«Después de mí [el kirchnerismo gobernante], el diluvio», parece decirnos Horacio González desde su último artículo publicado en Página/12 (2/2/2014). Para él, (sólo) estamos viviendo «deterioros» producidos por «una fuerza especulativa» basada en el «fetiche» del dólar. Y claro, entonces lo que nos quedaría es practicar una suerte de «gramscismo» -en realidad, una política de […]
«Después de mí [el kirchnerismo gobernante], el diluvio», parece decirnos Horacio González desde su último artículo publicado en Página/12 (2/2/2014). Para él, (sólo) estamos viviendo «deterioros» producidos por «una fuerza especulativa» basada en el «fetiche» del dólar. Y claro, entonces lo que nos quedaría es practicar una suerte de «gramscismo» -en realidad, una política de tipo «frentepopulista», de colaboración entre las clases trabajadores y populares, y sectores de la anti-nacional «burguesía nacional»- desde el cual » ir pensando sobre la base de una corriente intelectual y moral que sin superponerse con organizaciones o grupos ya existentes, plantee el dilema que se le abre al país».
Ahora bien, ¿el dilema del país es sólo el dólar?, ¿el capital financiero?, ¿los editoriales del New York Times y «la opo» mediática liberal que siempre bate el parche? González nos invita a pensar/caracterizar este «momento» de «extrema dificultad», el «drama político» actual, y para ello no tiene mejor idea que, citando «frases célebres», decir que el kirchnerismo y su política de devaluación de la moneda fue «no querida» o «no deseada». (Y, cosa extraña, tenemos la adopción gonzaliana de la definición de la política como «el producto de lo que nos hacen», cuando es todo lo contrario: hacemos política -al decir de Marx- «en condiciones que no elegimos», que se configuraron previamente, pero intervenimos en ellas, para conquistar nuestros objetivos. Como planteó en la pasada Feria del Libro el sociólogo y ensayista Eduardo Grüner -presentando nada menos que unas Obras selectas de Lenin- la política «es el arte de lo posible»: «frase [que] se puede entender de muy diferentes maneras según en qué palabra que compone ese enunciado se pone el acento. Por supuesto que lo políticos y los intelectuales burgueses y muchos que no son burgueses en el sentido estricto (socialdemócratas o la llamada centroizquierda) siempre ponen el acento en la palabra ‘posible’. […] Lenin pone el acento en la palabra ‘arte’; la palabra arte es la creación de lo posible. La palabra arte es aquello que -por supuesto, basándose en la realidad existente, no partiendo de cero […] ni remontándose a las nubes- hace posible aquello que hasta ese momento, dadas determinadas condiciones […] parecía imposible». Claro que acá no estamos hablando del estratega Lenin, sino de la dupla gobernante-ejecutiva «Coqui» Capitanich y Kicillof.
Si González dice que es «necesaria» que exista «una nueva corriente intelectual que se abra a la comprensión de los múltiples planos que escinden la actual realidad»… debería comenzar por no negar esa realidad («la única verdad», para citar yo mismo otra «frase célebre»). ¿Y qué dice la realidad? Que el mismo kirchnerismo se dio como política -ya intentada/amagada anteriormente, y denominada por el mismo gobierno «de sintonía fina», que incluía aumentos de tarifas del transporte (como han hecho actualmente)-, la devaluación de la moneda (anunciada y comentada a diario por el propio Jefe de gabinete, Capitanich) junto a otras medidas tan «nacionales y populares» como la ida al Club de París, al FMI, a negociar, mientras dentro de Argentina se «reacomodan» las «variables» de la «actual realidad»: ganan los sectores burgueses del campo y la ciudad exportadores, las grandes cadenas de comercialización, y perdemos los trabajadores y sectores populares con la inflación. He ahí el auténtico dilema: la clase trabajadora (auténtica mayoría nacional) debe romper con el peronismo -en todas sus variantes- para así poder conquistar su independencia política y luchar por sus demandas.
González propone reconocer siempre «las dificultades»; pero esto las plumas del kirchnerismo nunca lo hicieron: «prefirieron no hacerlo» para chamuyar con la «década ganada»… hasta que la realidad -terca como ella sola- se hizo innegable y terminaron admitiendo, por ejemplo como Mario Wainfeld, que «El ‘modelo’ no cubre a todos los argentinos por igual. Hasta podría decirse que tiene ganadores y perdedores aun dentro de la clase trabajadora». Que «la segmentación social es muy amplia y hay numerosos argentinos que están en el borde del ‘modelo'», y que hay «poblaciones que no alcanzan los derechos propios de la ciudadanía» («Progresar a contrapelo», Página/12, 26/1/2014).
Y aún más: Wainfeld lo dice así, sin ambages, a diferencia de González: «es innegable que la devaluación ya ocurrida, cuyo tope se desconoce hoy día, perjudica a amplias franjas de la población. (…) Las devaluaciones favorecen al gran capital, a los exportadores, y perjudican a los sectores con ingresos fijos» (es decir, a los salarios de los trabajadores; aunque no así la «industria nacional», como propone Wainfeld: esta se ha visto favorecida por la devaluación, pero pide al gobierno algunas cosas más, como «planes de exportación»… en un mundo en crisis).
Sin embargo alguna cosa sí admite González: que «las transformaciones» que habría operado el kirchnerismo desde 2003 -en realidad, una transferencia de recursos del capital monopolista a sectores burgueses industriales no-monopólicos tras la megadevaluación de 2001/2002- «contenían su propia falla, su propio accidente, su propia inconsecuencia, la porción de lo que quería combatir, incluso, dentro suyo». O sea que el kirchnerismo -diagnosticado así por el doctor González como un «esquizo«- cobijó durante estos diez años a la derecha neoliberal: menemistas y duhaldistas «reciclados», caudillos provinciales (como Insfrán), intendentes del conurbano (como Curto, Ishii… y, ejem, Massa), derechistas como Scioli, y las fuerzas «de seguridad» (policías) y represivas intactas (y más todavía: con aumento de efectivos… y de salarios). ¿Mencionamos otras «porciones» del kirchnerismo? Granados, Berni, Milani… todos cuentan con el aval del gobierno, de la propia presidenta, firmes en sus puestos. ¿A qué «combate» nos invita entonces González? ¿A defender a quién?
Hechos recientes: la marcha de lo piqueteros de Barrios de Pie, la movilización de las obreras de Kromberg&Schuster y la protesta de los tercerizados de Aeroparque muestran claramente -junto a la complicidad de la burocracia sindical, en todas sus «alas»- cuál es la política del gobierno: llenar de milicos para frenar (y reprimir cuando sea «necesario») los reclamos y luchas obreras y populares. Y ante esto no alcanzan los llamados a articular «corrientes de pensamiento» o promover ilusiones (palabras-disfraz) de que el kirchnerismo se propondría «convocar a movilización» alguna. La tarea de la hora, ante el zarpazo económico que se ha dado contra el bolsillo popular, es generar un agrupamiento, obrero, popular y juvenil, que se plantee la organización y movilización ante este ataque (y los que se vienen). El Frente de Izquierda -desde las posiciones conquistadas en el movimiento obrero y los sindicatos, en el movimiento estudiantil, y desde las bancadas obtenidas en octubre pasado- está empeñado en esa tarea.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.