Ayer nomás veíamos que no había plata suficiente que comprara los insumos sanitarios necesarios para enfrentar el COVID. Los hechos más impensados, ocurrieron.
Estados nacionales confiscaron, incautaron, todo tipo de insumos útiles. Incumplieron los tratados internacionales. Llegaron a apostar agentes de inteligencia en aeropuertos para sobornar a los exportadores y transportistas de barbijos para que los cargamentos cambiaran de destino.
Los países más ricos vieron hospitales desbordados, tenían plata pero no respiradores ni médicos. Camiones militares transportando cadáveres en la noche para que no los vieran. Fosas comunes.
La teoría económica ortodoxa sostiene que los mercados autorregulados, mediante el sistema de precios, son los que mejor asignan recursos. Es evidente, el postulado fracasó. A la hora de la verdad fue más efectivo un grupo de policías de un Estado determinado, un soborno, o “una oferta que no se puede rechazar” que los mercados competitivos. El fracaso de este precepto podemos constatarlo este mismo año. Si la economía aspirara a ser una ciencia, siendo que las ciencias fácticas se fundan en la validación con la realidad, el dogma de los mercados autorregulados como el summum para asignar recursos debería descartarse definitivamente.
Pero como sucede una y otra y otra y otra vez, vuelven a la carga.
Y los vemos ahora diciéndonos, con el mismo sonsonete que de costumbre, sin dar cuenta de ninguno de sus fracasos, independientes de la realidad, que la regulación de internet resentirá la inversión, que empeorará el servicio y toda otra falacia que les venga a la mente.
Una vez más, no es así. No hace falta ser un economista de academia para verificar que los servicios son malos, caros, que la competencia es, en el mejor de los casos, reducida, y que las empresas tienen ganancias exorbitantes.
Y también se refuta teóricamente. Tanto como se refuta la economía ortodoxa.
Que las empresas ganen plata, ¿qué tiene que ver con la inversión? Si les bajan impuestos y ganan más plata ¿van a invertir más?
La economía ortodoxa tiene una respuesta categórica: sí, por supuesto. ¿A quién podría ocurrírsele otra cosa?
La verdad es que NO. Que bajen los costos y los impuestos a las empresas sólo quiere decir una cosa: el empresario ganará más, pero eso no tiene ninguna relación necesaria con que invierta más.
En condiciones monopólicas o cuasimonopólicas, es el caso, la misma teoría ortodoxa reconoce que hay precios caros (superiores a los de mercado competitivo) y consumidores no servidos. ¡La misma ortodoxia admite la conveniencia de regulación y precios máximos para alcanzar mayores niveles de bienestar social expresado en más producto a menor precio!
No cabe ninguna duda que el acceso a las comunicaciones mejorará con la aplicación del Decreto 690/20. Lo hará porque la fiscalización, siempre que no sea cooptada por las mismas empresas prestadoras, permitirá prestaciones más universales a precios más accesibles. Las empresas invertirán más si se les exige que lo hagan, no de otro modo.
Párrafo aparte, mezcla de añoranza, reconocimiento a su resiliencia a pesar de la pesadilla neoliberal y esperanza de futuro, merecen las Cooperativas que fueron pioneras en los servicios de TV por Cable y comunicaciones. Una política que promueve más servicios bien vale la promoción de nuevas Cooperativas que los presten.
AYER NOMÁS