Traducido para Rebelión por Juan Agulló
«La industria discográfica está en crisis porque la gente se baja canciones, ilegalmente, por Internet». Una cantinela tan categórica, machacada desde hace años por los dirigentes de la industria musical pero, también, por los políticos, merece ser examinada con atención.
Los oponentes a la Ley Hadopi [el equivalente francés a la Ley Sinde], para ser escuchados durante su tramitación, se vieron obligados a realizar propuestas orientadas al «salvamento» de artistas que dicen estar siendo «expoliados por la piratería y el P2P». El problema con ese tipo de propuestas es que son una forma indirecta de aceptar la [premisa] mayor: si se buscan soluciones para remunerar a los músicos, será que el P2P, realmente, les está haciendo daño…
El lavado de cerebro de los represores (sean cuales sean sus intenciones) ha funcionado tan bien que ha logrado insertar, en el imaginario colectivo, la idea de que el intercambio digital implicaría, necesariamente, una pérdida para los artistas, que habría que reponer de una u otra manera.
Actualmente, sin embargo, los estudios verdaderamente independientes que realizan los propios afectados (Industry Canada, UFC-Que choisir, Gobierno holandés, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Adami, etc.) llegan, todos, a una misma conclusión: que el impacto del P2P sobre las ventas ha sido mínimo sí no, incluso, ligeramente… positivo. De hecho, ningún estudio serio ha logrado establecer una relación causa-efecto entre el P2P y la crisis de la industria musical.
Nadie está negando, para empezar, la crisis. Las ventas de CDs pasaron, de 150 millones de unidades en 2002 a 90, en 2006. Sin embargo, colegir a partir de estos datos -como suelen hacer los Gobiernos, el Sindicato Nacional de Edición Fonográfica [el equivalente francés a la SGAE] o la Federación Internacional de la Industria Fonográfica- que el desplome de las ventas es exclusivamente atribuible al intercambio de archivos por Internet constituye, como mínimo, una exageración; sí no, una mentira pura y dura.
De hecho, el mercado del DVD está en plena ebullición. Sus ventas aumentaron un 11% en los tres primeros trimestres de 2009; las de Blu-Ray, un 156% y las de videojuegos -también, fácilmente pirateables- un 22% en 2008, en relación al año anterior que, de por sí, fue excepcional. Lo curioso del caso es que el DVD, en principio, está sometido a los mismos riesgos que el CD: tiene formato digital -y por ende, también, es fácilmente pirateable- la «oferta» pirata es tan dinámica que incluso suele adelantarse a los estrenos oficiales y por si fuera poco, la generalización del ADSL hace posible que cualquier película pueda ser «compartida» en menos de una hora. Según el director [francés] de cine, Luc Besson, cada día se piratearían no menos de medio millón de películas en Francia. Pese a ello, jamás se han vendido tantos DVDs. ¿Qué está pasando?
Para responder con seriedad a dicha pregunta, ya que el asunto es complejo, nuestros gobernantes deberían ordenar estudios dignos de tal nombre en lugar de escuchar, exclusivamente, a los artistas manipulados por sus productores. Desde aquí, lo más que podemos hacer es apuntar algunas teorías mucho más verosímiles que la del P2P.
Para empezar y ante todo, hay que remitirse a una evidencia: el presupuesto cultural de los hogares no puede incrementarse exponencialmente. En un contexto social en el que las consolas de juego se han puesto de moda; los DVDs se están vendiendo cada vez más; los MP3 están a la orden del día; la asistencia a las salas de cine está alcanzando niveles récord; se compran más aparatos digitales de foto que nunca; hay ofertas por doquier de planes para móviles y vivir conectado a Internet, cuesta dinero, no es sorprendente que el ajuste presupuestario de las familias [en el ámbito de la cultura y del entretenimiento] se esté haciendo en detrimento de una industria musical que, sencillamente, no está siendo capaz de reinventarse.
