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La memoria argentina sobre los horrores de la dictadura

Patrimonio mundial del “nunca más” y antídoto contra el olvido

Fuentes: Rebelión

Argentina acelera los procedimientos para que el Museo Sitio de Memoria ESMA – Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio-, ubicado en la ciudad de Buenos Aires, sea declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO. Fue uno de los 600 centros clandestinos de detención y represión que funcionaron en la última dictadura (1976-1983).

Los promotores argumentan que esta propuesta es un aporte más, desde la historia latinoamericana, al capital de la memoria colectiva universal imprescindible para evitar, en el futuro, cualquier intento de repetición de las brutalidades que se vivieron en el país sudamericano.

En Argentina existe un consenso básico de toda la ciudadanía sobre el “nunca más”, aunque puedan existir sectores muy minoritarios que abogan por el negacionismo. La lucha en mi país de más de 40 años a favor de la memoria, la verdad, la justicia y la reparación, merece que sea reconocida por la comunidad internacional”, enfatiza Alejandra Naftal, directora del Museo de la ESMA, museóloga de formación y ex detenida desaparecida por varios meses y luego liberada durante la dictadura.

La iniciativa promovida ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) se lanzó en 2015 y ha recorrido ya diversas etapas.

Durante este verano europeo entrará en la cuenta regresiva cuando la Secretaría de Derechos Humanos de Argentina, que coordina la propuesta, presente ante el organismo internacional el expediente técnico que sustenta la demanda.  De ser aceptada la propuesta, dicho Museo pasaría a integrar el grupo reducido de sitios que en el mundo encarnan los atroces sufrimientos del pasado y la dignidad de la resistencia individual o colectiva.  Junto con la Isla de Gorée, Senegal, y el Muelle de Valongo, en Río de Janeiro, Brasil, inicio y fin de la denominada “Ruta del Esclavo”. Junto, también, al Campo de Concentración Nazi de Auschwitz-Birkenau; del Memorial de la Paz de Hiroshima; de la sudafricana Robben Island, donde Nelson Mandela estuvo preso 18 de los 27 años de su reclusión; y del Puente Viejo de Mostar, en Bosnia Herzegovina, paradigma de la dramática guerra en la ex Yugoslavia, así como de la recuperación de tradiciones centenarias de coexistencia pacífica sobreviviendo al odio étnico.

Campo de concentración en pleno Buenos Aires

La Escuela de Mecánica, que pertenecía a la Armada – junto con el ejército y la aeronáutica, los tres brazos militares de la dictadura– es un predio de 17 hectáreas en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires. El Casino de Oficiales constituía uno de los 35 edificios del amplio complejo. Allí se albergaban y reunían en los tiempos libres los altos mandos de la ESMA. Y fue ahí, durante los años de la dictadura, donde instalaron uno de los centros clandestinos más grandes del país, por el que pasaron cerca de 5 mil personas detenidas desaparecidas. En su mayoría, a la postre, asesinadas a través de los “vuelos de la muerte”, que las tiraban desde aviones al cercano Río de la Plata.

En 2004, recuerda Alejandra Naftal, los marinos debieron devolver el predio al Gobierno nacional y al municipal. Entregaron el Casino de Oficiales casi destruido –para intentar borrar las huellas de la brutal represión–, lo que obligó a un arduo trabajo de reconstrucción. “El objetivo fue crear el Museo Sitio de la Memoria que permitiera a los visitantes vivenciar, a través de una herramienta pedagógica, el efecto del Terrorismo de Estado a través del delito de la desaparición forzada de personas”, explica.

Lejos de la imagen común de un museo tradicional, con estatuas, cuadros, utensilios y objetivos materiales, el de la ESMA se reinventó con una nueva forma de presentar la historia. “El Museo es el edificio y, sobre todo, el relato de algunas de las víctimas de ese infierno que lograron sobrevivir, con el apoyo de videos y fotos. Reproducimos sus declaraciones y narraciones ante la justicia”, subraya la directora de la institución.

Para llegar a ese concepto se requirió un proceso de intercambio y consultas de más de 3 años, entre el 2012 y el 2015. “En ese periodo presentamos al menos 200 veces el proyecto, ante el mundo político, los actores de derechos humanos, sectores de la cultura. Contamos con un equipo interdisciplinario amplio y diverso que fue afinando la propuesta”.

Entrar hoy al Museo Sitio de la Memoria de la ESMA implica salir profundamente conmovido luego de recorrer los espacios donde estaban recluida esa militancia juvenil; daban a luz las jóvenes madres secuestradas; los torturadores planificaban los vuelos de la muerte. Así como las salas especiales de tortura y el lugar para concentrar las ropas y artefactos robados durante los allanamientos. O bien, donde los captores explotaban la mano de obra esclava de sus víctimas para hacer publicaciones de inteligencia, fabricar documentos falsos de identidad para los grupos operativos. Así como las escaleras que conducían a los “traslados” sin retorno, es decir la muerte segura.

