Andrés Manuel López Obrador ha asegurado que no bastaran seis años para acabar con la corrupción y recomponer el sistema político-gubernamental de nuestro país. Ésta es la afirmación más certera que se le ha escuchado en todas las campañas, desde el año 2000. Más allá de escandalosas amnistías y enredos aeroportuarios, el país se juega, […]
Andrés Manuel López Obrador ha asegurado que no bastaran seis años para acabar con la corrupción y recomponer el sistema político-gubernamental de nuestro país. Ésta es la afirmación más certera que se le ha escuchado en todas las campañas, desde el año 2000. Más allá de escandalosas amnistías y enredos aeroportuarios, el país se juega, en esta elección, la legitimidad de sus instituciones democráticas y/o aparatos electorales. En el fondo, lo que más daño ha sufrido, es el concepto de autoridad, que hoy se reduce a un objeto de burla para los incontables grupos criminales que acechan el territorio nacional, y en una causa de indignación para el resto de los habitantes, reducidos a vulgares víctimas de una extorsión constante.
La apuesta de morena, y de esa mayoría que le apoya, es que un triunfo contundente del partido político, sea suficiente para remover una primera capa de resistencia en el frente del grupo que actualmente ocupa el poder político y, por lo tanto, el gobierno de la nación. Luego, toda la estrategia se reduce a honestidad. Desafortunadamente no va a ser tan fácil. El proceso de recuperación de la paz y la justicia en México, tiene escasas posibilidades y enormes enemigos; una muestra bastante contundente la tendremos en los resultados de la elección del primero de julio.
AMLO va a ganar la presidencia, pero a un costo muy alto: además de los colados (políticos de toda factura que han saltado a morena para salvaguardar sus privilegios políticos), el fraude este año se va a enfocar en las cámaras. La enorme burocracia corporativa va a luchar, a como de lugar, por sus respectivos lugares dentro de la planta política. Van a utilizar, como nunca antes, aparatos y maquinarias para desviar (y transformar) los resultados de las casillas en favor de sus intereses.
Los ingenieros electorales (como hoy se auto-nombran los artífices del fraude) ya le midieron el agua a los camotes: el horno no está para bollos; va a haber que cambiar el objetivo clásico de ganar la presidencia a toda costa, por una meta algo más modesta y pragmática. Sus clientes, los funcionarios de alto rango y los líderes de los principales partidos políticos, ya han asumido la perdida y están dispuestos a canjear despensas, tinacos y presidencia de la república, a cambio de un buen porcentaje de puestos públicos. Aquí continúa el prian con toda su fuerza vital; nada de división ni derrota: hildebrando ya camina de la mano de monex; ya se inscriben muertos al padrón y se duplican credenciales; ya están impresas las boletas extra que se cambiarán por las usadas en las casillas; ya se entregaron todos los apoyos a la pobreza, a cambio de credenciales y lealtades; ya se prepara la artillería para el día de la elección. Todo el aparato terrorista-electoral (mapaches, carrusel, cabezas de marranos, amenazas de muerte, etc) está a la espera de la última batalla en la que se redondeará el número de votos fraudulentos, pero las principales cifras ya se recabaron.
El prd, pve y demás comparsas, acostumbrados ya desde hace tiempo a ocupar este tipo de posiciones dentro del juego electoral, seguramente conseguirán reafirmar algunos puestos dentro del tablero político, y poner su granito de arena para apoyar la estrategia de los jugadores más fuertes (a cambio de sus respectivos beneficios). Si no se consigue una mayoría suficiente para aislar al gobierno federal, la siguiente operación será durante las elecciones intermedias, donde la propaganda se concentrará en resaltar las fallas que, hasta ese momento, vaya cometiendo el equipo de López Obrador. El objetivo ahora es desgastar la imagen del próximo gobierno, para que no aspire a un segundo periodo dentro de seis años. Entonces la alternancia dará lugar a un nuevo y carismático candidato de derecha. Morena tendrá entonces la oportunidad de volver a contender dentro de 12 años, siempre y cuando aprenda y se ajuste a las reglas de la transición mexicana. La alternancia ha sido, hasta ahora, una repartición del botín. Las reglas establecen un mecanismo para que todo siga avanzando por ese camino. El reto de morena, pero sobre todo de los mexicanos, es trascender las formas de la política, que ajustan a todo candidato y/o partido político a un aparato viciado, en el que adaptarse significa corromperse.
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