La victoria de Evo Morales no se discute más, los resultados de «boca de urna» fueron el eco de la voz del pueblo. En las puertas de su segundo período de gobierno, el Movimiento Al Socialismo dispondrá de otros cinco años para afianzar un proceso de cambio que no hizo más que fortalecerse desde un […]
La victoria de Evo Morales no se discute más, los resultados de «boca de urna» fueron el eco de la voz del pueblo. En las puertas de su segundo período de gobierno, el Movimiento Al Socialismo dispondrá de otros cinco años para afianzar un proceso de cambio que no hizo más que fortalecerse desde un inicio. La vieja élite ha muerto y solo habrá que esperar -como dijo Marx- «que los muertos entierren a sus muertos». Impotente ante los resultados, ese cadáver se horroriza en solo pensar en su segundo entierro, pero la historia no se repite y lo que de el quede no será obstáculo para el camino que se emprende.
Como si solo de una formalidad se tratase, millones de votantes hicieron filas ante las urnas para hacer oficial un hecho indiscutible: la victoria de Evo Morales. No es que las elecciones estuviesen amañadas como la derecha quiso justificar su derrota días antes que el pueblo hablara mediante las urnas. La explicación tiene que ver con la hegemonía construida. Simpatizantes y opositores al Gobierno emitieron su decisión en paz pues la guerra ya había acabado; ningún incidente se reportó en la jornada, la calma reinó como lo hace entre los sobrevivientes de una batalla que solo esperaron pacientes el toque de las trompetas para celebrar su victoria.
No fue tampoco la lúgubre y resignada paz de los cementerios. Aquellos ciudadanos que votaron por otros partidos no compartían la frustración de la vieja élite; sin protestas en las calles y sin violencia en los recintos electorales, no hubo señal de que se sintieran amenazados ni como haciendo fila en el matadero. El espectro de la vieja oligarquía ya no podía ni siquiera ejercer dominación ideológica y sus gemidos se quedaron en el «más allá».
Pesimismo en varios tonos
Recién asimilando su propio deceso, a la antigua clase dominante le costó reconocer que tan muerta estaba. Leopoldo Fernández, ex prefecto de Pando en juicio por genocidio vaticinó su derrota, aunque trató de matizar la misma al afirmar que el resultado de las elecciones no resolvería ningún problema y que, «va reflejar un país que piensa de una manera y otra parte del país que piensa de diferente manera».
Así, el ex prefecto apostaba, en su imaginación, que se repetiría la polarización de los últimos 4 años. Pero no hay certeza de que sus milicias, tan activas como de la Unión Juvenil Cruceñista que hace poco se rindió, vayan a ir por el enfrentamiento. Con un Morales como el nuevo líder capaz de hacer realidad las autonomías, la oposición departamental no tiene poder de movilización y está deslegitimada por la vergüenza del terrorismo separatista.
Unas horas después, encuestas no oficiales rebelaron que Morales no solo ganó nuevamente la presidencia sino que el partido que representa se ha constituido en dos tercios en el Senado y es mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. La aprobación de leyes para implementar la nueva Constitución no tendrá problemas.
Las elecciones van a «reflejar un país que piensa de una manera y otra parte del país que piensa de diferente manera». Al decir eso Fernández no solo reconoció la victoria del presidente indígena Morales sino que sus palabras -aunque él no se dio cuenta- también admitían que una inmensa mayoría optaría a favor del proceso «de cambio» y una pequeña minoría, que dispersó el voto en las otras propuestas electorales, tampoco tuvo fe en la deslegitimada oposición radical. Aquí ya no hay polarización.
Por otra parte, el compañero de fórmula del ex prefecto recluido en la cárcel de San Pedro y en su vida dos veces candidato a la presidencia, Manfred Reyes Villa, expresaba un pesimismo que se ocultaba bajo una máscara de confianza mesurada. Resistiéndose a ver como la victoria tocaba la puerta de Morales, el ex edecán del ex dictador García Meza, pensó que tenía oportunidades de continuar la pelea por la presidencia en una segunda vuelta electoral y, «es más, tengo la posibilidad de ganar la elección».
Optimismo de tono claro
«El pueblo hoy tiene derecho a decidir conscientemente si se sigue profundizando la democracia o retornar al neoliberalismo», observó el presidente Evo Morales, que no cantó victoria antes de bailar con ella definitivamente. Ante las preguntas de varios periodistas que le señalaban su inminente victoria, el candidato a la reelección señaló que, «quiero esperar; claro, uno no deja ser optimista», tal como lo registró una nota de la Red Erbol.
Una vez enterado de su reelección, Morales festejaba junto a sus ministros y con miles de personas que lo esperaban en Plaza Murillo. Los medios de comunicación, incluso los que se le opusieron sostenida y radicalmente durante estos últimos años, no tenían otra alternativa que informar que el líder indígena superaba el 62% de la votación a nivel nacional.
Así, los medios de comunicación del mundo entero confirmaron el nacimiento antes del parto. «Evo va por la goleada», titulaba el periódico argentino Página 12, «Vaticinan encuestas una votación masiva en favor de Evo Morales», informó el diario mexicano La Jornada, «La derrota del frente Plan Progreso para Bolivia anticipa Leopoldo Fernández», señaló el estatal boliviano Radio Patria Nueva, «Evo Morales con el viento a su favor», narró El Nacional de Venezuela.
Futuro
El hecho no reside en la victoria por amplia mayoría de Evo Morales tal y como lo vaticinaron los oráculos encuestadores de diversas instituciones nacionales e internacionales; el hecho reside en el camino despejado que dejan estas elecciones para el MAS y todas las posibilidades prácticas de cambio que se esperan de esta nueva gestión.
Sin que quiera decir necesariamente un camino seguro al socialismo, las expectativas de casi toda la población de este país andino y mediterráneo son aprobar leyes que cambien y renueven el Estado boliviano, para alejarlo de la caricatura que le precedió al Gobierno de Morales. Promulgar la ley Marcelo Quiroga Santa Cruz para extirpar el cáncer de la corrupción en el aparato estatal boliviano, hacer realidad las autonomías que fueron adulteradas por la vieja clase empresarial y latifundista y finalmente encaminar al país a un proyecto de industrialización, que debe probar ser compatible con el respeto a la Madre Tierra, figuran entre los desafíos para modernizar al Estado Plurinacional de Bolivia.
Nuevamente de las páginas de Erbol, se lee al vicepresidente Álvaro García Linera prometiendo «La ejecución inmediata del plan del Gobierno (…..). Por ejemplo, dentro del nuevo presupuesto que se mandó al Congreso se incorpora elementos para procesos muy importantes, sobre todo de industrialización».
Todas estas metas ya no estarán obstaculizadas por una fuerte oposición afincada en la región oriental del país ni tampoco por sus milicias armadas y sus refuerzos mercenarios del extranjero, menos aún por una pared en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Esta vez, el «qué hacer» y el «cómo hacerlo» serán los objetos de debate durante los próximos años en los cuales la visión de Bolivia que se quiere tener se discutirá hasta quedar establecida.
La vieja élite ha muerto, incapaz de representar los intereses del país entero. Esta oligarquía ingresa a ese bochornoso capítulo de la historia, reservado para incompetentes clases dominantes como lo fueron la oligarquía de la plata en los primeros años de la República y la minero feudal antes de la revolución inconclusa de 1952. Sin enemigos en el horizonte para el MAS, la niebla se disipa y aunque el futuro aún no es claro, ciertamente es más prometedor.
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