Por segunda vez, bicentenario mediante, nuestro país ha vuelto a convertirse en «el granero del mundo», pero esta vez en un granero que no solo acopia los cultivos de pan sino que incluye también algunas otras materias primas, siempre con escaso o nulo valor agregado, tales como la soja (porotos, harinas, pellets, aceites y en […]
Por segunda vez, bicentenario mediante, nuestro país ha vuelto a convertirse en «el granero del mundo», pero esta vez en un granero que no solo acopia los cultivos de pan sino que incluye también algunas otras materias primas, siempre con escaso o nulo valor agregado, tales como la soja (porotos, harinas, pellets, aceites y en aumento el biodiesel) los clásicos cereales (maíz, trigo), petróleo y gas, carnes (congeladas y enfriadas, sin procesar) siguiendo las huellas de una actividad exportadora casi exclusivamente agropecuaria.
Nuestra estructura agraria fue conformándose a principios del siglo pasado, sobre las extensas praderas pampeanas, que han hecho de la Argentina uno de los países del planeta con mayor superficie apta para el desarrollo de la agricultura, sobre la base de dos tendencias, el latifundio representado por la estancia, cuyos dueños con ingresos mayormente rentísticos vivían en las grandes ciudades y las chacras o establecimientos más pequeños cuyos propietarios trabajaban directamente y habitaban la tierra junto a su familia configurando una clase media rural (en gran parte de origen migratorio) a partir de la cual se fueron desarrollando los pueblos del interior y adquiriendo su carácter de centros de servicios aglutinantes de funciones sociales, comerciales, bancarias, culturales, etc.
Sin embargo, esta estructura ha sufrido a partir de las últimas décadas del siglo pasado una enorme transformación. La concentración de la tierra en manos de organizaciones empresarias, la instalación de una agricultura de monocultivos extensivos, la proliferación del agronegocio, los «pool» de siembra, donde la tierra ha perdido su condición de sostén del trabajador rural para transformarse en un simple insumo industrial, en un factor económico destinado a incrementar los ingresos de una clase privilegiada y casi anónima, absolutamente divorciada de ese sustrato vital que solo le pertenece legalmente pero al que no la une ninguna vivencia directa y cuyo agotamiento o deterioro la dejan indiferente en la medida en que pueda seguir adquiriendo o apropiándose de otros territorios (como en los reiterados y ya casi habituales casos de expoliación de tierras habitadas por comunidades indígenas en todo el país).
Este nuevo y expropiatorio concepto de uso del suelo y en especial el dedicado al extendido monocultivo de la soja produce desequilibrios ecológicos y económicos que no solo atentan contra la natural fertilidad del suelo sino que está destruyendo progresivamente la estructura socio – demográfica de nuestra ya de por sí débil y desequilibrada distribución poblacional. Es decir, engrosando los cinturones periurbanos de miseria en permanente sangría de las comunidades rurales. Pero lo que me interesa destacar es que poseemos una tierra, diría algún clásico, ubérrima y sin embargo somos incapaces de mantener con adecuados niveles de vida a una población escasamente densa y, eso sí, absurdamente concentrada. Es decir no somos pobres, somos mucho más ricos que muchos pueblos de la tierra, pero vivimos como si no lo fuéramos.
Y si analizamos otros parámetros como por ejemplo el de la «huella ecológica» (1), un concepto que mide habitualmente en hectáreas globales «cuánta tierra y agua biológicamente productivas necesita un individuo, una población o una actividad para producir todos los recursos que consume y absorber todos los desechos que genera, usando las tecnologías y la administración de recursos vigentes» y que constituye un instrumento que ha introducido la bioeconomía con el propósito de poder predecir cuales son los límites que la naturaleza le impone al sistema económico, podemos descubrir algunas relaciones interesantes.
El cálculo directo se hace sobre la base del gasto energético (agua, electricidad, combustibles fósiles) de cada habitante y depende fundamentalmente del estilo de vida de cada comunidad. El indirecto se relaciona con «el transporte de productos que deben ser traidos al mercado local: los productos importados, las frutas, verduras, carnes, ropas y productos manufacturados que vienen de otras zonas del país o del mundo. También mide el tipo de vivienda que habitamos (si es o no eficiente energéticamente) y los bienes y servicios que utilizamos».
