Cuando la retórica se establece como estrategia mediática para transmitir un mensaje político que enajena, mediatiza y aliena, las palabras, los dichos y los posicionamientos se llenan de demagogia para tratar de ocultar la realidad. El mensaje político cotidiano de AMLO es mediatizador, perverso, su objetivo es mantener atrapado al Estado en beneficio de los verdaderos dueños de México, el capital financiero y la oligarquía trasnacional y sus socios mexicanos.
AMLO declaró recientemente que:” Se sentían los dueños de México, ya no hay corrupción, ya no son los dueños del país”, declaración sin referencia concreta hacia un sector especifico, en todo caso refiriéndose a los conservadores o quizá a los neoliberales, pero no dirigido para el sector social que sí es dueño del país, así se convierte, por tanto, en una declaración demagógica más de este gobierno de “transformación”.
El gobierno de México desarrolla un discurso y sobre todo una serie de políticas públicas que sólo tienen como objetivo el de eternizar en el poder a su líder, el mesiánico, benefactor, incorruptible y más nacionalista de todos los presidentes anteriores, claro, sobre todo los provenientes del neoliberalismo. El gobierno de la “cuarta transformación” ha enajenado a las masas trabajadoras con la ilusión de un gobierno de y para los pobres, pero la realidad es otra muy distinta.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha continuado con las más importantes estrategias del neoliberalismo, una de las cuales, y quizá el vértice central de toda su política, es el de la captura política del Estado para asegurar la concentración de la riqueza, el mantenimiento de la cuota de ganancia por el capital en detrimento de la cuota de las masas trabajadoras.
El justificante de la corrupción como la raíz de los males, esconde la verdadera raíz de la desigualdad, que es la apropiación privada de la producción social. Para AMLO, en cambio, la desigualdad no es producto natural del sistema de explotación vigente, es sólo una cuestión política, que se puede remontar con decretos, dádivas, limosnas y mucha política, pero en una arena en la que se permite sólo la política que él, el que sabe, el que habla por el pueblo, puede realizar.
La tragedia de la cuarta transformación para las masas trabajadoras consiste en que se captura al Estado, debilitándolo, especialmente en lo fiscal, para proteger las ganancias de las élites económicas, para asegurar la tasa de ganancia y lograr si no su cooperación, sí su apoyo o cuando menos no su enemistad, todo con el fin de mantenerse en el poder, que es la fijación de los autócratas.
Los dueños de México presumen, junto con AMLO, de “la cultura del esfuerzo”. El presidente dice que las ganancias y la propiedad privada no son ilegales, por el contrario, ayudan al desarrollo y al crecimiento del país. Lo que no dice es que las ganancias, las fortunas y la apropiación de los medios de producción para garantizar la renta y las altas tasas de utilidad, se han logrado con la construcción de fortunas con base en la explotación del trabajo, a través de herencias, de fortunas cobijadas con los intereses políticos de las élites, ricos gracias a las rentas que el Estado les ha permitido capturar, privatizaciones, modernización, concesiones y un sinnúmero de arreglos, que el gobierno de la “transformación” también permite, tolera e impulsa.
Estas élites son las auténticas dueñas de México. Se apropian de la mayor parte de la renta nacional y generan pobreza, desigualdades, injusticias y todas las lacras sociales y económicas que sufren la inmensa mayoría de los mexicanos, que ven año con año reducir su parte en la toma de las rentas que, por cierto, ellos producen.
El discurso mediatizador de AMLO insiste en rescatar la parte “moral” del sistema, si es que esto tiene alguna lógica. Esta estrategia de comunicación y de alienación consiste en asegurar que la explotación no es la raíz de las desigualdades, sino lo es la corrupción, es decir, el tema de la moral. Cuando AMLO no controla un movimiento, una protesta o una movilización tiende a minimizar sus causas, pero sobre todo a tergiversar el derecho y la necesidad de la organización popular independiente.
Por ejemplo, ante la importante movilización de las mujeres, AMLO se declara “humanista”, colocándolo o anteponiéndole, a fin de cuentas, rechazando en la práctica, el término “feminista”. Pero ¿cuál es el concepto de “humanista” que pregona López Obrador?, asegura que él es humanista, pero tergiversa, esconde, aliena, enajena el carácter profundamente deshumanizante del modelo capitalista de producción vigente, reforzado al extremo por su gobierno, que dice es “un gobierno del pueblo”.
