Los campesinos y los indígenas son la minoría más activa del departamento amazónico de Pando. Si bien representan alrededor del cuarenta por ciento del total de la población, su relación productiva con el medio ambiente -a través del carácter extractivista y sostenible de sus actividades- los convierten no sólo en los protagonistas determinantes del […]
Los campesinos y los indígenas son la minoría más activa del departamento amazónico de Pando.
Si bien representan alrededor del cuarenta por ciento del total de la población, su relación productiva con el medio ambiente -a través del carácter extractivista y sostenible de sus actividades- los convierten no sólo en los protagonistas determinantes del quehacer presente y el futuro regional amazónico, sino también en actores estratégicos de un drama de influencia global: la necesidad de preservación de la selva más vasta del planeta y la mitigación de los daños ocasionados por el cambio climático.
El ámbito urbano del departamento también posee algunos perfiles bien nítidos.
Desde que hace quince años se habilitó la conexión caminera con el resto del país, Cobija, la capital, ha crecido mucho, incluyendo la presencia de migrantes andinos, dedicados sobre todo al comercio. Esa población urbana de Cobija, en los últimos años, también ha sido la principal beneficiaria del clientelismo del poder, beneficiándose con la repartija indiscriminada de los cargos públicos.
Son miles los pandinos urbanos que recibieron una «pega» (un puesto de trabajo), formal o fantasma, dentro del aparato montado por el «cacique» Leopoldo Fernández. Por ello, muchos de ellos, por convicción, por oportunismo o por agradecimiento, se prestaron a ser la fuerza de choque de la Masacre de Porvenir, ejecutada a sangre fría el pasado 11 de septiembre de 2008. Nunca el desprecio por la vida de los campesinos se manifestó tan crudamente.
Allí pudo comprobarse lo que decimos: la relativa orfandad del movimiento campesino e indígena del departamento amazónico, a la vez el más aislado del país. Tuvo que ser el gobierno central el que parase la continuidad del hostigamiento, la persecución y los nuevos asesinatos que se producirían de no haber ordenado la intervención inmediata de las Fuerzas Armadas de la Nación.
A pesar de ello, y a pesar de que el principal acusado por su responsabilidad en los hechos está preso de forma preventiva en una cárcel de La Paz, el objetivo de los masacradores de pararle la mano al movimiento campesino e indígena a través del terror inmisericorde, de varias maneras, se ha cumplido.
La situación no puede ser más crítica y más angustiosa para las víctimas históricas de estas prácticas genocidas. El mundo rural pandino está dominado por el miedo que inocularon los sicarios en Porvenir y ellos, los campesinos, siguen sintiendo que están tan olvidados y desprotegidos como lo han estado siempre.
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Hay algunos motivos que agravaron la situación ya de por sí demasiado grave emergente de la Masacre del Cacique, como la bautizaron los humildes.
Ante todo, el gobierno no supo o no pudo evitar la politización del tema por parte de los opositores, acción tan criminal como los que empuñaron las armas para masacrar campesinos e indígenas indefensos. La infame violación a los derechos humanos ocurrida en septiembre quedó sepultada en un mar de maniobras y mentiras.
El informe de UNASUR fue desvirtuado de una manera burda y sin ética y la actuación de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos apenas se ha conocido. Hay un problema informativo fundamental que ha hecho que la Masacre de Porvenir no se haya convertido ni en un dato de agenda nacional y mucho menos internacional, como sí ocurrió con los luctuosos sucesos acaecidos en Baguá, Perú, que en esencia son lo mismo.
Esa falta de convicción gubernamental se trasladó también a la necesidad de proceder a juzgar y castigar de manera expedita a los responsables de la masacre.
Está claro que el poder ejecutivo no es el poder judicial, corrupto y manipulable como siempre, pero también es evidente que la designación de Leopoldo Fernández como candidato a vicepresidente para las próximas elecciones de diciembre, no sólo ha demostrado, como sentencia el dicho, «que los muertos gozan de buena salud» y que el gobierno tiene que hacerse cargo de esta afrenta política, sino que es la gota de desmoralización que terminó de colmar los nervios de los campesinos de Pando. No sólo los matan, sino que los humillan con una candidatura que nos debería avergonzar a todos.
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Si todo esto ya no fuera suficiente para pintar un panorama sombrío y desquiciante, hay que agregar que el mismo se asienta sobre el terreno lodoso que aportó la gestión del prefecto interventor designado por el gobierno, luego de la dictación del estado de sitio y la detención de Fernández.
