El paro general de este 09 de Junio volvió a poner en el centro de la escena mediática y política el tema de los piquetes como método de protesta de los trabajadores. Tanto desde el gobierno como desde sectores de la oposición de derecha, incluidos algunos impulsores de la protesta como Hugo Moyano y Luis […]
El paro general de este 09 de Junio volvió a poner en el centro de la escena mediática y política el tema de los piquetes como método de protesta de los trabajadores. Tanto desde el gobierno como desde sectores de la oposición de derecha, incluidos algunos impulsores de la protesta como Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, apuntaron sus cañones hacia esta metodología de reclamo buscando deslegitimarla ante la opinión publica.
La protesta sostenida desde algunos sectores populares y de trabajadores, sobre todo las organizadas desde la izquierda combativa y anti burocrática, se ha convertido en el principal cuestionamiento de las políticas implementadas desde el gobierno nacional para poder capear las dificultades económicas y seguir adelante con el proceso de acumulación capitalista. En este sentido desde el gobierno se ha venido trabajando desde distintos frentes para limitar la protesta social. Las leyes anti-terroristas, el Proyecto X y la pretendida sanción de leyes limitantes de las protestas forman un abanico de medidas que entroncan con la represión directa por parte de otras fuerzas represivas del Estado. Por otra parte, se busca deslegitimar las protestas apelando a un discurso que profundice las diferencias entre los distintos sectores de trabajadores, complementado con un añejo macartismo.
Entroncado con cierta recuperación de algunos indicadores económicos, y en la disminución de los índices de desocupación durante la década kirchnerista, desde el gobierno se enfatiza en que se ha estado desarrollando un modelo de «crecimiento con inclusión social«. La nueva situación social habría tornado obsoleto el piquete como forma de protesta. Este fue valido en el contexto de crisis económica pre y posterior al 2001, pero en la actualidad no tendría razón de ser.
Pero aunque al gobierno le incomode, el piquete no es una invención de algunos sectores minoritarios que de manera extemporánea y obstinada busquen desestabilizarlo o generar un clima de caos. El piquete no es ninguna novedad. Es utilizado como forma de protesta por los trabajadores de todo el mundo desde principios de siglo pasado. Destacados momentos de las luchas obreras de nuestro país fueron protagonizados por piquetes como forma de afectar el circuito de producción y evitar el acceso de los rompehuelgas a los lugares de trabajo. Muchos avances y conquistas de la clase trabajadora lo tuvieron como sostén y una de sus herramientas de lucha. La «Patagonia Trágica», las protestas de la «Forestal», la huelga de la construcción de 1936, las resistencia de los trabajadores después del golpe de la «Libertadora de 1955», el «Cordobazo», el «Rodrigazo» y la lucha de las coordinadoras inter-fabriles en los años 75-76, fueron solo algunos hitos.
En los años 90 y en el periodo alrededor a la crisis del 2001, con el crecimiento escandaloso de los niveles de desocupación cercano al 25% de la población, se convirtió en herramienta de protesta de los grupos que quedaron por fuera del sistema de producción capitalista. Este método iría transformándose en emblemático de las organizaciones de desocupados, conocidas popularmente como «piqueteras». Aníbal Verón, Teresa Rodríguez, Maxi Kosteki, Darío Santillán, Carlos Fuentealba, Mariano Ferreyra, son solo algunos nombres de la última década, de las muchas vidas que quedaron en las calles y rutas de nuestro país como testigos de la lucha histórica de la clase trabajadora para resistir a los procesos de exclusión y explotación. Aunque el gobierno busque despojar a los trabajadores de la memoria histórica de estas herramientas de lucha, la experiencia acumulada se mantiene viva en cada corte de calle o ruta.
