Suena paradójico, pero el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que en muchos temas es progresivo, no presta mayor atención a la clase trabajadora. Esta dejó de ser «la columna vertebral del movimiento». ¿Quién dice que las cosas no cambian? El rol de la clase trabajadora tuvo históricamente tres opciones. Para los conservadores, era la […]
Suena paradójico, pero el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que en muchos temas es progresivo, no presta mayor atención a la clase trabajadora. Esta dejó de ser «la columna vertebral del movimiento».
¿Quién dice que las cosas no cambian? El rol de la clase trabajadora tuvo históricamente tres opciones. Para los conservadores, era la clase a extraerle más plusvalía para repartir entre los patrones de aquí y los foráneos. Para el peronismo, era la columna vertebral del movimiento, frase célebre del fundador. Y para la izquierda, en sus distintos matices, no alcanzaba con ser columna sostenedora y debía ser «cabeza dirigente» de un proyecto liberador. Si se quedaba en columna, las orientaciones las daban otras clases, enancadas en el esfuerzo obrero.
Pero analizando la política de Cristina Fernández de Kirchner, luego del tiempo en que gobernando su marido se cumplía lo de «factor coadyuvante» de la CGT liderada por Hugo Moyano, se puede decir que hay una cuarta alternativa. Ni víctima de la sobre explotación, ni columna vertebral ni cabeza dirigente: un factor de tercer orden en el esquema de sustentación del cristinismo.
Se dirá que ese alejamiento con el movimiento obrero comenzó con las posiciones contrapuestas de la presidenta y el camionero, cuando éste reclamaba que un trabajador debía ser presidente de la Nación, y aquélla le replicaba que trabajaba desde los 18 años. Lo cierto es que la bifurcación llevó a que Cristina se apoyara en La Cámpora y otros sectores juveniles que cantan «acá están los pibes para la liberación». Los sostenes gremiales del oficialismo se redujeron a una parte de los gremios nucleados en la CGT Balcarce, pues otra parte allí coordina con Moyano y políticamente está jugada con Sergio Massa (caso del ahora diputado Daer, de la Sanidad).
Otras apoyaturas están en la CTA de Hugo Yasky, pero no son fuertes en el sector industrial y de servicios sino entre docentes y empleados públicos. Esta entidad nunca tuvo el beneficio tantas veces prometido por el kirchnerismo de la personería jurídica-gremial. Sí es invitada a la primera fila de oyentes de discursos presidenciales y a las reuniones una vez al año del Consejo del Salario, pero sus demandas no son atendidas. Por caso, la propuesta de Yasky de modificar el impuesto a las Ganancias y reemplazarlo por otro a los altos ingresos, le entró por un oído al gobierno y la salió por el otro. Ni hablar de la iniciativa de una reforma impositiva de sentido progresivo; al igual que el proyecto del diputado Héctor Recalde de distribución de un 10 por ciento de las ganancias empresarias, duerme un sueño interminable.
Se pasaron de vereda
Más allá de los errores propios del gobierno, que los ha habido y hay, el sector de la burocracia sindical que hizo los tres paros contra el gobierno de Cristina no se basó en aquellas fallas. En todo caso las buscó y trató de explotarlas políticamente. Y lo hubiera hecho aún con una excelente performance gubernamental.
Moyano, para ejemplificar, pegó el volantazo ante todo por una cuestión política. En 2008 amenazaba con pasar con sus camiones por encima de los cortes de ruta organizados por las patronales agropecuarias. Y hace un tiempo hace autocrítica de haber confrontado con «el campo» y acude, mansito, a las citas con la Sociedad Rural y las 38 entidades del Foro de Convergencia Empresarial. Ahora es parte de ese rebaño oligárquico, elogia al referente presidencial del sector, Mauricio Macri, y tiene de socio a Luis Barrionuevo, que ya está coqueteando con el jefe del PRO al que le pide un nivel de acuerdos. Le explica, según Clarín (8/9): «no te equivoques, Mauricio; podés ganar las elecciones sin nuestra ayuda, pero sin nosotros no vas a poder gobernar». Dante Camaño, de Gastronómicos, y cuñado de Luisito, se definió a favor de la candidatura de Macri, en tanto su hermana Graciela, la boxeadora-diputada, esposa de Barrionuevo, es la principal espada del massismo en Diputados.
En esa tarea la diputada Camaño cuenta con el apoyo no exento de tironeos de Facundo Moyano, que como varios otros justicialistas terminó poniéndose la camiseta del Frente Renovador. El cambio de remeras ya lo decidió Martín Insaurralde.
Que el gobierno tense la relación con Moyano y Barrionuevo no va en principio a provocar la ruptura con bases del movimiento obrero, o en todo caso serían mínimas. Si son más significativas es porque la presidenta se obstina en no elevar el monto del mínimo no imponible de Ganancias y en no actualizar las escalas, para quienes ganan más de 15.000 pesos. Al actuar de ese modo erróneo, Cristina empuja los peces del movimiento obrero -no las mojarras- a las aguas profundas de la burocracia sindical.
