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Ragone: memorias, desmemorias y sus usos

Fuentes: Rebelión

Cuando este 11 de marzo se conmemoren los 40 años del secuestro y desaparición del ex gobernador de Salta Miguel Ragone se pondrá en marcha una vez más toda la parafernalia oficial del gobierno para recordarlo y de paso contribuir, una vez más, a limpiar el pasado del Partido Justicialista (PJ) en relación a uno […]

Cuando este 11 de marzo se conmemoren los 40 años del secuestro y desaparición del ex gobernador de Salta Miguel Ragone se pondrá en marcha una vez más toda la parafernalia oficial del gobierno para recordarlo y de paso contribuir, una vez más, a limpiar el pasado del Partido Justicialista (PJ) en relación a uno de los capítulos más oscuros de nuestra (y de su propia) historia. El periodo transcurrido entre 1974 y 1976 como prolegómeno de la masacre perpetrada por la dictadura genocida, sigue siendo por lo menos, una etapa secundaria en relación a la de 1976- 1983, cuando en realidad se trata de una escala necesaria, el paso previo hacia la noche y niebla argentina.

Miguel Ragone es desaparecido el 11 de marzo de 1976, 13 días antes del golpe cívico militar. Previamente en su paso por la gobernación salteña había sufrido el hostigamiento sistemático de sus adversarios, devenidos en enemigos internos del propio PJ y el Movimiento Nacional Justicialista: la CGT, las 62 Organizaciones Gremiales Peronistas de Salta, la CGE encabezada por el propietario y director del diario EL Tribuno, Roberto Romero. De tal magnitud fueron los ataques que Ragone debió apelar a una movilización política permanente de los sectores que lo apoyaban: la JP, el FRP, Montoneros, la CGT clasista. Cuando el 26 de setiembre de 1973 los sectores sindicales y partidarios toman la Casa de Gobierno para exigir su renuncia, planteaban que se hiciese cargo el jefe de la Guarnición Militar de Salta y solo la participación activa de las organizaciones populares logró frenar ese conato golpista. Al año siguiente sufrirá ataque tras ataque, incluido el «oliviazo», el intento de su vicegobernador sindicalista, Olivio Ríos, de derrocarlo en su ausencia. Y otra vez la movilización popular pone las cosas y cada uno en su lugar: Ragone en el Ejecutivo, Ríos postrado en las sombras de los conspiradores.

No obstante, la esperable muerte del presidente Perón el 1 de julio de 1974 terminó de debilitar y aislar al gobernador Ragone, que desde el momento que asumió la presidencia la hasta entonces vicepresidente y ahora viuda del general, María Estela Martínez (o Isabel Perón), sufriría el embate final contra su gobierno. Intimidaciones, atentados, presiones políticas, amenazas llevaron finalmente a consensuar su salida del Poder Ejecutivo provincial y dar a inicio a la intervención federal encabezada por la «legión cordobesa», funcionarios políticos y policiales justicialistas que habían participado en el «navarrazo», golpe policial reaccionario que depuso al gobernador Obregón Cano en febrero de ese año.

La intervención federal decidida por el gobierno de Isabel Perón y apoyada por el conjunto de listas, fracciones, agrupaciones y dirigentes del PJ, con escasas excepciones fue el preludio, el ensayo represivo preparado por los sectores reaccionarios del poder político y económico previo al asalto definitivo al poder el 24 de marzo de 1976.

ACERCA DE LA ÉTICA Y LEALTADES POLÍTICAS

El hostigamiento al gobierno y la gestión de Miguel Ragone no tiene una causa única. Sería demasiado pretensioso, o más bien desmedido, asignarles a sus adversarios el sentido ideológico de sus acciones. Sus motivaciones políticas iban desde la oposición a su proyecto de gobierno y sus consecuentes aliados, pasando por las variantes de poder interno y la necesidad de estar siempre al amparo de este, hasta simples resentimientos personales disfrazados adecuadamente bajo el discurso de la «lealtad» a la doctrina y al líder del movimiento, el general Perón. El peronismo, los peronistas nunca tuvieron mucho afecto por los encuadres doctrinarios, que finalmente quedaba en manos de Perón. Ni el general ni su numeroso grupo de dirigentes de segunda línea se habían percatado de los cambios radicales ocurridos en la sociedad argentina, la crisis general sistémica y que una nueva generación política esperaba ocupar desde un recambio que ellos mismos propiciaban, los espacios de poder para materializar un cambio estructural, de fondo. Miguel Ragone sí lo vio.

La Historia brinda en sus diversas etapas, la oportunidad de adueñarse de ella, esto es imprimirle su marca, torcer su rumbo y marchar en una nueva dirección. Esto ocurrió en 1943 -1945 cuando Perón asomó en la política nacional. Treinta años después el ciclo se renovaba y se abrían las puertas de posibilidades.