Según datos de un reciente informe de Mario Cafiero (2) «El balance bioeconómico surge del siguiente razonamiento. Cada país tiene una población que consume recursos naturales biológicos y a su vez posee un territorio con una determinada capacidad biológica. El consumo del hombre deja una «huella ecológica» por el uso de tierras para cultivo, tierras de pastoreo, bosques, territorios marítimos, tierras que absorben carbono y tierras urbanas. Los países tienen una determinada dotación de estos recursos. La diferencia entre lo que consume la población de un país o su huella ecológica; y la dotación que posee de recursos naturales es lo que se denomina Balance Bioeconómico.»
Y en tal sentido se ha calculado que según el balance bioeconómico de los principales países del planeta la Argentina estaría en tercer lugar, con un consumo de 2,6 Has por habitante, una capacidad bioproductiva de 7,5 Has/hab, y un balance bioeconómico de 194 millones de Has., solo precedida por Brasil y Canadá.
G-20 BALANCE BIOECONOMICO por país
PAIS |
CONSUMO (En hectáreas por habitante) |
BIOCAPACIDAD PRODUCTIVA (En hectáreas por habitante) |
BALANCE (en millones de hectáreas) |
Brasil |
2,9 |
9 |
1160 |
Canadá |
7 |
14,9 |
260 |
Argentina |
2,6 |
7,5 |
194 |
Esto significa que si comparamos nuestro balance bioeconómico de 194 millones de Has con el de China, por ejemplo que es de -1604 millones de Has, o el de Europa de -1388 millones de Has o, finalmente con el de los EEUU de -1266 millones de Has, comprenderemos que sus déficit terminarán incidiendo necesariamente en la biocapacidad de nuestros ecosistemas.
Resulta por lo tanto demasiado evidente que nuestra respuesta a la presión que seguramente ejercerán los 1500 millones de habitantes chinos (y otros) sobre nuestro país será de difícil manejo y de serias y peligrosas consecuencias si no logramos resolver ante todo nuestros propios desequilibrios internos.
Pero estos problemas no solo se plantean en el terreno agrícola o energético. No debemos ignorar que nuestro país cuenta también con una extensa plataforma submarina de un ancho de 550 km y una longitud de 1.890.000 km2, rica como pocas en recursos pesqueros que hace tiempo viene siendo depredada por barcos factoría de distinto origen sin que ni nuestra sociedad ni nuestros gobiernos tomen conciencia del enorme despojo que nos ocasiona la pesca selectiva que realizan, dejando enormes cantidades de peces muertos y desechados, otra riqueza que no somos capaces de controlar.
Y para terminar no puedo dejar de mencionar el enorme venero de riquezas minerales existentes a lo largo de los 4500 km de nuestros ecosistemas cordilleranos vilmente entregadas al saqueo contaminante, masivo y destructivo de empresas transnacionales que se apoderan de cantidades ignoradas, de minerales metalíferos: oro, plata, zinc, manganeso, uranio, cobre, azufre y otros; y digo ignoradas porque extraen y exportan sobre la base de una simple declaración jurada en la que además tienen, en virtud de la resolución 281/98, la opción de modificar el valor de las transacciones declaradas «dentro de los 6 meses de la fecha de embarque, en virtud de variaciones en la cantidad y en la ley del mineral constatadas a su arribo a destino». Sin palabras!
En síntesis, no somos pobres por haber nacido en una tierra estéril, desértica, árida, yerma, infecunda y sin recursos naturales tanto renovables como no renovables, somos pobres porque nos obstinamos en ser pobres o lo que es peor porque quienes han venido asumiendo sucesivamente la responsabilidad de conducir los destinos de esta patria han optado, desde hace muchos años, por privilegiar sus propios mezquinos intereses y el de los extranjeros que han hallado aquí, ellos sí, tierra fértil y desprotegida de la que lograr la satisfacción de sus propias necesidades (y ambiciones) en menoscabo no solo de nuestro presente sino también de nuestro incierto futuro.
Notas:
(1) Para ampliar el concepto de Huella ecológica : http://es.wikipedia.org/wiki/Huella_ecol%C3%B3gica
(2) Cafiero, Mario. «Deuda, presupuesto y derechos humanos» Cámara de Diputados de la Nación, (23.12 10)
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