Recomiendo:
3

Políticos argentinos entusiasmados con elecciones de medio turno, no entusiasman

Fuentes: Rebelión / CLAE

Estamos cerrando marzo y ya se fue el verano. Se viene el otoño en Argentina, con sus fríos y los encierros tan temidos, pero también se acercan los “tiempos políticos”, aunque sería mejor llamarlos: electorales. No son los mejores tiempos para la política, para la política en serio, para ésa que se para frente a los problemas de las mayorías y busca resolverlos, pensando en el futuro.

Prácticamente todos los días la prensa del sistema se regodea con las macanas que se mandan un buen porcentaje de políticos abusando de sus privilegios o colocando por delante de las necesidades colectivas sus internas o intereses personales. Con esas actitudes les dan de comer a esos buitres.

Eso beneficia al gran poder económico, que así puede engordar a sus anchas. No podemos negar que, en más de una oportunidad, nos da vergüenza ajena el abismo –la grieta real- que separa a esa forma de hacer política y sus protagonistas de la dolorosa realidad que vive gran parte del pueblo.

Eso viene pasando y, cada vez que se aproxima algún proceso electoral, ese fenómeno se profundiza. En esos momentos los partidos reviven, se despiertan y parece que entran en ebullición. Estamos penetrando en una de esas situaciones. Las fuerzas partidarias tejen y destejen acuerdos, votan a sus autoridades  partidarias y se preparan para las PASO (internas) de agosto (si se dan) y las elecciones legislativas de octubre.

La realidad de la inmensa mayoría de los argentinos va por otros carriles. En algunos casos la preocupación mayor pasa por la pandemia y los riesgos de una nueva oleada, en medio de una escasez de vacuna, la lentitud en su suministro a la población y el temor a que la economía vuelva a parar. Para otros, los millones, se trata de la dificultad para asegurarse la subsistencia diaria.

Prácticamente en todos los casos es la incertidumbre sobre el futuro. También está el espanto que sentimos ¿porqué no? ante el horror naturalizado por la vida cotidiana, de una multitud que está entre nosotros sin que la veamos, viviendo –si a eso le podemos llamar vida-, en las periferias de lo humano.

En ese marco se dan estos movimientos previos al proceso electoral. Sobre ellos cuesta escribir porque hay un nudo en el alma que oscurece la razón y parece atar nuestros dedos. Para el oficialismo y la oposición, estas elecciones legislativas de medio término, adquieren una importancia vital con vistas a sus respectivos posicionamientos para el 2023.

El oficialismo tiene un objetivo prioritario y está adecuando los medios para alcanzarlo. En ese camino ya ha producido un reacomodamiento de las fuerzas internas del partido y del gobierno. Su necesidad va encaminada hacia el objetivo de ganar las elecciones, manteniendo el control del Senado y asegurándose un quórum propio en Diputados.

De ese modo podría acercarse a sus objetivos de máxima: Controlar la Justicia produciendo cambios en la cúspide del sistema. Ello le permitiría resolver los temas penales de la ex Presidenta Cristina Fernández junto a otros exfuncionarios y convocar a una Reforma Constitucional, cuyos bosquejos está escribiendo Eduardo Barcesat según las orientaciones que vienen del kirchnerista Instituto Patria.

Para esos fines, en estos días, el cristinismo consolidó su peso político mediante dos maniobras complementarias. Por una parte puso en la jefatura nacional del Partido Justicialista (PJ) a la endeble figura del presidente Alberto Fernández.

Allí, en su Consejo Superior, logró hacer converger a gran parte del peronismo, junto a una importante presencia de la estructura organizativa más extendida que tiene el peronismo actual: La Cámpora. Por otro lado colocó al frente del poderoso PJ de la Provincia de Buenos Aires, donde se cuecen los números para el triunfo electoral, a Máximo Kirchner, hijo de Néstor y Cristina.

Los pálidos reclamos de algunas autoridades desplazadas no les hacen cosquillas a los estrategas de estas opciones. Ya cuentan con los suficientes instrumentos para bloquear toda maniobra que pretenda interponerse en su camino.

Claro está, que todo esto tiene los límites de la frágil situación sanitaria, la delicada realidad económica y los posibles efectos de las mismas sobre los resultados electorales.

Es por eso que el gobierno tratará de mantener en caja los números de la realidad para que ellos no terminen arruinando sus planes. En el mismo sentido es muy difícil que haya –públicamente- un acuerdo inmediato con el FMI. Es sabido de qué modo resuena en la conciencia de los sectores populares lo que pasa con esa entidad a la que identifican como la imagen de los males que nos aquejan.

Según las encuestas, el oficialismo tiene más de la mitad de electores que no están dispuestos a votar por sus candidatos pero, si mantiene la unidad, entre un 35 al 40% de votos le auguran una buena elección parlamentaria.

Por el lado de la oposición. Esa mayoría que no votaría al oficialismo no quiere decir que lo hará por la actual oposición de Cambiemos (el PRO macrista y sus aliados). Es probable que allí la dispersión sea superior a la que tendrá el oficialismo.

Ella puede tener como destino a otras fuerzas liberales (Esper, Milei); a sectores que buscarán un tercer espacio, apostando a salirse de la actual “grieta” (Monzó, Randazzo); a los votantes de izquierda y a variadas fuerzas provinciales, que negociarán sus acuerdos con uno u otro lado de dicha “grieta”.

