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A propósito del libro Grandes granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas, de Rob Wallace

Pandemia: un coste que la agroindustria está dispuesta a pagar

Fuentes: Viento Sur

El libro Grandes granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas –traducido por la editorial Capitán Swing- constituye una recopilación y actualización de artículos científicos, entradas de blog y artículos de prensa escritos por Rob Wallace –en solitario o con colegas- desde 2007 hasta 2016.

Es un libro que se inscribe dentro de la escuela de la fractura metabólica, cuyos máximos exponentes son John Bellamy Foster y el grupo de la Monthly Review; aunque también hay ejemplos en España, como el caso de Jorge Riechmann o Jaime Vindel. Brevemente, estos autores ecosocialistas postulan que, pese a que las sociedades humanas no se pueden entender de manera completamente separada de la naturaleza, sí tienen una relación diferenciada con esta, debido a su capacidad para modificar la naturaleza por medio del trabajo 1/. En palabras de Marx, “El trabajo es, antes que nada, el proceso que tiene lugar entre el hombre y la naturaleza, un proceso por el que el hombre, por medio de sus propias acciones, media, regula y controla el metabolismo que se produce entre él y la naturaleza”2/. La argumentación de estos ecosocialistas es que la humanidad ha alcanzado una situación de fractura metabólica –de la cual Marx y Engels ya previnieron-, en la que la actividad humana desborda los límites de su medio objetivo, la naturaleza.

Un capítulo en concreto del libro de Wallace, “El desconocido algodón”, nos muestra la manera en la que el autor se entiende partícipe de estos debates y contribuye a ellos mediante el estudio de un caso específico, la conquista del Valle del Misisipi gracias a los esclavos negros y del algodón. Para ello, se vale de sus propias investigaciones y del libro River of Dark Dreams, de Walter Johnson.

El valle de Misisipi, en lo que hoy son los Estados Unidos, era una de las tierras más fértiles del mundo a principios del siglo XIX. Gracias a un plancton presente desde hace millones de años y a que por sus tierras fluía –y fluye- el cuarto río más grande del mundo, los suelos del mencionado valle constituían unos de los más productivos que se conocían. Sin embargo, fuentes de la segunda mitad del siglo XIX nos muestran que el valle del Misisipi era incapaz de alimentarse a sí mismo. ¿Cómo es posible?

La respuesta se debe encontrar en el uso del suelo, destinado casi exclusivamente al algodón de exportación. Este algodón se vendía muy bien en los mercados, y por lo tanto era más rentable su explotación que la de otros cultivos. A su vez, en las plantaciones trabajaba exclusivamente mano de obra esclava, lo que hacía el negocio mucho más rentable. Sin embargo, el monocultivo de algodón agotó la tierra en un tiempo record, haciendo que una de las zonas ecológicamente más ricas del planeta dependiera del comercio exterior proveniente del lejano Oeste para la alimentación de sus habitantes. Algunos esclavistas ilustrados alertaron de esto, diciendo que se debía gestionar el suelo de manera que las actividades presentes no agotaran su futura fertilidad. El hecho de que esto no les impidiera estar a favor de la esclavitud nos recuerda una vez más que ser consciente de los límites biofísicos del planeta no trae aparejada de manera automática una conciencia emancipatoria en lo social y en lo económico. Sin embargo, ni siquiera a ellos se los escuchó, pues la explotación del algodón mediante mano de obra esclava era, en palabras de Wallace, la manera más rápida de “convertir capacidad humana y fertilizar terrestre en capital”, por mucho que esto supusiera el agotamiento de ambas.

Esta ruptura metabólica entre la economía estadounidense del siglo XIX –cada vez más integrada mundialmente- y la naturaleza del Valle del Misisipi quizás no parecía muy grave en el siglo XIX. Gran parte del mundo permanecía inexplorado, así que conforme se iban explotando tierras en unos lugares se continuaba la conquista de otros. Sin embargo, la situación en el siglo XXI es completamente diferente. No quedan tierras vírgenes por explotar, y las que quedan –véase el caso del Amazonas- más nos valdría dejarlas como están. Así pues, la actual fractura metabólica mundial supone que estamos aniquilando las bases de nuestra propia existencia. A no ser que seamos presa de tecnoilusiones con la colonización de Marte, debemos reintegrar las actividades de nuestra sociedad en los límites del planeta. Y todavía más importante, contra esclavistas decimonónicos y ecofascistas actuales, debemos hacerlo con justicia social y democracia. Sirva esta breve reseña como introducción a un autor que nos enseña los caminos hacia la sostenibilidad y la justicia en el ámbito agroindustrial, y cuyos argumentos, como veremos a continuación, no son impermeables a la situación actual marcada por la pandemia.

