Indígenas letrados contra indígenas iletrados. La «ciudad aymara rebelde» -pero también la urbe de los cholets y de jóvenes que escuchan Kpop- vota a la oposición de centroderecha. Soledad Chapetón, una representante de la «clase media» alteña, derrota al MAS en su bastión. Evo sorprende a todos: felicita al pueblo por votar contra candidatos acusados […]
Indígenas letrados contra indígenas iletrados. La «ciudad aymara rebelde» -pero también la urbe de los cholets y de jóvenes que escuchan Kpop- vota a la oposición de centroderecha. Soledad Chapetón, una representante de la «clase media» alteña, derrota al MAS en su bastión. Evo sorprende a todos: felicita al pueblo por votar contra candidatos acusados por corrupción… de su propio partido. Tren eléctrico contra teleférico. Divisiones, peleas internas, votos castigo. ¿Cómo leer los resultados del 29 de marzo?, ¿perdió el MAS y es el principio del fin?, ¿perdió el MAS pero son «solo» elecciones locales?, o no perdió el MAS porque sigue siendo la principal fuerza nacional. Un pantallazo de unas elecciones que pusieron a Evo de mal humor, al MAS a buscar «traidores» y a todos a discutir quién ganó y quién perdió.
Las elecciones locales -en las que se eligieron alcaldes y gobernadores en toda Bolivia- generaron diversas lecturas, todas ellas centradas en la derrota de los candidatos del Movimiento al Socialismo (MAS) en La Paz: en la alcaldía paceña, en la vecina El Alto y en la gobernación del departamento. Los datos dicen que el oficialismo obtuvo 225 de los 339 municipios y 4 de las nueve gobernaciones (Cochabamba, Oruro, Potosí y Pando). En Beni y Tarija hay segunda vuelta, con el MAS dentro del balotaje. Chuquisaca está en duda. No obstante, el partido de gobierno perdió siete de las nueve ciudades capitales (solo ganó Potosí y Sucre) y fue derrotado en El Alto, ciudad indígena de casi un millón de habitantes y su mayor bastión.
Cualquier análisis que aborde elecciones locales en Bolivia debe partir de una constatación algo paradójica: al MAS siempre le fue peor en las elecciones locales que en las nacionales, aunque nació y se expandió como partido (desde el campo hacia las ciudades) gracias a sus triunfos locales. El MAS aprovechó hábilmente la municipalización de Bolivia (Ley de Participación Popular) que formó parte de la democratización tecnocrática del país en los años 90: de hecho, la LPP fue una de las medidas de mayor impacto político desde los cambios operados en los años 50. No obstante, el «partido de los movimientos sociales» nunca pudo consolidar el voto urbano a sus candidatos (con la excepción de Evo Morales) y no tiene buena imagen como gestor local: pese a gobernar la mayoría de los municipios del país, el oficialismo no cuenta con ninguno emblemático, por su buena gestión, como ocurrió con el Partido de los Trabajadores de Brasil con Porto Alegre. Si es cierto que el MAS le abre paso a las organizaciones sociales en el poder local, no es menos cierto que carece de proyectos transformadores y que a menudo incorpora a la institucionalidad municipal peleas faccionalistas de esas organizaciones, lo que deviene en numerosas destituciones de alcaldes a lo largo y ancho del país.
Estas pujas emergen en cada elección y lo hicieron de manera aún más aguda en los últimos comicios. Por ejemplo, en el caso de Pando, el actual gobernador y candidato a la reelección, Luis Flores (proveniente de la política local tradicional antes de pasarse al MAS), atacó durante toda la campaña a la alcaldesa de Cobija Ana Lucia Reis, quien finalmente fue derrotada en su intento de ser conseguir otro mandato en esta ciudad del extremo norte amazónico. Incluso Flores fue acusado de promover el voto cruzado en contra de Reis. También, la incorporación de otrora opositores a las listas del MAS es motivo de tensiones internas entre los «viejos militantes que pusieron el cuerpo» en los momentos difíciles y los paracaidistas «de la derecha» en el oficialismo. Finalmente, muchos votantes consideraron que el MAS ya tiene demasiado poder y buscaron distribuirlo entre otras fuerzas.
