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Pasado y presente de un debate estratégico

Fuentes: Ideas de Izquierda

En estas líneas intentaremos reflexionar sobre algunos elementos del debate de estrategias que se esboza en la actual situación argentina, dialogando a su vez con un artículo de Martín Cortés que publicamos la semana pasada en este semanario, que precisamente intentaba reflexionar sobre los modos de leer a Gramsci en la Argentina y su relación […]

En estas líneas intentaremos reflexionar sobre algunos elementos del debate de estrategias que se esboza en la actual situación argentina, dialogando a su vez con un artículo de Martín Cortés que publicamos la semana pasada en este semanario, que precisamente intentaba reflexionar sobre los modos de leer a Gramsci en la Argentina y su relación con los problemas políticos de la coyuntura. El artículo fue escrito a principios de agosto, por lo que no le exigiremos que de cuenta de eventos que ocurrieron con posterioridad, sino que nos basaremos en las cuestiones fundamentales que intenta plantear.

Martín realiza una lectura atenta y detallada de ciertas posiciones que hemos planteado en Ideas de Izquierda sobre la trayectoria de José Aricó y los «gramscianos argentinos» y plantea dos cuestiones que están estrechamente relacionadas: la reivindicación de la «incoherencia» que caracterizó la trayectoria política de Pasado y Presente en busca de un anclaje político y el alerta sobre lo que percibe como una crítica insuficientemente reflexiva sobre las experiencias del Frente Popular y el eurocomunismo. Lo que conecta ambas cuestiones sería la aspiración de construir desde el marxismo una política de masas.

Para intentar profundizar en la polémica, intentaremos primero hacer un pequeño repaso de las experiencias de los Frentes Populares, «pecados originales» que Martín mira con simpatía (y quizás con cierto grado de idealización), para luego ver sus implicancias en el debate sobre qué hacer en la Argentina del 2018. La cuestión del eurocomunismo la dejaremos para otro momento, aunque el Frente Popular constituye en muchos aspectos una especie de genoma de aquel. Por lo que la crítica de uno puede ser la del otro, por lo menos en líneas generales. Esta mirada sobre el pasado nos permitirá analizar algunas cuestiones del presente.

En el principio era Dimitrov (o sea Stalin)

En realidad el subtítulo es engañoso. El primero que llevó adelante la política de Frente Popular fue el dirigente del Partido Comunista Francés, Maurice Thorez. Recordemos las circunstancias. En febrero de 1934, una manifestación armada de los grupos fascistas franceses provocó la renuncia del gobierno de Daladier. Este evento generó un brusco viraje en el PCF, que días antes caracterizaba al presidente como «radical-fascista» y al dirigente socialdemócrata León Blum como «social-fascista».

La audacia reaccionaria de los verdaderos fascistas, hizo que los stalinistas descubrieran virtudes hasta ese momento desconocidas, primero en la socialdemocracia y después en el partido radical francés. Se iniciaron meses de negociaciones que incluyeron el frente único entre el PCF y la SFIO, los discusiones sobre unidad orgánica entre ambos partidos −que finalmente no se concretó− y culminaron en la conformación del «Frente Popular» entre el PCF, la SFIO y el partido radical.

El Frente Popular hizo su presentación en sociedad el 14 de julio de 1935 en la Plaza de la Bastilla. La suma de los partidos obreros, las centrales sindicales y el partido radical garantizaba la afluencia de masas que colmaron la manifestación, pero a su vez regimentaba estrictamente los alcances que esa movilización debería tener. El acuerdo esencial entre los tres partidos era limitar la lucha de clases con el objetivo de no asustar a la burguesía democrática, bajo el argumento de la defensa de la democracia contra el fascismo. El VII Congreso de la Comintern generalizó esta política en septiembre de 1935.

En abril/mayo de 1936 el Frente Popular ganó las elecciones, designando la Asamblea Nacional al socialdemócrata León Blum como presidente. La victoria del Frente Popular fue leída por las masas como una victoria propia y en función de eso como una señal para avanzar en la lucha. Las huelgas y ocupaciones de fábricas se extendieron por todo el país en junio de 1936, que pasó a la historia como uno de los períodos más importantes de la lucha de la clase obrera en Francia.

El gobierno de Blum negoció con los sindicatos aumentos de salarios, 40 horas semanales de trabajo y vacaciones pagas. Su política apuntaba a terminar con las huelgas a través de concesiones, mientras no tomaba ninguna medida seria ante el crecimiento del fascismo. Blum salía a aclarar que su gobierno no pretendía expropiar a la burguesía, mientras Thorez sostenía que «hay que saber terminar una huelga». El Frente Popular francés tampoco prestó ningún apoyo a la república española en la lucha contra Franco. En 1938, el Frente Popular se rompió por la doble presión de la burguesía y de la política alianzas de la URSS (en ese momento girando hacia un acuerdo con el nazismo alemán) que incidía directamente en la política del PCF. La misma Asamblea Nacional que había votado la constitución del gobierno Blum en 1936, votó en 1940 los plenos poderes a Petain, que fue un títere de la ocupación nazi.