Una buena estrategia, más obrerista, aconsejaría tomar las medidas de Caló y Yasky, lo que quitaría agua a los peces gordos, que quedarían boqueando, aislados y sin el líquido elemento. Macri, oportunista, declaró que él eliminará ese impuesto.
La voltereta de Moyano y otros tiene además un aspecto financiero. Consideran que se han recortado o eliminado ingresos del Estado que antes nutrían sus cajas y buscan mejores negocios. No olvidar que son sindicalistas-empresarios…
Con amigos así…
Entre los problemas reales que afectan a los trabajadores, además de la inflación, están las suspensiones. Según el burócrata mayor del SMATA, Ricardo Pignanelli, entre su gremio y la UOM tienen unos 14.000 suspendidos y 3.000 despidos. El promedio es de cinco días de suspensiones al mes durante los cuales los afectados perciben el 65 o 70 por ciento de sus salarios.
Esas medidas son decididas por Enrique Alemañy (Ford), Isela Costantini (General Motors), Cristiano Rattazzi (Fiat), Hideki Kamiyama (Honda), Natale Rigano (Iveco), Joachim Maier (Mercedes-Benz), Luis María Ureta Sáenz Peña (PSA Peugeot Citroën), Thierry Koskas (Renault), César Luis Ramírez Rojas (Scania), Daniel Herrero (Toyota) y Josef-Fidelis Senn (Volkswagen), obedeciendo órdenes de sus casas matrices, todas en países centrales.
Pignanelli admite esa cantidad de suspendidos y también que la parte nacional de autopartes anda por un ridículo 25 por ciento. Pero en vez de luchar contra esas terminales nada nacionales, endereza sus cañones contra el activismo de izquierda, patotea a los delegados de Lear y se vanagloria de «haber arrasado en las elecciones de delegados de la planta de Volkswagen de General Pacheco (de 75, quedaron sólo cuatro disidentes) y su triunfo en LEAR ante los ‘putos’ de la izquierda, como los calificó en una entrevista con Clarín».
Esa referencia a la izquierda puede ser por homofóbico o por maccartista, o por ambas conductas típicas. Pignanelli es el continuador de Dick Kloosterman y José Rodríguez en el SMATA, no de René Salamanca.
El gremialista aprieta al gobierno para que prorrogue el Procrear auto, para que haga más concesiones a las terminales, para que les den más dólares para pagar importaciones, etc. Pignanelli no plantea nada que el gobierno no haya hecho antes, como cuando en 2009 prestó millones de dólares a GM de Rosario cuando debía prestarle la casa matriz de Detroit.
Luce como error político del gobierno aliarse con el «Gordo bueno» de Pignanelli frente al «Gordo malo» de Moyano. El primero a Cristina en posición de debilidad frente a Adefa y la malquista frente a las bases trabajadoras que en tiempos de recesión pueden tascar el freno pero no creer que los «Gordos» son una solución.
Récord de cortes
Caló fue a pedir al jefe de Gabinete la estatización de los talleres ferroviarios de Emfer y Tatsa donde penden de un hilo 422 empleos. Es la exigencia de esos trabajadores y la UOM se hizo eco, algo que parece de ciencia ficción en Pignanelli.
En el problema de esos dos talleres que supieron pertenecer a los Cirigliano incide un aspecto de la política gubernamental, apuntada en esta columna tiempo atrás. Estaba bien comprar material ferroviario a China, pero el resto debía ser fabricada en plantas como las citadas.
A veces entre el cansancio, la represión de la Gendarmería y Sergio Berni, y el lobby de Adefa, los trabajadores sufren derrotas parciales, despidos y detenciones. Los delegados de Lear denunciaron que los tuvieron varios días encerrados en una jaula de 3,5 por 2,5 metros, sin contacto con sus compañeros.
Pero esas situaciones no duran siempre. Los que atentan así contra el empleo y la democracia sindical subestiman la capacidad de resistencia de la clase obrera, de bien ganado prestigio en mundo.
Cuando las medidas de fuerza no se pueden aplicar dentro del establecimiento, se expresan en los cortes de calles. La consultora Diagnóstico Político relevó 111 piquetes en agosto en Buenos Aires, más 74 cortes en la Capital Federal. «Al dividir los 185 cortes por los 20 días hábiles que tuvo el mes pasado, el promedio da 9,25 piquetes diarios», concluyó. El 20% de los cortes fue de empleados estatales, un 16% por desocupados, 14% por trabajadores privados y un 12% por organizaciones piqueteras.
El año pasado hubo 5.767 cortes y hasta ahora van 4.667 cortes, por lo que 2014 puede ser récord. Esto aconsejaría a Cristina a desembarazarse de Pignanelli y Berni, y volver por lo menos a la concepción tradicional de la «columna vertebral».