En México se vive un proceso de despolitización dirigido principalmente a los jóvenes, para tener una sociedad abstencionista en el futuro, que comenzó con la idea de los conservadores acerca de que a la universidad sólo se va a estudiar, sobre esa frase lapidaria irrumpe en la frase en la matanza de 1968, cuyas consecuencias desactivan la participación de los jóvenes en la vida política del país.
El movimiento de 1968, fue juvenil más que estudiantil, pero los designios de la historia oficial en el mundo encapsularon las expresiones de libertad para reducirlo con el tiempo, a movilizaciones que surgían en las universidades y de su fracaso culpaban a las ideas marxistas y los planes de estudio de las universidades públicas, sin que esto haya sido del todo real.
Los seis puntos del pliego petitorio del Consejo General de Huelga en México, en ese año, carecían de ideología y mantenían sus exigencias en el ámbito de justicia y libertad.
Desde el momento en que se dio a conocer la noticia de la matanza de Tlatelolco los medios se dedicaron, y siguen haciéndolo, a descalificar el movimiento, como sucedió, y sigue sucediendo, con los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, Guerrero, en 2014. Descalificar el hecho y sus consecuencias. que mueve a los jóvenes a participar representa advertir sobre los peligros que implica ese compromiso.
La derecha eternamente ha tratado de desactivar a la universidad como motor de cambio social y resonancia política, quiere colocar a la juventud en una especie de hibernación de la participación política y social. Para convencer que el individualismo es el mejor camino y no el trabajo en comunidad. El éxito profesional ya no sería un esfuerzo común de contribuyentes, educación y aprendizaje sino una acción individual, donde se adoptaba la educación como una mercancía y no un derecho, por lo tanto, todo consumo era individual, personal, producto del trabajo de los jóvenes en lo particular, para quienes abrieron las puertas al consumo por primera vez en la historia, esta práctica estaba destinada a los adultos, que eran los únicos con poder adquisitivo.
El golpeteo contra los jóvenes que no logran meter al redil del consumo como era la intención inicial de su manipulación al presentarles artículos, moda, música, espacios, héroes, ídolos, películas, arte, etc. No cesa hasta no ver exterminada su participación en la vida social, pero sobre todo política.
Subrayando las diferencias sociales y segregando a quienes no tenían acceso a la educación de paga, que bien podría iniciar en la primaria, con una doctrina espiritual que alejaba de la sociedad y el compromiso social a los alumnos y loas acercaba al a pasividad de la oración religiosa y el individualismo.
Participación política y educación van tomadas de la mano en todo el mundo a través de la historia. No es requisito disentir con el gobernó para participar en la política, tampoco es indispensable que el móvil de la actividad política sea estar de acuerdo con el gobierno, la participación política es la que guía de la acción y no al revés.
Después de este impactante sabotaje a la participación en la vida política y social de los jóvenes universitarios de las ciudades, dejan la responsabilidad del compromiso político al interior del país, principalmente en las normales, las escuelas de agronomía, las ingenierías y todo lo que tiene que ver con las tareas rurales y las actividades del campo.
Las protestas juveniles que inician en la década de los sesenta también reciben un revés al caer el muro de Berlín, en 1991, y el mundo se convence que el socialismo realmente existente deja sin argumentos algunos conceptos revolucionarios radicales y descubre una burocracia en los países tras la cortina de hierro represiva y autoritaria.
Mientras los politólogos recomponen la izquierda, y explican los desvíos prácticos de la Unión Soviética y su alejamiento de la teoría socialista, los jóvenes abandonan las calles. La desmovilización social de la juventud tiene advertencia en los medios como una manera de imponer sanciones a la participación de la juventud y regresa con más fuerza la vieja consigna acerca de que los estudiantes sólo deben estudiar y los políticos deben realizar las tareas de gobierno más allá de la libertad, llegando al libertinaje sin ningún rubor ni sanción.
La guerra fría se convierte en una tregua bélica pero no en cuanto la manipulación acerca de la desmotivación de la participación social en la política, de la sociedad en general y de los jóvenes en particular. En México los gobiernos empiezan a emplear a funcionarios públicos egresados de universidades privadas y crean todo un mito sobre la calidad de la educación de paga.
Al mismo tiempo se desacredita a las universidades públicas, se les satanizan y se les coloca como una fábrica de buenos para nada, y, lo peor, con ideas “comunistas”, que atentan contra el neoliberalismo que en ese momento cobra auge desde el sexenio de Miguel de la Madrid, con colaboradores llamados, en su momento, tecnócratas, que no eran otra cosa gerentes privatizadores de las empresas del país, con decisiones antipopulares.
Esos fueron los días del crecimiento exponencial de la pobreza, del descenso de muchas familias a la miseria, de las carestías y las crisis económicas recurrentes, impuestas por los nuevos titiriteros extranjeros de los gobernantes de América Latina, donde México no era la excepción.
Las movilizaciones sociales de los jóvenes tienen su mayor decadencia con la llegada de la pandemia. La apatía de una generación sobre la participación se encuentra en su momento más alto, sobre todo en México, donde los medios convencionales han forzado ver en la protesta auténtica de la sociedad una conducta ridícula, pero sobre todo innecesaria.
En las recientes elecciones de Chile, la participación de los jóvenes fue determinante, sus civilizaciones en países como España anuncian nuevas medidas del gobierno y en otros países se preparan para volver a ver en las calles la mejor manera de mostrar los que los medios quieren esconder y transformar su entorno.
La participación política no se limita al rechazo o al apoyo es una actividad inherente al ser humano. Es una materia obligatoria en nuestra carrera por la democracia.
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