El martes 24 de enero Google anunció un controvertido cambio en su política de privacidad, por el que la gran mayoría de sus servicios pasan a estar integrados en una misma normativa. Con motivo del Día de la Protección de Datos en Europa, nos preguntamos hasta dónde llega el conocimiento que Google tiene de nosotros, […]
El martes 24 de enero Google anunció un controvertido cambio en su política de privacidad, por el que la gran mayoría de sus servicios pasan a estar integrados en una misma normativa. Con motivo del Día de la Protección de Datos en Europa, nos preguntamos hasta dónde llega el conocimiento que Google tiene de nosotros, qué recuerda y cómo podemos hacer que deje de hacerlo. Para ello nos ponemos en la piel de un usuario medio de los servicios de la compañía.
Andrés es un usuario medio de los servicios de Google. Bueno, tal vez está algo sobreexpuesto en relación con la mayoría de nosotros, pero seguro que nos identificamos con una buena parte de las cosas que Andrés hace cada día.
Nuestro conejillo de indias tiene un ordenador portátil (que utiliza a modo de sobremesa), una ‘tablet’ y un ‘smartphone’, ambos de última generación y con Android como sistema operativo. Su navegador favorito es Chrome.
Como casi todos nosotros, hace años que Andrés abrió una cuenta de Google. Al principio sólo pensaba utilizar el correo electrónico de GMail (le parecía más serio que tener una dirección en Hotmail), pero con el tiempo descubrió otras muchas aplicaciones. Y ahora se pregunta hasta qué punto Google está enterado de todo lo que hace.
Por la publicidad que le muestran los bloques de AdWords en numerosas páginas web, ya se ha dado cuenta de que no es precisamente poco. Se mete en las ‘Preferencias de Anuncios’ de su cuenta de Google, pincha en «eliminar y editar» y descubre las categorías en las que se encuentra etiquetado: aficiones, edad, género…
Esta información se encuentra almacenada en su propio ordenador (en una ‘cookie’) y a ella acceden los anuncios contextuales repartidos por media ‘world wide web’.
De acuerdo con esto, Google piensa que es un varón de unos 25 años al que le gusta la tecnología, el cine y los deportes. No va mal encaminado. Pero así, a simple vista, no da la impresión de que la información en manos de la compañía sea tanta y de carácter tan reservado como dicen. Sospecha en voz alta: «Seguro que esto no es ni la mitad de lo que Google sabe sobre mí».
Poco después se entera de que es posible llegar fácilmente al fondo del asunto, con sólo seguir un puñado de enlaces. Y entonces toma una decisión: va a hacer caso a los consejos de la Agencia de Protección de Datos y a tomarse en serio su privacidad de ahora en adelante.
En su ‘Dashboard’, Andrés comprueba la cantidad de sitios a los que, a lo largo del tiempo, ha dado permiso para acceder a su cuenta de Google: Facebook, LinkedIn, About.me… Lo que no sabía es que existe la opción de revocar esos permisos, por si se arrepiente de haberlos otorgado, e incluso la posibilidad de crear una contraseña específica para el acceso desde cada uno de ellos. Es lo que se llama la «verificación en dos pasos».
Cuando se puso de moda, Andrés se abrió un perfil en la red social Google+ , donde publica sus fotos, vídeos, enlaces… Ahora es consciente de que ha puesto parte de su día a día (sus fotos, sus vídeos, sus círculos de amistades…) en manos de Google, y de que el grueso de ello está accesible para cualquiera con una conexión a internet.
Afortunadamente, existe otra función de Google que es desconocida para muchos (Andrés era uno de ellos hasta hace poco), y que permite modular la información sobre uno mismo que los demás pueden ver en internet. Gracias a ‘Me on the Web’, nuestro amigo ha creado una alerta que le avisa cada vez que su información personal se hace pública en la Red. Después puede pinchar aquí y pedirle al buscador que haga desaparecer sus huellas.
