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Re-colonización y Re-evangelización, dos caras de la misma moneda

Fuentes: Rebelión

El neoliberalismo ya ha sido superado por una nueva faceta del capitalismo denominada neo-neoliberalismo[i]. Esta etapa es más cruda que la primera y se caracteriza por ir acompañada de un proceso agudo de re-colonización y re-evangelización, en la que la iglesia sigue jugando un rol adoctrinador orientado a terminar, definitivamente, de matar la identidad ancestral […]

El neoliberalismo ya ha sido superado por una nueva faceta del capitalismo denominada neo-neoliberalismo[i]. Esta etapa es más cruda que la primera y se caracteriza por ir acompañada de un proceso agudo de re-colonización y re-evangelización, en la que la iglesia sigue jugando un rol adoctrinador orientado a terminar, definitivamente, de matar la identidad ancestral de los pueblos latinoamericanos y del Tercer Mundo en general.

Un ilustrativo ejemplo de esta etapa es el papel que juega el nuevo Papa, Ratzinger, quien revela su identidad re-evangelizadora y re-colonizadora al plantear abiertamente que los pueblos del Tercer Mundo anhelaban la doctrina de Jesús en tanto buscaban la salvación. Evidentemente, tal acontecimiento ha desencadenado el descontento de muchos individuos y colectividades que, en búsqueda de su autodeterminación, se revelan contra la imposición religiosa que deviene desde el siglo XV.

Asimismo aseveró que existen líderes totalitarios dentro del contexto político latinoamericano, mostrando una actitud totalmente unilateral y sesgada considerando los regímenes totalitarios que la iglesia ha apoyado y protagonizado a lo largo de la historia.

No estamos tratando de juzgar a los ‘malos’ para diferenciarlos de los ‘buenos’. La crítica a la iglesia católica como institución, no se dirige a todos los individuos que la han compuesto y que la componen. Reconocemos el importante papel de muchas individualidades que han utilizado a la fe católica para el beneficio del pueblo; individualidades que exaltaron los principios de hermandad y respeto por toda forma de vida. Tampoco se obvia la sangre de muchos mártires que pensaron y sintieron las contradicciones de un mundo en el cual muchos han dejado de creer, ya que mientras se enfatizan las «buenas acciones con todos los seres» por un lado, por otro se vivencia la colonización y la evangelización a partir de prácticas de extrema  brutalidad y crueldad entre seres humanos, así como con todo ser vivo[ii].

No obviamos a personalidades de la tanda de Fray Bartolomé de las Casas, representante de los inicios de las corrientes críticas del rol colonial de la iglesia en América. Tampoco olvidamos la «Teología de la Liberación» y su afán por enfrentar la identidad impositiva de aquellos que utilizan la doctrina religiosa para negar al ‘otro’ o realizar etnocidio. De igual modo, están presentes en nuestra memoria los intentos de difusión mediática, paralela a la dictadura de Banzer, que realizó el Padre Luís Espinal para luchar contra la injusticia dictatorial de ese entonces.

En este sentido, la iglesia tiene dos facetas bastante diferenciadas. Una es la que, mediante la fe religiosa, busca la complementariedad con otras visiones y lucha por el respeto a la diferencia. Otra es aquella que en aras de la religión, sucumbe ante la lógica del poder, y trabaja en la profundización de la negación de aquellas identidades que proponen otros tipos de fe.

La vivencia histórica ha mostrado que es la segunda embestida la que ha dominado. El protagonismo de aquellos que lucharon por valorizar la identidad de las culturas originarias en todo el mundo, ha sido acallado de distintas maneras, desde las más diplomáticas hasta las más crueles e insensibles.

Si bien la evangelización que se dio alrededor del siglo XV ha terminado, esta ha ido asumiendo nuevas modalidades que van de la mano con los procesos de colonización. Esto significa que el etnocidio no ha terminado todavía, y es por eso que, en la actualidad, vivenciamos una etapa de re-colonización y re-evangelización más dura que va acompañada del recrudecimiento de las guerras inter-imperialistas por territorios y recursos naturales en todo el planeta.

