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¿Por qué no hay justicia para el obrero con las utilidades?

Fuentes: Rebelión

La Participación de los Trabajadores en las Utilidades de las empresas (también conocido simplemente por sus iniciales, como PTU) es un derecho laboral estipulado en la Ley Federal del Trabajo (LFT) que se presume como una gran conquista laboral y se presenta como un mecanismo de justicia social que busca distribuir de manera más justa la riqueza social producida en las empresas. 

Dicho brevemente, consiste en que a los trabajadores debe corresponderles un 10% de la ganancia o utilidad neta producida durante el año en las empresas. Dicho porcentaje lo determina el Gobierno según dice la ley, tomando en cuenta “[…] las condiciones generales de la economía nacional […] la necesidad de fomentar el desarrollo industrial del país, el derecho del capital a obtener un interés razonable y la necesaria reinversión de capitales”. Y con eso justifican y han justificado desde hace mucho tiempo que a los trabajadores mexicanos sólo les corresponda el 10% de utilidades. Es cierto que la propia LFT señala la posibilidad de que ese porcentaje se pueda modificar, pero a ningún gobierno le ha interesado hacerlo, ni a los de antes, ni tampoco a la clase dominante actual que presume ser un gobierno de los pobres y que ya va para siete años de un poder casi absoluto, con el que bien pudiera hacerlo. A ningún gobierno pues le ha interesado mejorar dicho porcentaje en favor de los trabajadores. 

Como puede verse ese 10% impuesto desde los gobiernos y la ley, es sólo una mínima parte de toda la riqueza que producen los trabajadores con su esfuerzo diario; en cambio, los empresarios se quedan con el restante 90% de las utilidades y, como todos sabemos, ellos no participan en el proceso productivo trabajando y produciendo, transformando la materia prima en productos, sino solo mandando, ordenando y acumulando riquezas. 

Por si eso fuera poco, una buena parte de las empresas se cuidan de reportar ante la Secretaría de Hacienda una cantidad respetable para repartir o se reportan en ceros de ganancias para no repartir nada, y los obreros se quedan, como vulgarmente se dice, con un palmo de narices, frustrados en su ilusión de obtener una buena suma de dinero en mayo de cada año. 

Frente a esa engañifa y frustración, la ley sólo le otorga a los trabajadores, como único camino a seguir, el de presentar “un escrito de inconformidad” ante el Servicio de Administración Tributaria (SAT) y muchos trabajadores, con gran ingenuidad, creen que las autoridades hacendarias mandarán, el mismísimo día de la queja, un batallón de auditores e inspectores a las empresas para destapar las triquiñuelas patronales y hacer justicia a los trabajadores. ¡Otra tomadura de pelo a los obreros, pues nada de eso pasa! 

En primerísimo lugar, porque no es tan sencillo que la Secretaría de Hacienda acepte un escrito de esos, pues para ello pide pruebas de los puntos en donde los trabajadores estén inconformes (supongamos, que las empresas reporten muchos gastos en construcciones y remozas, en adquisición de maquinaria, etc.), pruebas que los trabajadores nunca van a poder tener. 

En segundo lugar, porque quien está facultado para presentar dicho escrito es el sindicato titular del Contrato Colectivo de Trabajo (CCT) de cada empresa, que en su gran mayoría son sindicatos charros, coludidos con los patrones, que no se van a atrever a morder la mano que los alimenta. 

Y en el caso de que se llegara a interponer el escrito de inconformidad, tampoco se presenta de inmediato un tropel de auditores del SAT a darle su merecido al patrón. No, nada de eso. En la gran mayoría de los casos, los dichosos “escritos de inconformidad” se quedan durmiendo el sueño de los justos, a veces durante años, en los cajones de los escritorios de la burocracia fiscal. 

Así, la codicia de los patrones y la falta en la ley de mecanismos efectivos, prontos y expeditos para atender los reclamos obreros, han sumido a los trabajadores en una resignación mezclada con rabia por el timo que han sufrido o bien, llenándose de justificada indignación, se lanzan a promover paros laborales que muy pocas veces llegan a triunfar y muchas veces más bien, provocan despidos, descabezamiento de los movimientos espontáneos, que siembran temor entre los obreros que se atrevieron a protestar, sobreviniendo la derrota del movimiento espontáneo y quedando las cosas peor que como estaban por el arrogante triunfo de los patrones. 

