«Guardemos las bellas palabras, que son pocas, para las cosas grandes, que son más pocas todavía»Julio Antonio Mella (militante revolucionario cubano) Imaginemos por un momento, sólo por un momento, que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) gana las elecciones presidenciales del 2018. Imaginemos que esta vez no le hacen fraude o, bien, que su victoria es […]
Julio Antonio Mella (militante revolucionario cubano)
Imaginemos por un momento, sólo por un momento, que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) gana las elecciones presidenciales del 2018. Imaginemos que esta vez no le hacen fraude o, bien, que su victoria es tan amplia que el fraude no alcanza para ocultarla; imaginemos que gana por una mínima diferencia de votos, pero que sus adversarios respetan su triunfo porque no hacerlo llevaría al país a un enfrentamiento que, en ese momento, no desean. Por fin, después de 40 años de neoliberalismo, habría un presidente que cuestiona las «maldades» del neoliberalismo y con pretensiones nacionalistas como inquilino de Los Pinos. Claro, eso sí, le entregarían el país hecho trizas; con 300,000 muertos y 35,000 desaparecidos como saldo de la «guerra contra el narco», con una educación pública en decadencia, petróleo privatizado, sistema de salud en proceso de privatización y una larga lista de etcéteras.
Pero, ahora preguntémonos ¿a poco la oligarquía y sus representantes lo dejarían gobernar así nada más y ya? ¿a poco el escenario sería alentador? Seguramente no. Seguramente, antes de cumplirse medio año de AMLO en la presidencia sería criticado por todo, por lo que hace, por lo que no hace y hasta por lo que hicieron otros antes que él (le echarían la culpa de los muertos, de los desaparecidos, de la quiebra de la industria petrolera, de la inseguridad y todo lo demás). Y no decimos aquí que la crítica sea mala, claro que no, pero las críticas no serían para mejorar el rumbo del país, sino que serían utilizadas como armas arrojadizas para atacar, desprestigiar, calumniar y denostar a quien ese momento sería el presidente y, claro, a todo su equipo de trabajo, su ideología y gente que lo apoya.
Así las cosas, el ataque contra AMLO sería brutal y se iría incrementando conforme pasara el tiempo, por tanto, aprovecharían cualquier mínimo error que cometiera él o su equipo para agudizar la virulencia del ataque y para «pedir cuentas». Los medios de comunicación electrónicos e impresos (propiedad de las familias más acaudaladas del país), las cámaras de comercio y representantes patronales (osea, las asociaciones de esas mismas familias), los representantes de las diferentes iglesias (que, al final, sólo «abren» el cielo para las familias ya mencionadas), así como los diputados, senadores y gobernadores de los partidos de derecha se lanzarían duro y a la cabeza para quitar al presidente, desestabilizar el país y tener el mando de nuevo. Incluso, se atreverían a promover algo que nunca hubieran aceptado que se realizara para los presidentes anteriores: referéndum y revocación de mandato.
Llegado a ese momento, los antidemocráticos del pasado se convertirían en demócratas de la noche a la mañana. Gritarían «¡democracia!», «¡referendum!» «fuera AMLO» al unísono. Torcerían todas las leyes y reglamentos a su alcance y hasta propondrían modificar la Constitución con tal de poder quitar a AMLO del camino. Aunque en el pasado se opusieron (vaya, ni siquiera quisieron discutirlo) a que se llevara a cabo un referéndum en contra de Felipe Calderón o de Peña Nieto, en esta ocasión no tendrían objeciones para aplicarlo en contra de AMLO. La tendrían difícil, sí, pero al final y pese a todo llevarían a cabo sus planes.
Pero, a ver, por qué estamos diciendo todo esto, por qué hacemos este ejercicio imaginativo tan tortuoso. Bueno, lo comenzaremos a explicar. Actualmente, en la Universidad Autónoma Chapingo (UACh), cuya sede central se encuentra ubicada en el municipio de Texcoco, estado de México, pero que tiene centros y unidades regionales en casi diez entidades más a lo largo y ancho del país, se desarrolla un proceso de plebiscito en contra del actual rector, José Sergio Barrales Domínguez. Los promotores de dicho plebiscito son, nuevamente, los agentes de la derecha (identificada en Chapingo como la corriente reyista por el apellido de su más importante líder, José Reyes Sánchez, ex rector en el periodo 1998-2002 y padrino político de quienes fueron rectores de 2007 a 2015), el antorchismo (conocidos también como «bolchos» y «fenerros», militantes avergonzados del Movimiento Antorchista Nacional, afiliados al PRI y comandados por el dueño de gasolineras, Aquiles Córdova Morán) y la izquierda tibia y vergonzante que ha decidido sentarse a la derecha (viejos y nuevos militantes del sindicalismo universitario, neocharros, ex perredistas arrepentidos y huérfanos ideológicos de la caída del Muro de Berlín, conocidos como la «Familia sindical», dirigidos por Jorge Gustavo Ocampo Ledesma).