El famoso caso de la intención del anterior Ministro de Educación de introducir la educación laica en nuestro país, es un claro ejemplo de lo que venimos escribiendo. Si bien la iglesia ya no impone su credo por la fuerza física, lo hace con otro tipo de fuerza que no sabríamos como llamarle debido a la extrema semejanza con la primera forma de fuerza. La negación rotunda de los representantes y creyentes de la iglesia ante la intencionalidad de instaurar una educación laica ha demostrado, a nuestro modo de ver, que los mecanismos que utilizan las empresas evangelizadoras para lograr su cometido son cada vez más inteligentes.

Nos explicamos. La educación laica en ningún momento significa negar la religión católica, o cualquier otra forma y esencia de religión. Simplemente apunta a dar cabida a otras visiones espirituales, de forma complementaria, sin la imposición de ninguna sobre otra. Aquellos individuos y colectividades que tienen otro sentimiento religioso, tienen el derecho de aportar, complementariamente, en el ámbito educativo y en otros ámbitos a partir de su religión. El hecho de que la iglesia católica sea la única que aporta en la currícula educativa, es una muestra de la imposición que esta instancia representa. Asimismo, en el contexto del discurso intercultural actual, tal imposición está fuera de lugar. Claro que esto no importa considerando el poder económico y político que la iglesia detenta. Más clara que el agua ha sido la destitución del ex Ministro Félix Patzi y el posicionamiento del actual Ministro Cáceres, quien ha tranzado con la iglesia a favor de la misma, y en desmedro de otras visiones que buscan su derecho de participar en el ámbito educativo.

 

Creemos que una educación laica no veda al culto de la religión católica en tanto no prohíbe a quienes decidan seguirla. No toda la población es católica y, por lo mismo, el que la Constitución la reconozca como oficial no refleja la realidad de los bolivianos. Consideramos fundamental resaltar que la educación es crucial para la construcción de la identidad, ya que es a través de ella que se difunden las ideologías. Debido a que la iglesia tiene un rol importante en los contenidos educativos impartidos por el Estado, creemos que es indispensable considerar este rol críticamente, pues de él depende, en gran parte, la formación de nuestra sociedad.

 

Además, el hecho, por demás conocido, de que la iglesia católica ha sido el soporte doctrinal de todos los tipos de gobierno de corte occidental, nos obliga a relacionar su rol religioso con el político. La iglesia es un modelo constitutivo de las políticas globalizadoras representadas actualmente por las transnacionales, y se ha edificado, por lo mismo, en una empresa ideológica-económica (aunque no podemos negar que siempre lo ha sido) que tiene como objetivo acumular capital y poder, y difundir su ideología. En este contexto, es inminente tener siempre presente que contiene conexiones indiscutibles con los círculos de poder y de adoctrinamiento educativo desde la conquista en el siglo XV hasta la actualidad.

 

Es importante mencionar, para el juicio histórico, la creación del «mito de la modernidad» impulsado, en las obras de Ginés de Sepúlveda, por la Iglesia Católica para consolidar y fomentar los proyectos de colonización que hoy en día siguen fomentando las acciones bélicas y «modernizadoras» del mundo occidental. Con este mito se ha  impulsado proyectos de desarrollo en los países del Tercer Mundo, a partir de una lógica incongruente con la realidad de aquellos, lo que ha ocasionado una serie concatenada de procesos involutivos que han desembocado en la desbiologización del ser humano y el planeta, así como en nuevas modalidades de esclavización laboral. El objetivo central es conseguir la persistencia de estos modelos de desarrollo a modo de acaparar recursos y territorios para las transnacionales.