Los piquetes impulsados por los sectores combativos, incomodan, molestan, resultan una urticaria para el gobierno y las patronales, porque detrás de cada medida existe un grupo de trabajadores que se decidió a no dejarse hundir en el pantano del conformismo y de la inacción, decidiendo tener una participación activa para cambiar su situación. Son también un cuestionamiento a las burocracias que pretenden negociar desde una mesa de oficina la situación de los trabajadores mediante alguna medida testimonial que no ponga en riesgo alguna tajada propia ante los poderes capitalistas. Esta les teme tanto como a la patronal a los trabajadores auto-organizados movilizados y en la calle, porque allí se juntan, deciden, se hacen fuertes.
Piquetes y populismo
Uno de los argumentos del gobierno en contra de los piquetes plantea que en esta coyuntura el deber de cada trabajador seria fortalecer el crecimiento de la patria no parando y asistiendo al trabajo, aportando a la producción y cuidando el puesto de trabajo conquistado.
Detrás de este discurso despunta el relato populista que busca confundir los intereses sectoriales de una clase social, en este caso de la burguesía, con los intereses de los trabajadores. A través del relato y el discurso patriótico se busca articular al Estado como garante de las demandas de todo el «pueblo». Al visibilizar una grieta en este discurso, el piquete resulta altamente peligroso para el gobierno. Viene a ser el acontecimiento concreto que fractura ante la sociedad un eslabón de la imaginaria cadena que pretende unir al gobierno con los trabajadores mediante la palabra de la líder- presidenta que los designa como pueblo y se autodenomina como la encargada de viabilizar la resolución de sus demandas.
El gobierno pide compromiso a los trabajadores para sostener la producción nacional, no siendo egoístas, evitando participar del paro. Pero esto es como pedir al propio condenado que además se ajusticie. Gran parte de la salida de la crisis del 2001 se ha sostenido sobre los hombros de los trabajadores que vieron licuados sus salarios a través de la devaluación. Además han venido sufriendo la caída del salario real por aumento de la inflación, la imposición de topes salariales en las paritarias, el impuesto al salario, la precarización y jubilaciones de pobreza. Aunque al gobierno le encantaría que agachen la cabeza y acepten pacíficamente ver como sus condiciones de vida se deterioran con las medidas mencionadas, a través del paro y el piquete los trabajadores muestran que no están dispuestos a ser meros objetos a exprimir.
Al tema del compromiso con la producción ya mencionado, se suma el hecho de acusar a los trabajadores que realizan los piquetes de ser causantes de la pérdida del día de trabajo del que no puede llegar a su destino. Este es un discurso hipócrita, pues desvía la mirada de donde se produce el mayor robo a los trabajadores. Más allá del pago a la fuerza de trabajo del salario equivalente al propio valor de reproducción como mercancía productora de valores, en cada jornada de trabajo se oculta la creación por el trabajador de un plus-valor que será apropiado por el capitalista. Esto es algo que el «marxista» Kicillof sabe muy bien y no debería hacerse el desentendido, o por o menos quedarse callado y no acusar a los trabajadores.
El piquete como enfrentamiento entre trabajadores
Diariamente miles de trabajadores circulan fundidos en una caótica masa por calles y rutas para llegar puntualmente a sus lugares de trabajo. Transportados en medios públicos o privados, llegar a destino se impone como una necesidad vital. La ansiedad comienza a agitarnos a medida que se acerca el momento en que en las agujas de reloj marcaran el punto exacto en que se agota la cuenta regresiva para certificar la renovada entrega diaria de nuestra potencia como seres humanos al capitalista de turno. La hora pico en la ciudad moderna se inscribirá como un hito mas que marcará la memoria de acontecimientos de nuestro día. Cualquier impedimento que se interponga ante el destino de llegar a nuestro lugar de trabajo será una posible tragedia que podrá desatar tempestades. Con la visión nublada y el ánimo caldeado, el piquetero será visto como una masa informe que simplemente nos separa de nuestro destino. Muro, barrera, seres humanos, para el caso lo mismo da. ¿Cómo llegamos a esta enajenación? Con la certeza de que el análisis debe ser complejizado con el estudio del consenso de la dominación capitalista para no caer en un mero reflejo economicista, en un primer momento hay que adentrarse en el sistema de producción capitalista. Allí las relaciones sociales entre los trabajadores están cosificadas al ser mediadas por las mercancías en su forma equivalente general, el dinero. Detrás de cada mercancía esta oculta la historia de miles de personas que como fruto de la división social capitalista del trabajo, llegaron a poner en funcionamiento cada una por su cuenta la maquinaria de creación de valor. Cada mercancía a su vez compartió el tránsito por calles y rutas con los trabajadores en camino hacia sus lugares de trabajo -transportadas ellas mismas por trabajadores-, rumbo hacia su destino de ser vendidas por otros trabajadores y consumidas por algunos más, completando así el ciclo de valorización del capital. En el piquete, se da se esa extraña situación en donde un ser humano pugna por llegar a transformarse como fuerza de trabajo en mercancía, y quien en teoría se lo impide, es objetivado, despojado de toda humanidad como la mera barrera que impide la concreción de ese proceso de mercantilización. En este enfrentamiento entre seres objetivados que es la forma concreta en que se expresa la relación entre trabajadores en la situación de corte de calle o ruta, se verifica plenamente la perdida de humanidad como fruto del proceso de fetichizacion que se da en el proceso de producción capitalista.