No se podía saber

Desde las teorías críticas hacia el capitalismo, un concepto muy utilizado es el de shock endógeno. Por ejemplo, se puede argumentar que una crisis de sobreproducción capitalista es un shock endógeno, pues es originada por las contradicciones internas al propio sistema. Sin embargo, la manera de pensar hegemónica 3/ sobre la Covid-19 nos habla de un shock exógeno, esto es, una sacudida al sistema económico que de ninguna manera se relaciona con este. Esta pandemia simplemente es una inesperada interrupción en nuestras vidas que proviene de quién sabe dónde, y cuyo origen en todo caso no tiene interés pues en nada cambiará la manera en la que tenemos que organizar el mundo del futuro.

El libro de Rob Wallace es, entre otras muchas cosas, una refutación de este punto de vista. En 2013, el biólogo estadounidense escribía: “Hendra, Ébola, malaria, Sars, TB-XR, fiebre Q, virus espumoso de los simios, Nipah y la gripe. Uno de estos virus, o un primo suyo aún no descubierto, probablemente mate a cientos de millones de nosotros algún día no muy lejano. No se trata de si, como repiten algunos, sino de cuándo”. Para desgracia de Wallace y de todos nosotros, la enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2 ha matado ya de manera directa a más de dos millones de personas, por no hablar de los daños que está causando de manera indirecta en forma de pobreza, sistemas sanitarios colapsados y desigualdad. A la vista de esta tragedia, se vuelve obligatorio un libro que ya nos avisaba hace ocho años de lo que nos deparaba el futuro. A modo de investigación Holmesiana, navegar por las páginas de Grandes granjas, grandes gripes ofrece al lector, lejos de conspiraciones y chips, la oportunidad de conocer el origen de aquello que lleva casi un año cambiando nuestras vidas.

Virus y agroindustria: Una historia de intereses compartidos

El modelo actual de agroindustria, intensivo y globalizado, genera las condiciones idóneas para que la virulencia –cantidad de daño que un patógeno causa a su huésped- de un virus se incremente de manera peligrosa. Esto se debe a que los patógenos van “aprendiendo” a medida que tienen que enfrentarse con diversos huéspedes, y por lo tanto, cuanto más se extiende el virus más información recolecta y más posibilidades hay que de que surja una variante más virulenta que las anteriores.

Sin embargo, la virulencia de un patógeno tiene un límite. Si causa daños graves a los huéspedes antes de que estos puedan infectar a los siguientes, el virus está cavando su propia tumba, pues frena su propia propagación. Sin embargo, debido al modelo actual de industria ganadera, que se fundamenta en la introducción de ejemplares jóvenes en las instalaciones de producción para generar el máximo beneficio en tiempo record, el virus “sabe” que siempre va a haber huéspedes disponibles a los que infectar, y por lo tanto se puede permitir causar mucho daño muy rápido a los animales ya infectados.

Siguiendo con esta argumentación, otro de los efectos nocivos para la salud humana y animal del modelo intensivo de ganadería industrial es la posibilidad de que se genere un nuevo virus más peligroso por recombinación. La recombinación es el proceso mediante el cual dos cepas distintas de un mismo virus infectan un huésped y al hacerlo, intercambian segmentos de su genoma. Normalmente, el resultado de esas recombinaciones es ninguno, pero algunas veces –por puro azar-, surge una recombinación mucho más virulenta que las anteriores. Este proceso solo es posible debido a que los beneficios de la agroindustria requieren que miles de animales malvivan hacinados, facilitando así que las enfermedades producidas por los virus se conviertan en enzootias –las endemias animales-. A su vez, la aglomeración y las malas condiciones sanitarias de los trabajadores de la industria hacen que la probabilidad de que el virus salte a los humanos aumente. Wallace nos muestra que salud humana, salud animal y lucha de clases guardan una estrecha relación.

Sin embargo, estas no son las únicas vías por las cuales los intereses de la agroindustria van de la mano de los virus. Cuando los brotes inevitablemente se producen, las empresas hacen lo máximo por ocultarlos, temerosas ante el peligro de que estos afecten a sus balances trimestrales. Por último, la deforestación causada por esta misma industria es una de las causantes de que numerosos animales, reservorio de virus antes confinados en los bosques vírgenes del África Occidental o del Sur de China, entren en contacto con los humanos, al haber invadido estos sus hábitats. En el caso de África Occidental, la deforestación causada por los intentos del capital internacional de abrir la selva a los mercados mundiales constituye la hipótesis más extendida del surgimiento del Ébola 4/.

¿Quién paga los platos rotos?

El surgimiento de enfermedades es una consecuencia directa de los procesos mundiales de acumulación de capital, que solo es posible si esas mismas empresas se libran de los costes reales que tienen sus operaciones. El Ébola pasó de ser un virus que surgía intermitentemente en algunas aldeas cercanas a los bosques a un asesino masivo que mató a más de once mil personas en África Occidental. En el supuesto caso de que la vida humana pudiera tener un precio, este sería tan alto que si las empresas tuvieran que internalizar en sus balances los daños que causan serían simplemente inoperativas. Hablar de este modo resulta frívolo, pero es importante comprender que la agroindustria solo puede funcionar porque es la sociedad y el medioambiente la que soporta los costes reales de sus actuaciones, mientras que los beneficios se reparten entre unos pocos.

