¿Son violentos los indios? ¿Son violentos los zapatistas? Existe mucha confusión sobre la violencia en Chiapas. Aquí intento ofrecer una guía breve para su interpretación. La contrainsurgencia en Chiapas se basa, en parte, en la implementación de políticas diseñadas para fragmentar las organizaciones campesinas, indígenas y comunitarias, creando facciones cada vez mas pequeñas, tendenciosas, oportunistas […]
¿Son violentos los indios? ¿Son violentos los zapatistas? Existe mucha confusión sobre la violencia en Chiapas. Aquí intento ofrecer una guía breve para su interpretación.
La contrainsurgencia en Chiapas se basa, en parte, en la implementación de políticas diseñadas para fragmentar las organizaciones campesinas, indígenas y comunitarias, creando facciones cada vez mas pequeñas, tendenciosas, oportunistas y manipulables. Esto se logra ofreciendo a líderes locales y regionales recursos para proyectos productivos y asistenciales, candidaturas, puestos en la administración pública, etc., con base en las necesidades objetivas de sus bases y a sus oportunismos, celos y rencores.
Estos ofrecimientos están condicionados explícita o implícitamente a su distanciamiento del zapatismo. Su objetivo es aislar políticamente a los rebeldes. Estos recursos y posiciones también son usados para provocar el conflicto abierto, sea con violencia o sin ella, contra las bases y comunidades zapatistas. Para estimular la violencia se utilizan problemas y disputas locales, muchas veces preexistentes, que con frecuencia ni siquiera están relacionados con el zapatismo como tal. Se trata de conflictos que son comunes, y hasta «normales,» en la sociedad rural, dentro y fuera de Chiapas.
Entre este tipo de problemas se encuentran las disputas sobre colindancias de terrenos, sobre todo en contextos en donde unos quieren regularizar la posesión de la tierra y otros no; el acceso o control sobre los recursos locales, tales como agua, árboles maderables, predios aptos para urbanización y bancos de arena y grava; diferencias familiares y religiosas; representaciones de partidos políticos; la rebatinga por proyectos productivos o asistenciales; disputas por protagonismo e interlocución con el Estado, así como avaricia, rencores, resentimientos y celos históricos, etc. La acción del Estado manipulador puede transformar cualquier problema latente preexistente en una fractura abierta.
Sin embargo, sería un error ver al Estado como monolítico. Dentro de él existen tanto facciones que buscan alentar al máximo la violencia, como fuerzas que buscan atemperarla, para no espantar a inversionistas y turistas. Eso provoca que, por un lado se promueva la violencia antizapatista por medio de «premios» (proyectos, puestos, candidaturas), y por el otro se quiera «resolver» y calmar el conflicto. Esto provoca que un grupo campesino pueda recibir recursos para, primero golpear, y luego dejar de hacerlo hasta que pase un cierto tiempo. Estos grupos que agreden a las comunidades en resistencia se alternan en su labor de agresión.
Las hostilidades contra zapatistas son a menudo divulgadas en los medios de comunicación convencionales, con un sesgo racista y clasista. Se les presenta como meros «conflictos locales» o «enfrentamientos o grescas entre campesinos,» surgidos del hecho de que «los indios son de por sí violentos» y «los pobres se la pasan matándose entre ellos». Esta violencia sirve como justificación para que las «fuerzas del orden» actúen en contra de las bases de apoyo zapatistas.
Con frecuencia, las organizaciones campesinas nacionales se deslindan de sus afiliados locales cuando éstos cometen actos violentos. Los grupos locales pertenecientes a centrales nacionales se forman, dividen, recombinan y fusionan con gran rapidez. Muchas veces los dirigentes nacionales ni siquiera están al día de lo que sucede entre sus bases. Pero su decisión de trazar una línea divisoria entre ellos y sus antiguos miembros no significa que éstos no hayan pertenecido en el pasado a esa organización nacional que, en el futuro, pueden serlo. En ocasiones esta explicación de los dirigentes nacionales es un pretexto; sin embargo, sucede también en ocasiones que simple y sencillamente ignoran lo que está pasando con sus bases.
La contrainsurgencia en Chiapas utiliza los conflictos locales como parte central de su estrategia. Los problemas locales preexistentes son los árboles, la política contrainsurgente es el bosque. Hay que ver ambos de manera simultánea. Lo importante es entender y no olvidar que el bosque se conforma precisamente por el conjunto de los árboles.
Finalmente, hay un elemento adicional que no se debe perder de vista. En los territorios en disputa en Chiapas predominan dos visiones. Una, la zapatista, es de la construcción paulatina de la autonomía territorial, indígena y campesina, de la educación, salud y justicia autónomas, de la agroecología, y del autogobierno. Se trata de una visión que se está haciendo realidad, poco a poco. La otra es más mezquina, cortoplacista, de acercamiento al poder, que busca beneficios individuales e inmediatos. Quienes se identifican como abajo y a la izquierda prefieren la visión zapatista, y quieren que tenga la posibilidad de consolidarse cada vez más como alternativa y ejemplo. Para ello, es necesario el repudio total a toda agresión contra el zapatismo.
Peter Rosset es Especialista en cuestiones rurales, doctor por la Universidad de Michigan. Entre sus libros se encuentra Promised Land: Competing Visions of Agrarian Reform.
Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/
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