Casi exactamente igual a como describíamos en nuestro ejercicio imaginativo que le pasaría a AMLO si llegara a ser presidente después de las elecciones de 2018 es más o menos lo que le está ocurriendo a José Sergio Barrales Domínguez en estos momentos. El PRI, el PAN y, casi seguramente, el PRD (o los restos de él) van a hacer todo lo posible para que AMLO no pueda gobernar. En Chapingo, los reyistas, los antorchistas y la familia sindical han decidido conformar una triple alianza para sacar a Barrales de la rectoría a como dé lugar. Sin importarles las diferencias que han tenido en el pasado, sin importarles muchas veces haberse combatido entre sí y sin importarles sus supuestas filiaciones ideológicas o su poco glorioso pasado militante (muchas veces más inventado que real), estas tres corrientes se han puesto de acuerdo en algo: Barrales les estorba, Barrales no les deja hacer y deshacer como hasta hace tiempo podían y, sobre todo, Barrales representa todo aquello que ellos no son y nunca serán.
Estas tres corrientes, como el PRI, el PAN y el PRD, llevan tiempo poniéndose de acuerdo y trabajando juntas. Recordaremos brevemente algunos ejemplos:
Septiembre-octubre del 2010, el «otoño rojo»: Por medio de un ataque porril en contra del Consejo General de Representantes y el Comité Ejecutivo Estudiantil (CGR-CEE), a cuya cabeza se encontraba una fracción radical de la izquierda estudiantil, la administración central (en ese entonces encabezada por el rector Aureliano Peña Lomelí, de filiación reyista), reyistas y antorchistas (con mayoría en el Consejo Universitario, como siempre) acordaron convocar a un plebiscito ilegal e ilegítimo para despojar al CGR-CEE del control del edificio estudiantil y de los fotocupones. Dicho proceso plebiscitario se puso en marcha volándose todos los reglamentos que se les atravesaron; también, el proceso estuvo acompañado de una campaña negra en contra del CGR-CEE que pintó a los estudiantes que se aglutinaban en torno a él como «un peligro para Chapingo». Por cierto, ya desde entonces Ocampo y la Familia sindical se ponían del lado de reyistas y antorchistas, de hecho, sirvieron para atacar desde «la izquierda» a los estudiantes organizados. Cabe mencionar que, después de ese proceso, la fracción estudiantil más a la izquierda («ultras» y «rojos» les llamaron) quedó golpeada, debilitada, fragmentada y no se ha podido reponer desde entonces.
Primavera 2012, los comedores y el intento de plebiscitar a Villaseñor: A principios del año 2012, además de unas huelgas larguísimas que la administración del entonces rector, Carlos Alberto Villaseñor Perea (otro delfín del reyismo que después sería desechado) no supo gestionar, las quejas de los estudiantes sobre el estado de la comida y el servicio del comedor desembocaron en una ola de protestas (una toma de rectoría y una toma de la sede del Consejo) que Villaseñor solucionó con un acto mediático: se metió a cenar al comedor con todo su equipo y con sus consejeros afines (reyistas y antorchistas, obviamente), se tomó unas fotos y dijo que ya con eso quedaba constatado que las quejas eran puro argüende. Algunas semanas después, un grupo de profesores y estudiantes se puso a juntar firmas para plebiscitar al rector (ya desde entonces se hablaba de la corrupción reinante en la Subdirección de Servicio Generales y la Subdirección de Servicios Asistenciales), las firmas fueron desechadas por «improcedentes» en una sesión de Consejo en la que, divina casualidad, reyistas y antorchistas votaron en bloque en contra de llevar a cabo el ejercicio democrático de plebiscitar a un rector, ejercicio democrático por el que hoy se rasgan las vestiduras. Pero hoy no quieren democracia, lo que quieren es tener de vuelta sus privilegios.