Pero el peso de la derrota oficialista del 29 de marzo implica a sus territorios emblemáticos. Y El Alto es uno de ellos. De hecho, esta «ciudad aymara rebelde» quedó asociada a la Guerra del Gas que en octubre de 2003 expulsó del poder al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. En esa época miles de alteños bajaron corriendo a La Paz cantando «ahora sí, guerra civil». Allí Evo llegó a ganar con el 80% de los votos. Pero en estas elecciones la candidata Soledad Chapetón Tancara venció por paliza (55 a 32%) al actual alcalde Edgard Patana, quien buscaba su reelección. La Sole tiene 34 años, nació en esta urbe de casi un millón de habitantes, es descendiente de aymaras provenientes de las provincias Camacho y Pacajes y estudió ciencias de la educación. Padre, policía retirado; madre, comerciante minorista. Se lanzó a la política de la mano del empresario cementero y político Samuel Doria Medina con el partido Unidad Nacional (segundo en las elecciones presidenciales de 2014). Representante de la «clase media» alteña -asociada al progreso personal «autoconstruido» de la primera generación de alteños nacidos en esa ciudad siempre deficitaria en infraestructura y servicios- La Sole dibuja cierto imaginario post-indianista luego de ocho años del MAS en el poder. Con menos de 30 años, esta mujer alteña ya había sido constituyente en 2006 y en las elecciones de 2010 estuvo a punto de ganarle a Patana, comerciante y ex dirigente máximo de la Central Obrera Regional. Ya impopular, el destino del alcalde quedó sellado cuando, en plena campaña, fue difundido un video que lo muestra recibiendo un «sobre» -del tamaño de un fajo de billetes- de manos de un anterior alcalde, mientras fungía como dirigente sindical . Junto a la imagen de ciudad aymara rebelde, convive otra: la de la urbe en busca de progreso que en los años 90 votaba al partido Conciencia de Patria (el partido de los cholos urbanos) y luego a José «Pepelucho» Paredes, un entusiasta defensor del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Las elecciones alteñas muestran un debilitamiento del sistema corporativo de poder asentado en las dirigencias de las principales organizaciones sociales locales (Federación de Juntas Vecinales, Central Obrera Regional y sindicato de Gremiales -comerciantes informales) acusadas de corrupción y abusos de poder, y la emergencia de un voto más individuado, en consonancia con la diversificación social de la ciudad y las demandas de nuevo tipo, en general vinculadas al «progreso». Una cierta astucia de la modernización por carriles neotradicionales. El propio Morales no quería a Patana de candidato, pero este logró permanecer con el apoyo de dirigentes sociales cooptados desde la Alcaldía.
Frente a esta proyección de progreso de La Sole, la derrotada candidata a gobernadora del MAS en La Paz, Felipa Huanca, representa a las mujeres campesinas. Es una Bartolina (en referencia a Federación Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia «Bartolina Sisa», por la compañera del guerrero anticolonial Túpac Katari) y tuvo dificultades para hacer campaña en las zonas urbanas (nunca se animó del todo). A ello se sumó que, como señaló en su balance el estratega de las campañas del MAS hasta 2014, Walter Chávez, en el programa Esta casa no es hotel, los indígenas perdieron en estos años el aura de «reserva moral»; en el caso de Felipa debido a una denuncia sobre proyectos fantasmas con dinero del Fondo Indígena que la involucró. La derrota fue un golpe fuerte: Felipa perdió una región donde otrora el MAS ganaba con cualquier candidato (incluso poniendo al Pato Donald, diría un peronista argentino). El triunfador fue Félix Patzi, intelectual y emprendedor aymara, ex ministro de Educación en el primer gobierno de Evo Morales. En 2010 también había sido candidato a gobernador paceño, pero por el MAS. Fue destituido poco después por conducir ebrio justo el día en que se aprobó la ley de tolerancia cero contra este flagelo boliviano. Para conmover a Evo, redimirse y mantener su candidatura, se sometió a la justicia de su comunidad, que lo condenó a hacer mil adobes, pero la estrategia no funcionó. Por eso, su victoria tiene algo de desquite personal frente a Evo Morales y es un trago amargo para el mandatario. De hecho, en la campaña Patzi dijo que el presidente era su verdadero rival. En estas elecciones fue aliado a la agrupación Sol.Bo, fuerza sucesora del extinto Movimiento Sin Miedo ahora liderado por el alcalde paceño Luis Revilla, quien obtuvo un triunfo plebiscitario para su reelección.