En España (o como se dice en la actualidad, el Estado español) la experiencia fue aún más trágica. El Frente Popular constituido por el PC, el PSOE, Izquierda Republicana, el POUM y grupos menores, ganó las elecciones en 1936, sumando más tarde al ala derecha de los anarquistas. El alzamiento de Franco el 18 de julio de ese año y un cruento proceso de guerra civil dieron forma a una revolución que se desarrollaba en los campos, las fábricas y las ciudades como una revolución obrera y campesina, mientras se combatía en el frente militar de la república contra los fascistas. La política del Frente Popular, sintetizada en el eslogan «primero ganar la guerra, después la revolución» fue oponerse a las colectivizaciones de tierra, el control obrero y la administración obrera directa de las fábricas y la continuidad de las milicias (que fundieron con el viejo ejército y los guardias de asalto de la policía en el Ejército Popular) y por último montar un circuito represivo por el que pasaron anarquistas, trotskistas y poumistas, incluyendo el asesinato de Andreu Nin. Igual que su análogo francés, el Frente Popular español nunca se propuso la liberación de las colonias como Marruecos, a pesar de que una gran parte de la tropa franquista se componía de soldados oriundos de ese país.

Se puede argumentar que no había otras alternativas. Pero no sería cierto. Desde 1934 habían surgido en España las instancias de la Alianza Obrera, que era una frente único de los sindicatos y partidos obreros que de ampliarse podría haber jugado un rol similar al de los consejos obreros. En Cataluña, donde el alzamiento franquista había sido derrotado de manera inmediata, se había constituido el comité central de milicias antifascistas, que denegó la conquista del poder dejando al presidente Companys en su lugar. El problema no fue la falta de radicalidad de las masas, sino la estrategia predominante de subordinar el desarrollo de la revolución a la alianza con la «burguesía democrática».

Efectivamente, las de los Frentes Populares fueron políticas que involucraron masas obreras y populares pero las condujeron a derrotas aplastantes, influyendo decisivamente en la idea de que la política comienza donde termina la lucha de clases. No casualmente en el Frente Popular y las formulaciones de Dimitrov, Laclau y Mouffe ubican en su obra Hegemonía y estrategia socialista un punto de inflexión en la dirección de su posterior crítica del supuesto «esencialismo de clase» del marxismo. En esta orientación se inspiró también el dirigente del PCI Palmiro Togliatti cuando propuso en abril de 1944 un frente nacional con el ex conquistador de Libia, el Mariscal Badoglio (que en realidad era una política que el PCI venía levantando desde antes de la llamada svolta de Salerno). Otra vez la «política marxista» seguía la geopolítica de Stalin. Sería interesante que Martín se explayara un poco más sobre cuáles le parecen que son los aportes de estas experiencias para el desarrollo de una política de masas y en función de qué objetivos.

América Latina: Frentes Populares y Movimientos Nacionales

En una conversación con sus colaboradores del exilio mexicano, Trotsky señalaba que en Europa el Frente Popular implicaba la alianza con la burguesía imperialista pero en América Latina se dirigía, por lo menos parcialmente, contra el imperialismo. En esa tónica analizaba al gobierno de Cárdenas en México y caracterizaba al Partido de la Revolución Mexicana como un «frente popular bajo la forma de partido» al igual que al APRA peruano (ya en ese momento constituido como un partido nacionalista burgués) y al Kuomintang chino. Contra los que proponían la consigna totalmente sectaria de «Abajo Cárdenas», Trotsky reivindicó las expropiaciones petroleras realizadas por el gobierno mexicano contra el imperialismo británico. Pero a su vez sostenía la necesidad de luchar por la independencia de los sindicatos respecto del Estado y por la democracia sindical, como formas de mantener la autonomía del movimiento obrero respecto del «movimiento nacional». Esta cuestión resultaba fundamental, dado que Cárdenas expropiaba a los capitales ingleses pero no a los norteamericanos e incorporaba a la clase trabajadora en la gestión de las empresas estatales pero a través de una burocracia sindical que ejercía un control férreo sobre los trabajadores.

La existencia de este tipo de movimientos como el PRM, el APRA, el peronismo o incluso el varguismo en Brasil abonaron la idea, sostenida por Aricó y Portantiero, de que un movimiento socialista no se desarrollaría en ruptura con aquellos sino como una radicalización desde su interior, en una evolución entendida en términos bastante gradualistas. Es cierto que las masas obreras y populares no parten de una consciencia ideal imputada desde afuera por el marxismo sino que la consciencia se construye en base a los avances y retrocesos de la experiencia. Sin embargo, la integración de los marxistas en los movimientos nacionales no dio los resultados esperados por quienes la promovieron en sus distintas variantes. Ni el «entrismo en el peronismo» promovido por Nahuel Moreno y Milcíades Peña, ni los intentos de influir sobre la izquierda peronista promovidos por Pasado y Presente. Mucho menos la curiosa experiencia de Jorge Abelardo Ramos. Mientras el marxismo lucha por un movimiento obrero auto-organizado (que busque a su vez recuperar los sindicatos) los «movimientos nacionales» sostienen la estatización sindical como una piedra de toque que garantiza que las luchas no se salgan de ciertos carriles. No es un problema de doctrina sino de fuerzas actuantes en direcciones opuestas, que se pudo ver claramente en la política del peronismo frente al ascenso de luchas obreras y las coordinadoras interfabriles en 1975. Esta estatización no limita solamente las posibilidades de orientar a la clase trabajadora en un sentido socialista, sino que en primer lugar reduce notablemente las posibilidades de luchar contra los poderes imperialistas, ya que la principal fuerza para la «liberación nacional» queda atada de pies y manos.