La tensión entre cambio o restauración estaba presente en el inicio de la renacida etapa democrática de 1973, el conflicto político nacional se había condensado al interior del movimiento peronista. La crisis orgánica abierta a lo largo de la década del sesenta llegaba a su punto de resolución, el ascenso de las clases subalternas, la división al interior de las clases dominantes con la consiguiente crisis hegemónica y de dominación marchaba hacia su etapa final. No quedaba sector social o político que no se involucrara en esta crisis. Aun aquellos que apelaban a fórmulas retóricas de diálogo, consenso, etc., como el caso del radicalismo, finalmente quedarían de un lado u otro en la polarización abierta de la lucha de clases.

Miguel Ragone nunca dudó del lugar que ocuparía y de hecho ocupó. Construyó un principio de lealtad donde pudo sintetizar su identidad peronista (por ende su lealtad al general Perón) con su ética de servidor público, su honestidad total y su compromiso con el programa que los salteños habían votado. No estuvo exento de contradicciones, de tensiones que lo pusieron en la mira de aquellos que percibieron la imagen de un líder y un referente político intachable, incorruptible. De allí provino el apoyo de los grupos internos del peronismo, no solamente de la tendencia revolucionaria, como Montoneros, la JP Regionales, la CGT clasista y el FRP, entre otros. El apoyo de los centros vecinales, la FUSTCA (Federación Única de Sindicatos de Trabajadores Campesinos) liderada por Felipe Burgos (desaparecido en febrero de 1976), que agremiaba a jornaleros, peones y pequeños arrendatarios, su lema era «Ni hombres sin tierra, ni tierras sin hombres». Luego de la intervención federal, Ragone se convierte en una presencia molesta, aun cuando no intervenía en los asuntos políticos. «Si hemos servido, volveremos» pronosticó, pero para la ortodoxia y la derecha peronista, mas les resultaba una amenaza. Aun así, nunca renunció a su identidad partidaria que se le había vuelto abiertamente hostil. Cuando en 1975 es visitado por Obregón Cano y Bidegaín para invitarlo a sumarse al Partido Auténtico (herramienta partidaria de Montoneros) lo rechaza tajantemente. En cualquier caso su sentencia de muerte ya estaba firmada.

EL USO DE LA DESMEMORIA

En plena gestión del gobernador Juan Carlos Romero (hijo de R. Romero) y ejecutor del más rancio neoliberalismo en los noventa en Salta, el PJ inició su campaña de limpieza histórica, recuperando para sí a Ragone. Actos, homenajes, intento de cooptación de los familiares directos, bustos, etc., formaron parte de esta política que solo pretendía equilibrar el discurso social que reivindicaba a una figura que trascendía al peronismo, pero que también había sido víctima. El PJ salteño se refunda en los ochenta sobre la imagen de Roberto Romero y realiza un encubrimiento coherente de su adversario de los setenta. Muerto en un accidente en Brasil, Romero padre no logra convertirse en el mito político que el peronismo necesitaba. El Partido Justicialista, ejecutor de las políticas antipopulares de los noventa, preparaba a mediados del dos mil su nueva mascarada. Vaciado de doctrina, pragmático sin más vueltas, el «pejotismo» no escatima esfuerzos en abrevar en cualquier discurso y así no perder su ubicación en el centro del dispositivo político nacional o provincial.

El legado ético, su ejemplo de vida, de Miguel Ragone, vuelve, coherentemente a golpear a la dirigencia pegotista. Tanto que ésta a pesar del esfuerzo por apropiarse de su figura, no logró «popularizarlo» al interior del partido. Prefieren una figura más cercana a sus valores políticos. Mientras tanto en el resto de la sociedad su figura se instala, se queda y crece. Aun no se ha tomado conciencia de su representación y el valor de su acción política, breve pero muy intensa.

El 11 de marzo de 1973 Ragone lograba un triunfo histórico en la provincia de Salta, a la par de Héctor José Cámpora en el plano nacional. Ese respaldo popular le permitiría sobrellevar la conspiración de los necios que abriría las puertas a la noche y niebla argentina, ese respaldo sería ocultado después del 11 de marzo de 1976, cuando no solo se hizo desaparecer al ex gobernador del pueblo, se quiso aniquilar la memoria y los registros de la conciencia popular. 40 años después no se olvidó, no se perdonó. Y el futuro aún espera por los herederos de Miguel Ragone para que hagan efectiva su sentencia: «hemos servido».

Daniel Escotorin es historiador. Autor del libro «Salta montonera – La actuación de los sectores populares en Salta (1972 -1976)» (Ed. CTA – 2007)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.