Esto ocurre porque, desde su propio punto de vista y de acuerdo con la racionalidad capitalista, la agroindustria no tiene ningún incentivo para dejar de actuar como lo hace. Los costes reales de su modelo industrial son muchos: contaminación de las aguas 5/, agotamiento del suelo, deforestación 6/, sufrimiento animal, explotación laboral, surgimiento de enfermedades… Sin embargo, ellos no los pagan, porque no hay manera de hacer sentar al capital internacional ante un tribunal para que rinda cuentas. Al menos, por el momento,

El papel de la academia en todo esto

Si todo lo que relata Wallace es cierto, las tasas de afiliación a movimientos y partidos anticapitalistas por parte de los científicos de todo el mundo habrían crecido vertiginosamente en los últimos años, paralelamente a la destrucción de la vida llevada a cabo por la agroindustria. Sin embargo, no es esto lo que nos transmite Wallace cuando relata cómo vivió una reunión científica internacional organizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Organización de Sanidad Animal (OAH) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El autor relata su intento de convencer a sus colegas –muchos de ellos con vínculos con las grandes empresas de la agroindustria como Cargillo Smithfield Foods- de que la prevención de enfermedades no pasa por la detección temprana de los patógenos, sino que debe empezar mucho antes, con la caracterización de los escenarios que hacen más posibles la aparición de los mismos.

Algunos científicos le han seguido en esta línea de investigación. El enfoque llamado Una sola salud analiza las interconexiones entre salud humana, animal y medioambiental, y ha descubierto que, efectivamente, en base a la destrucción forestal se pueden predecir los “puntos calientes” de los que surgirá una nueva pandemia. Sin embargo, es insuficiente, pues podría llevar a investigadores del Norte global a tener una actitud colonialista y paternalista. Preocupados epidemiólogos podrían acercarse al Amazonas a decir: “Oye, la deforestación que lleváis a cabo nos pone en peligro a todos”. A lo que un agricultor local a cuyos abuelos despojaron de sus tierras y ahora trabaja para una multinacional exportadora de soja para el ganado europeo respondería “como si tuviera otra opción”.

Yendo más allá, Wallace propone “una salud estructural”, esto es, estudiar como el capital internacional depredador causa los cambios en la economía y la ecología locales que facilitan la aparición de enfermedades. De esta manera, los “puntos calientes” ya no serían las lindes de los bosques de Guinea, Brasil o el Sur de China, sino la bolsa de Hong Kong, Londres o Nueva York, desde las cuáles se organiza el saqueamiento de las dos únicas fuentes de riqueza, el trabajo y la naturaleza. No sería descabellado decir que con estas opiniones Wallace estaría hipotecando su participación en futuros congresos científicos internacionales. Por el bien de la salud de la humanidad, esperemos que no sea así.

Germán P. Montañés es miembro del Área de Ecosocialismo de Anticapitalistas

Notas

1/ Álvarez, Juanjo (2020). Un horizonte ecosocialista. Como si hubiera un mañana: Ensayos para una transición ecosocialista. (17-32). Syllone

2/ Marx, Capital, t. 1, 283, 290.

3/ Díaz Álvarez de Toledo, Carla y San Basilio Pardo, Carlos. (2020). Respuesta económica europea en tiempos de pandemia: una visión española. Real Instituto Elcano. http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano_es/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/elcano/elcano_es/zonas_es/ari106-2020-sanbasilio-diaz-respuesta-economica-europea-en-tiempos-de-pandemia-vision-espanola

4/ Chuang (24 Marzo 2020). Contagio social: guerra de clases microbiológica en China. Viento Sur. https://vientosur.info/contagio-social-guerra-de-clases-microbiologica-en-china/

5/ Gayúbar, Ángel (18 Enero 2018). Solicitan una moratoria en la instalación de nuevas granjas de porcino en Graus. Heraldo de Aragón. https://www.heraldo.es/noticias/aragon/huesca/2021/01/18/solicitan-una-moratoria-en-la-instalacion-de-nuevas-granjas-de-porcino-en-graus-1415517.html

6/ García Ferrín, Alba y Pérez Montañés, Germán (11 Noviembre 2020). Los intereses compartidos del Gobierno Español y Bolsonaro en el acuerdo UE-Mercosur. Poder Popular. https://poderpopular.info/2020/11/23/los-intereses-compartidos-del-gobierno-espanol-y-bolsonaro-en-el-acuerdo-ue-mercosur/

Fuente: https://vientosur.info/pandemia-un-coste-que-la-agroindustria-esta-dispuesta-a-pagar/