 

Para esto es necesario que se siga despreciando la visión de la realidad que busca el equilibrio con la naturaleza. Con esta intención se ha empezado a utilizar la categoría «etno» para nombrar a aquellos que aún no han sido homogeneizados e ‘integrados’ al tren de la modernidad. Es crucial, entonces, lograr que el ‘otro’ asuma a las instigaciones colonizadoras y evangelizadoras como necesarias y «útiles» para el bien y el desarrollo. Enrique Dussel dilucida que  el «mito de la modernidad» permite victimar al inocente (al ‘otro’) declarándolo causa culpable de su propia victimización. Por lo tanto, es una exigencia que se le salve de este estigma a través de la modernización. Con este argumento, la re-colonización y re-evangelización consiguen lavarse las manos y quitarse toda culpa ya que están salvando al ‘otro’ con el desarrollo. A partir de este razonamiento, el sufrimiento del conquistado (colonizado, subdesarrollado) es interpretado como el sacrificio o costo necesario de la modernización[iii].   

 

Es importante mencionar el momento fatídico de la historia eclesiástica que permitió instalar la doctrina religiosa como pilar del poder político y, más aún, del poder imperial. Fue el emperador Constantino el protagonista del momento al que estamos haciendo mención, que se llevó a cabo en el siglo IV. Después de su victoria en el puente Milvian en la ciudad de Roma, dicho emperador decidió reconocer al catolicismo como religión única del imperio romano. Gracias a esto, lastimosamente, la doctrina cristiana que se caracterizaba por ser revolucionaria puesto que luchaba contra las desigualdades que devenían del poder imperial, sucumbió ante el poder que Constantino le dio al institucionalizarla, lo que convirtió a su doctrina en involucionaria.

 

Imaginemos el poder de la doctrina cristiana que tiene una data de alrededor de 17 siglos de haber acompañado a los intereses imperiales, a través de su presencia en los Estados nacionales. En el caso de Bolivia, la incorporación de la doctrina social católica en nuestros programas deficientes de salud y educación ha sido posible por los concordatos realizados entre el estado y el Vaticano, a partir del reconocimiento del catolicismo como religión oficial en el artículo tercero de nuestra Constitución Política del Estado[iv].

 

Tantos siglos de hegemonía son, innegablemente, una de las razones que han llevado a la iglesia a oponerse a las decisiones pasadas del Estado boliviano de desvincularse de la misma. La posibilidad de una verdadera autodeterminación religiosa a nivel educativo, aún no es una posibilidad tangible para la iglesia.

 

Para ilustrar un poco esta situación, es producente comentar sobre la estrategia que la iglesia ha cumplido y cumple dentro del proceso histórico colonial y republicano, así como en el proceso de recolonización actual en Bolivia. El manejo del lenguaje ha sido crucial para la evangelización y lo sigue siendo. Por una parte, se ha optado por imponer el uso de la lengua oficial castellana para que el originario se olvidara de su propia lengua[v]. Por otro lado, las lenguas originarias también han sido utilizadas para adoctrinar. El último caso al respecto ha sido la Educación Bilingüe e Intercultural, la cual ha optado por utilizar las lenguas originarias para enseñar contenidos occidentales. Como otro elemento de la estrategia evangelizadora de la Iglesia, es cabal resaltar las excomuniones autorizadas por el obispado de La Paz a las autoridades revolucionarias del 16 de julio de 1809[vi]. No es entonces difícil darse cuenta de la intencionalidad de la institución religiosa de perpetuarse y mantener fuertes vínculos con los poderes hegemónicos que asumen su doctrina y doblegan a los que se oponen.

 

En el caso específico del continente americano o lo que nuestros ancestros llamaron Abya Yala, la cruz siempre acompañó la espada para la aniquilación total de la identidad del humano originario. A pesar de los esfuerzos y el sincretismo cultural a los cuales los originarios se tuvieron que someter para perdurar en sus costumbres, estos se fueron paulatinamente resquebrajando debido a las contradicciones esenciales entre la particularidad originaria y las constantes olas genocidas, ecocidas, etnocidas, reevangelizantes y recolonizantes impuestas.

 

Es en este contexto cíclico de sucesos impulsados por la doctrina social cristiana, y después de 515 años, los remanentes del espíritu originario consideran esencial, repudiar y recordar:

 

1.- El etnocidio que se ha llevado a cabo por un proceso intercultural vertical que consiste en la imposición dominante y opresora del modelo social, cultural y de civilización hegemónica de turno.

