El estudio de las autonomías indígenas contemporáneas en América Latina, particularmente en México, desde una perspectiva integral y comparativa, muestra la naturaleza transformadora de estos procesos no sólo en su articulación, las más de las veces contradictoria con los estados nacionales existentes, sino también en el interior de los sujetos autonómicos. Así, no se trata […]
El estudio de las autonomías indígenas contemporáneas en América Latina, particularmente en México, desde una perspectiva integral y comparativa, muestra la naturaleza transformadora de estos procesos no sólo en su articulación, las más de las veces contradictoria con los estados nacionales existentes, sino también en el interior de los sujetos autonómicos. Así, no se trata sólo de la existencia de autogobiernos tradicionales indígenas que se desarrollan de diversas formas a lo largo de la Colonia y la vida independiente, y que perduran hasta nuestros días en numerosas comunidades de la geografía latinoamericana. Las prácticas autonómicas actuales van más allá.
Cuando los zapatistas -por ejemplo- trascienden el autogobierno y lo asumen a partir de los principios de mandar obedeciendo, la rotación de los cargos de autoridad, la revocación del mandato, la participación planeada y programada de mujeres y jóvenes, la reorganización equitativa y sustentable de la economía, la adopción de una identidad política anticapitalista y antisistémica y la búsqueda de alianzas nacionales e internacionales afines a ésta, se lleva a cabo un cambio cualitativo de las autonomías, a la par que se transforman los propios pueblos indígenas en sus relaciones de género y grupos de edad, en sus procesos de identidad política, étnica y nacional, en su apropiación regional del territorio y la extensión del poder desde abajo.
La formación y el fortalecimiento del sujeto autonómico pasan también por la ruptura con las viejas formas de las políticas indigenistas que durante muchos años puso en práctica el Estado para mantener el control de los pueblos y las comunidades indígenas por medio del paternalismo y el clientelismo. El movimiento indígena independiente del Estado revela que indigenismo y autonomía son conceptos antitéticos.
Igualmente, el reservorio de votos que el partido oficial (en los tiempos del sistema de partido de Estado en México) imponía por conducto de los cacicazgos indígenas se ve seriamente afectado por un movimiento indígena que rechaza frontalmente el sistema de partidos y pone en tela de juicio los deteriorados componentes de la democracia tutelada. Se considera entonces que la política es un asunto demasiado serio para ponerlo en manos de los políticos profesionales y se impone otra forma colectiva de hacer política. Desde el racismo de la sociedad nacional sólo es posible la democracia representativa y se niega toda experiencia relacionada con las democracias directas de las comunidades indígenas, las cuales desarrollan una cultura política de la resistencia, que es la base misma de los actuales procesos autonómicos.
La experiencia zapatista y la de otros procesos en América Latina muestran que el desarrollo de una red multiétnica consolidada de comunidades y regiones, e incluso de pueblos diversos, es otro de los cambios trascendentes en las actuales autonomías, en las que la pugna intracomunitaria por conflictos seculares, linderos o recursos se supera para responder unidos ante los embates de los estados y las corporaciones capitalistas.
Todas las transformaciones internas, rupturas y redefiniciones en los ámbitos comunitarios, regionales y nacional son imposibles sin esa conformación y fortalecimiento de un sujeto autonómico con capacidades de afirmación hegemónica hacia adentro, de tal forma que garantice la cohesión interna a través de la construcción de consensos, la democracia participativa, la superación de las divisiones religiosas, étnicas o políticas, la lucha contra la corrupción y los intentos de cooptación por parte del Estado y sus agentes. Este sujeto concita la movilización de pueblos y comunidades en defensa de sus derechos y demandas y tiene el apoyo para una representación legítima hacia fuera.
Las autonomías indígenas contemporáneas están lejos de los estereotipos de autarquía que sus adversarios de mala fe han señalado como característico de estos fenómenos. Por el contrario, como se observa en prácticamente toda América Latina, la irrupción de los pueblos indígenas en los acontecimientos políticos de sus respectivas naciones es una realidad innegable.
Estos procesos autonómicos se proponen cambios sustanciales en la naturaleza misma de esas naciones como entidades pluriétnicas, pluriculturales y plurilingüísticas, y a los indígenas los reafirma como sujetos políticos de derechos colectivos irrenunciables en su carácter de pueblos y nacionalidades. En esta dirección, una de las conclusiones fundamentales de la investigación Latautonomy es la siguiente:
«Rechazando tanto la aculturación modernizante como el repliegue tradicionalista, denunciando su histórica exclusión y dominación, los pueblos y movimientos indígenas se afirman históricamente por primera vez con sus especificidades en los espacios públicos para reclamar el reconocimiento de sus aportes potenciales a la construcción de la sociedad futura y su contribución a «otro mundo posible». Las reivindicaciones de los pueblos indígenas, los valores que defienden -el bien común y la solidaridad, el respeto de la naturaleza y la noción de equilibrio, el rechazo de las lógicas de consumismo y la preminencia de los valores inmateriales, la búsqueda de la armonía y del consenso- van más allá de los intereses estrechamente comunitarios. Constituyen la afirmación de valores que permiten una adhesión universal y trascienden los límites de la etnicidad.»
(Monique Munting, «Radiografía de la autonomías multiculturales en América Latina», en Leo Gabriel y Gilberto López y Rivas: el universo autonómico: propuesta para una nueva democracia. México, Plaza y Valdés, 2008.)