Patzi encabeza el partido Tercer Sistema, que propone un no muy preciso sistema comunitario capaz de superar al capitalismo y al socialismo «y todo tipo de alienación y enajenación», pero su discurso es productivista y modernizante (ver su libro: Tercer Sistema: Modelo comunal: Propuesta alternativa para salir del capitalismo y del socialismo ). El gobernador electo también tiene el aura de un aymara exitoso: licenciado en Sociología con maestría en Historia Agraria, doctor en Ciencias del Desarrollo, catedrático de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz. En 2006 declaró un patrimonio de alrededor de 2 millones de Bolivianos (unos 300.000 dólares). Cuando fue interrogado acerca del origen de ese dinero respondió en El juguete rabioso: «Yo voy a explicar esto teóricamente, no empíricamente… siempre se ha considerado al indígena como pobre y quejumbroso, pero el 80% de la economía está en manos de los indígenas… el indígena puede acumular excedentes cuando se da. En mi caso 2 millones de bolivianos son insignificantes. No soy burgués, solo son algunos bienes. Yo siempre he combinado mis actividades intelectuales y productivas».
Patzi dice que en 2019 Evo Morales será sustituido por un «indígena letrado» (es decir, por él) y en la campaña una de sus propuestas estrella fue la construcción de un tren eléctrico que unirá varias localidades del Altiplano. El megaproyecto del teleférico de tres líneas construido por Evo entre La Paz y El Alto, y la promesa de extenderlo, no fue suficiente, como se vio, para revertir el voto a diferentes expresiones de la oposición. Pero lo cierto es que en estas elecciones no operó un clivaje desarrollo/vivir bien (cosmología supuestamente indígena), sino la lucha fue entre diferentes expresiones del «progreso», atado a fidelidades culturales pasadas por el tamiz de procesos de urbanización, individuación y globalización económica y cultural (desde la música cosmopolita -como kpop- hasta redes de comercio que llegan hasta China). En el propio Censo de 2012 la autoidentificacion indígena bajó de 62% registrada en 2001 a 42%. Los debates en las redes sociales, alrededor de las quejas de habitantes de la más burguesa zona sur por la invasión al Megacenter (principal shopping de la zona), por alteños que bajan en el teleférico y se sientan a comer en el piso, es otro de los emergentes de estas transformaciones sociourbanas.
No obstante, el hecho de que Patzi haya ganado con el 50% pero no cuente con mayoría en el Consejo Departamental, en manos del MAS, nos advierte sobre el voto cruzado y complica los análisis sobre a quiénes se castigó en la elección. Hábil, Evo dijo que fue a los candidatos acusados de corrupción y buscó de responsabilizar a los derrotados. No obstante, en los resultados también incidió (negativamente) su amenaza de dejar de financiar obras «donde gane la derecha», lo cual fue mal recibido por la opinión pública.