 

2.- El genocidio resultado de las guerras de conquista y desarrollo del colonialismo y la evangelización forzada que conllevó a las masacres de la población originaria.

 

3.- El ecocidio.

 

La complicidad del Vaticano con una serie de momentos negros de la historia de la humanidad, no es cosa nueva. Demasiadas injusticias se han perpetuado en nombre de la iglesia. Conspiraciones, manipulaciones y procesos inquisitivos en los cuales nunca faltó un verdugo similar a Torquemada. La aniquilación de las mujeres y hombres de sabiduría, apodados de brujos y herejes, por la inquisición, es un hecho monstruoso que la iglesia nunca ha afrontado con conciencia y compromiso.

 

Es imperativo, en este contexto, destacar los intentos de reivindicación, de toda colectividad o cultura que no comparte la filosofía y religión de Occidente, que buscaron que se les reconozca como parte constitutiva del sistema político, social, cultural y económico. La iglesia ofuscó estos intentos puesto que entorpecían su empresa homogeneizadora y evangelizadora. En estos casos, la iglesia ha sido protagonista y testigo de la negación sistemática de las demandas de grupos culturales diferidos. Con esto, la mayoría de las políticas religiosas -aquellas comandadas por los grupos religiosos que detentan círculos de poder- no lograron más que fortalecer las desigualdades e injusticias que caracterizan al sistema actual. Sus máximas expresiones de ayuda se basaron en la típica caridad cristiana que da «limosnas» al necesitado, precisamente para mantenerlo en esta misma posición. ¿Qué sería de la Iglesia en general si no tendría desvalidos a quienes socorrer? Creemos que, simplemente, no tendría razón de ser. En este sentido, el objetivo de la iglesia no parece ser el de construir un mundo justo para todos, en el que la misericordia, la pena, la caridad y el castigo ya no sean necesarios.

 

Además, la religión se ha constituido para religar al ser humano con lo divino, con Dios. En tanto el ser humano alienado, hijo del sistema capitalista actual, esté fragmentado, mutilado, separado de la realidad, es necesaria la presencia de un ente religador y «unificador» de sus partes.

 

Las culturas originarias, en todo el mundo, sintieron su unidad con la realidad. El ser humano originario se caracterizó y se caracteriza por ser un ser humano integral que no está separado de la realidad, que no necesita ser religado con ninguna realidad divina o trascendente en tanto esta no existe en su ontología, gnoseología y epistemología caracterizada por la unidad del ser con la realidad[vii]. Es decir, debido a que el ser humano originario se sentía la realidad misma, entonces le era inconcebible la idea separar a la realidad en distintas partes; por lo mismo, la idea y sentimiento de un Dios separado del hombre y superior al mismo no era, ni es, convergente con su identidad. La espiritualidad originaria[viii] partía y parte de un sentimiento de unidad en la que no existe ningún centrismo (antropocentrismo, etnocentrismo, teocentrismo).

 

Por este motivo, la iglesia ha sido testigo de la, cada vez más aguda y perversa, desbiologización, descosmologización y destotalización del ser humano que ha generado a un ser humano enajenado, alienado y sin identidad, el cual necesita la ayuda y el socorro para reintegrar sus partes y convertirse en un ser espiritual. El problema es que la iglesia no ha logrado tal recomposición del ser humano hasta ahora.

 

En general, el tema es que la iglesia no ha dado lugar a otras visiones y sentimientos de lo espiritual. Esta reflexión no es únicamente nuestra. Recordemos a muchos de los cronistas que fueron sujetos directos de la proceso colonizador de los siglos XV, XVI y XVII. Por ejemplo, Fray Bartolomé de las Casas, a los 91 años cumplidos -cuando ya no temía a la muerte- escribió su obra más crítica denominada De thesaurius in Perú, la que refleja una fuerte crítica a la extirpación de las idolatrías que fue la primera y primordial actividad evangelizadora que se llevó a cabo en los inicios de la conquista española en América Latina. Bartolomé de las Casas hace énfasis en la cruda y desalmada forma en que esta política se llevó a cabo, mostrando su toral desacuerdo con la falta de respeto a la identidad «religiosa» de los pueblos latinoamericanos.

