Desde una representación inmediata de las cosas podría responderse que están en juego los derechos y los intereses gremiales de los maestros del magisterio: sus puestos de trabajo, el derecho a organizarse y el contenido mismo de la educación pública. Aunado a ello, estaría en juego también la gratuidad de la misma y sus inevitables […]
Desde una representación inmediata de las cosas podría responderse que están en juego los derechos y los intereses gremiales de los maestros del magisterio: sus puestos de trabajo, el derecho a organizarse y el contenido mismo de la educación pública. Aunado a ello, estaría en juego también la gratuidad de la misma y sus inevitables consecuencias sobre el conjunto de la población.
Se ha señalado que la reforma educativa responde a las exigencias que la OCDE ha impuesto sobre ésta materia. Imponiendo, por una parte, contenidos y horizontes educativos en la conformación de planes y programas de estudio y por otra, imponiendo criterios de evaluación para el conjunto de los educadores. Todo ello bajo la lógica de crear en México una población adecuada a los requerimientos del capital y su consiguiente división internacional del trabajo. La mutilación de la memoria histórica y la tecnificación creciente de los contenidos educativos, instalada sobre la base de una perspectiva pedagógica que inhibe la reflexión y la comprensión crítica de los problemas, sirven como premisa para la desestructuración y la alienación de la conciencia política de los trabajadores.
Por ello, pensamos importante hacer un ejercicio reflexivo que nos permita entender la necesidad y el sentido que tiene hoy la lucha que ha emprendido la CNTE en contra de la reforma educativa.
La lucha contra la reforma educativa es una lucha por el salario
En la sección sexta del primer tomo de El Capital Marx aborda el tema de «El salario». Empecemos por recordar que para nuestro autor el salario es una forma «transfigurada» o, podríamos decir, «ideologizada», apariencial, o «transmutada» del valor de la fuerza de trabajo, pues encubre la relación de explotación y de intercambio desigual entre el trabajador y el patrón. El valor de la fuerza de trabajo, se nos explica, es el valor de los medios de subsistencia, expresada posteriormente en una suma de dinero, con el cual un trabajador puede adquirir dichos medios para poder sobrevivir y reproducirse e ingresar posteriormente a la jornada laboral. A éste tiempo o dimensión de la jornada laboral, que produce el valor de la fuerza de trabajo Marx la denomina: tiempo necesario o trabajo necesario.
No obstante, el salario oculta la dualidad de la jornada laboral, que no sólo consta del trabajo o del tiempo necesario en el cual el trabajador produce el valor de su fuerza de trabajo, sino que consta, también, del tiempo o dimensión del trabajo excedente (plustrabajo), en donde se plasma un valor mayor al valor de la fuerza de trabajo (plusvalor), valor excedente que será el origen de la ganancia capitalista.
El salario encubre entonces la relación de explotación en la que se encuentra el obrero y hace pasar una cosa por otra. No se paga la totalidad del trabajo o el valor del trabajo del obrero, sino sólamente su fuerza de trabajo, que tiene la peculiaridad, a diferencia de las otras mercancías, de crear valor y de dar un «plus» o un «excedente» de valor. Si se pagara la totalidad del trabajo del obrero, algo imposible en las relaciones sociales capitalistas, como dice Marx, «… si existiera realmente una cosa tal como el valor del trabajo y él pagara efectivamente ese valor, no existiría ningún capital, su dinero no se transformaría en capital». (1)
Nos interesa detenernos en la determinación del valor de la fuerza de trabajo, para de allí observar que la educación es parte integrante de la misma. Si, como se nos explica en El Capital, el valor de la fuerza de trabajo se determina por la cantidad de medios de subsistencia que necesita un trabajador para reproducirse, entonces habría que detenerse y observar cuales son éstos, el origen y el sentido que tienen como elementos para la reproducción de la fuerza de trabajo. Nos dice Marx, «La suma de los medios de subsistencia, pues, tiene que alcanzar para mantener al individuo laborioso en cuanto tal, en su condición normal de vida. Las necesidades naturales mismas -como alimentación, vestido, calefacción, vivienda, etc.-… hasta el volumen de las llamadas necesidades imprescindibles, así como la índole de su satisfacción, es un producto histórico» (2).
La configuración del contenido del valor de la fuerza de trabajo, o elementos que la constituyen, depende, entonces, de la situación histórico-concreta en la que se desplieguen las necesidades y los satisfactores de la reproducción social. En la formación social presente dicho contenido se halla determinado por los requerimientos que la acumulación de capital exija.
