años batallando contra las discográficas más potentes del mundo y ganarlas. Demostraste que se puede hacer, pero ¿qué sacaste de esa etapa para plasmarlo en esta, en la ciudad de Madrid?

Que no hay que tener miedo. El miedo es lo que les beneficia a ellos. Si solo pensamos en todo lo que vamos a tener enfrente para democratizar Madrid, no podemos asustarnos. Es lo que los poderosos quieren. Esa es la otra ventaja tienen, el miedo te bloquea, no te deja pensar. Pues no, no pasa nada. Las multinacionales son multinacionales, no son un ente divino contra el que no pueda uno tener voz. Hay que tratarlas de tú a tú. Además, cuando hablamos de democracia en ciudad estamos hablando de millones de personas que tenemos mucho poder. La gente de Madrid, en la ciudad de Madrid hablamos de un poder real, de millones de personas. No hay ningún motivo para rendir pleitesía a los fondos buitre a los que la Empresa Municipal de la Vivienda ha entregado los pisos municipales a precio de saldo. Pero si tú estás pensando en la defensa del ayuntamiento y en la defensa de los vecinos que te han dado su apoyo, tienes detrás la fuerza auténtica. Hay que enfrentarlos cara a cara, a no ser que tengas una serie de intereses con ellos que ya no tengan nada que ver con los habitantes de tu ciudad, sino solo con quienes la gobiernan.

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