 

Toda la riqueza cultural ancestral mundial, fue brutalmente reprimida por la evangelización, contradiciendo todas las enseñanzas que la iglesia misma difundía. La iglesia ha acallado y/o demonizado la actividad ideológica-cultural contraria a la doctrina cristiana.

 

Otra faceta muy ilustrativa de la estrategia evangelizadora está asociada al trabajo. Ni que decir del desdén que tuvo la iglesia ante el exterminio sistemático de la cultura originaria de trabajo y sus métodos productivos basados en la complementariedad y el equilibrio ecológico. La iglesia invariablemente ha sostenido una posición tenue ante las conquistas laborales mundiales y ante el inherente proceso de crecimiento económico insensato de la industria, no complementaria con el entorno ecológico. Las amplias repercusiones ecocidas que nuestro antropocentrismo, inquebrantable legado de la doctrina religiosa, ha permitido, son un claro ejemplo de la ideología que defiende la iglesia.

 

Las institucionalidades eclesiásticas han demostrado un pragmatismo político formidable al encubrir el constante sabotaje y conformismo que asumen ante la realidad injusta que vivimos. La contradicción ideológica, las deslealtades y todo tipo de acciones contraproducentes que la iglesia ejerce, han impedido el desenvolvimiento del sentimiento de unidad trabajador-medio que antes existía (aunque aún persiste en pequeños grupos comunitarios) ofuscando mejores regímenes económicos para el trabajador y mejores posibilidades de protección del medio ambiente.

 

Esta nueva etapa re-colonial y re-evangelizante se puede decir que es más de lo mismo. La iglesia se ha mostrado indiferente, una vez más, ante la destrucción total del hábitat y la ocupación ilegal de las naciones Afgana e Iraki. Este hecho es alarmante si consideramos que la religión de estas dos naciones parte del mismo tronco epistemológico judaico que la iglesia católica. Por consecuencia, la iglesia es cómplice, nuevamente, de un accionar geopolítico que demuestra un acaparamiento sistemático colonial, post 11 de septiembre.

 

Así, la iglesia católica es cómplice del neo-neoliberalismo re-colonial y re-evangelizante[ix], pero el papel de cómplice no es algo nuevo, en el pasado la iglesia avaló la colonización con el arbitraje realizado por el papa Alejandro VI. Este arbitraje tuvo el nombre del Tratado de Tordesillas que en el año 1494 delimitó la separación de tierras coloniales entre el imperio Español y Portugués. Quizá mañana, mediante un laudo arbitral, la iglesia decida con los países primermundistas la división y repartición de nuestros órganos, nuestras tierras, y nuestras almas.

 

Nunca se debe olvidar que la iglesia no se pronunció a favor de los procesos revolucionarios históricos. Cuando se impuso la revolución burguesa en Francia la institucionalidad religiosa se rectificaba con el Ancient Regime. En su «Centesimus agnus», el papa Juan Pablo II se opuso, en ‘teoría’, a la burguesía, pero en los hechos se benefició del liberalismo (no existe duda que la iglesia es una gran institución empresarial) y, a su vez, estaba en contra de la revolución social obrera. Pero más allá de estar o no de acuerdo con la revolución, ni siquiera mostró compromiso con la justicia social que es derecho de todos. En esencia, la institucionalidad religiosa jamás se mostró en desacuerdo con varios problemas esenciales del sistema capitalista: la propiedad privada, la unilateralidad en la apropiación de los medios de producción, las guerras, el modo de producción capitalista que es devastador de la naturaleza, el etnocidio, etc.