Debido a la finitud y muerte del propietario de la fuerza de trabajo (el trabajador), el valor de la fuerza de trabajo, también contempla, nos dice Marx, con el fin de perpetuar a «esa raza de peculiares poseedores de mercancías», los medios de subsistencia de los sustitutos de la misma, es decir, de los hijos de los trabajadores. Así, el valor de la fuerza de trabajo debe no sólo reproducir las condiciones y elementos inmediatos vitales del trabajador individual, sino también las de su familia.
Como parte integrante de los elementos de subsistencia que el trabajador requiere para su reproducción y sobrevivencia, encontramos la educación o «capacitación» de la fuerza de trabajo, cuyo valor dependerá, a su vez, del grado de especialidad, tiempo y cualidad de la misma; de allí que, «Esos costos de aprendizaje, extremadamente bajos en el caso de la fuerza de trabajo corriente, entran pues en el monto de los valores gastados para la producción de ésta» (3).
La educación, entonces, es un elemento que valoriza a la fuerza de trabajo para adaptarla a los requerimientos del capital. Es por eso que el contenido de las materias, planes, programas de estudio, criterios de evaluación, perspectivas y modelos pedagógicos se encuentran estructurados para formar a una fuerza de trabajo disciplinada, dócil, alienada y tecnificada que sea efectiva y acorde a la plasmación de plusvalor. A esto faltaría agregar que la división internacional del trabajo exige, de cada país o zona geográfica, un tipo especial de educación, merced a las necesidades del proceso de reproducción y acumulación de capital a escala planetaria.
Así como el capitalista debe compartir el plusvalor extraído a los trabajadores con los diferentes capitalistas (comercial, financiero, etc.) o entre las diferentes clases o estamentos, en sus formas aparienciales o transfiguradas como: ganancia, interés, renta de la tierra, etc., así también, una parte del salario le es arrebatado al obrero para llenar las arcas del Estado y financiar, mediante el pago de impuestos, no solo a los personeros de la burocracia estatal, sino también para financiar la gestión que el Estado realiza al crear las condiciones indispensables para que la fuerza de trabajo, por una parte, y el capital, por otra, se reproduzcan.
De ésta manera el dinero, que bajo la forma de impuestos le es arrancado al salario del trabajador, adquiere la forma de medios de subsistencia que forman parte de los elementos indispensables para la reproducción de la fuerza de trabajo.
La educación pública constituye entonces un elemento imprescindible para la conformación de una masa de trabajadores capacitada para ser empleada en los diferentes momentos del proceso de reproducción social. No obstante, la parte del salario destinada a dicho «servicio» público, merced a la privatización de éste sector, reportará un margen mucho mayor de ganancia a los funcionario de la clase política, y, por otra parte, abrirá un jugoso mercado dedicado a vender «educación» y «capacitación».
La privatización de la educación y, en general, la privatización de los servicios públicos constituyen parte del proceso de desvalorización de la fuerza de trabajo; al dejar en manos de empresas privadas la producción y la oferta de los elementos indispensables para su reproducción, convirtiendo dichas necesidades en fuentes de riqueza privada y en nuevas formas de expoliación y robo de los trabajadores. Y como se sabe, desvalorizar la fuerza de trabajo es, en términos llanos, reducir el precio de la misma: abaratar, reducir, mutilar el salario.
Luchar contra la reforma educativa es, entonces, una lucha en contra de la desvalorización de la fuerza de trabajo mexicana en su conjunto. Aunque sean los trabajadores del magisterio, congregados en la CNTE, quienes se encuentran inmediatamente afectados por dicha reforma y quienes se movilizan defendiendo sus intereses como gremio, el golpe en contra del salario de la clase trabajadora mexicana es lo que está en juego en estos momentos.
De la defensa del salario a la ¿revolución?
Si como habíamos dicho al inicio del parágrafo anterior, al hablar del salario como una forma transfigurada que esconde las relaciones de explotación y hace pasar una cosa por otra, entonces, habremos de ver los alcances y posibilidades concretas que tiene la lucha emprendida en contra de dicha reforma.
A pesar de las movilizaciones, marchas, paros, cercos y liberaciones de casetas, por parte de la CNTE, no se han forjado, a nivel nacional, alianzas entre todas las secciones del gremio magisterial para llevar a cabo acciones unitarias. Así, mientras las secciones correspondientes a los estados del sur del país hacen paros y movilizaciones, las secciones del norte del país se encuentran, en su mayoría, inactivas y al margen de la lucha. Por otra parte, los sindicatos «independientes» y «combativos», así como las organizaciones sociales, no han establecido lazos concretos de solidaridad, al no realizar más que actos «simbólicos» en «apoyo» a los maestros. Ni que decir del otro gran porcentaje de trabajadores que, sumidos en el desconocimiento de las reformas y de los problemas políticos nacionales, se hallan en la indiferencia y en la pasividad total.
