Basada en el diseño de Google/Apple, se ofrecen respuestas a la crisis sanitaria que dejan fuera dimensiones sociales básicas de nuestros contextos
En las varias semanas que llevamos de pandemia mucho se ha hablado del rol que podrían tener las tecnologías para controlar su expansión. En una entrada anterior nos enfocamos en hablar sobre cómo es tecnológicamente posible desarrollar protocolos que respeten la privacidad.
Consideramos que en un momento de incertidumbre colectiva convendría no adoptar nuevos sistemas de control social. ‘La libertad de movimiento te la van a devolver, la privacidad que perdamos es imposible recuperarla’ dijo Carmela Troncoso, ingeniera a cargo del desarrollo del protocolo DP-3T, proyecto de código abierto, descentralizado y sin rastreo que utilizaría la tecnología Bluetooth y que, tras varias semanas de trabajo bajo el paraguas del consorcio europeo PEPP-PT fue abandonado por éste último pero retomado por Google/Apple para el desarrollo de su nueva tecnología de trazabilidad porque, de ese modo, ayudaría a “acortar el camino hacia el despliegue”.
Tecnología corporativa
Finalmente la semana pasada Google/Apple anunciaron el lanzamiento del proyecto ahora llamado ‘avisos de exposición’ de coronavirus que permitirá estimar la intensidad de la proximidad. En su fase 1 se puso a disposición una API (que básicamente es un paquete de código para ser usado por aplicaciones) sobre la cual las autoridades de salud pública podrán desarrollar aplicaciones que funcionarían en ambos sistemas operativos bajo el esquema de una app por país [aunque no quitarían de sus tiendas las aplicaciones para coronavirus ya existentes]. Destacaron especialmente que sus empresas solo desarrollarán una API interoperable y no las aplicaciones como tal, las cuales podrán implementarse bajo ciertas condiciones: sistema descentralizado [es decir que la información se guarde en principio solo en cada dispositivo], deben ser proporcionales en la captura y transmisión de datos [o sea los mínimos posibles], deben pedir consentimiento explícito de las personas para compartir los casos positivos y tendrán prohibido activar otros datos de referenciación como GPS o Wifi. En cualquier caso, en algún punto se necesitará contar con un servidor central que recoja los códigos de las personas diagnosticadas con COVID-19 que estará ¿en manos de los Estados?
En una traducción más o menos sencilla de la API desde la Electronic Frontier Foundation han explicado que «cada teléfono generará una nueva llave privada de propósito especial cada día, conocida como ‘llave de exposición temporal’. Luego utilizará esa clave para generar números de identificación aleatorios llamados «identificadores de proximidad rodante» (RPID). Los pings se emitirán al menos una vez cada cinco minutos cuando el Bluetooth esté activado. Cada ping contendrá el RPID actual del teléfono, que cambiará cada 10 o 20 minutos. El sistema operativo guardará todas sus claves de exposición temporal, y registrará todos los RPID con los que entre en contacto, durante las últimas 2 semanas».
Si bien en el comunicado emitido por la dupla Google/Apple se dice que la descarga de la aplicación y la entrega de los datos debe ser voluntaria, también sostienen que en la segunda fase planeada para ‘los meses siguientes’, la API funcionará a nivel del sistema operativo con lo cual al menos esta tecnología sí se instalaría sin el consentimiento expreso de las personas y con el agregado de que ahora, si se detectara una coincidencia, se notificaría a la persona usuaria de una posible infección por COVID-19 y si aún no ha descargado la aplicación oficial de la autoridad sanitaria correspondiente se les pediría que lo haga en ese momento. ¿Aún consideramos que ‘nuestros’ teléfonos son nuestros?
Finalmente afirman que ‘pueden desactivar el sistema de notificación de exposición a nivel regional cuando ya no sea necesario’ sin especificar con claridad qué consideran ‘fin de la crisis’ o qué indicadores les dará indicios de cuándo ‘ya no sea necesario’.
Si bien ninguna tecnología de trazabilidad [o sea, de seguimiento] está pensada para ser adoptada por la totalidad de la población, lo cierto es que para asegurar su ‘éxito’ requiere de una alta adopción por parte de la población [se habla de alrededor de un 60%]. Esto implica que necesitamos tener ‘confianza’ en que estas aplicaciones van a ayudar en gestión de la crisis. Y en nuestros contextos, donde ya hemos experimentado demasiados casos sobre cómo las tecnologías se han usado para la vigilancia de la población y no para la expansión de libertades individuales y colectivas, tener confianza no es lo más popular.
