El curioso cambio de reglas sin regla alguna
“(…)
la más hermosa de todas las dudas
es cuando los débiles y
desalentados levantan su cabeza
y dejan de creer
en la
fuerza de sus opresores”
Bertold Bretch
Del poema “Loa de la duda”
Interrogándome sobre el equilibrio de poderes del modelo republicano argentino, concluía en un artículo de la semana pasada que la ley ómnibus del Presidente Milei no resultó finalmente derrumbada por la independencia principista de los poderes legislativo o judicial o por la consecuente combatividad de la mayoritaria oposición a la alianza de ultraderechas que detenta el poder ejecutivo. Muy por el contrario, el primero, a pesar de combinar -según los casos- genuflexión, predisposición dialoguista, convergencia estratégica o transfuguismo, desnudó el propósito axial que permitía ir sumando voluntades para la aprobación general a cambio de la poda de artículos: la obtención de facultades legislativas delegadas, aún reduciendo el plazo original de dos años a uno en el capítulo específico. En lo esencialmente recaudatorio, con el fin prioritario de liquidar empresas públicas y echar mano a fideicomisos con finalidades sociales o de inversión pública, entre otros avasallamientos. La causa del fracaso no debe buscarse en la ausencia de acompañamiento sino exclusivamente en la inédita magnitud de la audaz ofensiva reaccionaria y en la desopilante combinatoria de torpezas, inexperiencias, avivadas en la confusión de la prisa e indisimulables ilegalidades. Desde esta perspectiva, si bien constituye una pequeña derrota del proyecto original, se encuentra plenamente vigente un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) de 366 artículos predatorios de la economía, los derechos sociales y humanos, que solo el parlamento podría derogar, aunque en prueba de indisimulable complicidad, convalida este instituto monárquico y totalitario por omisión.
Detengámonos un momento en la supuesta capitulación mayoritaria. Milei, o bien su “mesa chica”, en acuerdo con la mayoría de diputados con la que contó para la aprobación en general de la ley ómnibus aludida en el párrafo precedente, devolvieron el proyecto a las comisiones, camino obligado al desecho, luego de perder la votación del artículo 4to, inciso h por 142 a 112 votos. Este apartado le otorgaba libertad de acción al poder ejecutivo para textualmente transformar, modificar, unificar o eliminar los fondos fiduciarios que nacieron con el gobierno del Presidente Menem en 1995 multiplicándose en los sucesivos bajo -aún débil- control parlamentario. Todo el hartazgo y frustración por 4 décadas de recuperación constitucional posdictatorial con incremento de los más graves indicadores sociales como la pobreza, desocupación, indigencia, etc., (a excepción del primer período kirchnerista) combinado con altas dosis de corrupción e indistinción entre intereses públicos y privados, fue finalmente capitalizado electoralmente por Milei, no sin auxilio de esta importantísima fracción ahora aliada, que él mismo caracterizó como “casta”. Si para superar las miserias de la dictadura (que al derrumbarse dejó la pobreza y la indigencia en un máximo del 6%) el Presidente Alfonsín antepuso la democracia (a secas, sin adjetivo alguno y también en singular, el modelo representativo liberal-fiduciario) con la que lograría curar, alimentar y educar, la comprobación creciente del deterioro de la salud pública y privada, de la educación y las restricciones al acceso a necesidades básicas de amplias mayorías populares, Milei busca prescindir aún de los aserrines de los otros poderes ya esmerilados, dejando la superación de las penurias en manos del mercado, las fuerzas del cielo y orden represivo.
Aprovechando el abatimiento y desmovilización de la ciudadanía, atrajo a buena parte de las víctimas de la movilidad social descendiente. De este modo, llegó a reapropiarse inclusive de la consigna dominante del “argentinazo” del 2001, “que se vayan todos” dando origen a una relación “bondage” o sadomasoquista con lo que denominó la “casta” donde a lo sumo el alcance y grado de la sumisión está puesto en cuestión, o como difuso límite. No deja de resultar paradojal que denunciando a la casta, incluya en su gobierno a prominentes miembros de ella, que cuando siente apenas un leve amenaza de posible derogación de su DNU, sostenga que diputados y senadores buscan coimas, siendo su propio espacio el que vendía en dólares cada candidatura a puestos electivos. Sostuvo, en un largo tweet posterior a la caída del proyecto de ley, haber llegado a la política para “cambiar las reglas”, reproduciendo exclusivamente las peores viejas prácticas de la peor tradición política, al límite del descrédito de ella, o en otros términos, demoliendo toda regla.