El piquete como limitante de la libertad
El mensaje de los distintos medios de comunicación y de los políticos de la burguesía pretende mostrar al piquete como una forma anti democrática de lucha que va en contra de la «libre voluntad» de los trabajadores de circular. Pero lo primero que habría que problematizar y preguntarles seriamente es que entienden por esto, cuestionando su reduccionismo. Como consecuencia de interpretar el piquete a través de una lógica formal que lo posiciona como el mero acontecimiento que limita un derecho de circular y de ir a trabajar, sin analizar la complejidad de las múltiples determinaciones sociales que llevan a que un grupo decida llevarlo a cabo, es que para el sentido común burgués la realidad queda reducida a la vivencia individual de falta de libertad.
Esta lógica lleva también a sostener que los trabajadores serian libres de decidir ir a trabajar sino mediase el piquete como limitante. Pero en un contexto de protesta social, hay que analizar cuáles son los factores que condicionan la decisión de los trabajadores y que la determinan como voluntad positiva de trabajar. Dejando de lado la idealización del sistema que pretende realizar la burguesía, hay que decir que el piquete es una medida de fuerza que se opone a otra situación de fuerza pre existente creada por los capitalistas para coaccionar a los trabajadores. ¿Son la gran mayoría de los trabajadores libres de no asistir a sus trabajos? Evidentemente no, ya que las presiones patronales en relación al despido dificultan la libre adhesión a las medidas de fuerza en un contexto de gran porcentaje de trabajo precario, en negro y en donde el trabajador carece de derechos laborales. Además influye el miedo al descuento del día no trabajado y a las represalias futuras, como ser la sobrecarga de tareas y otras medidas relacionadas con distintas formas de presión laboral.
La tan mentada libre elección de trabajar sostenida por la burguesía, se basa en el hecho de que cada trabajador es en apariencia libre de disponer de su fuerza de trabajo y de decidir con quién y bajo qué condiciones establecer un «contrato libre». Pero el trabajador expropiado de sus medios de producción y reproducción, solo es libre en el sentido de que no está atado a esos medios como lo estaba el esclavo antiguo a sus amos o el campesino feudal a su tierra. Por esto mismo es que debe venderse para poder conseguir el sustento que le permita reproducir sus fuerza vital, so riesgo de no hacerlo de extinguir su vida. La posibilidad de no trabajar solo está abierta a los capitalistas. Innumerables veces los vemos tomarse años sabáticos, viajes de descanso y relax o simplemente vivir de las rentas. Para el trabajador no hay libertad de decidir asistir cualquier día a trabajar. Así como no es dueño de su tiempo, tampoco es dueño de los medios que le aseguren la reproducción de su vida ni de decidir sobre su uso. Como bien sabe cualquiera que trabaja de manera asalariada, un día descontado significa una renovada angustia de calcular si se llegará a fin de mes. Y no tener trabajo caer en la desesperación de no poder concretar libremente la reproducción de nuestras vidas.