Críticas
Técnicamente, además, se han señalado varias críticas: los dispositivos de Apple no permiten que una aplicación se ejecute en segundo plano, con lo cual estas aplicaciones deben estar abiertas todo el tiempo para que funcionen; la tecnología Bluetooth es susceptible de recibir varios tipos de ataques que permiten tergiversar los datos y puede ser interrumpida por grandes concentraciones de agua, como el cuerpo humano, como también que la tecnología de proximidad no considera si los contactos estaban utilizando caretas o estaban separados por medio de una pared, entre otros etcéteras. En cualquier caso requeriría que tengamos nuestro Bluetooth activado todo el tiempo.
Con esta información sería fácil realizar rutas de las vidas de las personas y, si bien es cierto que esto mismo puede hacerse con otras tecnologías disponibles en el teléfono, las de seguimiento de contactos o notificación de exposición están específicamente diseñadas para recoger datos de nuestra movilidad y contactos diarios. Todas las aplicaciones propuestas, tengan o no protocolos que respeten nuestra privacidad, tendrán acceso a esferas [aún más] íntimas de nuestra vida cotidiana, movilidad, trabajo, reunión. Entonces, ¿qué hay más allá de la necesidad de protección de datos personales y el derecho a privacidad?
Lo que deja fuera el solucionismo tecnológico
Como decíamos hace un momento, el tema de la confianza es indispensable para que las aplicaciones de ‘notificación de exposición’ sean de utilidad para controlar la expansión de la pandemia. Y hay que tener confianza en que ‘decir en voz alta’ que dimos COVID positivo no traerá más estigmatización y contaremos con un servicio de salud que nos acompañe en nuestra recuperación.
En México, según datos del Inegi de 2019, solo entre el 48 y el 50% de la población son usuarias de teléfono celular inteligente con acceso a internet, que se conectan o no a través de una conexión móvil. Entre las principales razones destacan la falta de recursos económicos, el hecho de no encontrarla necesaria, o que no hay servicio en su localidad por falta de infraestructura o cobertura de red.
Los discursos del solucionismo tecnológico dejan fuera los ‘peligros’ de sus propuestas pero también a muchas personas. ¿Existe o es deseable que exista un dispositivo móvil por persona? ¿Estarán las aplicaciones en la multiplicidad de idiomas que se hablan al interior de nuestros países? ¿Serán lo suficientemente claras para explicar cómo dar consentimiento explícito de la compartición de nuestros datos? Además, es difícil tomar decisiones informadas cuando la gran mayoría de las tecnologías están pensadas para ‘darnos todo resuelto’ e invisibilizan la forma en la que están construidas y diseñadas. ¿Cómo se puede profundizar la privacidad por diseño en dispositivos que tienen opacidad por diseño?
Mientras tanto, hace solo un mes, Ars Technica publicó un artículo en el que aseguran que dos mil millones de teléfonos inteligentes activos [en el mundo] no tienen la tecnología necesaria para incorporar la tecnología propuesta por Apple y Google. ¿Qué parte de la población podría tener dispositivos incompatibles? En su mayoría niños, niñas, personas con bajos ingresos económicos o personas adultas mayores. O sea, población de riesgo.
Al parecer el solucionismo tecnológico funciona como el realismo mágico, pretendiendo mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común. Sus discursos nos dicen que la tecnología puede resolver nuestros problemas sin que las personas tengamos que hacer nada. Desmovilizan. Atomizan. Nos proponen pereza y desinterés. La ciencia ya viene adoptando estas prácticas desde hace varios años, por ejemplo, al proponer soluciones de geoingeniería para enfriar el planeta como una forma de decirnos “sigan consumiendo a discreción y déjenlo en manos de la élite experta”. Quizás [no] haga falta recordar[nos] lo preocupante de la actual situación de la crisis climática que estamos viviendo.
Si ponemos énfasis en las respuestas tecnológicas perdemos de vista que es un problema social, no de las personas individualizadas y que las respuestas del Estado deben ir en la dirección de garantizar testeos confiables y disponibles, médicas y médicos capacitados, disponibilidad de instrumental indispensable.
Un código abierto, transparencia, auditorías externas independientes, recogida mínima de datos y voluntariedad en su entrega, tecnologías que adopten enfoques de género, económicos y sociales diversos para su desarrollo, son requisitos mínimos pero no suficientes. Aún si no hubiera pocas certezas sobre los beneficios concretos de aplicaciones de este tipo, éstas podrían ser consideradas como una pequeña parte de la respuesta a la problemática de salud pública que estamos viviendo. Por ser una problemática social, compleja, multidimensional necesitamos sí de respuestas adecuadas de las personas tomadoras de decisiones y sobre todo espacios de construcción social que pongan la dimensión de la corresponsabilidad en el centro, diálogos abiertos sobre necesidades concretas y adopción de prácticas cotidianas que nos permitan expandir nuestros derechos colectivos. También en el ámbito digital.