Desde que sabe hacer todo esto, Andrés cuida mucho más su identidad digital. Puede controlar al detalle, a través de su ‘Profile’ lo que la gente puede saber de él a través de Google. Pero todavía le preocupa lo que la propia Google puede estar averiguando sin que se dé cuenta.
Lo siguiente que revisa es su perfil y sus bitácoras en Blogger. Allí creó dos blogs: ‘El rincón de Andrés’, donde cuenta sus pequeñas aventuras cotidianas, y un segundo blog sobre cine y series de televisión. Con esto empiezan a perfilarse sus gustos y, además, se suma una gran cantidad de detalles sobre su vida a todos esos que antes había aprendido a controlar.
Pero abrir un blog personal es lo que tiene, y no le puede echar la culpa a Google de lo que él decida publicar. La política de privacidad es clara y, desde luego, parece claro que sus datos personales no se filtran a no ser que él mismo se vaya de la lengua en lo que escribe.
Además, Andrés utiliza Calendars para acordarse de las fechas importantes, de los eventos a los que piensa acudir y de las citas con sus amigos y familiares. En las bases de datos de Google, piensa Andrés, ya no solo está lo que ha hecho cada día, sino también lo que tiene pensado hacer en los días futuros. «Incluso mi lista de cosas pendientes en Tasks «.
A través de las huellas que va dejando en Google News (y de las búsquedas que, todavía, de vez en cuando realiza) también saben en Mountain View lo que Andrés lee. Por los ‘feeds’ que almacena en Google Reader conocen a la perfección los temas que le interesan y dónde se conecta para acceder a información sobre ellos. Y gracias a Youtube pueden descubrir también el tipo de vídeos que le emocionan, le hacen reír o le sirven para estar al día.
Por si fuera poco, en Google Docs están algunos de sus documentos más reveladores. Su currículum (donde aparecen completos sus datos de contacto), sus trabajos de cuando iba a la universidad, las tablas estadísticas de su pequeña ‘start-up’ innovadora, las diapositivas con la idea revolucionaria que piensa presentar en la reunión con un inversor potente.
Todo esto es privado. Sólo él (y las personas con que elija compartirlo) tienen acceso. Pero se encuentra almacenado en los servidores de Google y el buscador se reserva el derecho a facilitar el acceso a estos datos a terceros en ciertos supuestos, tal como se especifica en el apartado «Qué datos personales compartimos» de su nueva Política de Privacidad.
Nada más leerlo, sorprendido por la cantidad de cosas que no sabía sobre la forma en que se utilizan sus datos, se conecta a GTalk para contárselo a su mejor amigo. El contenido de su chat quedará almacenado en los servidores de Google, a no ser que especifique lo contrario y marque la conversación como privada.
Y todo esto sin que Andrés hubiera pensado todavía en su teléfono móvil…
Como Andrés utiliza las aplicaciones de GMail, Blogger, Reader y Google+ la empresa ya hacía tiempo que tenía su número de teléfono, asociado a muchos de estos servicios cuando se usa el servicio SMS. No obstante, el hecho de tener un móvil con Android ha desnudado otros aspectos de su personalidad que él creía ocultos a los ojos del gigante.
Para empezar, Andrés se encuentra constantemente localizado . Google revisa su ubicación, gracias a la conexión móvil, para ofrecerle búsquedas y otras funciones adaptadas al lugar en que se encuentra, así como para guiarle a través de Maps y Navigation , que le dicen como llegar a donde, de antemano, él ha confesado que tiene pensado ir.
Además, casi por inercia y, desde luego, por comodidad, sincronizó todos sus contactos (los del móvil, los de gmail, los de facebook, los de tuenti…) con su cuenta de Google, para acceder a ellos desde cualquier terminal.
Ahora los datos personales, números de teléfono, emails, direcciones físicas y un largo etcétera de datos de sus amigos y conocidos están también en los servidores de Google. Por culpa de Andrés y sin que ellos lo sepan.
«Madre mía como se enteren…», piensa. Y accede al gestor de contactos para eliminar algunos, los más comprometidos.