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¿Para qué sirven las elecciones?

Fuentes: Rebelión

La pregunta cobra relevancia en el contexto actual de la reforma judicial promovida por la 4T ante la emergencia del movimiento magisterial de la CNTE por una jubilación digna.

De existir la democracia en su sentido etimológico y no exclusivamente procedimental, ambos ejercicios serían no sólo necesarios sino complementarios; en lugar de presentarse como opuestos y excluyentes.

En la era del vacío, en un mundo convulsionado:  en el que las ultraderechas avanzan y los facismos retornan. La izquierda electoral y social debieran marchar juntas, codo a codo,  sin embargo, no ocurre así.

Nadie debiera a oponerse a la elección de jueces y magistrados si ello se tradujece  en mayor vigilancia,  rendición de cuentas y justicia que es en última instancia su aparente propósito y no sólo en el control y poder unívoco de los tres poderes de la Nación.

Los poderes fácticos  de antes y ahora atizan la división, la confrontación y el encono entre los explotados de siempre.

Sería suicida para la sociedad mexicana renunciar a la movilización, subsumir y sublimar sus intereses de clase por los de partido porque en el fondo todos somos trabajadores independientemente de las posturas políticas. 

En la presente coyuntura se hayan dos reformas: futuro y pasado  irrumpen aquí y ahora. Una pretende mayor y mejor justicia. La otra que se le restituya lo que por derecho  le pertenecía y fue arrebatado por las reformas neoliberares, mismas que la presente administración afirma combatir.

Cabe la siguiente pregunta ¿Con qué certeza se presentarán a las urnas si después las promesas de los candidatos serán incumplidas por las razones de Estado, insuficiencia presupuestal y poderes facticos? 

Son necesarios y suficientes las tómbolas, encuestas de opinión y los índices de popularidad para convencernos de que efectivamente vivimos en un régimen democrático. 

Las expectativas se topan con los señores de la banca, los de verde olivo, los realmente existentes dueños de la democracia que nadie tachó en una boleta ni depositó en una urna. La democracia parece dirigirse hacia un callejón sin salida.

Una improbable pero consecuente solución para este primero de junio es acudir al zócalo para llevar víveres,  compartir el almuerzo y soldarisarse con el campamento magisterial; antes o después de ir a votar, sin chantajes, por convicción y sin acordeón.

El problema,  lo han reiterando los zapatistas, no es qué hacer el día de la elección sino los 364 días restantes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.