La deshumanización del sistema capitalista cosifica al hombre, el capitalismo sustituye la calidad por la cantidad y, por esto mismo, las personas por las cosas. La alienación, es decir la deshumanización del sistema de explotación reduce al hombre, en la sociedad de consumo, a la calidad de un esclavo, instrumento ideológico del capital. AMLO fortalece a un sistema que cosifica, deshumaniza al hombre, ¿entonces qué tipo de humanista es él?
Escribía Marx en los manuscritos económico-filosóficos de 1844 que: “ cuando el hombre pierde el control del proceso productivo, o sea, sobre el proyecto y objetivo de su actividad, es decir lo específicamente humano que hay en él, hace imposible su libre desenvolvimiento”, el capitalismo niega a los hombres la realización autónoma de su propio proyecto, es decir los deshumaniza, pero el presidente de la “transformación” se dice “humanista” y afirma que ahora “los pobres son los dueños de México”.
La ideología dominante tiene como base la utilización de las religiones, porque la enajenación religiosa es el ejemplo más típico del producto que domina al productor, de hecho, la enajenación religiosa se convierte en punto de referencia para las demás formas de deshumanización. Podemos afirmar que la religión es el ejemplo claro de la conciencia invertida del mundo, porque es el hombre el que hace la religión.
La alienación o la deshumanización del sistema capitalista consiste en transformar al hombre de un agente consciente orientado hacía un fin, en objeto de un proceso misterioso, a través de la mistificación de la conciencia mediante la enajenación religiosa. AMLO hace constante alusión a los símbolos religiosos, que él justifica diciéndose humanista, con lo que evidencia la explotación y la deshumanización que ella conlleva.
Y precisamente sobre el “humanismo” del presidente de México, está el ejemplo de cómo él y su gobierno están manejando la crisis de la pandemia, decretada por un organismo internacional como lo es la Organización Mundial de la Salud. El gobierno mexicano se ha negado a tomar medidas que impliquen la paralización económica del país, así es claro que el objetivo del gobierno de la “cuarta transformación” no es procurar la salud de los pobres, sino sobre todo mantener la producción para no alterar la tasa de ganancia del capital.
La crisis económica que se está formando como secuela lógica de la llamada pandemia del covid-19, afectará a los más pobres, los dueños de México saldarán inmunes del colapso que se avecina, su tasa de ganancia se verá mermada, pero la curva de ganancia no se alterará demasiado. Las medidas que está tomando el gobierno mexicano tienden a mantener en funcionamiento las cadenas de producción, sobre la base de aumentar las dádivas, disfrazadas de programas sociales, para garantizar que el consumo de mercancías no se altere.
No importa que las empresas estén “mandando a sus casas” a los trabajadores sin goce de sueldo, de eso ni una palabra por parte del presidente de México. Tan sólo un “humanista” llamado a que no lo hagan. En este esquema es intrascendente si AMLO mantiene o no su “ritmo de trabajo”, si visita comunidades y pueblos y saluda de mano a los ciudadanos y “besa a las niñas”.
En todo caso lo importante es que el mensaje detrás de esta actitud es el temor a que la crisis entierre en definitiva sus aspiraciones personales, pero sobre todo mantener intacto el sistema de producción aún a costa de la salud de todos y por encima de que la pandemia y la crisis afectará severamente a la mayoría trabajadora, que es en última instancia la más pobre y que padece más desigualdades.
El capitalismo es incapaz de enfrentar la crisis de salud que atraviesa el mundo, porque su ritmo no es el de salvar vidas, en todo caso las primeras que salvan son las de las élites. El ritmo, filosofía, objetivo de la oligarquía financiera y los monopolios es generar riqueza para apropiársela aún a costa de las vidas de millones de asalariados.
Es necesario, por tanto, que surja la organización independiente de los obreros y las masas trabajadoras. Sólo con la organización de los trabajadores, al margen de sus burocracias sindicales y del gobierno ¡de los pobres”, se podrá enfrentar con éxito las crisis que se avecinan y que los golpearán severamente. Por desgracia, no existe aún el partido revolucionario que organice la respuesta necesaria.