La gestión del militar Bandeira no sólo ha desagradado a los opositores, sino, y esto es lo más preocupante, a los propios campesinos e indígenas, otra vez los convidados de piedra de una administración que, a lo largo de un año largo, ya podría haber manifestado una tendencia positiva hacia el cambio, tan necesario en la Amazonía.
Bandeira no sólo no ha cambiado nada, si no que de varias maneras que no analizaremos aquí (la historia lo juzgará, por cierto), se ha convertido en un factor de distorsión más de la de por sí ya distorsionada realidad pandina. Los pandinos no lo sienten como tal (de hecho, Bandeira no es oriundo de allí), y del lado campesino, lo siguen sufriendo tan abusivo y discriminador como los que fueron de momento reemplazados pero que esperan volver a partir de diciembre.
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El gobierno está empeñado en ganar a cómo de lugar el principal bastión de la ya derrotada oposición cívico- prefectural: el departamento de Santa Cruz, el otrora cuartel general de Branko y sus payasescos terroristas. Ganar en Santa Cruz es también un símbolo de la hegemonía que se pretende alcanzar con los votos.
En el ajedrez del poder, está claro que una victoria en el Oriente, es un jaque político definitivo a algunos grupos minoritarios sediciosos y desestabilizadores que luego deberían ser derrotados, jaque mate, económicamente. El punto en cuestión es que para llegar allí, los estrategas del gobierno, parecen desaprensivos en el costo a pagar en el tablero y dispuestos a entregar algunas fichas: Pando, por ejemplo.
Da la sensación o algo peor de que Pando es sacrificable en la estrategia de poder oficialista y que por pisar fuerte en Santa Cruz, están dispuestos a entregar de vuelta a la Amazonía a sus verdugos.
Como un comentario poco halagador, ese pisar fuerte en Santa Cruz también va de la mano de los nuevos socios empresariales del gobierno, con los cuales Evo compartió una velada en el Hotel Los Tajibos, símbolo del status de la Santa Cruz agroexportadora.
Estos nuevos aliados gubernamentales no son casuales y se recuestan en una evidente derechización del programa económico del MAS de cara a las elecciones generales del 6 de diciembre (ver el texto completo en www.evo.bo).
El programa da prioridad en Bolivia a la agenda IIRSA (La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana), afirmando emprendimientos como los corredores de exportación y retomando proyectos como los de la mega represas de Cachuela Esperanza y el Bala, en el Norte paceño.
Está claro, aunque sea un efecto no deseado, que la implementación de estos proyectos generará resistencias entre los sectores campesinos e indígenas de la Amazonía y viéndolo desde esa perspectiva parece amenazarlos una doble cruz: la de «Leo» volviendo triunfador y la de la política desarrollista que promueve el MAS.
Volviendo al día D de las elecciones, no hablaremos aquí de encuestas, sólo esperaremos la verdad de las urnas. Pero no podemos callar la advertencia de que una derrota en Pando del gobierno no sólo opacará la victoria cruceña y una muy probable victoria en las dos cámaras de la Asamblea Plurinacional que todos deseamos, opacará ese sentimiento de verdadero cambio que nos une como campo popular, más allá de todos los problemas que los procesos de transformación acarrean, por ser eso mismo: procesos donde se liberan fuerzas que antes estaban atajadas por los muros reaccionarios y retrógrados de la historia.
Proclamamos a todo el mundo que aquí en Bolivia llegó la hora de la reivindicación de nuestro hermanos indígenas y campesinos. Nos admiran por eso. Pero el movimiento rural pandino está más sólo y triste que nunca.
Algunos, muy pocos, sueñan con una nueva marcha indígena, la cuarta, para gritarle al poder que ellos también existen, que siguen existiendo dentro del proceso de cambio y que sus derechos deben ser respetados. Otros, más que los anteriores, están creyendo que la única manera de salvar sus vidas y la de sus familias, será emigrando, desarraigándose de sus tierras y sus bosques donde temen ser pasto fácil para las fieras, si estas empiezan a regresar en ese mes cruel como siempre fue diciembre. La mayoría de los hermanos campesinos e indígenas están, como se afirmó, tristes del mismo abandono, cargados de esa impotencia de ver y sentir que todo pudo estallar, que la sangre llegó al río una vez más, y que algunas cosas pueden cambiar pero nunca para ellos.
Nadie, conciente y sensible, debería estar al margen de esta encrucijada a resolverse, de este hito en el desenlace del destino de los pueblos de la selva. Todos nos jugamos mucho más que una simple elección.