La apropiación ilegal de Papel Prensa -cedida por la dictadura a los diarios Clarín, La Nación y La Razón- que en noviembre cumple 40 años, es no sólo la prueba acabada de la complicidad cívico militar en aquel régimen de facto sino, además, el huevo de la serpiente de un poder desenfrenado que, hasta hoy, […]
La apropiación ilegal de Papel Prensa -cedida por la dictadura a los diarios Clarín, La Nación y La Razón- que en noviembre cumple 40 años, es no sólo la prueba acabada de la complicidad cívico militar en aquel régimen de facto sino, además, el huevo de la serpiente de un poder desenfrenado que, hasta hoy, se ha llevado por delante todo lo que se interpone en su camino: la prensa hegemónica nacional.
El 2 de noviembre de 1976, mientras el grupo Graiver -que hasta entonces era el dueño mayoritario de la empresa- intentaba desprenderse de otras firmas propias para afrontar deudas, se produjo el traspaso accionario de Papel Prensa a una sociedad llamada Fapel, integrada por los diarios Clarín, La Nación y La Razón (este último quebraría años más tarde, pasando su porción de las acciones al Grupo Clarín). La discusión previa al interior de las fuerzas armadas había sido reñida: Massera tenía otro candidato, el banquero José Rafael Trozzo, dueño del Banco de Intercambio Regional (BIR); pero Videla y el ejército lograron imponer el suyo, el definitivo. El traspaso de los militares a los tres medios antes citados fue «un premio que la dictadura les dio a quienes la acompañaron –manifestó el periodista Eduardo Anguita– con las proclamas y, sobre todo, con el silencio».
No quedan dudas acerca de la anomalía de aquel traspaso: «yo vi -afirmará años más tarde Osvaldo Papaleo, hermano de la viuda de Graiver- a los tres grandes diarios de este país saquear una empresa de un grupo familiar que estaban todos presos, juzgados por un tribunal de guerra y condenados. Un tribunal que le sacó declaraciones bajo tortura«. Aquel 2 de noviembre, en una oficina del diario La Nación, Lidia Papaleo fue obligada a reunirse a solas con Héctor Magnetto, el representante de Clarín, quien le sugirió que «firme o le costará la vida de su hija y la suya«. Fue finalmente el 19 de abril de 1977 cuando la dictadura, que había detenido ilegalmente a seis de los integrantes del grupo Graiver, incluyendo a su viuda, blanqueó dicha situación y se efectivizó la apropiación de la empresa.
El manejo discrecional de la compañía les permitió a los dos principales matutinos no solo abaratar el costo de sus periódicos sino también restringir o eliminar la competencia. Papel Prensa tuvo durante décadas un manejo monopólico del insumo, situación que fue denunciada por numerosos periodistas, entre ellos, Julio Ramos, Héctor Ricardo García, Jorge Lanata y Jorge Fontevecchia. La empresa cobraba un precio diferencial a sus propios dueños, notablemente más bajo que a la competencia, que no tenía más remedio que recurrir a ella para abastecerse del papel, además de las restricciones impuestas en el abastecimiento. Los dueños de Papel Prensa seguían de este modo las enseñanzas de John D. Rockefeller, el depredador magnate de la Standard Oil, quien alguna vez hubo de sentenciar: «La competencia es un pecado, por eso procedemos a eliminarla«.
Y si el caso Papel Prensa nació manchado de sangre, se convirtió además en un negociado gigantesco que, hasta hoy, les ha brindado cuantiosos privilegios a sus accionistas. El reparto inequitativo del papel para diario pronto cambiaría no solo el tablero periodístico en el país, sino también el modo de ejercerlo: esto es, extorsionando a los gobiernos de turno con el manejo de la agenda política y su posición dominante. La apropiación de Papel Prensa también disparó el metabolismo expansivo y hegemónico de ambos medios, en especial de Clarín, dueño del paquete mayoritario de acciones. El grupo liderado por Magnetto se lanzó a una ofensiva para operar contra todo gobierno de turno, empleando la victimización como mecanismo de defensa, estrategia que le ha dado suculentos réditos. Aun se recuerda la famosa sentencia del ex diputado radical César Jaroslavsky durante los años ochenta: «Hay que cuidarse de Clarín: ataca como partido político y, si uno le contesta, se defiende con la libertad de prensa«.