De hecho, mientras que la industria del cine inventaba los abonos, las salas múltiples, el home cinema, el pay per view y la tercera dimensión, la del disco se replegaba sobre un CD envejecido, gravado con impuestos cada vez más injustos y una oferta [de contenidos] degradada y limitada (es imposible comprar en iTunes, por ejemplo, AC/DC o los Beatles). De acuerdo, la propia invención del CD obligó a toda una generación a renovar su discoteca de vinilo pero, una vez pasado ese momento ¿debería sorprendernos que las ventas disminuyan cuando también está disminuyendo la oferta?
Hay un informe del Ministerio [francés] de Cultura, de 2008, que resulta sumamente elocuente al respecto: en 2001, las cuatro grandes productoras francesas produjeron 2.672 álbumes mientras que, en 2006, 1.245. La oferta se contrajo, por consiguiente, a la mitad en solo cinco años. ¿Y hay quien se atreve a explicar algo así, única y exclusivamente, por el P2P? Interesante…
Muy interesante, de hecho, si se tiene en cuenta que en ese mismo informe se demuestra que la proporción de personas de entre 11 y 65 años que compraron por lo menos un CD durante el último año, es estable: se mantiene en un 77% [de la población]. Por si eso fuera poco, a los conciertos, asiste cada vez más gente. Aparentemente, por lo tanto, los franceses no son alérgicos a la música de pago. El problema, más bien, es que compran menos CDs que antaño. ¿A qué se debe?
El precio medio de cada CD en 2004 fue de 15 euros. Cuatro años después, 14,40. Lo que llama la atención del caso es que el número de personas implicadas en la realización de una película suele ser, por lo general, muy superior al que se necesita para producir un CD. ¿Ganan acaso menos, los actores que los músicos? Cuesta creerlo.
Hay una forma muy sencilla de comprobarlo: suele ser típico que la banda sonora de una película se comercialice en forma de CD y eso, aunque la película también exista en DVD. Ya que él mismo suele ponerse a menudo como ejemplo, fijémonos en el caso de Luc Besson (defensor a ultranza de la Ley Hadopi). En Amazon, el DVD de su película El Gran Azul cuesta 13,99 euros y el CD de la banda sonora original, 6,68, que es un precio bastante moderado, sobre todo, si lo comparamos con lo que costaría bajarse todas las canciones que la componen por Internet: ¡9,99 euros!
Este es un ejemplo muy elocuente ya que los CDs no suelen venderse tan baratos. La pregunta clave en este caso, de todos modos, es: si el compositor [de la banda sonora original] Eric Serra supone la mitad del precio del DVD ¿a cuánto ascendieron los honorarios de los productores, realizadores, actores y técnicos que hicieron posible El Gran Azul? ¿Eric Serra, por sí solo, habría costado tanto como todos los demás juntos? Nuevamente, cuesta creerlo. De hecho el meollo de la cuestión es que, mientras que la industria cinematográfica se ha sabido adaptar y diversificar sus tarifas, la discográfica se ha quedado anclada en un época donde, prácticamente, no tenía competencia. ¿Debería sorprendernos, entonces, que las ventas de DVDs se mantengan mientras que las de CDs, caigan estrepitosamente?
Es más ¿qué habría que hacer para «salvar» a la música y a los músicos? De hecho, nada, porque esa es otra idea prefabricada con la que hay que terminar, básicamente, porque la crisis de la industria musical (sean las que sean las causas) no está amenazando a la riqueza y a la diversidad musical. No solamente la música siempre ha existido y siempre existirá (haya, o no, un negocio montado a su alrededor) sino que la pujanza de la música libre [de derechos] (como Dogmazic o Jamendo) demuestra que los problemas que padece la industria discográfica no afectan, para nada, a la creatividad.
De hecho, hay que separar la crisis de la industria discográfica, de la creación musical. Que las productoras hayan decidido poner a los artistas contra su propio público no quiere decir que, todos, tengamos que caer en esa trampa: la única responsabilidad achacable a los artistas es su silencio cómplice frente a una industria que, simplemente, no ha sabido adaptarse [a los nuevos tiempos]. En realidad, ellos son tan víctimas como su propio público.
(‘Manière de Voir’, nº109, febrero-marzo 2010)
Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/mav/109/CHEMLA/19340