La libertad en la vida de los trabajadores
A lo largo de su vida, el trabajador está sometido a repetir día a día mecánicamente las mismas acciones para llegar a su lugar de trabajo a ser explotado para producir riquezas ajenas. Levantarse todos los días de su vida a la misma hora, recorrer el mismo monótono trayecto diario junto con miles de otros trabajadores que circulan en un caos de seres que pugnan por no fallarle a la exigencia del reloj que marca la pauta de la producción capitalista y el llegar a tiempo. Recorrer kilómetros de distancia hacinados en pésimas condiciones de transporte para trabajar en lugares que en la mayoría de los casos no «hemos elegido, sino que son lo único que hemos conseguido«. En toda esta realidad de la vida del trabajador no hay nada de libertad. ¿Es libre de detenerse ante un piquete, observar los rostros, escuchar las historias y de compartir un mate con alguna de las personas que allí se encuentran? ¿Es libre de decidir hacerlo cualquier día, si apremia la obligación de ir a trabajar? ¿Será porque es el dueño de los minutos que consumen su vida que necesita pasar de cualquier manera por ese cuestionamiento al paso del tiempo medido según las pautas capitalistas que significa el piquete? ¿Es porque hablamos de una conciencia libre que necesita volver lo más rápido posible a su casa, destrozado después de un día de trabajo y entregar su conciencia y futura voluntad a los designios de algún conductor de programa de entretenimientos que le muestre lo feliz que puede ser? Por estas y muchas otras razones, ¿de qué libertad estamos hablando? Hablar de coartar la libertad de alguien con el piquete no parece la manera más coherente de cuestionarlo si en nuestras vidas no somos libres de ir a donde tenemos que ir. El buen burgués y el progre correcto hablan de ética y de libertad al cuestionar los piquetes, de respetar derechos. Reiteran infatigablemente la vieja frase que reza que «la libertad de uno termina en donde empieza la del otro«. ¿Pero se cuestiona acaso la estructura patriarcal de la sociedad, la división sexual del trabajo y el sometimiento al trabajo domestico de millones de mujeres? Estas no tienen siquiera la «oportunidad» de enfrentarse a la situación de ver reducida su «libertad» de circular por el piquete, porque esta ya está limitada desde antes al ámbito domestico, para que la persona que cumple el rol social del hombre sea «libre» de ir a trabajar en busca de un salario.
Lo que no quieren aceptar en ningún caso es que es imposible hablar de libertad en un régimen que se basa en la explotación de la inmensa mayoría por la minoría, y que la verdadera libertad esta más allá de esta sociedad donde rige el trabajo asalariado.
El piquete ante la sociedad
Aunque pretendamos desentendernos de ciertos problemas sociales de los cuales los piquetes son un emergente; aunque pretendamos que algunas cosas como la desocupación, falta de salario, de vivienda, de derechos de las comunidades indígenas, de las mujeres, estudiantes y de tantos otros no nos afecten por que no pertenecemos directamente a esos sectores; aunque se llegue al punto que el gobierno consiga limitar los piquetes mediante legislación o represión directa; aunque pretendamos esconder la cabeza y que los problemas los resuelvan «los otros»; la realidad, tarde o temprano, nos termina alcanzando. El ser humano, ser social, no puede ser libre de manera individual. En ese sentido el piquete es un síntoma que viene ha poner en el centro de escena una situación de carencia e injusticia que sufre el pueblo trabajador. Es un grito ante la sociedad cuando esta pretende mirar para otro lado, de una circunstancia que ha llegado al límite de tolerancia. El piquete es violento porque impone a la sociedad una conciencia de una situación que pretende ser ocultada e ignorada por el individualismo metido en la sangre. Es una bofetada de realidad que nos interpela, nos compele a actuar, a comprometernos, a organizarnos y a intervenir para cambiar de raíz este sistema generador de desigualdad, so pena de vivir con el malestar de la falta de libertad acechándonos.
Flavio Tanoni, Trabajador Mantenimiento Hospitalario, Tucumán, Argentina
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