 

A pesar de que hoy por hoy para la iglesia el humano no occidental ya tiene alma, la intolerancia religiosa pervive y está instrumentalmente dispuesta al servicio de intereses de poder, los cuales se sustentan en un accionar amoral y devastador que no permite a individualidades y colectividades asumir su propia identidad religiosa y en general. El proceso re-evangelizador al que estamos aludiendo, está claramente ilustrado por el grupo religioso «Nuevas Tribus», el cuál ha sido expulsado por el gobierno bolivariano de Venezuela debido a actos de explotación a indígenas, aculturización y evangelización forzosa, mientras encubrían prospecciones de oro, cuarzo y uranio alrededor de sus misiones[x]. El caso de las «Nuevas Tribus» en Bolivia es desolador, aunque habría que investigar más al respecto.

 

Finalmente, el legado filosófico de la religión en general, como apuntamos párrafos arriba, tiene como fuente a Occidente. El sentimiento originario de unidad con la realidad no está contemplado en las doctrinas religiosas. Si bien la Teología de la Liberación intenta acercarse a revalorizar otros sentimientos y vivencias de la fe, continúa circunscribiéndose al legado filosófico occidental que separa al ser de la realidad, implantando, con esto, la fuente dicotómica primigenia que da nacimiento a todas las demás dicotomías que caracterizan al sistema capitalista: vivo-muerto, racionalidad-irracionalidad, desarrollo-subdesarrollo, rico-pobre, mente-cuerpo, espíritu-materia, etc.

 

Consideramos que en el marco de la complementariedad y la complementación, la iglesia católica debería dar cabida a otros sentimientos y prácticas de la fe, incluidos aquellos que consideran que dios está en el interior de cada persona y de cada ser de la realidad. No se trata de negar la religión en todas sus formas, simplemente consiste en que la misma acepte coexistir en las mismas condiciones con otras expresiones ‘religiosas’.

 


[i] La primera etapa fue el colonialismo clásico que representó la cancelación externa de las soberanías locales. Otra etapa fue la neoliberal que gestionó la cancelación interna de la soberanía por parte de las clases dominantes subalternas. En ambos casos, se atraparon excedentes para el poder imperial. (Tapia Luis. 2001. «El movimiento de la Parte Maldita. Tiempos de rebelión». Colección Comuna. Muela del Diablo. La Paz-Bolivia, 2001, Pp. 222.

 

[ii] No es difícil reconocer, al pasar por el umbral de la basílica de San Pedro en el Vaticano, las contradicciones entre lo predicado y lo actuado. La infraestructura evidencia la solvencia económica de la iglesia católica, a través de su lujosa fachada

 

[iii] Dussel, Enrique. 1492 EL ENCUBRIMIENTO DEL OTRO: Hacia el origen del mito de la modernidad. Plural 1992. La Paz-Bolivia. pg: 70.

 

[iv] RADA, Alfredo. Ex Ministro de Movimientos Sociales. En: Programa Final Abierto. Televisión Boliviana. 16/07/06.

 

[v] MONTENEGRO, Carlos. 1953 Nacionalismo y Coloniaje. Talleres Gráficos bolivianos: 11

 

[vi] Ibíd., 1953: 23

 

[vii] GONZÁLEZ/ILLESCAS, Tatiana, José. 2003 Contra Encíclica de ABYA-YALA, Despues de más de quinientos años 1492-1992-2003, o dialogo crítico con la encíclica «CENTESIMUS ANNUS». KIPUS.

 

[viii] Lo originario no se circunscribe a lo indígena, sino a todo ser que del planeta que se sintió y se siente en unidad con la realidad. En este sentido, pueden existir indígenas originarios que se sienten en unidad con la realidad, pero también indígenas que se sienten en no unidad con la misma. El concepto de originario no es centrista o restrictivo.

 

[ix] GONZALEZ/ILLESCAS, Tatiana, José. 2006 Acerca de la descomposición y agonía de lo que hemos venido denominando «educación» y del surgimiento de la posibilidad de los procesos de sentir-pensar el ser y la autonomía en el cotidiano individual y colectivo. Tukuy Riq´charina. Cochabamba-Bolivia. 2006: 5