Es por ello que no hay justicia para los obreros con las utilidades. 

¿Quiere esto decir que los trabajadores deben dejar de luchar porque se les respete este modesto derecho laboral que es difícil de alcanzar? No. Pero deben buscar dar su lucha con más inteligencia y preparación. Si quien está facultado legalmente para hacer los reclamos correspondientes es el sindicato titular del CCT y el que tienen es un sindicato coludido con los patrones, lo que deben hacer, para estar en condiciones de dar la lucha con alguna esperanza de éxito, es cambiar de sindicato, deshacerse de los charros y formar un sindicato auténtico que verdaderamente los represente y este dispuesto a respaldarlos. Eso en lo inmediato. 

Pero los trabajadores deben saber que esos conflictos son solo la espuma superficial que se nos presenta, pero que debajo de ellos, están las corrientes profundas que los originan: hay que preguntarnos, compañeros trabajadores, ¿cómo es posible que al obrero se le constriña por parte de los patrones y sus gobiernos de diversos colores, a recibir sólo una pequeña parte de la riqueza producida, cuando es él quién verdaderamente la produce en las fábricas y en todo el país? La respuesta a esto es sencilla y a la vez complicada: porque los trabajadores no son los dueños de los medios materiales con los que produce. No son suyas las máquinas, las materias primas y las auxiliares que se consumen para producir, no son suyas las construcciones, los edificios, los transportes que traen y llevan las mercancías y, por eso, el producto final, las mercancías que salen de sus manos, tampoco son suyas. 

Todos esos medios de producción los ha acaparado la clase capitalista desde hace mucho tiempo y los pone en marcha para hacer crecer su capital. Para hacerlo, necesita de la fuerza de trabajo viva del obrero y esa la compra, ni más ni menos que como cualquier otra mercancía que necesita para producir, con el salario que le paga, asegurándose que al obrero sólo le alcance para que la pueda reponer (comer, dormir, vestirse. reproducirse) y vuelva a estar en condiciones de trabajar. Y así, día con día. Nada más. 

Con la fuerza de trabajo, que le pagan con su salario, el obrero produce grandes cantidades de mercancías que llevan un valor muchísimo más grande que lo que él recibe en pago y con medios de producción que no son de su propiedad, sino del empresario, hace crecer la riqueza del capitalista. Esa es la razón más profunda de que en este sistema económico llamado capitalismo, para el obrero no puede haber justicia económica y social. Pues incluso, aunque no le paguen tan mal y aunque le den un mendrugo más grande de utilidades, hay que imaginarse cuanto más no obtuvo el patrón de ganancias. 

Si a esto le sumamos que los capitalistas tienen a su servicio las leyes y el gobierno y que, como perros de presa, tienen a los sindicatos charros vendidos a los patrones para controlar a los obreros y tenerlos en paz sin reclamar, la suerte del trabajador no puede ser peor. 

Entonces, si hay que dar la lucha inmediata por hacer que se hagan efectivos esos y otros derechos laborales, sabiendo que para eso hace falta que los obreros mexicanos se quiten de encima a los sindicatos charros que los tienen amordazados y atados de pies y manos impidiéndoles defenderse, y decidirse a formar verdaderos sindicatos obreros para dar una lucha decidida, organizada e inteligente. Pero no perder de vista nunca que esa lucha inmediata, aunque triunfe, no nos librará de la explotación capitalista, a lo más nos hará esclavos explotados mejor pagados, pero no seres humanos libres de las cadenas de la explotación. 

Por ello, para dar la lucha definitiva y de largo plazo que nos libre de la explotación, hace falta ya no sólo uno o varios sindicatos, sino una gran organización política de clase a nivel de todo el país, es decir, un verdadero partido político de obreros y campesinos, de todas las clases trabajadoras de nuestro pueblo, que dé la lucha por una sociedad más justa, que pueda poner en sus banderas, que la riqueza social producida por todos, debe ser en beneficio de todos los trabajadores que la creamos. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.