Eso hace pensar que es factible que el oficialismo, perdiendo votos –respecto a la última votación presidencial-, gane estas elecciones. Todo lo dicho está mirado con los ojos de hoy transportados al mes de octubre, pero claro…  ¡nunca se sabe!

Cristina empieza la campaña en medio de un ajuste

Cuando, dentro de algunos años, se defina el momento en que el gobierno de Alberto Fernández terminó de desdibujarse, no quedarán dudas que el 24 de marzo de este 2021 será una fecha clave. Lo fue desde las formas y mucho más por el contenido.

El gobierno (Alberto Fernández) y sus acólitos pagan el costo de no movilizar, amparados en el problema sanitario. Pero un par de centenares de miles de manifestantes igual salieron a las calles, adueñándose de esa recordación.

La mayor parte de esos sectores abrevan en las parlamentaristas fuerzas de izquierda, que colocarán su voto por el FIT procurando sumar algún legislador a sus reducidas huestes. Desde el gobierno pensaron que –de ese modo- esa recordación no les traería mayores costos, para sus planes electorales. Claro está que ella puede afectar conciencia, organización y futuro de sectores oficialistas, medio hartos de permanecer en silencio.

Lo que Alberto y su entorno no imaginaban es que ese día Cristina Fernández de Kirchner se instalaría en el centro de un escenario conmemorativo rodeada de sus principales espadas para hacer algunas ruidosas formulaciones.

A ello se le agregó el “error” de una locutora y de Axel Kicilloff que la denominaron “presidenta”: el gobernador bonaerense se corrigió, la locutora no. Es difícil saber si hablaba del pasado o era una primicia sobre el futuro.

Allí, en los 30 minutos que duró el discurso, Cristina ratificó que sigue siendo la que es, desde el comienzo al fin. Con desenfado habló del hoy y avisó por donde espera que camine lo que viene. Además de pegarle al macrismo y los EEUU, país que calificó como “traidores cómplices de la dictadura, en la guerra de Malvinas y en la deuda tomada con el FMI”.

Cristina puso el eje sobre dos temas candentes: Vacunas y economía. Con su característica versatilidad utilizó el tema de pandemia y vacunas para justificar problemas de gestión y sentar el eje que imagina para su política internacional. 

“¿Quién diría que las únicas vacunas con las que contamos hoy son rusas y chinas? Y atribuyó esa posibilidad a la visión multilateralista de su política.  No hubo mención al creciente escándalo con la británica Oxford-Astra-Zéneca que gestiona su amigo Hugo Sigman.

Para equilibrar los efectos de esa explicitación de su visón estratégica hizo un guiño cargado cholulismo diciendo: “Néstor y yo de vacaciones a Moscú y a Beijing no nos fuimos nunca. Nosotros nos íbamos a Nueva York y a Orlando (sede de Disneylandia). A Néstor le encantaba, como un niño”. 

Esas definiciones fueron corroboradas con una declaración producida casi simultáneamente por la Cancillería (una “casualidad” según Felipe Solá) anunciando que Argentina abandona el Grupo Lima, una de las patas diplomáticas de la política estadounidense respecto de Venezuela. Desde EEUU preguntaron por los cambios que eso significaba y en Venezuela el oficialismo lo festejó. 

Respecto a la economía, Cristina no se refirió a los problema cotidianos aunque si abordó el tema de la deuda y el FMI. Sobre la deuda ratificó que la Argentina pagará y lo avaló en lo que hizo siendo Presidenta. Pero aclaró: «Todos sabemos que, en los plazos y tasas que se pretenden, no solamente es inaceptable, sino que no podemos pagar porque no tenemos la plata para pagarlo»

Pocas horas después Gerry Rice, vocero del FMI dijo: “No se pueden reducir los costos ni ampliar el plazo de 10 años para repagar la deuda argentina, como pretende el Gobierno… ¡las reglas son las reglas!”. No obstante esas declaraciones, el Ministro de Economía -Martín Guzmán- y -Kristalina Georgieva- la Presidenta esa misma entidad seguían hablando de avances en las negociaciones.

Es casi seguro que hablaron del ajuste que ya se está produciendo. En los salarios públicos (-13%), jubilaciones (-11%) y universidades (-8%) ya se está verificando, con las pérdidas señaladas en términos reales. También se asoman a la “guadaña de los recortes” los incrementos a las llamadas “políticas sociales” que se iban a producir. ¡Cuidado! En ese barquinazo se pueden romper algunos “amortiguadores”.

Para no pagar los costos políticos  cada día parece estar más lejos la posibilidad de un acuerdo público con el FMI, antes de las elecciones de octubre. Eso permitiría que el discurso de Cristina sea la orientación para la campaña electoral, después de las elecciones se verá…

Mientras tanto el gobierno intentará disimular, entre las denuncias por “persecución judicial” y variadas promesas y anuncios, la verdad del ajuste en marcha, el  mismo se constituye en nuestra muestra de “buena voluntad” frente a ese organismo.

Con estos antecedentes, es probable que la campaña electoral camine por un lado y la realidad por otro. Para no perdernos en esos complicados senderos es bueno recordar lo que solía decir Néstor Kirchner: ¡Miren lo que hago, no lo que digo!

Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)