Aunque parezca tedioso, conviene enumerar algunas de las ventajas que el grupo Clarín consiguió a expensas de los gobiernos democráticos desde 1983: presionó a Alfonsín para que derogara el inciso «e» del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión (de la dictadura) que impedía al poseedor de un diario ser dueño además de una licencia de radio o televisión, e incluso hizo abortar un proyecto del ex presidente radical de crear un Comité Federal de Radiodifusión. De Menem obtuvo la licencia de Canal 13, la de radio Mitre y, mediante un contrato con la AFA, la empresa Torneos y Competencias, con la que adquirió la propiedad de los derechos de televisación del fútbol. Esto hizo que se expandiera en el negocio de la TV por cable: en pocos años, se quedó con cerca de 120 pequeñas empresas del interior que había aniquilado al no venderles los derechos del fútbol. Con ellas, formó Multicanal. En esos años Clarín creó TN, ingresó en el negocio de las AFJP, la venta de tickets para espectáculos y compró nuevos diarios: La Razón, La Voz del Interior y Los Andes. Con De la Rua logró un viejo reclamo: la desregulación de la venta de diarios que hasta ese entonces estaba en poder del sindicato de Canillitas, y compró además algunos canales del interior del país. Del provisional gobierno de Duhalde obtuvo la ley de Preservación de Bienes y Patrimonios Culturales, con la que logró que el presidente devalúe el peso y el grupo licúe la deuda que tenía en dólares. Y, con Néstor Kirchner en el gobierno, consiguió la fusión de las dos mayores prestadoras del servicio de televisión por cable: Multicanal y Cablevisión. La ruptura del multimedio con el kirchnerismo sobrevino, al parecer, cuando Magnetto le ofreció total apoyo durante el conflicto con el campo a condición de que el Gobierno hiciera lobby en favor de su ingreso a Telecom.
Como puede deducirse, el caso del multimedio Clarín es paradigmático: no sería la corporación mediática que hoy es si no hubiese accedido al control accionario de Papel Prensa.
Gobierno invisible
De aquella imbecilidad del dictador Videla se cumplen cuarenta años. El huevo de la serpiente ya ha dado origen al depredador que llevaba en sus entrañas. La metáfora se popularizó a partir de la película homónima de Ingmar Bergman, en los años setenta, una analogía sobre el proceso que condujo a la gestación del nazismo en Alemania: todos vieron al monstruo crecer a través de la cáscara del huevo, pero nadie se atrevió a destruirlo impidiendo su nacimiento. La concentración monopólica de medios ha proliferado en el mundo sin que ninguna democracia haya podido acotarla por vía constitucional.
El cineasta australiano John Pilger afirmó que este proceso de acelerada concentración de medios concluyó en la instauración de gobiernos invisibles e incontrolables, que no rinden cuentas ante nadie y que actúan sin ninguna clase de restricciones. Ya en 1969 el vicepresidente Spiro Agnew durante la administración norteamericana de Lyndon Johnson cuestionaba las concentraciones monopólicas de medios por estar «en manos de una minúscula y cerrada fraternidad de hombres privilegiados a quienes nadie ha elegido«. Y, entre otras voces, el actual presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha rechazado la idea de que «a empresas de dudosa ética y con cero legitimidad democrática que buscan beneficios se les deba confiar la entrega de un derecho democrático fundamental: el acceso a la información«.
Ni bien asumió, el actual presidente Mauricio Macri anuló por decreto la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en un evidente pago de favores a la mega corporación mediática que obstruyó durante años, con chicanas judiciales, la aplicación plena de aquella ley, la única que había llegado a incomodar su insaciable poder. Además adquirió la compañía Nextel y, a través del socio del Grupo en Cablevisión, tomó el control de Telecom Argentina -el viejo sueño de Magnetto- con lo que Clarín está a un paso de tener un rol predominante también en las telecomunicaciones: con la suma de Telecom y Nextel logrará el 35% del mercado de la telefonía móvil. El nido de la serpiente a buen resguardo.
En tanto, la causa judicial que investiga los supuestos crímenes de lesa humanidad cometidos durante la adquisición de las acciones por parte de los diarios dueños de Papel Prensa, duerme el sueño de los justos en el despacho del juez Julián Ercolini. Otra prueba más de la influencia que ejerce el grupo multimedia sobre la Justicia: durante años consiguió dilatar la aplicación de la extinta ley de Medios mediante la presentación de medidas cautelares.
Mientras arma el tablero del ajedrez político y judicial a su antojo, Magnetto -una especie de Rasputín vernáculo por el influjo que ha ejercido y ejerce en las decisiones de la política argentina- juega a la playstation un partido que ganará de antemano, porque no sólo es el árbitro sino que tiene el don de elegir a todos los jugadores. No está de más recordar sus palabras, confesándole a José Pirillo -el fallecido ex dueño del diario La Razón- el modus operandi de su estrategia política para con los gobiernos democráticos: «los dos primeros años hay que sacarles todo. Los segundos dos años hay que golpearlos para seguir sacándoles, y los terceros dos años hay que voltearlos para que venga otro«. Todo un manual de metafísica de la impunidad.
Y, como epílogo, el actual gobierno acaba de nombrar al economista Javier González Fraga como director de la empresa Papel Prensa en representación del Estado. Aquel que justificó las cuentas en paraísos fiscales de Macri al decir que «tener dinero en el exterior se había transformado en una necesidad para sobrevivir«.
En fin, hace ya cuarenta años la operación fraudulenta de un gobierno ilegal engendró un monstruo. ¿Quién le pone el cascabel?
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.