Pese a que parte de la oposición considera que el ciclo evista comienza a agotarse, eso parece más una compensación psicológica -después de más de ocho años de hegemonía del MAS- que un dato de la realidad. En efecto, no fue la oposición la que ganó estas elecciones sino un caleidoscopio de grupos, figuras y partidos que van desde exoficialistas hasta representantes de la derecha -incluyendo los autonomistas en Santa Cruz y parte del Oriente boliviano- con diferencias regionales decisivas a la hora de entender la lógica del voto. Por ejemplo, el caso de Chuquisaca es interesante: el campesino Damián Condori, encabezó el malestar de parte de las organizaciones frente a la repostulación de Esteban Urquizu (también campesino) apoyado desde el Poder Ejecutivo y de manera sorpresiva, logró pasar al balotaje. Ahora, el sector oficialista de la central campesina local pide la «muerte civil» para el «traidor» Condori, por enfrentar al MAS y aceptar el apoyo de la oposición de derecha para la segunda vuelta (que aún está en duda a la espera de una decisión del tribunal sobre los votos anulados). En Tarija, sur del país y sede de los campos de gas, ganó la alcaldía Rodrigo Paz Pereyra (el hijo del ex presidente Jaime Paz Zamora), quien busca proyectarse hacia la gobernación o incluso hacia la presidencia. Con todo, no hay que descartar que algunas de estas figuras ganadoras terminen trabando buena relación con el oficialismo, especialmente cuando se quiere contar con recursos.
En el caso de Beni ocurrió un hecho polémico: el tribunal Supremo Electoral borró del mapa al partido Unidad Demócrata (UD) en ese departamento amazónico. Para ello apeló a una controvertida ley que estipula que si un partido viola la prohibición de difundir encuestas electorales será sancionado con la anulación de su personería, pero a la arbitrariedad de esta norma se suma la extendida sensación de que el árbitro electoral aplica diferentes varas según la ocasión y los protagonistas. Lo que resulta incomprensible también es que el jefe de campaña de UD y ex gobernador, Carmelo Lenz, haya convocado a una conferencia de prensa precisamente para difundir una encuesta. Pero más allá de ese enigma, tratándose de un conocedor del derecho (Lenz llegó a ser juez), lo cierto es que la decisión del tribunal dejó fuera de juego a uno de los favoritos en las encuesta: el ex gobernador autonomista Ernesto Suárez, quien intentó sin éxito resistir la medida con una huelga de hambre.
Habrá que ver si los liderazgos emergentes (Chapetón, Patzi, Revilla, Paz, etc.) alcanzan para consolidar nuevas figuras de una oposición aplastada en las presidenciales de octubre de 2014. También es temprano para saber cómo quedará posicionado el canciller David Choquehuanca, responsable de la campaña (y de la derrota) en La Paz, y figura mencionada como posible candidato a sucesor de Evo. Coleccionista del Libro Verde de Muamar Kadafi en varios idiomas y difusor del discurso «pachamámico», Choquehuanca es canciller desde 2006, indígena aymara y junto al ministro de Economía Luis Arce Catacora, el ministro con más tiempo en el gabinete.
Como señaló Walter Chávez, la particularidad de estas elecciones es que, a diferencia de 2009, ocurren en un escenario en el que Evo Morales se enfrenta al dilema de la continuidad de la Revolución Democrática y Cultural. Es cierto que falta mucho (su mandato termina en 2019), pero si decide no forzar una reforma constitucional que habilite un cuarto mandato, las mencionadas divisiones y la poca competitividad electoral del MAS en las zonas urbanas son sin duda un alerta. Todos reconocen, empero, que el presidente boliviano es también un animal político de 24 horas al día que en muchas ocasiones fue capaz de sorprender a propios y extraños y retomar la iniciativa: para eso tiene dos tercios del Congreso y una alta popularidad -además de mostrarse imprescindible para ganar (el MAS sin él pierde). Lo que ya no tiene en la misma medida es la épica que proyectaban los primeros tiempos del proceso de cambio.
Pablo Stefanoni es periodista, jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad
http://panamarevista.com/2015/04/09/perdio-evo-morales/