Primavera 2015, cuando los reyistas y los antorchistas abandonaron a Villaseñor e impusieron a Pedro Ponce: A principios del año 2015, Villaseñor anunció sus intenciones de reelegirse como rector (igualito a como José Reyes Sánchez lo intentó en 2002), el problema fue que no había consultado a Reyes Sánchez ni a Peña Lomelí su plan y fueron ellos mismos los que movieron al Consejo Universitario, dominado como siempre por reyistas y antorchistas, para que mediante un proceso exprés fuera removido Villaseñor y fuera impuesto Ramón Valdivia Álcala (un ex antorchista empleado destacado del reyismo) como rector interino. Fue esta última decisión la que muchos miembros de la comunidad universitaria ya no soportaron más y, así, espontáneamente, sobre todo los estudiantes, se lanzaron a la lucha contra esa maniobra. Convocaron a una Asamblea General Universitaria (AGU) y en ella, con quorum legal, votaron por nombrar a Luz María Hermoso Santamaría como rectora interina, en un destacado ejemplo de democracia directa. El Consejo, ni tardo ni perezoso, volvió a reunirse en secreto, desconoció la decisión democrática tomada por la AGU y decidió nombrar a un nefasto personaje de escasa calidad ética y académica como rector interino, Pedro Ponce Hernández, quien hoy en día también se encuentra entre los que promueven el plebiscito a Barrales. Una vez más reyistas, antorchistas y Familia sindical se salieron con la suya. Esos que hoy invocan la palabra «democracia» han sido altamente antidemocráticos en el pasado… y seguirán siéndolo.
La madrugada del 30 de abril de 2015 reyistas, antorchistas y Familia sindical sufrieron un microinfarto al enterarse del resultado de las elecciones de rector: Barrales les había vuelto a ganar. Barrales les gano por 66 votos, número por demás simbólico para la comunidad universitaria [1]. Es indudable que las divisiones y fracturas en la derecha (que en dicha elección presentó por lo menos 4 candidatos diferentes) contribuyeron a la victoria de Barrales, pero también es indudable que la comunidad universitaria ya estaba harta del control político de la alianza reyista-antorchista y su sucursal ocampista y que tener a Barrales como rector por segunda vez siempre fue y será mejor opción que tener como rector a otro títere reyista con el apoyo antorchista porque, dicho sea de paso, desde hace mucho tiempo en Chapingo pretenden mandar, desde sus cubículos y oficinas, los que no se presentan a las elecciones.
Desde el principio Barrales supo que la tenía difícil, como la tendrá AMLO si llega a ganar las elecciones presidenciales algún día. La UACh se encontraba casi en ruinas, la corrupción del entorno de Villaseñor y Peña Lomelí había corroído todo a su paso, la infraestructura estaba abandonada y las irregularidades académicas abundaban. La mayoría de las direcciones y consejos departamentales, así como el Consejo Universitario seguían y siguen dominados por reyistas y antorchistas, así como las gubernaturas y las Cámaras de Diputados y Senadores seguirán controladas por el PRI y el PAN el día después de que AMLO gane las elecciones.
La fecha del plebiscito ha quedado establecida, reyistas y antorchistas se pusieron de acuerdo a lo largo de la semana pasada a través de su operador político actual, otro personaje de dudosa calidad ética y académica, Santos Martínez Tenorio, consejero suplente por la DICEA [2], para llegar a la sesión de Consejo y dejar caer su aplanadora de 20 votos a favor de que el plebiscito se lleve a cabo el próximo 9 de mayo, al regresar del puente más largo del semestre. Dicha decisión, como siempre, apunta a que la desinformación sea la que reine entre la comunidad universitaria y así sea más fácil que la opción de remover a Barrales sea la que gane.
La comunidad universitaria tendrá que demostrar, una vez más que reyistas y antorchistas ya no pueden seguir pasando por encima de ella y subestimarla o darla por ignorante cada que quieran. El equipo barralista y todos aquellos que se reivindiquen como de izquierda y antineoliberales, los que siguen viendo en Chapingo una escuela del pueblo y para el pueblo, todos aquellos que luchan por la soberanía alimentaria y la inclusión del campesinado como sujeto político de la transformación de nuestro país, tendrán que mantener la cabeza bien alta y luchar por vencer en las urnas al nuevo intento de reyistas y antorchistas, representantes de las clases dominantes, los agroempresarios y agrotecnócratas que lucran con la pobreza y el atraso de nuestro pueblo.
La democracia es una bella palabra y, sobre todo, es más bella cuando se practica, no debemos dejar que los enemigos de la UACh nos la arrebaten para ponerla al servicio de sus intereses. Aquí y ahora, no caben medias tintas.
Notas:
[1] En la UACh la calificación mínima aprobatoria es el 66 no el 60 como en otras escuelas y universidades.
[2] División de Ciencias Económico Administrativas, bastión antorchista por excelencia.
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