Nuestro propósito, reflexiona Alejandra Naftal, fue crear un espacio que fuera “cómodo para el incómodo, e incómodo para el cómodo”. Es decir, que impactara y despertara la conciencia de los visitantes que no conocían la historia de la brutalidad represiva, especialmente los jóvenes que no vivieron directamente esa historia. Y que sea, también, un lugar donde las personas directamente afectadas por los crímenes entonces cotidianos de lesa humanidad pudieran recordar y rendir su homenaje.

Si la UNESCO acepta la iniciativa, concluye Naftal, sería una forma más de compartir y universalizar todo ese arduo y novedoso esfuerzo para reconstruir la memoria colectiva, para llegar a la verdad de fondo y para juzgar ese genocidio que se dio en Argentina y que se expresó en tantos centros de tortura y detención.

Novedoso, insiste, porque integra dos componentes esenciales:  la prueba de esa brutalidad represiva que dejó en solo siete años un saldo de 30 mil detenidos desaparecidos, más de 10 mil presos políticos y cientos de miles de exiliados internos o el exterior. Y, al mismo tiempo, el ejemplo de este profundo trabajo de memoria, verdad, justicia y reparación, sólidamente anclado en la sociedad argentina, resultado de un consenso muy amplio de respeto a la Justicia. “Es impresionante comprobar que, desde el fin de la dictadura hasta ahora, nunca se dio ni un solo caso de justicia por mano propia de una víctima hacia alguno de sus victimarios”, concluye.

“Necesidad de la sociedad entera”

P: ¿Qué significa ese consenso social en torno a los derechos humanos al que se refiere?

Alejandra Naftal: Dos ejemplos. En 2017 la Corte de Justicia, que es el principal tribunal del país, promovió la introducción de la fórmula de 2 x 1, es decir, que cada año de detención se cuente doble para promover, así, numerosas libertades de militares condenados por crímenes contra la humanidad. En solo 24 horas hubo una masiva movilización popular en todo el país para oponerse a este “indulto disfrazado”. La presión fue tan rápida y contundente que el parlamento decretó la inconstitucionalidad de esta decisión, que quedó sin efecto. Otro ejemplo: cada vez que en Argentina aparece alguno de los bebés desaparecidos — hijas o hijos de detenidos desaparecidos– que recuperan su identidad, se produce todavía hoy una verdadera celebración social.

P:  Es difícil imaginar un Museo sitio de la “Memoria”, dado que la memoria es algo tan subjetivo e intangible…

AN: Sin duda que no fue fácil. Requirió mucha creatividad, consulta, reflexión, consenso. Sobre todo, porque hubo quienes propusieron destruir los edificios de la ESMA para construir aquí un gran parque. Se luchó contra esta concepción. Una vez que se logró recuperar el edificio, casi destruido, del Casino de Oficiales, fue muy importante diseñar un espacio que expresara el objetivo principal. Es decir, aportar, desde el Museo, a la reconstrucción de la memoria colectiva. Las personas que en número de decenas de miles lo han visitado desde su apertura hasta hoy nos expresan su reconocimiento.

P: ¿Concibe al Museo como un espacio donde se dan la mano el pasado y el presente de los derechos humanos?

AN: Una definición exacta. Es una construcción colectiva del pasado-presente. La presencia de la cuestión de género en nuestro Museo es significativa en ese sentido. Insisto: esa construcción puede existir porque hay una demanda de la sociedad. ¿Cómo describir ese espacio de horror, reconvertido? Buscando formas que apelen a la sensibilidad y a la emoción. Todo esto le da fuerza y valor a nuestra iniciativa ante la UNESCO. Algo más: vemos nuestra propuesta como reveladora, no solo de todo un drama nacional, sino también de un continente que padeció represiones brutales similares. Por eso pensamos nuestra candidatura a Patrimonio Mundial desde una perspectiva amplia, nacional y latinoamericana.

P: Para terminar, es importante volver a su reflexión sobre reconstrucción de la memoria colectiva y la identidad y presencia de género…

AN: Un tema esencial. Desde que abrimos el Museo en el 2015, recibimos críticas de grupos de mujeres y de activistas de los feminismos. Señalaban que la muestra permanente no tenía perspectiva de género y no estaba en consonancia con el movimiento que se apropiaba de las calles, con la marea verde, de lucha por el aborto y para exigir justicia por los femicidios, entre otras reivindicaciones. En paralelo, se desarrollaron los primeros juicios de lesa humanidad por los delitos contra la integridad sexual cometidos en los centros clandestinos de detención en la época de la dictadura. Retomamos el tema en el Museo y en el 2019 inauguramos la muestra “Ser mujeres en la ESMA: testimonios para volver a mirar”. Convocamos a las mujeres sobrevivientes, académicas, juezas, abogadas y fiscalas que venían trabajando esta temática. Justamente, con la convicción que los espacios de memoria deben articular el presente con el pasado. A través de un diálogo intergeneracional, cruzando los conceptos feministas con las experiencias de las mujeres ex detenidas Con la posibilidad de crear un espacio en el que puedan hablar y revisar su propia percepción de lo que fuera la experiencia en un centro clandestino. Además, hicimos una autocorrección del lenguaje que utilizamos en la muestra permanente, haciéndonos cargo de nuestro propio olvido y de las ausencias y errores previos. Esa corrección está incluida en la exhibición. (Sergio Ferrari)