¿De qué depende entonces la incapacidad de luchar unitariamente en contra de la reforma educativa y de las reformas de corte neoliberal en su conjunto?
Pensamos que la incapacidad organizativa, y por ende, la incapacidad de realizar una lucha efectiva en contra de las reformas, es producto necesario de la falta de conciencia política de clase, o en términos más concretos, de la cosificación de la misma.
La incapacidad de reconocer la lucha del magisterio como una lucha a favor de los intereses de los trabajadores mexicanos encuentra su base explicativa en el fenómeno descrito por Gyorg Lukács en el ensayo titulado «La cosificación y la conciencia del proletariado» (4). La fragmentación de la conciencia y la incapacidad de ésta de rebasar el horizonte de las representaciones ideológicas y burguesas, tienen como resultado, en la práctica política, la conformación de organizaciones, sindicatos y partidos que velan sólo por la defensa de sus intereses gremiales (salarios), puestos y prebendas obtenidas del Estado, a expensas del avasallamiento que éste hace en contra de los otros gremios, sectores de la población y trabajadores.
Si el conjunto de los trabajadores mexicanos no puede ver en la lucha del magisterio una lucha propia, que defiende sus intereses en tanto que clase, aún dentro del marco burgués, como es el caso de la defensa del salario, entonces, apostar por la revolución se vuelve inverosímil. Y no porque no sea deseable, sino porque trazar objetivos que no se adecuan a la realidad concreta lleva a cancelar la misma vía revolucionaria, pues ésta queda identificada como utópica e irreal.
Necesario es, entonces, tener una lectura adecuada de la coyuntura y de la situación concreta para poder definir caminos efectivos y, pasar de la lucha «simbólica» por la construcción de una sociedad post-capitalista a la construcción real y efectiva de la misma. Y esto pasa, hoy, por la defensa de los intereses inmediatos y concretos de la clase trabajadora, al mismo tiempo que es necesario superar y destruir el mundo de la conciencia cosificada.
Por lo tanto, mientras no se gesten procesos que desarrollen realmente el nivel de conciencia de clase de los trabajadores mexicanos, las formas cosificadas de conciencia, sus organizaciones, posturas políticas y el voluntarismo, que hace pasar sus deseos por realidades, llevarán a la impotencia, fracaso y aniquilamiento de los derechos e intereses de los trabajadores mexicanos.
Así pues, la lucha del magisterio en contra de la reforma educativa tiene alcances y límites específicos. Tener claro que la lucha contra la reforma educativa, y en contra de las reformas impulsadas por el gobierno de EPN, se mueve en un marco bien determinado, y que el horizonte político de las reivindicaciones reales de los trabajadores se encuentra condicionado por el grado de desarrollo de la conciencia de clase del conjunto de la clase trabajadora mexicana, es de suma importancia para desarrollar un programa realista de lucha que no esté condenado al fracaso.
Frente a la coyuntura actual es necesario, entonces, luchar contra el sectarismo que condena, desde un discurso aparentemente «radical», los esfuerzos de aglutinar a la mayor cantidad posible de organizaciones sociales, colectivos, sindicatos y personas en defensa de los intereses de los trabajadores mexicanos.
Las reformas neoliberales que la burguesía y la clase política mexicana impulsan desde un consenso absoluto en contra de la clase trabajadora mexicana deben ser contrarrestadas de manera unitaria, denunciando y despejando el camino de los grupos oportunistas que fraccionan y desvían, al proponer objetivos irreales, los objetivos estratégicos del movimiento social.
«En periodos de depresión, no menos que en aquéllos de prosperidad, las confrontaciones continuas de trabajo y capital no han llevado a una radicalización política de la clase obrera, sino a una insistencia intensificada en mejores comodidades dentro del sistema capitalista. El desempleado ha exigido su «derecho al trabajo», no la abolición del trabajo asalariado…» (5).
Notas:
(1) Marx, Karl, El Capital, Tomo 1, Secc. VI, Cap. XVII, p. 659, México, Siglo XXI.
(2) Marx, Karl, El Capital, Tomo 1, Secc. III, Cap. VIII, p. 208, México, Siglo XXI.
(3) Ibíd., p. 209
(4) Dicho ensayo se encuentra en el libro titulado «Historia y conciencia de clase».
(5) Mattick, Paul, Los límites de las reformas, versión digital.
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