El Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Morón, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, condenó al sacerdote católico Julio César Grassi a 15 años de cárcel por abuso sexual y corrupción de menores, pero a pesar de ello lo dejó en libertad. Esta es la misma instancia judicial que hace apenas unos meses […]
El Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Morón, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, condenó al sacerdote católico Julio César Grassi a 15 años de cárcel por abuso sexual y corrupción de menores, pero a pesar de ello lo dejó en libertad. Esta es la misma instancia judicial que hace apenas unos meses atrás aplicó una pena de cuatro años a otro abusador y sin dudar, como corresponde, lo envío a prisión.
La condena a Grassi es por 2 de las 17 acusaciones de tres jóvenes, que eran menores de edad cuando fueron vejados, y que estaban bajo su cuidado en la Fundación Felices los Niños. De los otros 15 casos fue absuelto porque a los jueces no les «alcanzaron» las pruebas.
Después de 7 años y un juicio de 9 meses, en el que el cura y sus abogados entorpecieron el proceso y acusaron de conspiración a los niños y sus representantes, el resultado es aberrante. El cura Grassi sigue en libertad, a pesar de haber sido condenado por pederasta y corruptor de menores. No solo ello, además puede seguir en sus funciones y entrar en la Fundación, lugar en la que la Fiscalía demostró que abusó de los niños, con mínimos impedimentos absolutamente formales y de imposible control.
Dos de los tres niños abusados por Grassi salieron de los Tribunales sufriendo en carne propia la impiedad del poder y la ceguera de una Justicia que siempre está al servicio de los poderosos y en contra de los pobres. Simplemente, no les creyeron a pesar de haber descrito con lujos de detalles, y sin contradicciones, los vejámenes a los que los sometió este pseudo pastor. A pesar de haber sido sometidos, durante los nueve meses que duró el juicio oral, al horrendo recuerdo de los acontecido 7 años antes. El tercero vio como su violador y abusador fue condenado, pero partió para su casa y en cualquier momento lo podrá encontrar por la calle. Así es muy difícil seguir viviendo, seguir creyendo, seguir peleando para superar las huellas del dolor.
Los tres, aún siguen cargando sobre sus espaldas el terrible recuerdo de la perversidad a los que un cura, que debía protegerlos y ampararlos, los sometió.
Durante siete años la jerarquía de la Iglesia Argentina amparó al violador. Lo mantuvo entre sus filas. No limitó el ejercicio de su misión pastoral. Lo puso por encima de la decena de curas de barrios humildes que luchan por contener a chicos pobres, niños desamparados de una ciudadanía hipócrita que se desgarra las vestiduras, pero que hace silencio a la hora de condenar las arbitrariedades de los amigos del poder.
Todavía la jerarquía eclesiástica no ha dicho nada. Hace silencio. Una forma de proteger a Grassi. Ahora fundamentará que el fallo no está firme. Esperará dos o tres años más a que el Tribunal de Casación se pronuncie. Mientras tanto estará libre, paseando por las calles de la ciudad como si fuera un hombre honorable. Así se comporta una Iglesia que aún mantiene en sus filas al asesino y represor Christian Von Vernich.
Esto pasa en la Argentina de hoy, mientras se criminaliza más y más a los niños y jóvenes pobres, convirtiéndolos en sinónimo de ladrones o asesinos, a los que tienen contacto con el poder se los deja en libertad. Hoy es uno de esos días en que a uno le da vergüenza ser argentino.