Sin embargo, aquel clamor popular y esa misma consigna cantada por sus fans adquiere un carácter inverso al histórico. Mientras entonces, se trató de un embrionario y difuso ensayo de reforma política ejerciendo deliberaciones y organización asamblearia de la ciudadanía, prescindiendo de este modo del parlamento al “irse todos”, Milei lo excluye con la pretensión de concentrar el poder para sí, a lo sumo con anuencia algo limitada. Entonces se trató de un reclamo muy extendido, más allá, incluso, de las mismas asambleas de vecinos que sin embargo no encontró otro modo que el de la aparente negatividad, una ilusión de apertura de espacios y de caminos. Algo así como una demanda de liberación de la capacidad de reflexión y acción colectivas. Milei en cambio, tiene intenciones de purificación mesiánica, cada vez más explícitas y personalistas, con la pretensión de asumir la suma del poder público sostenido en base a la represión.
Cuánto tardará en reaparecer la resistencia activa masiva, no solo de segmentos politizados de la sociedad, con igual o mayor vigor, resulta el interrogante actual aún a riesgo de extremar el determinismo histórico. Porque las consecuencias de las políticas actuales y las planificadas a futuro no tiene antecedentes en su ferocidad, no solo en la historia argentina de la lucha de clases. Contiene elementos de la política de shock del “rodrigazo” previo al terrorismo de Estado, de la posterior fase liberal del ministro Martínez de Hoz, de las secuencias hiperinflacionarias de Alfonsín, la dolarización y privatizaciones de Menem, la debacle de De la Rua y el super endeudamiento de Macri y los planes de ajuste del FMI. Las más determinantes medidas de cada uno de esos modelos regresivos, combinados aceleradamente para el año en curso. Un mayor derrumbe aún se presenta inevitable.
El poder que detenta hasta el momento, deviene del voto reciente y una estrategia comunicacional persistente y multimediática que extrema el concepto de ciudadano pasivo, rehen de decisiones ajenas y receptor de slogans. Con cada tweet o reportaje, refuerza su visión de las masas como público y de la ciudadanía como audiencia con la única finalidad de domesticar su resignación reduciéndola al rol mero espectador. Hasta aquí no habría sino un círculo virtuoso entre la farandulización de la política, la expansión del marketing político y los resultados electorales, si no fuera porque a la vez produce expectativas de mejoramiento de las condiciones materiales de vida, una vez superado el odio hacia alguna otredad y a los controles y regulaciones sociales contenido regularmente en la discursividad hegemónica como autoafirmación. Y tal cosa resulta imposible sin algún tipo de estrategia económica necesariamente opuesta a la orientación de Milei, cuya consecuencia no puede ser otra que el debilitamiento de la relación con sus electores. En los últimos 40 años, Alfonsín debió recortar voluntariamente su período de mandato y De la Rúa renunciar sucediéndose 5 presidentes hasta un nuevo llamado a elecciones: el sustento electoral tiene la vigencia proporcional a la eficiencia de las políticas de gestión. Si la propia democracia liberal-fiduciaria ya debilita el lazo representativo autonomizando a los dirigentes, Milei lo extrema hasta la disolución, de forma tal que dependerá solo de los resultados concretos de sus gestiones. La desfiguración identitaria actual de las dos grandes referencias políticas del siglo XX y los primeros años del XXI: el radicalismo y el peronismo, refuerza un clima de volatilidad de las simpatías ideológicas. Para decirlo en los términos del marketing político, el elector está cada vez menos fidelizado. El momento en que la depositación fiduciaria (cuya explícita consigna fue por caso el slogan de Menen, “síganme, no los voy a defraudar”) se quiebra y deviene desaliento no pude pronosticarse con exactitud matemática, ni su desembocadura en revocación fáctica como en 2001. Menos aún alumbrar necesariamente alternativas superadoras.
Pero no es aventurado concluir que será cuando, como metaforiza Bretch, se imponga la duda de los desalentados.
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires)
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