El debate en la coyuntura argentina

Desde aquel artículo de Jorge Alemán en Página/12, por cierto no muy feliz, venimos debatiendo con lo que se podría llamar «la izquierda kirchnerista» el problema de qué hacer contra el macrismo. Hoy la confrontación es clara. Todas las variantes del peronismo (incluidos los kirchneristas) ponen todas las fichas en que el gobierno se siga deteriorando pero termine su mandato y entonces gane las elecciones algún tipo de armado del peronismo. Los más colaboracionistas (antes «peronismo responsable», ahora «peronismo alternativo») tienen posiciones cercanas a las de Macri. Otros sectores cercanos al kirchnerismo alientan un «frente anti-Macri» social, sindical y político que haga una resistencia suave contra el gobierno para que después venga una política que limite (supuestamente) los efectos del ajuste tomando medidas favorables al pueblo. Esta propuesta de un frente anti-Macri no puede asociarse directamente con la estrategia de los Frentes Populares pero supone una relación similar a la que estos plantearon entre política de alianzas y lucha de clases. Quizás sea una política «de masas» (mucha gente espera que se termine la política de Macri y el FMI pero sin choques violentos), pero termina sosteniendo a Macri que está más maltrecho que nunca. El PTS como parte del Frente de Izquierda propone una lucha sostenida y consecuente ahora, tomando los ejemplos del movimiento de mujeres, el movimiento estudiantil que se organiza desde las bases, las luchas de trabajadores como el Astillero Río Santiago o los madereros de MAM en Neuquén y no esperar a 2019. Sostiene la necesidad de un gobierno de trabajadores que rompa con el capitalismo y una propuesta de emergencia como es la Asamblea Constituyente libre y soberana. Desde la realpolitik peronista estas propuestas se consideran impracticables. La pregunta sería, si no proponen medidas anticapitalistas para terminar con el saqueo de Macri y el FMI, ni medidas «jacobinas» como podría ser una Asamblea Constituyente libre y soberana para dar una salida verdaderamente democrática contra los pactos a espaldas del pueblo ¿qué proponen que no sea dejar a hacer a Macri y después querer volver a gobernar sobre las ruinas del país y nuestras condiciones de vida? Me consta que Martín conoce los problemas de esta política ultra-conservadora, pero para ofrecer una alternativa quizás debería alejarse del «Frente Popular» y acercarse al clasismo…

Conclusión y digresión: sobre los modos de leer a Gramsci en Argentina

En un libro clásico de la tradición comunista italiana de la segunda posguerra, Gramsci in carcere e il partito de Paolo Spriano, aparece la imagen de un Gramsci enfermo que envía el mensaje a sus compañeros del partido a través de Piero Sraffa: «El Frente Popular es la Asamblea Constituyente». Precisamente el tema de la Asamblea Constituyente había sido uno de los debates que marcaron el desencuentro de Gramsci con los presos comunistas en pleno «tercer período». La anécdota encajaba perfecto en la tentativa de mostrar a Gramsci afín a las políticas implementadas por Togliatti desde 1943-44. Trabajos recientes, como Gramsci. Una nuova biografia de Angelo d’Orsi, publicado el año pasado por Feltrinelli, son mucho más cautelosos en cuanto al establecimiento de una relación directa entre la propuesta gramsciana de Asamblea Constituyente y el Frente Popular. En la perspectiva de Gramsci, la Asamblea Constituyente era la política que podía impulsar un renacimiento de las luchas revolucionarias en Italia, sin descartar acuerdos puntuales con otros partidos, pero sin subordinar a otros programas los alcances de la política comunista. Este tironeo de interpretaciones en torno a Gramsci está también muy presente en el debate argentino como bien señala Martín Cortés en su artículo. O leemos a Gramsci desde un prisma que considera que la política es una «superación» de la lucha de clases al estilo de Togliatti y Laclau-Mouffe (y el último Aricó) o buscamos restituir esa relación entre lucha de clases y política, sin la cual es imposible en definitiva delinear cualquier estrategia revolucionaria o anticapitalista. Esta delimitación de alternativas no pretende cerrar las opciones del debate sino establecer cuál es el marco de la controversia, que a su vez está ligado al problema de cuáles son las vías de reconstrucción del marxismo en la actualidad.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Argentina-pasado-y-presente-de-un-debate-estrategico

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